Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Espacial
DESPUES DE MARTE
CABAMBOLA A SEIS BANDAS
Los dos mayores proyectos espaciales para lo que resta del siglo, por parte de la NASA, consideran la conquista de Marte y una recorrida por los seis planetas exteriores -nuevamente Marte, pero también Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón- a cargo de una cápsula automática no tripulada. De todos modos, la principal cuestión -desde un punto de vista práctico- es la presencia o ausencia de agua en el Polo Sur marciano: si ciertas sombras blancas son realmente glaciares, o montañas de hielo, el reinado de la especie humana sobre el más acogedor de los planetas vecinos parece seguro a corto plazo.

El lunes de la semana pasada, en la sala de conferencias que la NASA atesora en el segundo piso del suntuoso edificio de Houston, Texas, el profesor George Muller —uno de los principales directivos del organismo— conversó durante dos horas con 48 periodistas extranjeros. La charla —bastante informal, matizada con abundantes libaciones de whisky, escanciado de modo generoso por blondas azafatas ataviadas con modelos de Paco Rabanne— tuvo por objeto desmadejar el más ambicioso proyecto imaginado por los caciques de la organización espacial norteamericana: el futuro viaje de dos astronaves tripuladas al planeta Marte. "Si todo se desarrolla de acuerdo con nuestros planes —especuló Muller—, una expedición terráquea podrá desembarcar en el planeta rojo, a más tardar, en el año 1987. La misión tendrá por objetivo averiguar si existen allí formas de vida distintas a las que conocemos, o si los terrícolas somos las únicas criaturas inteligentes del universo. Pero antes existe el proyecto de enviar una sonda automática hacia otros planetas más lejanos con el propósito de acumular datos y experiencias.”
Estos dos planes enunciados por Muller —el viaje a Marte y la misión Grand Tour, es decir, el envío de una central automática recolectora de datos a Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Platón— no alterará, sin embargo, el programa hilvanado para la serie lunar Apolo.
“La NASA —confesó Muller a los corresponsales extranjeros— deberá incrementar su capacidad de trabajo para afrontar con buen éxito esa tarea casi ciclópea. Pero estamos seguros de que podemos hacerlo, aun cuando los planes delineados son los más complicados de cuantos ha debido enfrentar la humanidad hasta el presente.” Una complejidad que la periodista italiana Oriana Fallaci —presente en el ágape orquestado por Muller— intentó desentrañar hurgoneando en los más reservados recovecos de la NASA. Su informe —que SIETE DIAS publica con exclusividad— es un verdadero viaje a lo fantástico; una prueba, también, de que la imaginación del hombre no tiene límites.

EL GRAND TOUR: UNA CARAMBOLA ESPACIAL
El sistema solar se compone de nueve planetas, así dispuestos de acuerdo con su distancia al Sol: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón, siendo éste el más alejado. Cada 179 años los cinco últimos se alinean de manera tal que un cohete lanzado desde la Tierra hacia Júpiter los hallará dispuestos casi en una misma fila, como si fueran bolas de billar ubicadas unas detrás de otras. De esa forma, es relativamente sencillo que un vehículo espacial pueda pasar muy cerca de ellos, fotografiarlos y estudiarlos sin necesidad de ir a perseguirlos por el oscuro espacio. Es lo que el científico norteamericano Homer Stewart —del equipo de la NASA— ha bautizado con el nombre de “carambola interplanetaria”.
Sin embargo, no debe inferirse que el proyectil los encontrará en su camino siguiendo una trayectoria rectilínea; la maniobra es, en realidad, bastante más complicada: el encuentro sólo es posible debido a que el vehículo, al pasar cerca de uno de los planetas, recibe —por acción de la fuerza gravitatoria del mismo— un impulso determinado que aumenta su velocidad para permitirle llegar al próximo planeta y así sucesivamente.
Pero no obstante sus dificultades el Grand Tour parece ser el método más viable para hacer llegar un cohete no tripulado a esos lejanos planetas. Quizá un ejemplo sirva para desbrozar el laberíntico panorama; en su órbita más cercana a este planeta, Plutón dista de la Tierra 3.230 millones de kilómetros, distancia que a las actuales velocidades espaciales un cohete sólo puede trasponer en un lapso de 41 años. Otro ejemplo: para acercarse a Neptuno en un vuelo directo una nave espacial tardaría algo más de 18 años. Por medio de esa “carambola interplanetaria” que es el Grand Tour, en cambio, un vehículo podría orillar los cinco planetas en solamente 13 años: la ventaja es evidente.
La última vez que Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón se alinearon en el billar espacial fue en 1797. En Europa la Revolución Francesa daba paso a la época napoleónica y en Italia nacía Gaetano Donizetti, más tarde autor de la célebre ópera Lucia di Lammermoor. En América, por esa época, ya había terminado la guerra por la independencia de los Estados Unidos y su principal protagonista, el general George Washington, rechazaba su nominación para optar a un tercer período presidencial. En Buenos Aires, por su parte, sólo hacía 16 años que se había instalado la primera imprenta y en el Perú todavía estaba fresco el recuerdo de la rebelión de Túpac Amaru contra los españoles. El hombre, para desplazarse de un sitio a otro sólo se servía de la tracción a sangre o de la navegación a vela. La aviación no era nada más que una leyenda (Icaro) o un sueño de visionarios (Leonardo da Vinci).
Pero 179 años no trascurren en vano: la próxima vez que los cinco planetas formen una sola línea —en 1976, por un período que durará 8
años— el hombre ya habrá explorado la Luna y construido en el espacio dos estaciones científicas permanentes; las naves espaciales prestarán un servicio periódico entre la Tierra y esas estaciones, trasportando víveres, pasajeros y material científico. Para esa época, también, ya habrá volado, o estará próximo a hacerlo, el primer cohete cósmico impulsado por medio de la energía atómica.
En un informe presentado a la NASA por los profesores James van Allen y James Lang —dos de los más completos científicos occidentales— se afirmaba: “Una ocasión tan propicia —la alineación de los cinco planetas— es un verdadero regalo de Dios: perderla sería criminal. Recomendamos la construcción inmediata de una astronave con una ojiva automática de no menos de 600 kilos y que sea capaz de llevar a bordo el instrumental necesario como para trabajar en forma continuada durante trece años es decir, el mismo tiempo que durará el Grand Tour. El instrumental debe ser apto para tomar fotografías y trasmitirlas a la Tierra por medio de la TV; deberá, además, medir la temperatura exterior, la intensidad de los rayos ultravioletas y las radiaciones infrarrojas, así como los componentes químicos de cada planeta. Debe estar guiado por un cerebro electrónico lo suficientemente sofisticado como para corregir sus propios errores y reemplazar las partes que puedan funcionar defectuosamente’’.
El informe de Van Allen y Lang terminaba con una recomendación inquietante: “Recomendamos lanzar tres cohetes en previsión de posibles inconvenientes, de esa manera estamos seguros de que uno de ellos, al menos, podrá alcanzar el objetivo seleccionado. Aconsejamos, además, eliminar a Saturno de los planes de investigación, ya que suponemos que los anillos que lo circundan están compuestos de sateloides sólidos que podrían dañar al vehículo que se acercara”.
Con todo, la NASA parece haber desechado las agorerías de Lang y de Van Allen: en el centro científico de Pasadena, California, el profesor Wiliam Pickering, director del JPL (Jet Propulsion Laboratory), ya ha firmado el okey que autoriza la construcción de la sonda que explorará los cinco planetas que integran las etapas del Grand Tour: Saturno —a despecho de sus posibles anillos sólidos— será una de las estaciones obligadas del periplo.
Exteriormente la astronave destinada a completar el Grand Tour tendrá un aspecto sencillo, casi ascético. En la práctica no será sino un erizo de antenas conectado al sistema convencional de propulsión. En general se parecerá bastante a los Mariner enviados a Venus y Marte, excepto por la ausencia de baterías solares: Pickering ha diseñado —en efecto— un vehículo revolucionario, provisto de una -verdadera central atómica que proveerá toda la energía necesaria para el buen funcionamiento de todas sus partes.
Sus distintos instrumentos serán los más perfectos de los diseñados hasta hoy por el hombre; en especial su cerebro electrónico, que permitirá sustituir el comando desde la Tierra, corrigiendo la trayectoria después de haber orbitado cada planeta, ajustando la marcha en caso de una colisión con algún meteorito y capaz de trasmitir información durante varios años.
Está previsto que la astronave pasará por las proximidades de Júpiter después de 650 días de su lanzamiento, o sea casi dos años. Cinco años tardará para avecinarse a Saturno y —si no se estrella contra sus anillos, como predicen Lang y Van Allen— visitará Urano al séptimo año de su partida de la Tierra. Arribar a Neptuno le obligará a gastar 9 años, y 13 para estar en condiciones de trasmitir datos sobre Plutón; después se perderá en el espacio, rumbo a las estrellas. Cuando ello ocurra, en 1992, el profesor Thomas Paine, máximo pope de la NASA y uno de los más fervientes partidarios del proyecto Grand Tour en los Estados Unidos, ya habrá cumplido los 77 años de edad, circunstancia que lo impulsó —la semana pasada— a lamentar la brevedad de la existencia humana: “Este viaje, y el que planeamos a Marte, me entusiasman tanto que me parece una desgracia, casi un castigo, no poder vivir más tiempo —se afligió Paine—, pero espero que antes de mi muerte el hombre haya conquistado definitivamente el espacio”.

CRONICAS MARCIANAS
Atrincherado en su escritorio de Houston, casi sepultado por decenas y decenas de gruesos volúmenes, entre los cuales la pieza más
apreciada es una edición del 1700 de las obras completas de Galileo, Thomas Paine parece, apenas, un modesto funcionario en espera de la jubilación. Sin embargo, debajo de su incipiente calvicie bulle uno de los cerebros más activos de la edad tecnológica del hombre. Sobre su mesa de trabajo una abultada carpeta pormenoriza los detalles de la Apolo 13, la tercera de las misiones lunares que, piloteada por el astronauta Fred W. Haise Jr., partirá de la Tierra el 11 de abril con destino a la Luna. Para Thomas Paine, sin embargo, el programa Apolo se ha convertido en una simple rutina; sus desvelos son causados, ahora, por la puesta a punto de las misiones Viking: una serie de vehículos no tripulados que orbitarán y descenderán en Marte.
—Doctor Paine, desde hace quince días el tema central de todas las conversaciones gira, aquí en la NASA, sobre las operaciones Viking y Grand Tour. ¿Cuál es el programa que usted ha aprobado?
—Es un programa realmente intenso, ya que no estamos en una etapa de proyectos utópicos sino en el momento justo de las realizaciones. Hasta hace poco sólo podíamos formular conjeturas, ahora podemos referir datos concretos y esbozar el proyecto definitivo. En esencia, sin embargo, todo se realizará de acuerdo con los planes trazados después del primer desembarco en la Luna. En este sentido podemos afirmar que el Grand Tour sólo es un fragmento de lo que ocurrirá en los próximos diez años.
—¿Significa eso el abandono de los planes de exploración lunar?
—Al contrario, quiere decir que terminaremos los veinte vuelos preparados para el proyecto Apolo y que, al término de ellos, construiremos una base permanente en la superficie lunar. Pero antes habremos instalado, ya, dos bases espaciales: una a 200 millas sobre la Tierra, y otra a sólo 75 millas de la superficie de la Luna
—Para ese entonces, ¿habrá llegado el momento de estudiar los restantes planetas de nuestro sistema solar?
—Así es. Júpiter será nuestra primera etapa: por medio de sondas a orbitales estudiaremos sus características antes de lanzar los Voyager
a que integrarán el Grand Tour. También haremos descender dos Surveyors sobre Marte con el objeto de analizar la composición del suelo antes de intentar un desembarco en ese planeta.
—¿Para cuándo se calcula que el hombre podrá poner sus pies sobre Marte?
—A más tardar en 1987, pero es posible que esa fecha se adelante en un año. En el JPL (Laboratorio de Propulsión de Cohetes) se están ensayando una serie de cohetes con motor atómico y ya se lanzó una carga de 140 toneladas por medio de un cohete de este tipo. Esto, claro está, permitirá adelantar todos los proyectos en curso. Es posible afirmar que si la década del sesenta se caracterizó por el uso de la energía química, la del setenta será la década de la energía atómica. La fuerza nuclear puede ser usada y controlada para viajar por el cosmos sin que signifique ningún peligro para el hombre.
—¿Cuándo se usará por primera vez el combustible nuclear en un vuelo espacial?
—No más tarde de 1977. Pero antes inauguraremos los vuelos regulares a las bases espaciales y a la Luna, cosa que ocurrirá alrededor de 1975.
—¿Qué vehículo se usará para , esos vuelos?
—Pensamos construir la primera estación espacial en 1975 y la segunda en 1978; para ir y venir de ellas emplearemos los cohetes Saturno, que comenzaron ya a fabricarse en serie. Estarán impulsados todavía con combustible químico, pero existirá la posibilidad de usarlos varias veces en lugar de dejarlos abandonados en el espacio, como hacemos ahora. Incluso pensamos utilizar el Saturno para el viaje que proyectamos a Marte.
—¿Usted se refiere a la expedición que desembarcará en Marte o al primer vuelo orbital tripulado sobre ese planeta?
—En realidad, se ha decidido que se hará una única expedición. Marte no puede ser abordado con la cautela y la lentitud usadas en el caso de la Luna. La misma misión, es decir la primera, que orbitará Marte también aterrizará sobre su superficie. Las razones que motivaron nuestra decisión son evidentes: se trata de un viaje demasiado largo para ser diagramado como un vuelo a la Luna. Mientras que éste dura ocho días, para ir a Marte se necesitan dos años. Pero no se trata solamente de una cuestión de tiempo: la complejidad del operativo dispuesto es un factor decisivo. Por ejemplo: a Marte no enviaremos una sola astronave impulsada por un solo cohete Saturno; irán —en cambio— dos astronaves impulsadas por tres Saturnos cada una. Así estamos seguros de que una de ellas podrá llegar. Será una expedición doble.
—¿Es decir que el viaje a Marte ya está organizado en todos sus detalles?
—Sí, efectivamente. Hace unos días se dio término a los últimos detalles de diagramación. Cada astronave, como dije, estará impulsada por tres cohetes Saturno, yuxtapuestos, provistos de motores atómicos. Los dos laterales servirán para dar a la astronave el impulso necesario para ubicarla en el corredor celeste que la llevará a Marte, en tanto que el central llenará las necesidades de la última etapa del viaje y del retorno. Contendrá, además, las cabinas para los integrantes de la expedición: seis hombres en una de las naves y seis en la otra.
—¿No es peligroso un lanzamiento simultáneo de ese tipo?
—Las dos expediciones no partirán directamente desde la Tierra y en el mismo momento. Zarparán separadamente y los tres cohetes que componen cada expedición se reunirán en el espacio. Mejor dicho, en la estación orbital terrestre que construiremos previamente. Una vez que la espacionave esté en dirección a Marte los dos cohetes laterales se separarán, girarán en el espacio y retornarán a la Tierra para ser usados nuevamente.
—Entonces, ¿sólo el Saturno central irá a Marte?
—En efecto, únicamente la porción central de cada nave, que trasporta los hombres y el módulo de desembarco, llegará hasta el planeta. Sin embargo, durante los nueve meses que dura el viaje las dos astronaves no permanecerán separadas. Sería absurdo que los astronautas debieran cubrir un trayecto tan largo sin hablarse o sin verse con sus compañeros. Está programado que los dos vehículos se unan
en el espacio, por el lado de las cabinas, formando un habitáculo que contendrá a los doce hombres.
—¿Cómo resolverán el problema de la falta de gravedad en la nave?
—Por medio, también, de la energía nuclear. Un dispositivo especial imprimirá a las dos astronaves reunidas un movimiento rotario y por consiguiente una gravedad artificial. Con un sexto de la gravedad normal existente en la Tierra será suficiente como para que los hombres no experimenten problemas; además, dos de los tripulantes serán médicos encargados de velar por la salud de todos.
—¿Ya está decidido cuánto tiempo permanecerán los hombres en la superficie del planeta Marte?
—Posiblemente, si todo se desarrolla normalmente, podrán pasear por Marte durante tres meses, ya que una vez allí los astronautas no experimentarán ningún peligro. La parte más riesgosa del viaje será la que dura desde la entrada en órbita marciana hasta el momento en que los hombres pongan los pies sobre el planeta. Antes de entrar en el campo gravitatorio de Marte las dos astronaves volverán a separarse y permanecerán en órbita durante casi tres meses: un tiempo que se considera imprescindible para preparar el desembarco. Durante ese lapso los astronautas procederán a estudiar el terreno, descubrir cuáles son las mayores dificultades que habrán de superar, decidir el punto de aterrizaje, procesar todos los datos posibles y trasmitirlos a la Tierra para su verificación. Si ellos lo resuelven podrán retornar a la Tierra sin desembarcar en Marte, cosa poco probable, ya que todos los indicios previos demuestran que la situación es favorable. Al octogésimo día de vuelo orbital seis de los tripulantes se ubicarán en los dos módulos de desembarco y los vehículos aterrizarán en la zona elegida. Mientras los seis astronautas —tres de cada nave— dan cumplimiento al programa trazado, sus compañeros que permanecieron en el espacio los aguardarán en las dos naves que girarán en órbita.
—¿En qué se diferencian los vehículos que se usarán para llegar a Marte de los módulos lunares que ya nos son familiares?
—El LEM es un vehículo rudimentario; los que emplearemos para desembarcar en Marte son verdaderas casas laboratorios, capaces de almacenar gran cantidad de comida y de agua y hasta un pequeño jeep para moverse sobre suelo marciano con una autonomía de 30 kilómetros. El módulo está diseñado de tal manera que a la partida no sufrirá daño alguno y su sección principal podrá ser usada por las futuras expediciones.
—¿Qué es lo que impulsó a la NASA a diagramar un viaje tan complicado? ¿Por qué es importante llegar a Marte?
