Habla el cura Carbone Un condenado
en suspenso
Cuando Alberto Fernando Carbone, sacerdote
católico, escuchó que lo hablan condenado a
dos años de prisión (en suspenso) por haber
encubierto a los autores del secuestro y
asesinato de Pedro Eugenio Aramburu, se quedó
impasible. A lo sumo un leve rictus curvó su
labio superior, pero el resto de su cara quedó
inmutable. Se dejó conducir por el policía que
estaba a su lado, lanzando una mirada de
conmiseración hacia el padre de Carlos Alberto
Maguid, que en ese momento era expulsado de la
sala, por gritar la inocencia de su hijo.
A partir de ese momento el padre Carbone
dejó de ser noticia. El mismo contribuyó
bastante a eso. Invariablemente se negó a todo
contacto con los periodistas, imponiéndose una
consigna de mutismo, que no quebró bajo ningún
pretexto. Sus amigos guardaban celoso secreto
sobre su paradero. Los intentos de EXTRA por
entrevistarlo chocaron con esos obstáculos.
Luego, el padre Carbone partió a un
"campamento juvenil" que se realizó en Esquel,
al sur de Bariloche. Sin embargo, a su
regreso, accedió a responder a un extenso
cuestionario sobre su persona y los hecho de
que fuera protagonista.
-EXTRA: ¿Por
qué eligió el camino del sacerdocio? ¿Podría
relatarme cómo llegó a su vida la vocación
pastoral? -Padre Carbone: En realidad, uno
no elige el sacerdocio sino que es elegido
para él por Dios. El Orden Sagrado es un
Sacramento, por lo tanto pertenece al campo de
la FE. En consecuencia usted podrá recibir
descripciones del mismo, las cuales no hacen
otra cosa que bordear el núcleo misterioso de
la FE sin alcanzarlo. Pero yo me adhiero
firmemente a la FE y al sacerdocio en ella
comprendido, simplemente porque creo y me
adhiero a JESUCRISTO y a su vida. Si usted me
pregunta por qué elegí el sacerdocio, mi
respuesta es parecida a la de otros colegas
que también han decidido su vida siendo
adultos: hasta el último momento uno más bien
niega que deba ser sacerdote, hasta que de
golpe, ya sin ninguna duda, dice que si.
-E.: Pero hay hechos que condicionan, por
ejemplo, el haber militado desde casi la niñez
en organizaciones confesionales. ¿Es ése su
caso? P. C.: Es cierto que desde los
catorce años he trabajado activamente en las
filas de la Acción Católica, tanto en el
colegio —el de los Hermanos Maristas de
Belgrano— como en mis tres años en la Facultad
de Ingeniería, pero he tenido compañeros que
han sido tan activos como yo y hoy son
excelentes padres de familia y aun han llegado
a ser notorias figuras del quehacer nacional,
como lo han sido mis amigos y compañeros
dirigentes de la Acción Católica el ingeniero
Luis M. Gotelli y el doctor Mario Díaz
Colodrero. Como usted ve, aun ideológicamente
los caminos han sido muy distintos. -E.:
Háblenos de cómo era su hogar, su familia, en
síntesis: queremos saber, como dice la gente,
"de dónde salió ese cura Carbone que tanto da
que hablar". -P. C.: Mi línea paterna es
santafecina. Habiendo terminado mi padre la
escuela primaria en la Inmaculada, de Santa
Fe, fue a Alemania, donde cursó el
bachillerato y la carrera de ingeniería. Allí
casó con mi madre, de total ascendencia
alemana. En Berlín nacimos mi hermana y yo.
Desde los tres años estoy en el país y,
naturalmente, siendo de cultura argentina e
hijo de argentino nativo, en el momento
correspondiente opté por la nacionalidad
argentina. De acuerdo con la ley, optar
significa ser argentino desde el nacimiento.
-E.: Pero, más concretamente, ¿cómo eran sus
padres? -P. C.: Mi padre fue durante muchos
años jefe de la División Puentes de Vialidad
Nacional, y como tal tuvo bajo su
responsabilidad la realización de importantes
obras en el país. A su muerte era presidente
de la Comisión Internacional del Puente sobre
el Río Uruguay. Si bien pudo haber recibido
educación católica durante su niñez, su estada
en Alemania influyó para que finalmente se
mostrara indiferente y aun con cierto
anticatolicismo. Mi madre es luterana
evangélica, lo cual hizo que para ella siempre
fuera de difícil comprensión lo católico. De
más está decir que la resistencia que ambos
ofrecieron a mi vocación sacerdotal fue total.
