Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

CREADORES SE OFRECEN
"Lo importante no es lo que hago, sino cómo lo hago."
"Soy esa clase de persona por la que todos tiemblan" Mae West.
Morir, huir, desaparecer, escribir la palabra fin antes de lanzarse al espacio... han sido, por regla general, los destinos de cualquier pionero que haya marcado con fuego su exigua cuota de eternidad. Pero para Dalila Puzzovio (25) y Carlos Charlie Squirru (34), sus idus, afortunadamente, se han prolongado en el tiempo: cada día puede ser una aventura maravillosa.
Instalados nuevamente en Buenos Aires (su vida se reparte entre el Hudson y el Plata), acaban de recibir un reconocimiento proveniente de USA: sus diseños industriales para géneros fueron elegidos entre los treinta mejores del año. Y no sería raro que en un país como al nuestro (donde se da olímpicamente la espalda a los creadores y la juventud) las señoras burguesas o "finas" comenzaran a usarlos porque "estos americanos son geniales"; una siniestra paradoja. A pesar de ella, el binomio se resiste a emigrar, y a seguir las huellas de todo un fuerte grupo de creadores que el Gobierno policial de Onganía espantó. Hoy, otros países, otras ciudades, los consideran propiedad suya.
Pese a la violencia, o gracias a ella, Occidente todavía tiene lugar para la sorpresa, el misterio y la alegría. Tres atributos esenciales del ser humano que los argentinos tratan de olvidar: prefieren embadurnar sus cerebelos con un gris subido que nada tiene que ver con la materia habitualmente alojada en esa parte de la anatomía.
Sin embargo, hubo una época en que toda una juventud poderosa trató de cambiar las cosas, lográndolo en buena medida para ellos y para las generaciones subsiguientes. A ella pertenecen Puzzovio y Squirru, y en ella cimentaron su individualidad, su amor por la libertad y su culto a la alegría. Porque ¿quién no recuerda aquel jueves de 1965 cuando sus efigies y la de Edgardo Giménez invadieron la ciudad, poster mediante, produciendo insólitas aglomeraciones?
Tampoco todo era rosa, pese a los baldazos de color del trío, "había gente que cruzaba la calle para no mirarnos".
Aunque los boicoteadores se reclutaran en las filas de esa especie aborrecible del artista —político— disconforme, mezcla rara de beatnik y trascendentalismo burgués. En esa época Dalila pergeñó gigantescos zapatones y obligó a los críticos de arte —que luego la premiarían— a recorrer todas las diseminadas sucursales de Grimoldi para vez su "obra".
Hacía un año ya que Squirru había colgado sus pinceles, en un renunciamiento nostálgico, mucho antes de que se cuestionara la esencia misma de la pintura. Mucho antes, también, de que alguien le reconociera su calidad de adelantado en un reino de sangre y crueldad, que los aledaños argentinos del arte empezaban a vislumbrar, y admirar, en obras de extranjeros.
Para registrar su experiencia americana, recorrer sus actuales actividades e indagar a su lucidez sobre temas que hacen a toda una generación clave, un redactor de primera plana estuvo con ellos. Este es su informe.

primera plana: ¿Cómo entraron en USA?
Dalila: Fuimos por dos meses, así, tipo tanteo. Después decidimos que nos queríamos quedar y nos pusimos a trabajar. La conexión que teníamos era en telas y nos encerramos dos meses en nuestro departamento de Nueva York hasta completar una carpeta con doscientos trabajos. La Editorial Vogue, que produce las revistas Vogue y Glamour, se interesó mucho y nos hizo el contacto con los clientes. Ellos tienen especialistas en color, telas, materiales y marketing. Sus semanarios deciden, imponen el gusto masivo de los 180 millones de americanos. Lo nuestro resultó apto para el júnior market, entre 18 y 25 años.
Carlos: Para penetrar en un medio tan competitivo hace falta tener ideas, realizarlas y poderlas presentar. Nuestros diseños para pañuelos se basaron en general en paisajes, porque allá se está mucho en salvar la naturaleza, volver a las fuentes naturales.
Dalila: Toda nuestra línea se llamó "¡Salven la Tierra!" y respondió a una tendencia estética emparentada con el auge de la ecología, una ciencia que estudia el equilibrio natural en escala planetaria.
primera plana: ¿Cómo se trabaja concretamente para ese mercado?
Dalila: Para hacer diseño en Estados Unidos es imprescindible leer constantemente los diarios, ver tv, no perderse las últimas películas, porque todos los temas son de inmediato comercializados y se convierten en motivos de moda. De ahí nuestros trabajos con focas. En Canadá las estaban matando para usar su cuero en zapatos y carteras, y eso causó una reacción general por la conservación de esa especie. Todo el mundo hablaba de las focas del Canadá. Entonces, viste, para ver al cliente tenés que tener diseños con focas. Finalmente, si no tenés un vestido con la foca, la cosa no anda. Además es un modo de protestar, ¿sabes?
primera plana: ¿Qué tiene que ver la moda con la ecología?
Carlos: El Ecology es un movimiento de preservación de los recursos de la naturaleza cuyo color distintivo es el verde y que tiene su correlato en el diseño. Muchos de nuestros trabajos están concebidos en distintas gamas del verde. La gente allá toma partido por las cosas. Aquí puede ser que diga: bueno, qué me importa, cortaron todos los árboles de tal plaza, no me importa nada. En Nueva York sacaron unos árboles del parque que rodea al Metropoliten Museum y tuvieron que plantar el triple, porque a la gente le interesa que se mantenga el verde.
primera plana: ¿De qué modo se maneja la industria del género?
Carlos: Son puntualísimos. Nosotros vendimos nuestras obras y nos pagaron inmediatamente, aunque sabían que éramos turistas, que estábamos por ocho o nueve meses. Son casas muy grandes, que a veces envían los dibujos para imprimirlos en el exterior, en Japón, Francia o Italia, donde se realizan los trabajos más finos y delicados. Después vuelven, porque el mercado más poderoso en este campo sigue siendo el americano.
Dalila: Lo más interesante fue descubrir que para lo que nosotros hacemos existe una necesidad. Aquí no la hay porque se recurre a la copia de lo que viene de afuera.
Carlos: Hasta ahora, los empresarios locales se limitan a comprar los chablons y los clisés ya preparados en Europa, a veces varios años antes. No se va a crear cosas argentinas, así, para el consumo...
primera plana: ¿Eso, a qué se atribuye?
Carlos: Es que en Estados Unidos hay una competencia bestial. Hay muchas firmas que tratan de sobrevivir ganándose al consumidor mediante el lanzamiento de prendas originales. El comerciante argentino, en cambio, ¿para qué va a pagar tanto diseño, y tanta cosa, si a lo mejor puede traer los modelos de Europa que acá no se conocen ? Allá se largan a comprar diseños para sorprenderse unos a otros, a ver quién sacó la mejor colección. Hacer eso en nuestro medio implicaría un riesgo muy grande, porque nosotros no tenemos detrás una publicidad tan poderosa como la que pueden representar revistas como Elle, Glamour o Vogue. Y por otra parte el cliente porteño, por ejemplo, está buscando algo impuesto. No se va a poner cosas, así, que signifiquen una experiencia nueva, o demasiado original. Por otra parte, se le da un cierto valor a la cosa extranjera por el hecho de serlo, pero ese es un fenómeno que también se produce en Estados Unidos. A los americanos les gusta descubrir telas o motivos de procedencia italiana, lo que no impide que tengan diseñadores propios que trabajan muy bien, a un altísimo nivel.
primera plana: ¿Es difícil preservar la propiedad intelectual de los diseños?
Dalila: Los clientes son firmas poderosas, agrupadas en edificios cuyas oficinas interiores parecen cajas fuertes, con puertas que se abren mediante combinaciones cifradas, como verdaderos tesoros. Una vez adentro se vuelven a cerrar herméticamente hasta que vuelven a encarpetarse los trabajos. Hay una competencia feroz y un sub-mundo de espías muy particulares. En el Garden District, una especie de enorme Once, hay unos rascacielos con alrededor de quinientas oficinas donde esperan los posibles compradores. Detrás de cada representante hay expertos que realizan un delicado trabajo de selección.
Hasta ellos llegan creadores de todo el mundo a ofrecer sus trabajos, rodeados del mismo secreto que podría existir en una planta de producción de artefactos nucleares. Una tela, para ser considerada un éxito, debe imprimirse sobre un millón de yardas.
Carlos: Así como los clientes cuidan con celo sus cosas, los diseñadores tienen que preservar las suyas. Las ideas allí se pagan mucho. Por eso es que hay que defender las creaciones y rechazar tratos tales como dejar las carpetas y volver una semana después, a ver qué pasa, y cosas por el estilo. Todas esas oficinas están munidas de máquinas Xerox y copiadoras en color capaces de reproducir fielmente cualquier original.
primera plana: ¿Y los hippies, las drogas ...?