—La importancia de Marte radica en la posibilidad de que allí haya agua. Si esta presunción de algunos científicos resultara cierta, el planeta Marte sería el primer terreno cósmico colonizado por el hombre.

EL AGUA DE MARTE
“Los datos que poseemos nos permiten afirmar que en la zona sur de Marte, sobre todo la más cercana al polo austral, podría existir una gran reserva de agua bajo la forma de cristales de hielo’’, informa el químico George Pimentel, refiriéndose a sus trabajos efectuados para la NASA en colaboración con el profesor Kenneth Herr, un especialista en espectrografía. La afirmación de Pimentel, que no es compartida por otros científicos, equivale a decir que un tipo de vida similar a la terrestre es posible sobre Marte.
La existencia o no: de agua en el planeta rojo se ha convertido en la palabra clave: en los gabinetes de trabajo, en los corredores y hasta en las sobremesas del gran comedor de la NASA, en Houston, los hombres sólo hablan de esa posibilidad. Si el clima y la atmósfera de Marte fueran tan hostiles para el hombre como lo son en la Luna, todas las esperanzas de colonización espacial se habrían esfumado de golpe.
Es que el proyecto Viking, uno de los más sofisticados que hayan preparado los técnicos norteamericanos hasta ahora, ya casi está listo para las pruebas iniciales. En 1973 partirá el primero de los cohetes sin tripulación rumbo a Marte: el impulsor consta de dos etapas; una vez colocado en órbita marciana una de ella descenderá suavemente hasta la superficie, por medio de un paracaídas, en tanto que la otra seguirá girando alrededor del planeta. Dos de esos viajes no tripulados están previstos para antes de que el hombre suba a bordo de los vehículos que en los años ochenta lo llevarán al fabuloso y mítico planeta rojo. Sólo entonces podrán resolverse todos los misterios y las discusiones abandonarán el terreno siempre peligroso de las conjeturas.
Pero, con todo, la especulación siempre es necesaria: la vida del hombre es algo demasiado valioso como para dilapidarla en aventuras a ciegas, al menos eso es lo que piensa el astrofísico Gerry Neugebauer, uno de los hombres de ciencia de la NASA que se han opuesto al viaje tripulado a Marte: “Hasta que no se cuente con mayores datos no debiera embarcarse a doce hombres en esa expedición. Según se desprende de las fotografías tomadas por los dos Mariner lanzados a Marte en 1969, la atmósfera marciana es francamente hostil al hombre. No existe allí ninguna protección contra las radiaciones ultravioletas, y quien transite por su superficie no estará realmente protegido de los rayos infrarrojos. Muy poco es lo que sabemos acerca de Marte, pero algo es seguro: en ese planeta no hay agua ni vida, al menos tal cual la conocemos aquí en la Tierra. La acumulación que se nota en el llamado Polo Sur no es otra
cosa que anhídrido carbónico a temperatura de congelación, es decir, hielo seco. Confundirla con agua helada puede ser un error fatal”.
Otros científicos también comparten la opinión de Neugebauer: “El aire de Marte es tan seco que la vida de organismos superiores es imposible”, sostiene el químico Robert Leighton. Charles Barth —otro químico— asegura que “la gran radiación de ondas ultravioletas que se ha detectado en Marte autoriza a pronosticar que allí la vida orgánica no existe, así como tampoco el agua bajo la forma de hielo o nieve para poder sobrevivir en ese medio los microorganismos marcianos tendrían que poseer alguna protección especial que nosotros no conocemos. Con todo, es poco probable que eso ocurra”, se lamenta Barth.
Sin embargo, los directivos de la NASA han optado por las teorías de Pimentel: “Desde el momento que ninguna opinión científica puede ser probada hasta que el hombre se pose en Marte, estamos dispuestos a solucionar el problema por medio de la tecnología. El viaje a Marte, aunque tarde dos años, puede hacerse y lo haremos —confiesa Paine—. Después de todo, costará mucho menos dinero que el gastado por el país en la guerra de Vietnam”.
Pero quizá toda esta polémica, dentro de unos años, se convierta en una simple discusión del pasado: en un pequeño laboratorio del JPL un ingeniero ítalo-norteamericano de treinta años —Frank Lorenzini— está experimentando una nueva forma de energía (de naturaleza electromagnética) capaz de impulsar por el espacio a una astronave a una velocidad próxima a la de la luz. Si sus experiencias dan buen resultado la conquista completa del cosmos no será un trabajo de generaciones futuras sino una palpable aventura del presente.
Siete Días Ilustrados
16.03.1970

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