Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Mujibur Rahmán
Mujibur Rahmán: La leyenda de un líder
El continente indio ha sido pródigo, en los últimos tiempos, en líderes capaces de recrear las ansiedades de sus pueblos. Primero fue el Mahatma Gandhi, luego Mohammed Alí Jinnah, Nehru. Hoy, ese espacio carismático lo ocupa Mujibur Rahmán, actual primer ministro de Bangla Desh luego de su abandono del cargo de presidente en favor de Abu Saymed Choudhury.
"Era un prisionero, en la celda de los condenados, aguardando... la horca. Desde el día en que entré en la prisión, ya no supe más si iba a vivir o no. Estaba mentalmente listo para morir. Pero sabía que Bangla Desh lograría su liberación.” Esta fe, bajo la alquimia que conforma a los líderes, se trasformó en carisma visible para todos los sufridos bengalíes orientales. Un magnetismo que le permite recordar nombres y rostros, y que nadie pueda olvidar los suyos. Orador capaz de inflamar a sus compatriotas con alegorías mesiánicas: "Mis hermanos, ¿acaso desconocéis que las calles de Karachi están pavimentadas con oro y que esto se debe a vuestro dinero obtenido con vuestro yute?”.
Un militar de Bangla Desh memoraba que "él ya era un gran hombre, pero los hijos de... [Pakistán Occidental] lo han engrandecido mucho más”. En el reciente gabinete de doce miembros convocado por Mujib, los parlamentarios de izquierda no tienen, por el momento, cabida. El Padre de la patria Bengali, en los días épicos que vive, tal vez encuentre en la Liga Awami la solución a los problemas más urgentes que devoran a Bengala Oriental. La presión de obreros y estudiantes sobre el partido mayoritario puede llegar a radicalizar, imprevisiblemente, el liderazgo de un hombre como Mujibur Rahmán.
La evangélica pregunta que, ya hace tiempo, hizo el presidente de Pakistán Alí Bhutto a la muchedumbre: "¿Queréis que Mujib salga libre?”, a lo mejor hoy no la volvería a hacer. La unión ficticia del antiguo Pakistán, rota por la guerra, origina con la creación de Bangla Desh, una vuelta de tuerca inesperada, donde las superpotencias (China y URSS) se desnudan y las naciones con política moderada o derechista arriesgan guerras de liberación.

MIS PRISIONES. Tiene 51 años y sus padres poseían una granja en las cercanías de Dacca. Los vastos campos de arroz y la miseria harto visible de su pueblo lo movieron, siendo muy chico, a ejecutar repartos del cereal entre los vecinos necesitados. Cuando la indignación de su padre estalló ante tanto desprendimiento, Mujib niño le gritó: "Estaban hambrientos y nosotros tenemos sobradamente todas estas cosas”. Era, por cierto, el nacimiento de un Buda laico o un líder imprescindible.
Su reacción contra el dominio inglés le brindó la primera temporada en la cárcel: 6 días, por manifestar a favor de la independencia de la India. En los tiempos en que estudiaba en el Calcutta's Islamia College, prefería leer a Shaw y Tagore. Su militancia en la Universidad le valió nuevamente el encierro. Cuando diligentes y respetuosos amigos le ofrecieron la libertad, el jeque prisionero los amonestó: "No he venido a la Universidad a apostar mi cabeza a la injusticia”. Su salida fue definitoria: expulsado, se lanza a una vertiginosa carrera política. Es de entonces su amarga sentencia: "Mi otra casa es la prisión”. Casi la mitad de sus próximos 23 años la habría de pasar en celdas.
Durante uno de los escasos períodos de libertad, crea el Awami (Liga del Pueblo de Pakistán Oriental) y en 1954 ocupa un fugaz cargo de ministro de Industrias hostigando la corrupción que imperaba y consumía, aún más, la frágil economía de la provincia oriental. Como muchos bengalíes, era testigo lúcido de la explotación constante que ejercía Pakistán Occidental: la provincia menos poblada devora a la que poseía las riquezas. Es cuando propone sus célebres seis puntos y la total autonomía de Bengala Oriental.
Ahora que es primer ministro y ha vuelto a abrazar a su familia, a su pueblo, es muy posible que haya llegado a su última prisión: la misma Bengala. Jamás ha gobernado; su destino fueron mazmorras y exilios. Bengala espera set gobernada por él, y esto no es fácil. Nunca un país ha dependido tanto de un solo hombre, del magnetismo y del eventual milagro de su acción. Un ejemplo es la suerte de 1.500.000 biharis, musulmanes de origen indio que colaboraron con los paquistaníes, sustraídos a duras penas de la venganza popular por el ejército de la India y la Cruz Roja. Sólo Mujib es capaz de salvarlos.
Lo mismo con el porvenir de 10 millones de refugiados, temerosos de abandonar los campos de la India y regresar a sus tierras de Bengala ocupadas por los musulmanes. Y ésa es la tarea o encrucijada de Mujib: reconstruir un país de 75 millones de habitantes, con una economía pobre aun en tiempos normales. Todo conforma un doble fenómeno que espera una solución: Bengala y Mujibur Rahmán comienzan a gobernar y a gobernarse. Nadie tiene la respuesta. La tienen estos dos recién nacidos.
M. A. B.
PANORAMA, ENERO 18, 1972

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