Dalila: Yo creo en las experiencias individuales y no en las colectivas. Así que mi imagen es totalmente personal. Woodstock fue una expresión, casi un símbolo, de lo que representa esa juventud, esos millones de personas que llenan los festivales de música beat. El primero se hizo en Monterrey, donde actuaron Janis Joplin, Jimmy Hendricks y Rabi Shanka, el hindú. Después vino Woodstock, que fue una inmensa eclosión juvenil, un festival realizado por gente desinteresada, sin ningún afán comercial. Los empresarios, sin embargo, vieron en seguida detrás de esas multitudes el gran negocio. Y quisieron repetir la experiencia con fines de lucro.
Las entradas eran mucho más caras, se prohibían ciertas cosas. Era un Woodstock tipo Establishment. Pero la gente se rehusó y fue un fracaso. Se lo llamó el festival sin música, porque los mejores conjuntos no quisieron presentarse al no podérseles asegurar las altas pagas prometidas.
Carlos: Con la película de Woodstock también, los chicos estuvieron geniales. Cuando se vieron partícipes de eso que ya era un negocio, y vieron que tenían que pagar cinco dólares para verla, porque se aumentó el precio, surgió un movimiento para que se dejara de ir a los cines que la proyectaban. En Los Ángeles y en otras ciudades importantes hubo grandes manifestaciones y la concurrencia empezó a disminuir. Nosotros, por ejemplo, no la vimos.
Dalila: Lo importante es cómo toman conciencia de en qué momento se los está utilizando, o se los quiere comercializar. Por eso es que hay quienes piensan que el negocio de la ropa dejó de serlo. Porque esa gente joven no consume nada de lo que se le imponga. Se hacen su propia ropa, sus propios zapatos, tejen... Un confeccionista de Los Ángeles declaró hace poco: "Cuando yo iba a la escuela pensaba dos veces antes de prestarle las pinturitas a un compañero; ahora todo el mundo comparte su guardarropa, de modo que el negocio de las prendas de vestir amenaza con naufragar". La ropa se colectiviza. Ya está el unisex: un muchacho y una chica pueden usar la misma ropa sin ningún problema.
primera plana: Una vez aquí ¿cómo vieron las cosas? El Centro de Artes Visuales del Di Tella desapareció. . .
Carlos: Sí. Eso nos pareció horrible. Creo que es el único país en que pueden ocurrir cosas semejantes. Mientras todo el mundo trata de capitalizar lo que tiene en pintura y diseño, de
refregarlo al resto del mundo —como los brasileños, los italianos o los franceses. que se desviven dando cocteles para promover a sus artistas—, aquí se cierra el principal foco creativo en el campo de las experiencias plásticas. Mucha gente no soportó al Di Tella, lo que el Di Tella desencadenó.
Dalila: Yo, cuando vi empaquetar lo que había en el Instituto, tomé conciencia de lo bestial que era. Pero no se le dio apoyo oficial, a pesar de ser una obra de promoción del arte, y no pudo seguir. Es que cuando el Establishment quiere tener, así, por otro lado, una fuerza creadora, libre, no puede. Cuando se dan cuenta de eso lo tienen que cerrar. Sí, eso está contra ellos. El arte está contra los Gobiernos. Expone las cosas tal cual son y a mucha gente no le gusta verlas así.
primera plana: ¿Ustedes consideran que la experiencia pop que culminó aquí hacia el 66 el algo muerto, sin perspectivas, una mera moda, o que puede seguir desarrollándose?
Dalila: Yo pienso que fue un momento, que muerto no está desde que ha dejado muchas secuelas y discípulos. Muerto se puede decir de algo que nunca vivió, ni desencadenó, ni gravitó para nada. Pienso que no está muerto. Nosotros no estamos trabajando más en ese tipo de cosas porque ya todo lo que teníamos que hacer lo hemos hecho, pero pienso que no ha aparecido nada más fuerte como para poder, así, borrarlo, viste... Además pensamos que dejó una influencia que pervive en otras corrientes. En el lenguaje, en la música, en la publicidad, en la ropa, en los medios. . . en todo.
Carlos: Fue un momento de gran libertad, durante el que se pudieron hacer cosas. Pienso que el Instituto brindó la posibilidad para que se hicieran; fue una de las cosas más claves, tanto en plástica como en teatro. Y se pudo hacer. Sirvió también para hacer conocer a la Argentina en el mundo, que es totalmente ignorada, hasta el punto de que no se sabe directamente lo que es. Esas son empresas bien patrióticas, que favorecen al país. Lo demás es palabrerío. Toda la Revolución Argentina es un folletín. Lo único que tiene importancia es hacer ese tipo de trabajo y tratar luego de promoverlo en el resto del planeta.
primera plana: Lo curioso es que hay una serie de creadores argentinos que parecen haberse perdido por el mundo.
Dalila: No. No están perdidos. Lo que sucede es que falta información. Pero están trabajando y haciendo un buen papel. Los que se van es porque pueden funcionar en otros lugares. De vez en cuando es preciso demostrarse a uno mismo que se tiene capacidad para trabajar en otro ambiente. En la medida en que acá no parecen necesitarnos, uno se pregunta: ¿para qué insistir?
Carlos: Yo, por ejemplo, no pienso pintar más cuadros. Los encuentro una cosa, así, pesada, fuera de lo que yo podría hacer en este momento. No me interesa crear objetos para que alguien los tenga en algún rincón de su casa. Se trata de expresarse a través de las cosas de uso, y de que éstas lleguen realmente al público.
Dalila: Para nosotros lo importante es el cierto encanto capaz de desencadenar algún misterio. Cuando se cuelga un cuadro ya se sabe lo que va a pasar. Lo más posible es que no pase nada. Pero al diseñar un objeto de consumo y lanzarlo al mercado se están desencadenando muchas más emociones y situaciones, se ejerce una influencia mucho más vasta, rica y multifacética. Desde que volvimos de Estados Unidos apenas hicimos algunos diseños para Fuera de Caja, la empresa de Romero Brest. Un trabajo para 15 días. No hemos tenido otros pedidos.
primera plana: ¿Cuáles son las perspectivas?
Carlos: Para nosotros, pobres. A no ser que aparezca gente como los Romero, que nos encargan diseños porque quieren hacer algo original, en vez de poner en la tacita la florcita de durazno que se viene repitiendo la misma desde hace 50 años (cada vez peor, porque el grabado les sale peor). Nosotros podemos hacer vestuarios para cine pero acá casi no se filma. Es necesaria una apertura para los artistas. Necesaria y urgente. No tenemos por qué quedarnos.
primera plana: Lo que ustedes hacen, ¿está muy ligado a la masificación?
Dalila: En realidad, sí. Pero todas las cosas que se han logrado en otros países necesitaron, desgraciadamente, de grandes capitales.
Carlos: Nosotros, diseñadores argentinos, estamos ahora en Buenos Aires. Podemos diseñar cualquier tipo de cosas, desde los papeles de las paredes hasta un cenicero. La cuestión es saber si el país puede dar incentivos, si tiene necesidad de algo así. Pareciera que no tiene mucha. Hace falta algo así como un magiclick espiritual a partir del cual los empresarios se pregunten: ¿pero por qué voy a hacer todas las cosas copiadas de Francia, Inglaterra, España, si puedo dar una oportunidad ... ?
Dalila: ... a los Squirru.
Carlos: El público no va a protestar espontáneamente. Ni sabe de dónde vienen los diseños que se pone. Ni se interesa. Pero Buenos Aires está preparado para que sus diseñadores lo llenen de colores y formas, lo está deseando. Mientras tanto, lo importante es manejar un lenguaje internacional que nos permita funcionar en otros países hasta que llegue el momento de trabajar a fondo en el mercado local.
primera plana: ¿Y Evita?
Dalila: Dignifica ...
Carlos: Evita siempre está de actualidad.
Dalila: Siempre está en un rincón de nuestro corazón. Si a mí en vez del arte me hubiese interesado la política me hubiera gustado ser Eva Perón. Por eso es que no opino sobre política, ni repito lo que leo en los diarios. Porque no sé de política, no soy política, pero si me gustara la política me gustaría ser presidenta.
primera plana: Jefa espiritual.
Carlos: Jefa espiritual de los diseños.
primera plana: ¿Para ustedes la masificación del arte es algo que depende de los artistas?
Carlos: Detrás de cada actor, por ejemplo, o de cada artista famoso, hay mucho dinero, que ha hecho posible que uno lo conozca. Estar rodeado de cosas bellas es una necesidad. Pero no lo es para todos nosotros. En muchos casos la necesidad es estar rodeado de cosas horribles. El mal gusto es una fuerza tremenda, avasalladora. Por eso hay que dar posibilidades para que esté al alcance de la gente el buen diseño argentino. Después, si es rechazado, se verá por qué. De todos modos, la lucha es dura. Lo vemos todos los días en nuestro stand de Exposhow, donde tenemos artesanía de moda a precios superpopulares, desde 100 pesos hasta 3.500. Siempre nos compra la misma gente, la que ya nos conoce. Los de Avellaneda pasan como rocas, así.
19/1/71 • PRIMIRA PLANA


ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba