Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

CIPE LINCOVSKY
la reina del cabaret
Veinte años de buen teatro no bastaron para adjudicarle la popularidad y el reconocimiento que cosechó al mes de actuación en un sótano de Buenos Aires, en donde se revela como una de las personalidades más avasallantes de la escena argentina

Sube al pequeño escenario de El Gallo Cojo vestida íntegramente de negro; la luz del reflector le da en la cara; al fondo se escuchan fragmentos de rag time y música de cabaret de los años 20. Tiene ojos enormes, un cuerpo para lucir y un envolvente apasionamiento por lo que hace: encanto y convicción de ser la diva que muy pocas se atreven, tal vez porque no puedan. Canta, recita, salta, llora, corre. Cuando se pone su galera y entona en alemán como Marlene Dietrich es una imitadora de Marlene que despliega, además, un desparpajo, un humor, una sensualidad tan cautivadores que borra los parecidos y afirma una personalidad con ¡a que difícilmente pueda competir otra actriz argentina.
Sin embargo, y pese a sus veinte años de escena, Cipe Lincovsky (37, una hija) no es un monstruo sagrado, una estrella de las que se conocen vida y milagros. "Es que yo omití el romance —dice con ironía—, eludí una etapa: la del radioteatro, e! teleteatro, la fotonovela. Cosas que hacen al conocimiento del actor." No es la única razón. Iniciada a los 17 años en el teatro Ift, desaparece de los escenarios locales en 1957, año en que inicia una larga experiencia europea que culminará seis años más tarde. Aunque hoy pretenda que su objetivo fue conocer, ver, aprender, después de ofrecer un recital en un cabaret de Alemania ("En Alemania un cabaret es un lugar muy importante; allí se hacen las actuaciones de artistas extranjeros para críticos y actores"), fue invitada a presentarse en el teatro de las Naciones Unidas, bajo la dirección del polaco Konrand Svviniarski, quien después se encargaría de! estreno mundial de Marat Sade.
"Yo era una hormiguita y ellos creían que era un elefante", sonríe al recordarlo. No obstante, la hormiguita desplegó, de ahí en adelante, una vertiginosa actividad escénica que la llevó a ofrecer recitales en París, Moscú, Tel Aviv, Haifa, Varsovia, Greset, Alsi, Lyon y Bruselas; una prometedora carrera internacional que interrumpió para retornar a la Argentina. No había desempacado sus maletas cuando María Herminia Avellaneda la contrató para hacer en televisión el ciclo Los otros, de Carlos Gorostiza, junto a Lidia Lamaison, Alberto Argibay, Ubaldo Martínez y Héctor Pellegrini. Al año siguiente, Divinas Palabras, de Valle Inclán, posibilitó su debut en el teatro profesional, al lado ce María Casares.
Desde entonces su actividad no ha sido demasiado intensa y se mantuvo prudentemente alejada de las cámaras hasta que el año pasado fue contratada por Canal 7 para el ciclo Grandes novelas, dirigido por Sergio Renán. Después, los primeros días de este año le dieron oportunidad de concretar un viejo sueño: ofrecer en Buenos Aires recitales a la manera de los que hacía en los cabarets alemanes, con textos ce Brecht, Girondo, César Tiempo y Gudiño Kieffer, entre otros. "Un espectáculo en el que puedo darme como soy yo, con ganas de decir cosas, de compartirlas, de estar con la gente, de gritar, de llorar, de reír, de cantar." Fue la semana pasada, al culminar una de sus diarias presentaciones en El Gallo Cojo, que Cipe Lincovsky mantuvo con SIETE DIAS un diálogo en ei que, como momentos antes sobre el escenario, se apasionó, regaló sorpresas y desconcierto, dijo de todo.
—¿Cómo ve al teatro argentino?
—Sufriendo la seudocrisis que existe en todas partes, aunque nosotros tengamos menos tradición que muchos países de Europa. También influye la falta de organización general de nuestro país, de nuestra cultura: hay una materia prima sensacional que no se explota.
—¿Hay actores?
—Muy buenos actores.
—¿Puede mencionar tres?
—Luppi, Gené, Alcón.
—¿Actrices?
—María Rosa Gallo. Bueno, no puedo enumerar, no hay que hacerlo.
—Cipe Lincovsky tiene todas las condiciones pera ser una estrella; ¿por qué no lo es?
—Porque no hay aquí una producción para el tipo de actores que somos nosotros, María Rosa, Gené, yo misma. En Europa tienen producciones para Brigitte Bardot y para Jeanne Moreau; para Johnny Halliday y George Brassens. En Argentina no hay nada de eso.
—Sin embargo, Federico Luppi, por ejemplo, es una estrella, todo el mundo lo conoce.
—Es que la mujer no tiene ahora un lugar igual al del hombre en el teatro. Hubo una época —la de Amelia Bence, Zully Moreno, Elsa O'Connor— en que el teatro se basaba en la mujer. Con el advenimiento de la televisión surgieron los hombres, algo lógico porque la mayoría de los teleespectadores son mujeres. En el momento que a mí me exploten como a Luppi, vamos a ver. Yo no hice Cuatro hombres para Eva.
—¿Haría Cuatro hombres para Eva?
—No.
—¿Entonces?
—Si yo tuviera veinte años empezaría haciendo teleteatro: Cuatro Evas para no sé quién, y haría la misma carrera que hicieron todos. Después me convertiría en una actriz seria, pero el proceso inverso no quiero hacerlo.
—¿Usted no hizo teleteatro porque no quiso o porque no se lo ofrecieron?
—Porque no quise. Este año, sin ir más lejos, me ofrecieron un papel en Las blancas columnas del pórtico, de Celia Alcántara. Yo tenía un pequeño problema económico y el productor se había enterado. Entonces viene y me dice: "Hay esto, pero por favor no aceptes". Por supuesto, no acepté.
—¿Y el problema económico?
—Bueno, "¿Cuál es tu problema económico?", me preguntó este mismo señor. "Voy a vender un Soldi", contesto. "¿Cuánto pedís por él?". "Lo que quieras dar". "Te ofrezco el cachet de TV". Y me dio 400 mil pesos.
—¿Le vendió el Soldi?
—Le vendí el Soldi, pero no hice la tira.
—¿Los otros actores o actrices hubieran actuado igual?
—No me animo a hablar por nadie. Yo sé lo que soy. Y por eso sé por qué me siento bien ahora.
—¿Por qué?
—Porque estoy haciendo lo que quiero, diciendo lo que quiero. Hablo con la gente y trasmito a la gente toda la alegría, todo lo que tengo adentro.
—¿En el café concert?
—No es café concert, es cabaret. Café concert es otra cosa.
—¿Lo que hace Nacha Guevara, por ejemplo?
—Sí.
—¿Le gusta?
—Me gusta, es un estilo de cosa muy lindo, muy divertido. Es una cantante con un estilo.
—¿Y qué es un cabaret literario?
—Un lugar conde se puede experimentar, donde se pueden decir y hacer cosas que es muy difícil hacer en un teatro. Para hacer completo lo que yo hago acá harían falta diez producciones; sin embargo, una extracta lo que más le interesa de las obras, las canciones y los poemas y los entrega todos juntos. Es una forma muy especial de espectáculo.
—¿Para intelectuales?
—Por ahora. Yo quisiera hacerlo en la cancha de Atlanta. Problemas de voz no tendría.
—¿Le divierte hacer esto?
—Tremendamente.
—¿Es lo que más le gusta?
—No sé. Yo quiero hacer este año una obra de Ibsen, Hedda Gabler. La hice en TV y encontré que es una obra muy actúa!. Esa mujer tiene los mismos problemas que las mujeres de hoy. Es una ambición para nada incompatible con !o que hago ahora.
—¿Con qué actrices se identifica? ¿Jeanne Moreau?
—Sí, en parte con Jeanne Moreau, con Simone Signoret, con Ana Magnani. Sí, yo soy muy pretensiosa.
—A esta altura de su vida, ¿no se plantea el temor a la vejez?
—Si yo recién empiezo.
—Empezó hace 20 años.
—No interesa. Creo que un artista puede cambiar, evolucionar. Y no digo que voy a estar en el escenario con una silla de ruedas, pero sin silla de ruedas me van a subir al escenario. Yo no tengo problemas con que se me pase el momento. Lo tiene un galancito, una primera dama. El momento es toda mi vida, porque mi vida es una conducta y esa conducta es el teatro.
—Y el cabaret literario.
—Sí. Reconforta. Todas las noches hay algún señor que estuvo tres veces en el espectáculo. La primera noche queda impactado, la segunda admiró mi gran inteligencia, la tercera se dio cuenta de que soy una hembra sensacional.
Revista Siete Días Ilustrados
15.02.1971
 

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