Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Dos casos sorprendentes de cambio de sexo
La doctora Forbes-Sempill era un hombre, y la bella Christine Jorgensen... ¡un soldado de Corea!
Por HECTOR GIMENEZ RAMOS

RESOLVERSE, a los 40 años, a cambiar de sexo, como quien cambia de peinado, no es una cosa común. En el caso del "doctor" Forbes-Sempill, acaecido hace poco en Escocia, el hecho adquiere características curiosas. Pero lo iguala —o quizá lo supera— el de la atractiva danesa Christine Jorgensen, que vivió más de veinte años como hombre, y hasta fué soldado en Corea. Este doble fenómeno de restitución de verdaderos sexos —quedaron uno a uno— da lugar a dos biografías singulares. Empecemos con la historia del doctor.
EN el "Aberdeen Press and Journal" de Alford, Escocia, salió el aviso siguiente:
"El doctor E. Forbes-Sempill, de Brux Lodge, Alford, hace saber que en adelante llevará el nombre de doctor Ewan Forbes-Sempill. Todas las formalidades legales han sido tomadas."
Al leerlo los campesinos de la región de Alford, qué forman su clientela, deben haber dado un respingo.
Los demás, ignorantes de su personalidad, lo habrán considerado como el más extraño de los ávidos, una humorada o una errata.
¿Qué diferencia, aparte de que el nombre figura en un caso con la inicial y en el otro como Ewan, hay en el asunto?
Los clientes de la doctora Forbes-Sempill podrían aclararla diciéndole que hay mucha. Es Cierto que en Inglaterra quien ejerce la medicina firma "doctor", sea varón o mujer. Pero esa E. de la inicial anterior significa sencillamente Elizabeth. (Para sus íntimos, Betty.)
¡Así que había sido un hombre! Con razón andaba casi siempre con pantalones de montar, utilizando el pretexto de que eran más prácticos en esa zona rural.
Tenía maneras enérgicas; se peinaba, desde su juventud, a "la garçonne", a pesar de que la moda había pasado hacía tiempo, y le gustaba ponerse el "kilt" en todas las fiestas, a pesar de que la típica pollerita escocesa tiene reservado un uso exclusivo para hombres.
Con su filosofía sencilla de hombres de campo, los agricultores de Alford habrán vuelto a sus tareas, sin dar más importancia al asunto. ¡Allá ella! O mejor dicho: ¡Allá él! Hombre o mujer, es un buen médico. Y esto es lo importante.

UNA "CHICA" REBELDE
Podría pensarse que Elizabeth Sempill, descendiente de una de las más nobles familias de Escocia, fuera una "chica" ordenada, pundonorosa y obediente. Por el contrario, Betty manifestó
desde chica una irrefrenable tendencia a llevarse por delante todos los prejuicios.
No es porque el padre, un noble británico, "al pie-de-la-letra", dejara de darle la educación tradicional: como todas las muchachas de la aristocracia, tuvo institutrices especiales, y después fué enviada a pensionados de Dresde y de Munich, para completar su preparación. Incluso fué autorizada a frecuentar los anfiteatros de la Sorbona.
De vuelta a su casa, tuvo que someterse a las obligaciones inevitables de las "debutantes" en sociedad. De mala gana aprendió a hacer la graciosa reverencia para ser presentada en la corte.
"Este período fué el más penoso de mi vida — cuenta el doctor Sempill—. Fui obligado a llevar vestidos vaporosos y a lucir estúpidos adornos"...
Por reacción, después de pasar esos "malos momentos" se lanzó a actividades más de acuerdo con su temperamento, galopando incansablemente a través de los predios de sus ancestrales dominios, cazando ciervos, pescando truchas.
Tenía una ambición: estudiar medicina. A esto su familia se opuso enérgicamente. ¡La medicina no es una carrera para una aristócrata destinada a ser la esposa de un barón, de un conde o quizá de un duque!
La guerra sirvió para darle la oportunidad esperada: sus familiares tenían otra cosa que defender más importante que sus vetustos prejuicios.
Betty se inscribió en la Facultad de Medicina de Aberdeen. En 1944 obtuvo su título. Tenía ya más de 30 años. Se instaló en una casa de los alrededores de Alford, no lejos del castillo de su hermano mayor.
Era, por fin, independiente.

