Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

La Argentina y el mar
LA ARGENTINA EN EL MAR
Argentina ha superado la época del bizantinismo verbalista, tanto en el orden interno como en el externo. Aquel principio empírico y antiguo de que el movimiento se demuestra andando y no con dialéctica, da tono y estilo a la Revolución. Los declamatorios derechos de la ciudadanía, innocuos y meramente especulativos, se han convertido en los derechos positivos de la Justicia Social. La buena vecindad, antes abroquelada en los discursos de la diplomacia, es hoy acción y realidad. Dueños del producto de nuestro trabajo, recuperado el derecho nacional a disponer de lo nacional, pudimos acudir en ayuda de los pueblos necesitados con las primicias de nuestra tierra generosa. Lo pudimos hacer porque disponíamos de lo nuestro y porque teníamos barcos mercantes de nuestra bandera, tripulados por “gauchos al timón”. Y por eso podemos seguir haciéndolo.

Nuestra vocación marinera
Desde los albores de nuestra nacionalidad fuimos amigos del mar; por vía del mar arribaron nuestros antepasados, y por vía del mar habríamos de mantener el vínculo que permitía nutrirnos en las añejas y generosas fuentes de nuestra cultura, de nuestra sangre y de nuestra fe. La bandera nacional flameó al tope de los barcos de las flotas de Lezica o Echeverría en los primeros balbuceos soberanos de las Provincias Unidas del Sur. Tasajo, cueros y hasta harinas provenientes de aquellas primeras tahonas, era transportado en bodegas criollas al África del Sur, a la península de la Florida o a la isla de Terranova.. . hasta que el liberalismo económico terminó con nuestras posibilidades y abrió un largo paréntesis a esa marcada vocación.
En 1940, prácticamente no había buques argentinos navegando en alta mar.
Hacía más de noventa años que nuestra bandera no ondeaba sobre la popa de los mercantes. Sólo la necesidad de superar el aislamiento provocado por la guerra europea nos colocó en la situación de crear una Flota Mercante de emergencia, armada sobre buques refugiados en nuestros puertos, que el gobierno adquirió o arrendó ex profeso y que, además de cumplir con la finalidad perseguida, dió origen a la Marina Mercante Nacional.

Importancia de nuestra flota
La realidad de hoy, pese al escaso tiempo transcurrido, como que todavía no se llega a los siete años de aquel comienzo, no puede ser más halagüeña. Las bodegas de bandera argentina ocupan el quinto lugar en el transporte de nuestro volumen marítimo, lo que significan cientos de millones de pesos ganados para la economía
del país, al misino tiempo que configura el afianzamiento de una gran industria, precisamente la industria que hace efectiva la soberanía de los Estados, ya que lleva una presencia de Patria en cada bandera.

LOS PRIMEROS BARCOS FRIGORIFICOS
Le correspondió a la Flota Mercante del Estado abrir picada en todos los sentidos. Así como armó los primeros buques e instaló las primeras líneas, por el Atlántico hasta Nueva Orleans y por el Pacífico hasta Los Ángeles, también adquirió los primeros buques frigoríficos de bandera argentina, que fueron: “Río Tunuyán”, con 294.000 pies cúbicos de capacidad: “Río Lujan”, con 141.000 y “Río Jáchal”, con 97.000. Esos 532.000 pies en total, constituyen el origen de nuestra flota frigorífica.

MÁS DE 500 UNIDADES ARGENTINAS
A la fecha, más de quinientos buques de ultramar, y de bandera nacional, surcan los mares del mundo. Veinticinco compañías navieras importantes constituyen otra gran realidad de esta Nueva Argentina, que ha recobrado sus perdidas rutas del mar, haciendo honor así a los cuatro mil kilómetros de su litoral. Al no incluirse en este número los barcos de las flotas fluviales ni los dedicados al cabotaje menor, la cifra no puede ser más elocuente ni demostrativa. Quinientos buques para un país que hace siete años carecía virtualmente de tonelaje, armados en plena guerra y en la postguerra, cuando el trabajo de los astilleros está muy lejos de alcanzar sus límites normales, es una prueba de capacidad realizadora y de alto sentido de empresa que no puede menos que documentarse.

