Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Tucumán
BRAVA EXPERIENCIA INDIGENA
HARAN DE SU COMUNA UNA SOCIEDAD ANONIMA
CENTENARES DE AÑOS TIENE LA COMUNIDAD INDIGENA DE AMAICHA DEL VALLE

UNA de las pocas —acaso la única— comunidad indígena que se conserva en el país, normalmente organizada, es la de Amaicha del Valle, en el corazón del valle Calchaquí, dentro rio la zona geográfica tucumana. Se origina en documentos reales, cuya transcripción resulta interesante desde el ángulo de la legalidad de sus derechos: "Nos, los gobernadores don Francisco de Nievas y don Gerónimo Luis de Cabrera y los jefes y oficiales del ejército de su Magestad Real, don Pedro Luis Soria y don Francisco de Lomorcado de Villacorta, reunidos en este paraje de Encalilla, para dar la posesión real al cacique de los pueblos de El Bañado, Quilmes, San Francisco, Tiopunco, Encalilla y Amaicha, don Francisco Chapurfé, quien manifestó la Cédula Real que antes dimos el año mil setecientos diez y seis en el mes de abriles, en la que se manifiesta que al ser bautizado su padre, el cacique de la Ciudad de Quilmes y de todos estos pueblos, don Diego Utibaitina se labró y selló con nuestro nombre un algarrobo grande, y estando reunida toda la gentilidad de Bacamoca y Lagunas, se le hizo abrazar dicho algarrobo, coger agua en un timbe de asta, acto en señal de la posesión de dichos pueblos, entreparándose ESTATUTA TUIS TERRAS quedó en nombre del Rey, nuestro Señor..." "y que en ningún tiempo ha de quitar persona alguna".
El documento, típico reflejo de una época, establece los limites de dichas tierras, "que son desde el algarrobo sellado línea recta al naciente hasta dar con una loma licada en el punto del Marao y de allí por la cuchilla de Aguila Guasi hasta dar con la cima de los Lampazos y de allí tomando para el sur del cordón que vota las aguas para el valle hasta dar con el nevado y se vuelve para el norte por el cordón que vota las aguas para Tafín hasta llegar a la abra que forma el camino este entre noreste, hasta dar con el cordón que vota las aguas para el Tucumán y volviendo por este rumbo, para el poniente se toma la línea del algarrobo escrito a la abra del sur del morro de San Francisco que mira directamente a la puerta del chiflón del río Bacamoca y por el norte hasta Meayacocach y de allí línea recta al norte de un morro alto y siguiendo la línea hasta el cordón que vota las aguas para Tucumán y volviendo a Meayacocach huye arriba al campo del Mollar, en donde plantamos una cruz grande y de allí se tira en línea recta al poniente al cerro grande, que está frente al Colalao". "Se aclara que el punto del Colalao y Tolombón y el paraje del sur de esos pueblos, llamado El Puesto, préstase por el término de seis años a don Pedro Díaz Doria, para hacer pastar e invernar tropas de mulas del ejército real; y el paraje de Tanfín se arrienda a don Francisco de Villacorta "para hacer pacer cabras y ovejas de Castilla".
Otra de las disposiciones del otorgamiento de la posesión de esas tierras "al susodicho cacique, para él, su indiada, sus herederos y sucesores", ordena "al gran Sánchez, que está 7 leguas del Tucumán abajo, deje venir a los indios que se les encomendara por el referido tiempo de 10 años para que instruidos volviesen todos a sus casas como dueños legítimos de aquellas tierras para que la posean ellos y sus descendientes".
La suscripción del documento fué el punto de partida de la comuna: los indios se agruparon en sus tierras y comenzaron la explotación colectiva de las mismas, tarea que aun se prolonga. Se calcula que en la actualidad son unos 500 comuneros. Las normas establecen que cuando un comunero contrae matrimonio con alguien que no pertenece a la comuna —lo que no le está prohibido— sólo él tiene derecho como titular, y al fallecer heredan el titulo sus descendientes.
Todo comunero debe pagar un impuesto, que le otorga derecho al uso de lo que está fuera de cerco, es decir, el campo, del cual todos son dueños: la leña, la madera, la sal (salina entre Los Colorados y Amaicha), yeso, cal, pasto para el ganado. El uso está limitado por las necesidades de orden particular; pero si se aspira a la comercialización de esos productos tiene que abonarse un impuesto más elevado. El cacique es quien adjudica los terrenos y a él es a quien debe solicitarlo el comunero. Una vez logrado, lo cerca y nadie puede despojarlo.
Con ser absolutamente normal el desarrollo de la comuna indígena, ha surgido, empero, un problema de orden legal en cuanto hace a las relaciones financieras de la comunidad: no existen títulos de propiedad, es decir, las tierras no están escrituradas, lo que causa inconvenientes como éste: los comuneros no pueden realizar operaciones bancarias, que consideran esenciales para un mayor fomento de la agricultura y la ganadería.

Hacia la sociedad anónima
Ante tal situación, ha surgido la idea de transformar la comuna en sociedad anónima, si bien es cierto que los entusiasmos se detienen en el límite de la reflexión: ¿No significará la sociedad anónima la muerte de la comuna, y, en ese caso, el esfuerzo colectivo de los aborígenes no marcará la iniciación de luchas contrarias a la pequeña, limitada, pero cierta tranquilidad y felicidad de que disfrutan?
A los comuneros les sobran antecedentes de posesión y, en ese caso, el Estado tiene la obligación de entregar los documentos que acrediten la propiedad de la tierra. Pero subsisten prevenciones en cuanto a tomar compromisos con instituciones que, asentadas en el criterio del dividendo, podrían afectar una experiencia que se viene conservando a través de los años, en la sencilla organización social aborigen.
Con todo, los proyectos de transformación están terminados, y hasta se ha procedido a elegir el directorio, cuya presidencia se confió al cacique Agapito Mamaní. Sin comprender con claridad el significado del cambio de organización, los comuneros firmaron su conformidad. Confían que con esa firma no se quebrarán sus normas y la vieja organización social se prolongará en el nuevo organismo. No todos comparten la presunción. Quienes viven el conflicto en todas sus dimensiones consideran que. los principios de la oferta, la demanda y el dividendo traerá dificultades a los indios y abrirá las puertas a la ambición.
De cualquier manera, los sistemas modernos avanzan para mejorar las organizaciones y elevar las primitivas formas de vida a un plano superior. Es el aporte al progreso. La nueva experiencia de la comuna indígena de Amaicha del Valle servirá para confirmarlo o para demostrar su negación.

EL CACIQUE
GAPITO Mamaní Arce es el cacique de la comunidad aborigen de Amaicha del Valle. Sucedió a su padre, Juan Bautista Mamaní, aunque no por herencia sino por elección directa y libre de pueblo. Es indio auténtico; comunero como su padre, como su abuelo, como sus más lejanos antepasados. Gobierna con rectitud y firmeza. Sus comuneros llegan hasta él con sus asuntos; los piensa, los resuelve y dictamina. El pueblo tiene fe en la integridad de sus decisiones. Por eso cuando le propusieron transformar la comunidad en sociedad anónima convocó a los suyos y decidieron firmar.
Al llegar la safra azucarera los indios de Amaicha del Valle parten para sumar su esfuerzo al de otros trabajadores. Pero Agapito Mamaní cuida que no sean burlados en sus derechos por las trapisondas de los ingenios. Ahora está frente a la más grande responsabilidad de su vida de conductor de un pequeño y confiado pueblo: entró en la variante de la sociedad anónima y llevó a los suyos al mundo de los dividendos.

Revista Qué (sucedió en siete días)
25.06.1957

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba