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VIDA COTIDIANA
Ceferino Namuncurá: La santidad como negocio
El culto de Ceferino Namuncurá es el fenómeno de la mitología popular que más ha crecido en los últimos cinco años. Cerca de 2 millones de adeptos le conceden la misma importancia que a Nuestra Señora de Luján, en tanto que las devociones a la Difunta Correa, en San Juan, y a la Virgen de Itatí, en Corrientes, aparecen a su lado como fervores limitados y casi localistas. Así, el llamado Lirio de la Patagonia, Santito de las Tolderías y Príncipe de los Mapuches —que a fines del siglo XIX y principios del XX fue usado como bandera para la evangelización de los indios— ha llegado a convertirse en el Patrono Popular de la Argentina.
Los mercaderes de la santidad debieron ocuparse de componer estampas, cuadros y hasta pequeños bustos de yeso para saciar la demanda que impone su culto. Uno de los comerciantes con más antigüedad en el ramo, que fue lujanero (es decir, con puesto al pie de la Basílica), y ahora ruega discreción para su identidad ya que está al frente de una fábrica clandestina de objetos de santería menor, sostiene que "Ceferino nos obligó a redoblar esfuerzos y pudimos detectar que su imagen es lo que más vende. En Luján mismo hay que llenar los puestos con su carita de aburrido. La Virgen reina en el lugar, pero él ya desplazó a Gardel, que venía segundo cómodo".
En el ramo de la santería menor, usufructuada por unos 8 mil santeros que comercian con los 150 cultos seudo-religiosos y fetichistas conocidos en el territorio argentino, las estadísticas económicas resultan difíciles de establecer. El precio final de una chuchería religiosa rebosante de acrílico y exaltados colores varía de acuerdo con la habilidad del santero y la ingenuidad del cliente. Pero no menos de cien millones de pesos viejos han dejado los devotos de Ceferino a lo largo de 1971 en reproducciones de todo tipo (ver página 29).
Es cierto que la cifra computa los stocks de los minoristas, pero pueden agregársele otros rubros anexos: los viajes de los feligreses por los parajes del Sur donde habitó el indiecito o donde descansan sus restos —Fortín Mercedes, Viedma, Chimpay—, la adquisición de los libros y revistas dedicados a reverenciarlos, y hasta algunos donativos que la comunidad salesiana —protectora del culto a Ceferino— recluta para financiar el costoso proceso de beatificación que se ventila en Roma.

SALVADO DE LAS AGUAS. Ceferino fue el sexto hijo del cacique Manuel Namuncurá y el más destacado de la docena de vástagos que el caudillo de Salinas Grandes tuvo en las tres uniones que se le conocen. Su madre, Rosario Burgos —una mestiza chilena que Namuncurá hizo cautiva en un malón trasandino—, lo trajo al mundo en un crudo invierno patagónico, el 26 de agosto de 1886. Sucedió en Chimpay, a orillas del río Negro, y su nombre surgió probablemente del almanaque del bolichero del lugar: San Ceferino, Papa y mártir. Aunque el bautismo fue impartido recién el 24 de diciembre de 1888 por el salesiano Domingo Milanesio, el mismo sacerdote que había convencido a su padre —diez años antes— sobre la conveniencia de no resistir más a la campaña militar contra la barbarie.
Manuel Namuncurá terminó por canjear su reinado por unas miserables leguas de tierra y el uniforme de coronel del Ejército Argentino. Otros antepasados habían sido menos dóciles. El bisabuelo de Ceferino fue Huentecurá, quien ayudó a San Martín —se supone— en el cruce de los Andes. Algo menos cortés, el abuelo —Juan Calfucurá— acaparó el mayor prestigio familiar (si se exceptúa al propio Ceferino) por su defensa de los territorios aborígenes.
Apenas caminaba cuando, en un descuido de la madre, Ceferino cayó a las aguas del río Negro. Sucedió en Viedma y su salvación parece haber sido providencial: un remolino lo arrojó a la costa. A los once años, el padre lo trajo a Buenos Aires. En el viaje debió explicarle que no se llamaba Morales, sino Ceferino. Se presume que la bondad del chico hizo que lo motejaran con el apellido de un sumiso peón de la zona.
En la ciudad, Manuel Namuncurá consiguió que el general Luis María Campos recomendara a Ceferino para ingresar en los talleres de la Marina (donde actualmente funciona el Museo Naval del Tigre). El chico no resistió el cambio y el padre-coronel recurrió, esta vez, al ex presidente Luis Sáenz Peña. El anciano —que fue su tutor en Buenos Aires— lo mandó al Colegio Pío IX, aún en pie en el barrio de Almagro.

DIGNO DE ALABANZA. El 20 de septiembre de 1897, el pequeño mapuche llegó al colegio de la mano de su padre. Allí fue acogido por el obispo Cagliero, y desde entonces su vida cambió para siempre. En el primer año fue aplazado, pero hasta 1903 logró mejorar. Llegó a trepar al escenario del colegio para recibir, junto a Carlos Gardel, el premio digno de alabanza. A Gardel lo superó sin embargo en canto, y consiguió un primer puesto. Tenía voz de soprano y sus compañeros no olvidaron su El in terra pax de la Misa de Capocci. Cuando fue a Viedma —en 1903— se había trasformado en tenor. Ya estaba enfermo. Fue allí, en la sede salesiana rionegrina donde, buscando los tonos altos de Guillermo Tell de Rossini, aumentó la tosecita que siempre lo acompañaba: tuvo entonces el primer vómito de sangre, tenía casi diecisiete años y hacía cuatro que arrastraba su deseo de hacerse sacerdote "para salvar a los de mi raza". Se refería —claro— a la salvación espiritual, porque su gente se había convertido ya en una chusma empobrecida y enferma.
Jugaba a la polola vasca, pero sus habilidades eran el tiro con arco y flecha. Devoto hasta la obsesión de María Auxiliadora, atendía fervorosamente las formalidades del culto. Al parecer, nadie le impedía que trepara al campanario o que limpiara la capilla. Monseñor Cagliero terminó por llevarlo a Roma para que siguiera sus estudios. Era su propio trofeo de evangelización. Lo llevó incluso ante el Papa Pío X, a quien Ceferino regaló un quillango. El Papa le entregó a su vez una medalla de plata.
La enfermedad lo aniquilaba. Debió cortar los estudios para internarse en el hospital Fatebenefratelli. Falleció el 11 de mayo de 1905. Lo enterraron en el cementerio romano de Campo Verano. Los pastos y el olvido cubrieron la inscripción Ziffirino Namuncurá, hasta que en 1915 fue exhumado para la repatriación, una secuela de la campaña por el sacerdote José Vespignani en 1911: remitió a los posibles testigos de la vida de Ceferino un cuestionario. Así comenzó la veneración del santito. En realidad, el impulso final es más reciente.

INFRAESTRUCTURA DE LA DEVOCION. Curiosamente la comunidad salesiana quedó un tanto marginada de la producción de imágenes de su ex alumno ya que "los propietarios de santería y los mismos santeros imprimen las estampas", según la afirmación de Carlos Prieto, un morocho de gran parecido físico con Ceferino que dirige la imprenta de Don Bosco. Prieto recuerda con nostalgia las 30 mil estampitas diarias que hasta hace poco salían de las máquinas. "Pero ahora el desplazamiento de la producción ha hecho que los únicos pedidos lleguen de los curas del interior". En la librería salesiana anexa a la imprenta el voluminoso stock decrece a razón de 40 pesos viejos la unidad. Allí un vendedor admite que Ceferino "compite en materia de estampitas y medallas nada menos que con María Auxiliadora".
El crescendo de la devoción ceferiniana se mide con otros termómetros. Al 1200 de la calle Laprida, en pleno barrio norte de Buenos Aires, una vieja casona da albergue al Centro de Propaganda Pro-Ceferino, que tiene filiales en Bahía Blanca y en Pedro Luro. El local está atestado de vitrinas con reproducciones de todo tipo y es asediado de continuo por feligreses. Los atiende un sacerdote viejo, el padre Luis, quien cumple funciones de asesoramiento e información. "Aquí nos encargamos de difundir a Ceferino y reclinamos los datos sobre gracias concedidas. Los envían desde todos los rincones del país y acostumbramos a publicarlos en un boletín que tira 105 mil ejemplares.
Los cerefinianos que no se conforman con el culto doméstico hacia la imagen de su protector caminan una cuadra más y consultan a la Organización Auxiliar Turística (OAT), encargada de organizar visitas periódicas a Fortín Mercedes. Los periplos suelen durar hasta cinco días y su itinerario satisface al más exigente peregrino. La meca es el Fortín que, reconstruido, evoca al que edificó Rosas en la campaña al desierto del año 33. Allí descansan los restos de Ceferino, una contradicción —si se quiere— puesto que el Fortín representa en la historia nacional una avanzada militar contra los habitantes autóctonos, propietarios verdaderos del desierto. El indiecito representa —por su parte— una raza aniquilada por el hombre blanco que ahora lo venera.
El tour incluye una visita a las aguas termales próximas y a la laguna La Salada (recuadro al pie de página), para seguir hasta Viedma y Chimpay. En Viedma, a orillas del río Negro pasean por el colegio donde Ceferino continuó sus estudios porteños y donde estalló la crisis de su tuberculosis. Continúan hasta Chimpay, un pequeño pueblo asentado a la vera de la ruta nacional número 22, donde nació.
Al parecer, la demanda de pasajes hizo crecer un ramillete de agencias de viajes interesadas en el boom. Hace siete meses, la empresa Fluvi Tour de Buenos Aires decidió explotar el fervor ceferiniano. "Fue una decisión acorde con el auge del mini-turismo que nosotros fomentamos" informó Eduardo Terreni, promotor de la agencia. "Hacemos dos viajes mensuales y jamás nos quedan asientos vacíos. Muchos son simples turistas pero el noventa por ciento son peregrinos. Cuando llegan, el cráneo blanco de Ceferino impresiona a los visitantes: ganados por una curiosidad casi morbosa, empañan con sus ruegos la vitrina protectora".
Es un viaje de dos días y cuesta 12.800 pesos viejos, un desembolso que incluye trasporte, alojamiento completo y servicio de guía.

SUS CULTORES. Los breves años que transitó el joven mapuche por el camino que parece conducirlo a los altares ocupó la atención de historiadores, cineastas, libretistas y compositores. Desde Manuel Gálvez hasta el sacerdote Raúl Entraigas se lanzaron sobre la copiosa correspondencia que el personaje despachó desde Italia. Marcos Petrucci decidió narrar su biografía en un film que acaba de rodar. Petrucci es un joven productor italiano que vive en perpetuo asombro por su anonimato. "¿Quién me conoce a mí?" se preguntó al ser consultado por Panorama. Necesita por esa razón desplegar un extenso curriculum.
"Yo llevé al estrellato a Sofía Loren que era mi secretaria y no valía nada —gorda y sin gracia—. Fui actor en Ladrones de bicicletas y aquí descubrí a Norman Briski y a Susana Giménez. Soy el productor de Ciao, amore, ciao, El bulín y Santiago querido. En Roma tuve
el restaurante Capriccio, allí conocí a Eva Perón y a Juan XXIII cuando era cardenal. También manejé la boíte Vecchia Roma, y aquí, en Buenos Aires, el Augustus y Menú 40. Como actor me descubrió De Sica".
No fueron sin embargo esos antecedentes los que lo enredaron con la historia que ahora ha filmado. "Por una pelea estuve cinco meses en Devoto. Una viejita que frecuentaba la cárcel me dejó una estampita de Ceferino. No le di importancia y la tiré. No sé cómo siempre aparecía y una noche de insomnio, al tomar un vaso de agua, la estampa volvió a surgir pegada al vaso. Casi inmediatamente apareció mi abogado para anunciar mi libertad. Así empecé por preocuparme por ese personaje oscuro, casi antipático".
El actor Luis de la Cuesta es el Ceferino del film, acompañado por Olga Zubarry y Jorge Villalba. Ulyses Petit de Murat preparó el guión y el rodaje incluyó los escenarios naturales que conoció el personaje. Petrucci ya vendió su obra en los Estados Unidos por 20 mil dólares y aquí piensa estrenarla en abril.

TAMBIEN CON GUITARRA. A la manera de Petrucci, un canillita de Avellaneda accedió a la devoción ceferiniana. Mate en mano, en su casa de Florencio Varela, Juan Cosenza remata sus ocupaciones entre zambas v vidalitas. Es compositor de temas folklóricos desde que "Gabino Correa me pidió —hace unos años— que le compusiera letras sobre la rica temática pampeana. Yo que nunca fui más allá de Chascomús me agencié muchos libros y conocí a Ceferino. Fue con una biografía de Tallarico Frontera". Su Canción para un indiecito, es parte del cariño que profesa a la dinastía de los piedra (curá), ya que además compuso Don Manuel Namuncurá y Piedra Azul. "No era muy creyente y Ceferino me ayudó a descubrir la fe cristiana" se consuela. "No me interesan tanto los milagros —asegura—, pero en cambio me atraen las caracteristicas humanas del tapecito. No. Mi fe no es tan sobrenatural. Es algo más concreto".
Según el historiador salesiano Raúl Entraigas, Cosenza es un erudito de los temas ceferinianos "y debió ser él el elegido para contestar en un programa televisivo". Sin embargo el propio Entraigas está considerado como el mejor biógrafo, con su libro El mancebo de la tierra. Asesor espiritual de los jugadores de San Lorenzo de Almagro, el padre Entraigas sostiene que Ceferino no sólo recluta humildes. "Su imagen, infaltable en los colectivos, suele citar en el escritorio de los ministros y la lleva desde el obrero que revoca el frente de un edificio hasta el arquitecto que dirige la obra". Y agrega: "La satisfacción de contar con un santo argentino se ve postergada por la necesidad de canonizar previamente a Juan XXIII. Pero luego —calculo que a mediados del año que viene— a Ceferino nadie lo para". Es posible. Entretanto, Ceferino no es siquiera venerable de la Iglesia.
En Viedma, el obispo local José Borgati (80) es quien mejor puede informar sobre la causa ceferiniana. En su escritorio, una carta con membrete de la Santa Sede detalla el tono de los acontecimientos que se avecinan. "La causa de Ceferino marcha. Será reabierta en abril próximo". La rúbrica es de monseñor Luis Castaño, procurador de la orden salesiana ante el Vaticano. "Lo que puedo adelantar —concede Borgati— es que un gran obstáculo ha sido superado. En la próxima primavera europea habrá una canonización postergada. Luego, el camino puede quedar libre para nuestro Ceferino".

EL PROCESO. En la década del 30 los sucesores de Don Bosco impusieron el caso al Vaticano y en mayo de 1944 la Curia Romana ordenó una investigación sobre "santidad, virtudes y milagros". Se iniciaron procesos en Turín, Buenos Aires y Viedma. Fue a principios de 1957 cuando Pío XII aprobó la sentencia de la Sagrada Congregación de Ritos y designó la comisión para incorporar en definitiva la causa.
En Viedma se ventilaron los juicios informativos y apostólicos a partir de 1947 y ante un tribunal de tres miembros. Estuvieron un abogado defensor de la causa y otro opositor: el abogado del diablo. En abril se abrirán los juicios de las virtudes heroicas y comprobación de milagros. Uno de ellos relata la salvación de un chico que se tragó una hoja de afeitar y la radiografía detentó. En ese caso el abogado del diablo argumentó que los jugos gástricos pueden haberla disuelto.
Los candidatos a la aureola tienen, además, que haber aceptado la muerte con resignación. Una buena muerte es condición sine qua non. Recuerda Borgati que en tiempos de Pío XII un joven francés postulado para los altares perdió sus posibilidades cuando investigaron los momentos previos a la muerte: descubrieron que tomó todo tipo de previsiones espirituales y se embarcó en la meditación. Los santos deben aceptar la muerte como un don, como Tomás, que, sabedor de su fin, no dejó de jugar con unos niños. "Pero Ceferino será de todos modos santo. El único obstáculo —advirtió Ludovico Waitalla, sacerdote alemán que intervino en el proceso— será la falta de labor apostólica del indiecito". Es que no pudo sobrevivir. Murió a los 18 años.

Recuadros en la crónica_______________
I compagni: Con Carlitos Gardel en los recreos
"Me acuerdo cuando llegó: venía acompañado por su padre, el cacique Manuel Namuncurá, que vestía de coronel. Nosotros estábamos en el patio y ya nos habían advertido que tendríamos lun nuevo compañero. Era Ceferino." La nítida evocación es de Leopoldo Ricci (88), un salesiano que actualmente vive en la escuela agrícola de Uribelarrea, un predio de 400 hectáreas ubicado en las proximidades de Cañuelas.
Allí mismo pasó Ceferino algunas vacaciones. Llegó un 29 de diciembre de 1898 por primera vez y se quedó hasta el 15 de febrero de ese verano. Pero el octogenario Ricci lo recuerda en el colegio Pío IX: "Era un muchacho muy sensible", concede. Su reconocimiento hacia el compañero de estudios se materializa en un monumento blanco que él mismo hizo erigir. Asegura estar cansado de que lleguen peregrinos a preguntarle por la vida de Ceferino. "Vienen de todos lados. ¿Qué les puedo decir? Era un muchacho común como tantos otros, que hubiera pasado inadvertido si no fuera aborigen." Enfundado en una vieja sotana y con una boina encasquetada hasta los anteojos, admite que resulta complicado hablar de personajes que se transformaron en mitos populares, a pesar de que —como en su caso— se trate de compañeros de la infancia. "Sí. También Gardel fue compañero mío. Lo recuerdo bien. Por su cara y modales parecía una señorita."
Pero a Ceferino lo recuerda taciturno y nada belicoso: "Estábamos en el patio del colegio —sería el año 1899, creo— y el araucanito discutió con otro compañero. Callate, vos que comiste carne de cristiano, lo agredió el contrincante. Namuncurá no contestó la ofensa y cerró el caso". El padre Ricci recuerda también a otro colegial, Domingo Pronsato, que había llegado de Bahía Blanca. En esa ciudad lo entrevistó el corresponsal de Panorama Eduardo Castellan, pocos días antes de su muerte (a los 90 años, el pasado 5 de noviembre). Pronsato memoró entonces a Ceferino y a Gardel, "que ya cantaba las primeras milonguitas".
"Mire, era en 1890 cuando mi padre me hizo dejar Bahía Blanca para estudiar en el Colegio Pío IX. Yo ya había hecho con él algunas incursiones por el interior y conocí las tolderías de Namuncurá. Mi padre fue íntimo amigo del cacique Manuel, padre del indiecito, y mantenía relaciones comerciales con las tribus. Aquí, en casa, todavía tengo un rebenque que le regaló. Fue en el 96 cuando Ceferino entró al colegio. Yo lo veía en los recreos. Era un chico bastante travieso. Recuerdo que una mañana llegó el lechero que entró con su carro. En un descuido, Ceferino desató al animal y lo montó en pelo. Salió disparando por las calles de Almagro y después de la demostración retornó al trotecito, cuando la alarma y el revuelo eran generales".
Por su parte, el padre Ricci recurrió a otra anécdota: "Se efectuaba un gran acto para despedir a monseñor Cagliero, que fue su gran protector. Estaba también el ex presidente Luis Sáenz Peña, que era el tutor de Ceferino y quien lo había propuesto como alumno. Cagliero se iba para Italia por una larga temporada. Ceferino se sintió desamparado por esa separación y se puso a llorar desconsoladamente. El obispo, finalmente, decidió llevarlo con él".
Ricci no lo volvió a ver. Pero tuvo noticias de su peregrinaje a través de la correspondencia que llegaba al colegio. Siguió con atención todo el proceso que lo postuló como candidato a integrar la lista de los venerables de la Iglesia. Con todo, es reacio a considerar los casos milagrosos que se le atribuyen. "La gente tiene necesidad de creer pero no orienta su fe. Muchos de sus defensores caen en las exageraciones. Se cortan un dedo y luego, cuando se les cura, le imputan la gracia a Ceferino." Es que para Ricci el santito es apenas aquel chico de rostro cetrino, demasiado diminuto como para compararlo con el gigante que construyó la mitología popular.

Fortín Mercedes: El triángulo ceferiniano
A noventa años de la conquista del desierto, Fortín Mercedes —120 kilómetros al sudoeste de Bahía Blanca— canjeó su destino de acantonamiento militar en la lucha contra los indios por el de santuario campestre donde se venera, precisamente, la memoria de un indígena.
Hoy, los huesos de Ceferino Namuncurá, causante involuntario de esa inversión histórica, yacen en una urna rústica en medio de la capilla con altar de cañas, centro espiritual del Fortín y, a la vez, eje turístico del llamado Triángulo Pedro Luro, que incluye fuentes termales próximas al antiguo puesto de avanzada.
Habitualmente, junto a la urna vigila un viejo sacerdote de sotana negra y escasa estatura, sentado en un banco de palos y dispuesto siempre a narrar la historia de Ceferino. El padre Parolini, un italiano de 68 años, comparte su tiempo entre los peregrinos que visitan a diario la capilla y sus paseos silenciosos por el huerto. Hace dos semanas conversó largamente sobre el Fuerte, la figura del Indiecito, Rosas, los hermanos salesianos y sus esfuerzos para dar a conocer la obra de Namuncurá. "No solamente son milagros —dijo— las gracias que pueda conceder Dios a través de Ceferino. Milagro es también todo
esto: la epopeya salesiana, lo que se hizo aquí donde no había más que el desierto salvaje".
Según Parolini, ya nadie se acuerda del sacerdote Bonacina, "de todo lo que realizó por los pobladores de la región cuando ni Dios se acordaba de ellos". Explicó además que los salesianos llegaron a la zona del Fuerte en 1859, "pocos años después de Rosas, que acampó aquí en lo que hoy es el huerto". Una chapa de bronce señala al lugar, en efecto, como Divisadero de Rosas. Allí, el ex gobernador de Buenos Aires pernoctó con su ejército el 11 de mayo de 1833. Parolini lo recuerda exaltado, asociando en un mismo nivel de valores los atributos varoniles del Restaurador con los primeros salesianos venidos de Italia: "No entiendo por qué lo acusan de tirano —dijo refiriéndose a Rosas—; siempre que aparece alguien fuerte se le pone el tilde para embromarlo".
El propio Parolini, devoto fervoroso de Namuncurá, se ubica entre quienes más hicieron por conferirle al Fortín y a la imagen del joven indio la fama de que hoy gozan. "Mucha gente ahora habla de Ceferino —comentó—; está el padre Entraigas, por ejemplo, que estudió bastante y algo sabe, pero no hace mucho que se enteró de su existencia. Cuando yo luchaba por él, ¿quién me oía? Pasé
años yendo de aquí para allá hablando siempre de Ceferino y de su obra milagrosa. Hoy, como puede verse, lo conoce cualquiera y aquí llega gente de todas parles". Parolini admite, sin embargo, que un hálito de fetichismo rodea a Ceferino Namuncurá: "Un viernes santo, por ejemplo —recordó—, hablé sobre la eucaristía; entonces, una vieja que esperaba la consabida cantilena sobre Ceferino, me increpó a los gritos: ¡Ya me parecía que usted, no lo quería a San Ceferino!" Por último, reconoció también que la obra realizada por la Orden de Don Bosco en favor de las comunidades indígenas es ínfima en relación con las cuantiosas sumas que reciben hoy gracias al fenómeno ceferiniano.

EL TURISMO PEREGRINO. A medida que la notoriedad milagrosa del príncipe mapuche fue convirtiendo a los escasos y tímidos visitantes de los primeros tiempos en una turba multitudinaria que invade la región cada año con más insistencia, tomó forma la intención de desviar a los peregrinos hacia las fuentes termales y la laguna La Salada. Descubiertas en 1945, las termas motivaron de inmediato la construcción de un hotel provincial abandonado después de la caída de Perón. Sólo en 1967 resurgió la idea de concretar un circuito de turismo aprovechando el permanente imán del Fortín Mercedes. El responsable es Gerardo Pérez Macaya, un bahiense de 29 años, actual gerente de La Salada.
"Hasta 1967 —comentó Macaya— no había nada en la laguna, salvo monte achaparrado de chañares." Tanto Macaya como los integrantes de la sociedad anónima propietaria del balneario admiten que el verdadero milagro ha sido para ellos "descubrir un negocio donde sólo había patos salvajes". Un motel, una confitería flotante, muelles pesqueros y el loteo de terrenos costeros parecen justificar el entusiasmo de Macaya.
El triángulo turístico Pedro Luro se asienta sobre el lago parque La Salada Fortín Mercedes y Termas Ceferino Namuncurá, tres hitos que nadie descuida cuando se asoma a curiosear la capilla del joven mapuche cristiano. Para eso. las termas cuentan con un hotel abierto todo el año, y el Fortín con un hospedaje de descanso que dispone de cien camas; de ahí a la hostería Comahue no hay más de tres kilómetros, una distancia efímera para saltar del peregrinaje recoleto que propone la urna de Ceferino a las frívolas vacaciones que, desde la laguna, prometen Macaya y su equipo.
"De un modo o de otro —concedió el padre Parolini— nadie es más responsable de todo esto que Ceferino."
Revista Panorama
04/01/1972




La industria destinada a reproducir la imagen del Lirio de las Pampas produjo centenares de miles de estampas, medallones, tarjetas postales, cuentos ilustrados, lámparas, tarjetas de publicidad, cuadros estampados de jaculatorias y hasta estatuillas de yeso (página 28). Esos objetos de santería menor asoman en los puestos callejeros de Luján o en un gran almacén de Rio Gallegos. Terminan acomodándose en algún rincón selecto del hogar o en los paneles del colectivo. Su existencia supone una gran artesanía montada a ese solo efecto. La colorida iconografía en honor de Ceferino hubiera sorprendido a su padre, el cacique —y coronel— Manuel Namuncurá.

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