Eficiencia de los “gauchos al timón"
Destruyendo el negro y despectivo pronóstico de un órgano de colectividad extranjera, los “gauchos al timón” han demostrado tanta capacidad marinera como los más veteranos navegantes. Nuestros buques, tripulados y dirigidos por criollos, no sólo han superado aquella etapa haciendo posible nuestra vida de relación y contribuyendo a satisfacer las necesidades más imperiosas de los países americanos y de África del Sur, sino que también, una vez concluida la guerra, se han llegado a los puertos del Viejo Mundo, con sus bodegas repletas de trigo y carne, ayudando así, de manera eficiente, a resolver el problema de la alimentación de la Europa devastada.

Proas criollas por todos los mares
Hemos mantenido e intensificado nuestras líneas por las costas de América y hemos establecido rutas fijas entre Buenos Aires y los puertos del Mediterráneo y entre Buenos Aires y Gotemburgo. Además, un buque de bandera nacional llevó un cargamento de carne a Tel Aviv y Jafa. de la misma manera que se transportaron cereales a la India, de donde se importó un considerable cargamento de yute, con el cual se solucionó el problema del embolse de la última cosecha.
Siguiendo las huellas que trazaran los padres de nuestra flota mercante, desde las épocas heroicas y las hazañas de Buchardo hasta las del comandante Luis Piedrabuena o de la corbeta Uruguay, muchas páginas relevantes llevan escritas ya nuestros marinos mercantes. Un buque nuestro, de nuestra bandera, salvó la tripulación íntegra de un buque inglés que chocó con una mina; aunque jamás habían realizado tan difícil tarea, barcos argentinos transportaron desde Estados Unidos hasta Buenos Aires poderosas locomotoras para los Ferrocarriles del Estado, sin que ocurriese el más mínimo accidente y sin que se produjese la más insignificante avería, tanto en las máquinas como en los buques o en las instalaciones de los muelles. De la misma manera, nuestros marinos saben accionar en los puertos de la Costa Sur, realizando las maniobras de carga y descarga con los buques varados sobre la playa, a cuyo costado arriman carros y camiones, para proseguir viaje cuando la pleamar, tan pronunciada en aquellas latitudes, deja fondo suficiente para la maniobra.

LAS ÚLTIMAS GRANDES ADQUISICIONES
En los astilleros Barrow in Furness de Gran Bretaña, se está construyendo, para una compañía argentina, el ballenero más grande del mundo. Se trata de un buque fábrica, o factoría flotante, en la que se faenarán las ballenas, extrayéndoles el aceite, envasándolo y aprovechando totalmente todos los subproductos de tan rendidor animal. Esta unidad, la más moderna en su tipo, constituye otro motivo de legítima satisfacción para el argentino, que se siente así liberado de su condena a pueblo mediterráneo en que desenvolvió, como consecuencia de una errónea y nefasta arquitectura económica, la vida de sus últimos noventa años. Debemos agregar la adquisición de modernos y lujosísimos paquebotes de pasajeros, el primero de los cuales realizará su viaje inaugural en abril venidero. Unirá Londres con Buenos Aires en sólo 16 días y será una verdadera ciudad flotante. Barco de 158 metros de manga y de un calado de 26 pies, desarrollará una velocidad de 19 millas horarias, accionado por motores a moderna turbina, de 14.500 caballos de fuerza. Sus camarotes serán verdaderos departamentos; tendrá dos lujosos comedores, salas de lectura, peluquería, institutos de belleza, cinematógrafo, salón de música, piletas de natación, gimnasio y cuanta comodidad requieran los pasajeros más exigentes. El primero de estos dos trasatlánticos de gran lujo —hemos dicho— está a punto de ser terminado, y ha sido bautizado con el nombre de “Presidente Perón”.

Revista Argentina
01.01.1949
La Argentina y el mar
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