LA METAMORFOSIS
¿Por qué esperó hasta los 40 años para decidirse a revelar su verdadera condición?
Quizá vacilara por el riguroso medio puritano en el cual vivía. Además, cuando se llevan dos apellidos de prosapia singular, un cambio de esa naturaleza es casi una revolución familiar. Introducir un nuevo hombre en la descendencia de los Sempill y de los Forbes, podía causar repercusiones serias.
Un buen día, sin embargo, se decidió. El primer paso consistió en regularizar la nueva identidad del doctor Sempill, rebautizándolo. Le hacía falta un nombre masculino (era bastante .grande como para elegírselo por su cuenta). Hurgando en la copa de su árbol genealógico encontró uno: Ewan. En 1409, sir Ewan Cameron fué asesinado por uno de sus enemigos. Su viuda ofreció el dominio de Brux y la mano de su hija al valiente caballero que vengara su muerte. El bravo enamorado resultó Alastair Forbes, que así se emparentó con los Cameron.
En las fojas del Registro Civil de Aberdeen se hizo la corrección. Donde decía: "...hija de Lord Sempill..." se tachó, escribiendo en su lugar: segundo hijo de Lord Sempill..."

SALTANDO CHANCES
Y se produjo, en efecto, la revolución familiar, que alcanzó a toda la nobleza británica, en la cual se registraba, por primera vez. un caso semejante.
La situación de los Sempill, antes de la metamorfosis de Betty, era clara. El jefe de la familia es Lord Sempill de Craigievar, quien, a los 59 años, viene a ser el 19º barón (lo cual le otorga el título de lord) y el 10º baronet (lo cual le da el título de "sir") de la alcurnia. De acuerdo con la ley de sucesión imperante en Escocia, las mujeres pueden heredar el título de barón, pero no el de baronet. Pues bien: Lord Sempill tiene cuatro hijas y ningún hijo. El primero iría entonces a su hija mayor. Mientras tanto, siguiendo el testamento de su padre, el 18º barón, el castillo de Craigievar (verdadero castillo de leyenda, uno de los más viejos y hermosos de Escocia), las joyas y los cuadros de la familia, cuyo valor es inestimable, irían a manos del heredero varón más próximo, junto con el título de baronet. Por ese momento era el contraalmirante Lionel Forbes-Sempill, de 75 años, que termina apaciblemente sus días pescando en sus dominios. Desaparecido él, el heredero sería su joven hijo, nacido de su tercer matrimonio.
La imprevista aparición de Ewan, saltando varios puestos y poniéndose a la cabeza de todos los pretendientes, al convertirse en el heredero varón más próximo, echa por tierra todos esos cálculos.
No sólo se transforma en el heredero del título de baronet, del viejo castillo, de las joyas y de los cuadros de la familia, sino que si llega a casarse y a tener hijos varones, la chance del hijo del marino quedará reducida a la nada.
Por el momento, el doctor Ewan Forbes-Sempill no piensa hacerlo.
Ni se siente impresionado por los títulos y la herencia que le recaen por los efectos de su nueva identidad.
—Sigo ejerciendo con la misma actividad de antes —declaró a los periodistas—. A mis clientes no les interesa si me llamo "Elizabeth" o "Ewan". Les basta con tenerme confianza como médico. Mi más inmediata satisfacción es poder usar el "kilt" a gusto, sin violar la tradición.
¡Cualquiera pensaría que iba a decir "los pantalones"! Convertido en varón y en baronet a plazo breve, seguirá usando pollerita.

EL CASO DE JORGE JORGENSEN
A juzgar por las declaraciones de los periodistas daneses, que fueron invitados a una conferencia de prensa, donde les comunicó "sus primeras impresiones como mujer" deberíamos titularlo "el caso de Cristina Jorgensen".
Avanzó hacia ellos —dicen— vistiendo, un "tailleur" negro exquisitamente confeccionado, blusa blanca con un broche de diamantes en el cuello y una especie de amplia boina negra sobre sus rubios cabellos recogidos en la nuca.
Bella, sin duda. Un observador demasiado exigente hubiera advertido que sus tobillos, y sus pies, calzados en elegantes zapatos de taco alto, no tenían un torneado realmente femenino. Pero ¿quién mira hacia abajo cuando una dama atractiva y sonriente se acerca y se dispone a contestar todas las preguntas, obligadamente indiscretas, que se le hagan?
Una hermosa mujer, de amplia sonrisa, llena de "glamour", que declara:
—Sí. En adelante pienso dedicarme al cine. He recibido ofertas de Hollywood. Haré teatro y televisión, además. Creo que se tiene el propósito de hacerme encarnar a la heroína de un film, basado en mi propia vida.
No, no hay derecho a ser tan exigentes. Sobre todo, ante una mujer de la que bien se pudo decir "el héroe", en lugar de "la heroína".
Una mujer que hace algunos meses... ¡fué un soldado en las tropas de Corea!

LA REVELACION
—¡Soldado Jorge Jorgensen!
Muchas veces habrá respondido a la orden un muchacho rubio, delgado, de facciones finas, alistado en las tropas que luchaban en Corea.
Imposible imaginárselo soportando las vicisitudes de la vida de cuartel —no ya en acción, pues las mujeres han demostrado ser tan valientes como los hombres—, sino en las charlas del "rancho", o de la hora de dormir.
Sin embargo, fué un soldado perfectamente normal. Incluso antes de incorporarse al ejército que lucha en Corea, dió efectivas muestras varoniles.
—Tuve mis escaramuzas amorosas —dice Cristina ex-Jorge— y más de una vez me trencé en peleas por una dama, con resultado poco favorable para mi adversario.
—¿Y cuándo empezó a sentir síntomas de su verdadera condición? —arriesgó a preguntar un periodista.
—Había sentido en más de una ocasión sensaciones raras —confesó con toda sinceridad la deslumbrante rubia—. Y además, me gustaban las tareas femeninas, como coser, hacer bordados... Me desagradaban, además, las expresiones soeces de mis camaradas. Pero la revelación se produjo, exactamente, después de un examen especial del médico del regimiento. Me dió, por lo demás, un buen consejo: que dejara las filas y viniera a operarme a la patria de mis padres, lejos de los que siempre me habían considerado y tratado como un varón. El mismo me consiguió la baja, y lo demás ya lo saben.

ACABADA TRANSFORMACION
Desde luego, no es suficiente un informe médico legal y un cambio de pantalones por polleras. Con buen sentido, aquel médico del ejército, le había aconsejado que el cambio no fuera brusco, de modo que no afectara su sensibilidad. El proceso fisiológico tenía que marchar paralelo al proceso de transformación psíquica.
— De allí que me sometí a seis operaciones — confesó Cristina a los periodistas— solamente para lograr una perfecta transformación física. Todo esto, acompañado por un tratamiento de hormonas femeninas y otros medicamentos. En el otro aspecto, una especie de "training" en el clima femenino: clases de belleza, de elegancia,, de maquillaje... Todo esto me resultó muy fácil, en realidad. Sin duda, estaba predispuesta.
Y la mujer que fué varón, y tuvo experiencias de varón, hasta el punto de ser un soldado en pleno frente de Corea, termina diciendo:
—Iré a los Estados Unidos, desde donde me reclaman empresas editoras de libros y productoras cinematográficas. Ahora quiero tener un éxito completo como mujer.

Revista Caras y Caretas
03.1953



ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba