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Sin embargo, el semanario de la CGT opositora parecía darle la razón al ministro.
"La movilidad de las fuerzas represivas -se autocriticó- no fue lo bastante
obstaculizada." Y agregó: "Hubo baches en la sincronización, en los momentos
decisivos faltaron hombres capaces de nuclear a los dispersos y activar a los menos
experimentados". Es decir, el aparato para enfrentar a la policía -que
necesariamente debía contar con algún "fierro" persuasivo, según la jerga
utilizada por los grupos de choque sindicales- no funcionó como se esperaba.
Esta falencia fue motivo de discusiones en los mandos peronistas alojados en Paseo Colón.
Pero otro tema, tanto o más grave, perturbó a los dirigentes: reconocieron en privado
que casi el 80 por ciento de los audaces que desafiaron al temible despliegue policial
fueron en su mayor parte estudiantes y activistas de izquierda. Alguien opinó que los
obreros desenterraron una vieja máxima de Juan D. Perón: "De casa al trabajo y del
trabajo a casa".
De todos modos, los planes secretos que se habían elaborado en Paseo Cotón apuntaban,
obviamente, a otro blanco. Un día antes, los "comisarios" a quienes se les
había confiado la tarea de dirigir a los manifestantes en el mismo campo de batalla,
recibieron las últimas instrucciones: debían concentrarse con sus huestes en cinco
lugares distintos para dispersar a la policía y después confluir en masa en Plaza Once.
Sólo dos de esas citas clandestinas se llevaron a cabo; fueron las que estaban a cargo de
estudiantes: la Federación Universitaria Argentina frente al Mercado de Abasto y el
Frente de Estudiantes Nacionales en las puertas de Filosofía y Letras. En otros lugares
de concentración -Rivadavia y Medrano, por ejemplo- alrededor de 150 activistas ubicados
estratégicamente en los bares de la zona esperaron infructuosamente a quien, a las 18.15,
debía impartir la orden para dar comienzo a la manifestación: Alfonso Marchese, del
gremio del calzado.
Detalles como éste hicieron suponer que la CGT había dispuesto un repliegue parcial, con
el propósito de desmentir, en los hechos, los anuncios de Borda, y eludir así
posteriores sanciones gubernamentales a los sindicatos nucleados en Paseo Colón. Lo
cierto es que esa noche el estado mayor ongarista se esfumó del local de la Federación
Gráfica con todos los documentos susceptibles de ser secuestrados por la policía, para
reaparecer luego en el sindicato telefónico, en las vecindades de Primera Junta. Estas
precauciones, sin embargo, no impidieron que se detuviera a dos líderes de notoriedad:
Julio Guillán, uno de los caudillos de la militancia peronista, y el comunista Alberto
Cortés, ex dirigente del Sindicato de Vendedores de Diarios y Afines.
No obstante, los líderes cegetistas se empeñan ahora en sostener que la participación
obrera en los sucesos del viernes 28 fue considerable. Argumentan que entre los detenidos
figuran numerosos trabajadores, muchos de ellos afiliados a sindicatos que militan en la
CGT de Azopardo. Para algunos no es una falsa observación, pero los planes que preparan
para el futuro revelan un íntimo descontento. El lunes 8, el consejo de Paseo Colón,
consideró una estrategia que tiende a lograr un "descenso a las bases" que
protagonizarían nada menos que Ongaro y sus acólitos. El instrumento del plan será
simple: los máximos dirigentes se apersonarían en las puertas de las fábricas más
importantes y allí improvisarían asambleas relámpago. La "rebelión de las
bases", tantas veces anunciada, estaría directamente a cargo de los jefes.
Para el logro de esta ofensiva, el comando ongarista recibió el domingo 30 una
considerable inyección de oxígeno. Ese día, Ricardo De Luca, secretario de prensa de la
central, desembarcó en Ezeiza con dos cartas "cargadas". Una de ellas sirvió
para que el jueves pasado se reprodujeran febrilmente miles de fotocopias. El destinatario
era Raimundo Ongaro y el remitente, por supuesto, Juan Perón. El ex presidente entiende
que la actual situación en la Argentina se asemeja, de algún modo, a la de 1945, y por
eso le recuerda a Ongaro que en aquel entonces fueron dirigentes jóvenes y nuevos los que
aceleraron el triunfo del justicialismo. "Estos, atributos son ahora propiedad
"de Ongaro y sus adeptos", reflexiona Perón, a los que bendice para que
reediten los viejos triunfos de su movimiento. "Usted es uno de los dirigentes
contemporáneos que ha sabido interpretar a los trabajadores -pontifica Perón-; a los
malos y viejos dirigentes hay que reemplazarlos sin miramientos."
Según versiones, esta política fue ejecutada por el mismo Perón cuando Vicente Roque,
secretario general de la CGT de Azopardo, y Fernando Torres, |

la policía carga contra los manifestantes en los disturbios del
viernes 28

Ongaro ¿de los "argentinos" o de los estudiantes?

los periodistas también sufrieron el celo policial
quizás el abogado
vandorista de mayor notoriedad, rogaron ser recibidos en la quinta 17 de Octubre.
Los dos regresaban, como De Luca, de la conferencia que la OIT celebró en Ginebra, pero
Roque debió limitarse a entregarle a Jorge Antonio una carta que el financista deslizó
posteriormente a Perón. En una carilla mecanografiada, el emisario de El Lobo sintetizó
todas sus súplicas: lamentaba que el general no tuviera tiempo para recibirlo y le
advertía que estaba mal informado, A renglón seguido, opinaba que era imprescindible un
contacto directo para dialogar sobre "los problemas del país, de la CGT y del
movimiento peronista".
De Luca, por su parte, conversó en dos oportunidades con el general (durante dos horas y
media la última vez, el sábado 29 de junio). El emisario de Ongaro se permitió,
inclusive, lanzar algunas quejas contra Jerónimo Remorino, delegado de Perón en la
Argentina, a quien acusó de no acatar las instrucciones del ex presidente con el pretexto
de promover la reunificación del peronismo. Según advierten los adeptos a Ongaro, la
denuncia encrespó de tal manera al exiliado, que decidió enviarle una carta a Jorge
Paladino, secretario de Remorino. En Buenos Aires, el censurado persistía en sus afanes
unitarios. Al finalizar la semana se supo que Paladino se esforzaba por organizar una
"cena de la unidad", que se celebró el lunes 8 en el restaurante La Tarantela y
a la que fueron invitados todos los grupos internos del peronismo. Raúl Matera, el
viernes, ya había reservado 40 invitaciones.
A todo esto, el gobierno central continuaba con su política gremial. El martes 2 ungió a
cuatro participacionistas como directores-obreros en la Caja de Subsidios Familiares para
el Personal de la Industria, ignorando, una vez más, a las dos centrales obreras. Para el
próximo viernes 12 la Secretaría de Trabajo prepara la conquista del Sindicato de
Prensa, a cuyo dirigente, Manuel Damiano, adscripto al colaboracionismo, el interventor
gubernamental en el gremio vendió 499 carnets en blanco, según denuncia efectuada por la
lista opositora. En Azopardo, simultáneamente, se delineó un plan de reuniones con el
único propósito de reaparecer en los periódicos, después que la atención pública fue
acaparada por la acción de Paseo Colón; sus dirigentes efectúan trabajosas giras por el
interior, buscando encauzar a los díscolos cuadros provinciales, sublevados aún más que
los capitalinos.
Hacia el fin de semana, mientras el ongarismo procuraba encontrar la forma de otorgarle
una imagen proletaria a su CGT, eran los estudiantes los que tornaban a agitar nuevamente
la atmósfera política del país. El martes 2 ocuparon la Facultad de Arquitectura de La
Plata y el jueves repitieron la demostración, tomando otros edificios universitarios de
la misma ciudad. El alboroto juvenil confirmaba, de alguna manera, una cáustica humorada
oída en los pasillos de Azopardo, el viernes pasado, durante una de las numerosas
reuniones de dirigentes.
"¿CGT de los argentinos o CGT de los estudiantes?", interrogó, sonriente, uno
de los mandarines vandoristas. |