Sin embargo no tuvieron reparo en mandar a sus
dos hijos a un colegio católico,
fundamentalmente porque éste enseñaba la
religión del país. De esta combinación entre
hogar indiferente y colegio católico se
desarrolló en mí un afortunado espíritu
crítico, por el cual no aceptaría sin más ni
más cosas que se dijeran de cualquiera de
ambos lados. Con respecto a mis padres,
tengo presentes las observaciones de terceros
acerca de la gran unidad que siempre hubo
entre ellos, cosa que permite corroborar mi
experiencia personal. -E.: ¿Sería
interesante que ahora nos hablara de sus
primeras experiencias sacerdotales, que
describiera las vivencias iniciales que
influyeron en su condición de nobel clérigo.
-P. C.: No tuvieron nada de especial. Estuve
siete años en la popular parroquia de la
Inmaculada, en la calle Independencia, siendo
párroco allí el actual obispo de Mercedes,
monseñor Luis J. Tomí, una excelente persona.
Durante todo ese tiempo continué con lo que
había sido mi preocupación antes de entrar en
el seminario: colaborar con los jóvenes de la
Acción Católica. A fines de 1959, el actual
arzobispo de Santa Fe y antiguo compañero mío
de la Acción Católica, monseñor Vicente Zaspe,
me invitó a colaborar con él en la asesoría
del Consejo Superior de los Secundarios de la
ACA. Como Zaspe fue nombrado obispo de
Rafaela, la Comisión Permanente del Episcopado
me nombró en su lugar como asesor nacional en
el año 1961. La resultante de este período ,
es la comprobación experimental de que no hay
servicio de Dios si no hay simultáneamente
servicio al Hombre, incluso para el sacerdote.
-E.: ¿Qué le enseñaron los muchachos jóvenes?
P. C.: A tratar, por vía de la práctica, de
ser siempre joven. Digo esto porque si usted
no está en contacto con gente joven
difícilmente podrá serlo. Los jóvenes y los
adultos deben intercambiar, pero en ese
intercambio son más bien los adultos los que
deben prestar obediencia a los jóvenes.
-E.: Puede sorprender que usted diga eso,
justamente en esta época en que llueven
críticas a la juventud desde todos los
sectores. -P. C.: Estamos acostumbrados a
oír que el argentino en general y el joven en
particular están desorientados. Ese es un
criterio de europeizados y yanquificados. Los
países dominantes y opresores, el hastío de la
opulencia, producen en los jóvenes las
reacciones de que nos hablan las noticias: la
fuga de la realidad por el hippismo o la vía
muerta de las revueltas populares
izquierdistas. Ambas son aplastadas por una
mayoría satisfecha. Pero en nuestro país la
cosa es bien distinta. La mayoría, que siente
la opresión interna y externa, sabe muy bien
qué es lo que quiere y qué es lo que no
quiere, razón por la cual hay proscripción
política entre nosotros desde hace más de 15
años. La gente joven percibe cada día más
claramente esa realidad y se vuelca cada vez
más del lado de las aspiraciones de la casi
totalidad del interior del país y de la
inmensa mayoría del Gran Buenos Aires. -E.:
No todos los sacerdotes dicen lo mismo...
-P. C.: Lamentablemente, el modo de vivir
sacerdotalmente ha conducido a muchos de mis
colegas a estar con el sector más favorecido
de la población, por lo cual no les es posible
percibir claramente la realidad nacional ni
descubrir dónde está el pecado estructural que
describen los documentos de Medellín. Mis
contactos con el mundo joven y con las
realidades que lo preocupan me ha ayudado
mucho a mantener y desarrollar la fidelidad al
Evangelio y a la Iglesia. -E.: En algún
momento sus defensores, en el juicio Aramburu
—aunque usted no quiera hablar sobre ese
asunto— dijeron que las acusaciones! en su
contra buscaban castigar al llamado Movimiento
de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Dejando de
lado la anécdota, usted es uno de los
adherentes más conocidos de ese grupo. ¿Por
qué se incorporó a ese movimiento? -P. C.:
Usted me hace una pregunta sobre algo que
existe en la Iglesia y a lo cual nadie le
prohibió la existencia pese a que en el ámbito
de lo civil hay personas que le quieren dar
una figura delictiva. En realidad es
verdaderamente difícil si no imposible que en
la Iglesia se prohíba la existencia de ese
"algo". No es una organización, no tiene
autoridades ni reglamentos. Son sacerdotes que
se han tomado en serio las declaraciones de
Medellín, las declaraciones del Episcopado
Argentino en San Miguel, incluida la
afirmación del Episcopado Latinoamericano de
"tomar decisiones y establecer proyectos,
solamente si estábamos dispuestos a
ejecutarlos como compromiso personal nuestro,
aun a costa de sacrificio". Los sacerdotes del
Movimiento descubrieron en un momento
determinado que hacían y que querían las
mismas cosas. Entonces describieron en unas
"coincidencias básicas" esas cosas comunes y
así apareció el Movimiento de Sacerdotes para
el Tercer Mundo. Como usted ve, si hoy
apareciera una orden de disolución del
Movimiento no sucedería nada, pues los que
tendrían que desaparecer son los hombres que
lo forman y sus actividades. Pero las
actividades de estos hombres y los principios
que los sustentan son plenamente eclesiales,
inclusive la manera de formular el socialismo
deseado. En consecuencia, una amenaza de ese
tipo significa un ataque a la Iglesia, venga
de donde viniere. Respondiendo, entonces, a
su pregunta, digo que estoy en el Movimiento
porque tengo FE en Jesucristo, y por lo tanto
en todo lo que se sigue de -EL: el Evangelio,
la Iglesia, los obispos y sacerdotes (aun los
equivocados), en resumen, en la fuerza del
Pueblo de Dios, constituido por todos los
cristianos, cualquiera que sea su condición y
jerarquía, para dar sentido a la vida leí
hombre de hoy, especialmente el que lucha por
la liberación. -E.: ¿Usted se siente capaz
de odiar? -P. C.: Creo que es un anormal
quien 10 se sienta capaz de odiar. Otra cosas
que, ante un hecho, se odie o no. Aquí debemos
remitirnos nuevamente a las normas dictadas
por el Señor. Establecen claramente que
debemos amar aun a nuestros enemigos. Está
claro que Dios no hace excepción de personas,
ama a todos. Pero no sucede lo mismo con El
frente a los grupos humanos. Están claras y
patentes las maldiciones que lanzó contra el
grupo de los ricos y de los dominadores del
pueblo, de los sacerdotes de la Ley que
enseñaban una cosa y hacían otra. El Señor
viene a liberar a los oprimidos, tanto por los
pecados personales como por los estructurales.
Esta prédica molesta a sus enemigos porque
perturba su plan político. Cristo es
calificado como un subversivo que hasta tiene
entre sus apóstoles a Simón, miembro del
partido revolucionario de los Zelotes. Por
otra parte, de seguir eso así, los jefes del
Sanedrín temían no sólo que el pueblo se
alejara de ellos, sino también que los
extranjeros —entonces los romanos— invadieran
y destrozaran el país: no había que enojarse
con ellos (San Juan, Cap. 11, Vs. 45 y ss.).
La consecuencia fue inevitable: "Es necesario
que muera por el pueblo", dijeron, y se lo
mata inventando un falso juicio contra El. Se
lo acusa como sedicioso, cuando lo que
verdaderamente pretende es que los hombres
sean realmente hermanos entre sí. Todo esto lo
rubrica el Señor con su frase en la Cruz:
"Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen". Pero esto no significa que apruebe la
situación estructural existente y que ella no
deba desaparecer. -E.: A usted lo
procesaron y condenaron ... -P. C.: El
proceso al cual se me sometió estuvo rodeado
de circunstancias verdaderamente vergonzosas.
Ya desde mucho tiempo atrás, y desde muy
diversos niveles, se acusó al Movimiento de
Sacerdotes de predicar la violencia. Lo grave
es que nadie pudo concretar la acusación, pero
los acusadores se convencieron mutuamente de
que eso era así. -E.: ¿Usted se considera
victima de un complot contra el Movimiento del
Tercer Mundo? -P. C.: Desde el momento en
que fui detenido la calumnia alcanzó el máximo
de expresión, aun incluidos periódicos
sedicentes católicos como "Squiú". Son
deprimentes las morbosas descripciones que
algunos diarios hicieron sobre mi
participación en el hecho. Todo ello sin
ninguna prueba. -E.: Pero el Tribunal lo
condenó así que alguna prueba en su contra
debió existir... -P. C. Ese convencimiento
de los acusadores parece que también pesó
sobre el Tribunal. De no ser así no se explica
la sentencia. Además de las anomalías que
aparecieron en el manejo de las pruebas, como
claramente lo demostró la defensa; el Tribunal
usó así de la llamada "sana crítica", cosa
permitida por la ley 18.670. Como expresamente
lo dejó sentado el Tribunal, con ella se puede
probar todo. Y, efectivamente, la usó para
probar lo que quería. -E.: Desde la misma
Iglesia, sin embargo, se hicieron oír voces de
condena hacia el Tercer Mundo. -P. C.: No
escaparon a la marca anti-tercermundista
muchos obispos. Atrapado por la ola, el
Episcopado nombró encargados para emitir una
declaración. Fue lamentable, no sólo por
debilidad de los argumentos, sino por el mal
uso de los documentos del Movimiento de
Sacerdotes citados en la misma. Este penoso
documento fue hábilmente utilizado en mi
contra por el Tribunal. Prefiero unirme
silenciosamente a los numerosos obispos que
protestaron ante un documento de esta índole.
El Movimiento publicó un respetuoso y profundo
análisis del mismo, no habiendo obtenido
respuesta alguna. -E.: ¿Odia o no a los que
lo condenaron? -P. C.: No me es lícito
odiar a los que intervinieron en este caso.
Pero sí tengo la obligación evangélica de
odiar a la estructura dominante en el país,
que permite situaciones como las que he vivido
y que actúa en detrimento del pueblo.
Revista Extra mayo 1971 EXTRA
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