Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

URSS
Ahora, los herejes van al purgatorio
La Luna mojaba las doradas hojas de los abedules, frente al mar tibio, cuando el teléfono repicó brevemente en el silencio de la dacha de Gagra, próxima a la de Sotehi, donde Stalin había veraneado tantos años.
—Kruschev atiende —dijo el primer ministro, quitándose los lentes y dejándolos caer sobre la página que escribía.
—Habla Breznev. Tengo noticias que darte, Nikita.
—Adelante, Leonid.
—Debo rogarte, en nombre del comité central, que vengas inmediatamente a Moscú.
Kruschev montó en cólera:
—¿Cómo te permites? El comité central no puede reunirse sin mí.
—Estás equivocado, Nikita. Ya se reunió. Me ha nombrado secretario general.
—¿Es un complot? ¿Otro grupo antipartido? Tú y tus amigos van a...
—Lo siento, camarada. Cinco funcionarios del ministerio del Interior van en tu busca. Tendrás que acompañarlos. Nos veremos aquí mañana. Buenas noches.
Esta fue la escena y éste el diálogo, según la mayoría de los corresponsales en Moscú, que invocan "fuentes bien informadas". Ocurrió en la noche del 14 al 15 de octubre. En ese instante concluía el ciclo de once años durante los cuales la biografía de Nikita Sergueievich Kruschev, el antiguo minero de Donbass, se confundió con la historia de la URSS y del mundo.

Los personajes del drama
Los miembros del comité central afluían a Moscú desde el domingo 11; algunos venían de sitios tan distantes como Nueva Delhi (el embajador soviético en la India); habían sido llamados por Breznev, pidiéndoles reserva absoluta. Después de haber sido jefe de Estado desde 1940, Leonid I. Breznev —ucranio. 58 años, mandíbula cuadrada, copiosa cabellera negra, orador opaco— abandonó esas funciones honoríficas al enfermo Mikoyan, el 15 de julio último, para restituirse a la secretaría del comité central, en un movimiento que, dentro y fuera de la URSS, fue interpretado como indicador de las preferencias de Kruschev acerca de su sucesión.
Tres meses le bastaron para ponerse al frente de la "rebelión" que se incubaba en el comité central.
La reunión del "presidium" del comité central —once miembros— comenzó la noche del martes 13 y, como se esperaba, fue el veterano Mikhail Suslov quien llevó la carga decisiva contra Kruschev (como fue Kruschev, en febrero de 1955, quien obligó al obeso y sombrío Malenkov a pedir su propio relevo por "incapacidad").
Los argumentos que Suslov espetó ante la silla vacía del primer secretario son los que, dos días más tarde, condensaría Pravda en un sibilino artículo que no mencionaba al caído por su nombre. La nueva dirección soviética —escribió el órgano oficial del comité central, desalojado su kruschevista director Pavel Satyukov— es "enemiga del subjetivismo y de toda marcha a la deriva en el avance comunista". "Las intrigas, las conclusiones superficiales, decisiones apresuradas y divorciadas de la realidad, la jactancia y las frases belicistas, el autoritarismo y la renuncia a tomar en cuenta los datos de la ciencia y de la experiencia práctica", le son ajenas.
El alegato de Suslov fue apoyado por Poliansky, quien formaba, con Breznev y Podgorny, el terceto de los aspirantes a la sucesión desde que Frol Kozlov quedó descartado, después de un segundo ataque de apoplejía.

Las razones de Suslov
No se trataba, ciertamente, de desandar el camino. Las conquistas logradas por la sociedad soviética en los últimos once años —fin del culto de la personalidad, mayor seguridad individual y atención al consumo popular, política exterior encaminada a la coexistencia— no eran obra de Kruschev, sino de la dirección colegiada, explicó Suslov.
En cambio, los medios empleados por Kruschev no eran coherentes a los fines, ni bastante serios, y tales fines corrían el riesgo de ser desnaturalizados por el oportunismo político del primer secretario, que se fiaba demasiado a la intuición, a la improvisación, a su buena estrella. Hombre de tosca educación, chabacano, con escaso autodominio, no consiguió superar su personalismo. Excepto la afición al terror, los mismos vicios políticos de Stalin volvían a aflorar en el carácter de Kruschev. Era preciso demostrar que provienen de su común origen —revolucionarios profesionales— y no, como se cree en el exterior, de la naturaleza del régimen soviético.
• ¿Por qué el ultimátum de 1959 sobre Berlín, si no existía la decisión de ir a la guerra para expulsar a los aliados?" ¿Por qué se recurrió a un medio tan grosero como el muro para prevenir la desintegración del régimen comunista alemán?
• ¿Era necesario encarnizarse con la memoria de Stalin, a expensas de la objetividad histórica? ¿No se alentó la insurrección húngara contra los stalinistas de Budapest, hasta que fue necesario ahogarla en sangre?
• El experimento de las tierras vírgenes, ¿no fracasó, como hubo de reconocer Kruschev en 1963, por falta de estudio suficiente?
• ¿Era honroso para la URSS que su primer ministro golpeara con un zapato el pupitre de las Naciones Unidas? ¿No fue imprudente enviar cohetes a Cuba y vergonzoso retirarlos sin consultar a Castro?
• ¿No es exagerada la ayuda financiera que se concede a los cubanos, incapaces de hacer los sacrificios que reclama una revolución, o a la RAU, por meras razones de prestigio?
• La polémica con los chinos, ¿no pudo llevarse adelante con mayor temperancia? ¿Por qué venderle aviones de guerra a la India durante el conflicto fronterizo con Pekín? El mundo comunista, once años después de la muerte de Stalin, está atrozmente dividido: hay un "maoísmo", un "titoísmo", un "gomulkismo", una disidencia rumana; y, por fin, Palmiro Togliatti proclamó antes de morir el "policentrismo", que postula la autonomía plena de cada partido comunista.
• Una parte del informe de Suslov estuvo dedicada, según parece, a señalar los insensibles progresos de una campaña de prensa que propicia la introducción, en la URSS, de métodos económicos propios del capitalismo. Es verdad que, en su informe previo al 22º congreso del partido, Kruschev había proclamado su certeza de que, en 1980, la URSS comenzaría su transición del socialismo al comunismo. Pero esa glorificación retórica del sistema de Marx sólo servía para disimular un proceso ideológico regresivo: el ''comunismo" que Kruschev describía, ¿sería algo muy distinto de un capitalismo moderno?
El informe de Suslov fue aprobado por unanimidad de los nueve miembros presentes; Mikoyan estaba fuera de Moscú, precisamente en las playas del mar Negro. Sólo quedaba reunir el comité central para que confirmase las decisiones del "presidium" y obtener el asentimiento del Ejército, por si fuera necesario asegurar con la fuerza la forma jurídica de la sucesión. El comité central deliberó al día siguiente en el mayor secreto, y con número holgado, si bien sus miembros de actitud dudosa no fueron invitados a tiempo. Era preciso evitar que Kruschev, como hiciera en 1955 (lucha con el grupo antipartido), cuando el "presidium" lo puso en minoría, apelase al comité central e invirtiera la situación. En cuanto a las fuerzas armadas, todo indicaba que el mariscal Rodion Malinovski, miembro del comité central, podría disponer de ellas. Desde hacía un tiempo, era evidente la inquietud militar ante el "aventurerismo pacifista" con que Kruschev atendía las necesidades de la defensa.
Kruschev llegó a Moscú —conducido, sin violencias, por cinco miembros de la policía secreta— el 16 por la mañana, e inmediatamente debió asistir a su propio entierro político, en el comité central. No se sabe si le permitieron defenderse.
El mismo Suslov en la reunión del comité central, propuso el nombre del nuevo primer secretario; Breznev fue designado por aclamación (como Stalin, como Malenkov, como Kruschev). Después indicó el del nuevo primer ministro: el tecnócrata Alexei Kossygin, de 60 años —hombre sin sonrisa—, que también fue presentado alguna vez por Kruschev (en París, el año 1960) como su sucesor al frente del gobierno.
En definitiva, los dos hombres que ahora lo desalojaban de sus posiciones fueron escogidos por él mismo; pero el momento de la transición lo decidió Suslov, magro y enigmático individuo puyas gafas doctorales resumen la tradición, gloriosa y mustia, del marxismo teórico.
Cuando Breznev y Kossygin se estrecharon la mano, entre los aplausos de sus compañeros, debieron de mirarse severamente a los ojos, recelando del viejo monolitismo que tantas veces reapareció en la historia del poder soviético. ¿Es todavía inevitable el conflicto entre jefe de partido y jefe de gobierno, o ese conflicto se reabsorberá un día, como parece ya asegurada la dirección colegiada sobre el personalismo?
En todo caso, si uno de los dos debiera sentir un día la exigencia interior —sin duda cruel, tal vez sagrada— de la unidad de mando, será el vehemente Breznev, no el taciturno Kossygin, quien se exponga a una nueva reunión intempestiva del comité central.
Una situación curiosa es la de Anastas Mikoyan, promovido recientemente a la jefatura del Estado para aliviar los últimos años de su laboriosa existencia, víctima, según parece, de un mal incurable. El seguro instinto del armenio le permitió adivinar —mejor que el propio interesado— el día de la caída de Kruschev. Ese día estaba junto a él. ¿Quiso prevenirlo, probar su lealtad? El hecho de que siga en funciones, al menos hasta hoy, hace suponer que, por el contrario, lo invitó a someterse. Si Mikoyan sobrevive políticamente a esta crisis, habrá demostrado ser un perfecto acróbata: lleva treinta años en el comité central.
Algunos corresponsales pretenden que Suslov internó a Kruschev en una clínica. Quizá no se sepa de él hasta el día en que, ya sereno, sea designado para dirigir una granja lechera en Asia Central.
Ese premio bucólico lo tiene merecido: gracias a él, en buena parte, en la URSS de 1964 los herejes van al purgatorio.
Revista Primera Plana
27/10/1964

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba