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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

 

La CGT de los estudiantes

Revista Siete Días Ilustrados
julio 1968

 

La agitación callejera promovida por la CGT opositora, el viernes 28, todavía ocupa buena parte de la atención de los círculos políticos e, inclusive, de algunos militares. Si bien el estallido no estuvo teñido con los ribetes apocalípticos profetizados por el ministro Guillermo Borda el día anterior, fue precisamente esa circunstancia la que más movió a la preocupación de varios Jefes de las Fuerzas Armadas, en especial a los enrolados en el núcleo liberal.
¿Estaba mal Informado Borda cuando anunció que grupos extremistas habían repartido armas o, por el contrario, ideó la advertencia para generar un clima adverso a las concentraciones? Esta última es la interpretación que se esgrime en la central ongarista; pero la que en forma reservada analizaron algunos militares es quizás más grave: el ministro del Interior habría intentado crear la imagen de un país al borde de la subversión para justificar las sanciones que, pocos días antes, el gobierno había desencadenado contra el Poder Judicial santafesino.

 

 

Sin embargo, el semanario de la CGT opositora parecía darle la razón al ministro. "La movilidad de las fuerzas represivas -se autocriticó- no fue lo bastante obstaculizada." Y agregó: "Hubo baches en la sincronización, en los momentos decisivos faltaron hombres capaces de nuclear a los dispersos y activar a los menos experimentados". Es decir, el aparato para enfrentar a la policía -que necesariamente debía contar con algún "fierro" persuasivo, según la jerga utilizada por los grupos de choque sindicales- no funcionó como se esperaba.
Esta falencia fue motivo de discusiones en los mandos peronistas alojados en Paseo Colón. Pero otro tema, tanto o más grave, perturbó a los dirigentes: reconocieron en privado que casi el 80 por ciento de los audaces que desafiaron al temible despliegue policial fueron en su mayor parte estudiantes y activistas de izquierda. Alguien opinó que los obreros desenterraron una vieja máxima de Juan D. Perón: "De casa al trabajo y del trabajo a casa".
De todos modos, los planes secretos que se habían elaborado en Paseo Cotón apuntaban, obviamente, a otro blanco. Un día antes, los "comisarios" a quienes se les había confiado la tarea de dirigir a los manifestantes en el mismo campo de batalla, recibieron las últimas instrucciones: debían concentrarse con sus huestes en cinco lugares distintos para dispersar a la policía y después confluir en masa en Plaza Once. Sólo dos de esas citas clandestinas se llevaron a cabo; fueron las que estaban a cargo de estudiantes: la Federación Universitaria Argentina frente al Mercado de Abasto y el Frente de Estudiantes Nacionales en las puertas de Filosofía y Letras. En otros lugares de concentración -Rivadavia y Medrano, por ejemplo- alrededor de 150 activistas ubicados estratégicamente en los bares de la zona esperaron infructuosamente a quien, a las 18.15, debía impartir la orden para dar comienzo a la manifestación: Alfonso Marchese, del gremio del calzado.
Detalles como éste hicieron suponer que la CGT había dispuesto un repliegue parcial, con el propósito de desmentir, en los hechos, los anuncios de Borda, y eludir así posteriores sanciones gubernamentales a los sindicatos nucleados en Paseo Colón. Lo cierto es que esa noche el estado mayor ongarista se esfumó del local de la Federación Gráfica con todos los documentos susceptibles de ser secuestrados por la policía, para reaparecer luego en el sindicato telefónico, en las vecindades de Primera Junta. Estas precauciones, sin embargo, no impidieron que se detuviera a dos líderes de notoriedad: Julio Guillán, uno de los caudillos de la militancia peronista, y el comunista Alberto Cortés, ex dirigente del Sindicato de Vendedores de Diarios y Afines.
No obstante, los líderes cegetistas se empeñan ahora en sostener que la participación obrera en los sucesos del viernes 28 fue considerable. Argumentan que entre los detenidos figuran numerosos trabajadores, muchos de ellos afiliados a sindicatos que militan en la CGT de Azopardo. Para algunos no es una falsa observación, pero los planes que preparan para el futuro revelan un íntimo descontento. El lunes 8, el consejo de Paseo Colón, consideró una estrategia que tiende a lograr un "descenso a las bases" que protagonizarían nada menos que Ongaro y sus acólitos. El instrumento del plan será simple: los máximos dirigentes se apersonarían en las puertas de las fábricas más importantes y allí improvisarían asambleas relámpago. La "rebelión de las bases", tantas veces anunciada, estaría directamente a cargo de los jefes.
Para el logro de esta ofensiva, el comando ongarista recibió el domingo 30 una considerable inyección de oxígeno. Ese día, Ricardo De Luca, secretario de prensa de la central, desembarcó en Ezeiza con dos cartas "cargadas". Una de ellas sirvió para que el jueves pasado se reprodujeran febrilmente miles de fotocopias. El destinatario era Raimundo Ongaro y el remitente, por supuesto, Juan Perón. El ex presidente entiende que la actual situación en la Argentina se asemeja, de algún modo, a la de 1945, y por eso le recuerda a Ongaro que en aquel entonces fueron dirigentes jóvenes y nuevos los que aceleraron el triunfo del justicialismo. "Estos, atributos son ahora propiedad "de Ongaro y sus adeptos", reflexiona Perón, a los que bendice para que reediten los viejos triunfos de su movimiento. "Usted es uno de los dirigentes contemporáneos que ha sabido interpretar a los trabajadores -pontifica Perón-; a los malos y viejos dirigentes hay que reemplazarlos sin miramientos."
Según versiones, esta política fue ejecutada por el mismo Perón cuando Vicente Roque, secretario general de la CGT de Azopardo, y Fernando Torres,

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la policía carga contra los manifestantes en los disturbios del viernes 28

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Ongaro ¿de los "argentinos" o de los estudiantes?

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los periodistas también sufrieron el celo policial

quizás el abogado vandorista de mayor notoriedad, rogaron ser recibidos en la quinta 17 de Octubre.
Los dos regresaban, como De Luca, de la conferencia que la OIT celebró en Ginebra, pero Roque debió limitarse a entregarle a Jorge Antonio una carta que el financista deslizó posteriormente a Perón. En una carilla mecanografiada, el emisario de El Lobo sintetizó todas sus súplicas: lamentaba que el general no tuviera tiempo para recibirlo y le advertía que estaba mal informado, A renglón seguido, opinaba que era imprescindible un contacto directo para dialogar sobre "los problemas del país, de la CGT y del movimiento peronista".
De Luca, por su parte, conversó en dos oportunidades con el general (durante dos horas y media la última vez, el sábado 29 de junio). El emisario de Ongaro se permitió, inclusive, lanzar algunas quejas contra Jerónimo Remorino, delegado de Perón en la Argentina, a quien acusó de no acatar las instrucciones del ex presidente con el pretexto de promover la reunificación del peronismo. Según advierten los adeptos a Ongaro, la denuncia encrespó de tal manera al exiliado, que decidió enviarle una carta a Jorge Paladino, secretario de Remorino. En Buenos Aires, el censurado persistía en sus afanes unitarios. Al finalizar la semana se supo que Paladino se esforzaba por organizar una "cena de la unidad", que se celebró el lunes 8 en el restaurante La Tarantela y a la que fueron invitados todos los grupos internos del peronismo. Raúl Matera, el viernes, ya había reservado 40 invitaciones.
A todo esto, el gobierno central continuaba con su política gremial. El martes 2 ungió a cuatro participacionistas como directores-obreros en la Caja de Subsidios Familiares para el Personal de la Industria, ignorando, una vez más, a las dos centrales obreras. Para el próximo viernes 12 la Secretaría de Trabajo prepara la conquista del Sindicato de Prensa, a cuyo dirigente, Manuel Damiano, adscripto al colaboracionismo, el interventor gubernamental en el gremio vendió 499 carnets en blanco, según denuncia efectuada por la lista opositora. En Azopardo, simultáneamente, se delineó un plan de reuniones con el único propósito de reaparecer en los periódicos, después que la atención pública fue acaparada por la acción de Paseo Colón; sus dirigentes efectúan trabajosas giras por el interior, buscando encauzar a los díscolos cuadros provinciales, sublevados aún más que los capitalinos.
Hacia el fin de semana, mientras el ongarismo procuraba encontrar la forma de otorgarle una imagen proletaria a su CGT, eran los estudiantes los que tornaban a agitar nuevamente la atmósfera política del país. El martes 2 ocuparon la Facultad de Arquitectura de La Plata y el jueves repitieron la demostración, tomando otros edificios universitarios de la misma ciudad. El alboroto juvenil confirmaba, de alguna manera, una cáustica humorada oída en los pasillos de Azopardo, el viernes pasado, durante una de las numerosas reuniones de dirigentes.
"¿CGT de los argentinos o CGT de los estudiantes?", interrogó, sonriente, uno de los mandarines vandoristas.

 

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