Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Edgardo Suárez
EDGARDO SUAREZ
“Sólo me Interesan los parientes, esos tipos que siempre están en la creación pura”, admite Edgardo Suárez, conductor de Tiempo Insólito, un ómnibus radial que se disputa la audiencia vespertina con el show de su colega Hugo Guerrero Marthineitz

Los pantalones pata de elefante, un par de camisas Carnaby Street y, sobre todo, la voz —gutural, voz de contrabajo afónico— bastan para identificar a Edgardo Suárez, séptimo hijo varón de un viejo radical, mendocino e yrigoyenista. Continuador de la línea de los programas radiales ómnibus, “el negro Suárez” (poeta, ensayista, periodista, actor, locutor) resiste otras intoxicaciones: fue acusado de plagiar el Show del minuto (de Hugo Guerrero Marthineitz) con su Tiempo insólito (difundido por Radio del Plata), fue demorado dos veces por la policía, pues se sospechaba su presunta participación en un affaire de drogadictos. Quienes lo conocen no dudan en juzgar ácidamente su inestabilidad afectiva, sus inútiles vueltas de tuerca que lo llevan inevitablemente a una sentencia: “La mujer ideal sólo existe en la imaginación del hombre”.
No son muchos los que, como Suárez, pueden acceder a la celebridad cuando, a sus espaldas, se desgañita un curriculum imprevisible: llegado a Buenos Aires a los 14 años (desde su ciudad natal, Mendoza), fue vendedor en una zapatería, obrero de una fábrica de jeringas hipodérmicas, panadero, lavacopas, encerador de pisos, estudiante del Conservatorio Nacional de Arte Escénico, asesor de la Dirección de Cultura de la Municipalidad (durante la presidencia de Arturo Frondizi) y, por supuesto, introductor de la palabra “pariente” en los diálogos radiofónicos. Hay otras cicatrices en E. S.: a los 38 años, se enfervoriza como un adolescente por el tiempo, la vida, su existencia. Esas preocupaciones metafísicas las concreta en su programa, las exalta en una frase con la que machaca a su audiencia: “Tu tiempo y el mío, pariente, tiempo insólito”. Cualquiera podría pensar que protagoniza un rol que no le pertenece. No por casualidad recibió el premio al mejor actor de reparto por su trabajo en El romance del Aniceto y la Francisca (film dirigido por Leonardo Favio), otorgado en 1967 por la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina.
Sin embargo, bastará observar cómo convierte su programa en un tembladeral (donde no sólo sufre él sino operadores y locutores, ayudantes y periodistas que lo secundan) para brindar, ciertamente, una imagen de juventud, la misma que lo persigue, lo acosa permanentemente, le hace formar pareja —luego de fallidos intentos— con otra jovencita, Marta Paladino, 25 años.
—¿Por qué siempre elegís mujeres jóvenes? ¿Es verdad —como se dice— que tenés problemas con tu edad?
—Es cierto, me encantan las muchachas hermosas y jóvenes. Pero el problema de la edad comenzó a preocuparme desde mucho antes de conocer a Marta. Fue precisamente cuando empecé a plantearme la posibilidad de que cada vez hay menos tiempo para vivir, para hacer cosas, para amar, para gozar de la vida.
—¿Cuándo surgió ese planteo?
—Un día, en Villa Gesell. Tuve un incidente en un boliche con un tipo al que no conocía, no sé, no lo había visto en mi vida. Me agredió, sacó un revólver y me baleó. Tuve suerte de que no me acertara ningún tiro. Luego, salí del bar y me fui caminando por la playa hasta donde vivía. Pensé . . . pensé mucho entonces. Me podían haber matado. Me hubieran matado y el mundo se hubiera detenido para mí. Entonces, todo lo que estoy viendo ahora, lo estoy viendo gratis, regalado. Además, estoy en busca de todo, estoy en esa etapa de la vida donde la búsqueda es más intensa: cuando pasás los 35 te das cuenta de que el tiempo que te queda es poco.
—Y te convertís en un insaciable.
—Yo no me convierto en nada. No me defino. No sé cómo soy. No sé qué contestar cuando me preguntan si soy un buen tipo, un mal tipo, si tengo o no tengo talento. No, ya no me defino.
—No se trataba de definirte, sino de hacer una descripción lo más exacta posible de cómo sos. ¿Qué pensás de las mujeres?
—Yo aspiro a encontrar una mujer amiga, muy compañera. Es difícil encontrarla. Me encantan las muchachas jóvenes, pero como yo ya estoy armado de cierta manera, por mis años, el diálogo me resulta difícil con una muchacha joven, porque sí, por una razón generacional nomás. Pero de todas maneras son muy hermosas, y querés, querés así la presencia joven porque por ahí encontrás un diálogo mucho más comprensivo que con una mujer de treinta años. En el hombre hay una permanente búsqueda espiritual (en la mujer también, claro). El hombre va cambiando constantemente. Siempre va a desear a la mujer, a la propia y a la ajena.
—¿Por qué te separaste de tu primera mujer?
—Estuve 13 años casado con ella, de los cuales sólo compartimos realmente cuatro. El resto del tiempo estábamos separados. Creo que llegamos al matrimonio muy inmaduros. Yo tenía 19 años cuando me casé. Ahora me uní a Marta, sigo buscando formar una pareja.
—¿Tu vida afectiva es un fracaso?
—Bueno, fracasé una vez. Pero siempre volvés a intentar y siempre el fracaso es distinto. Yo no me conformo nunca y eso me daña.
—¿También en el trabajo?
—Sí, yo salto de un trabajo a otro, porque sí, sin explicaciones; en el mejor momento de una audición, la dejo. Me pasó con Música muy inteligente, con Imágenes sonoras Kodak, con Libertad en la noche, son programas que he ido dejando.
—¿Como vas abandonando a las mujeres que querés? ¿No te parece que se puede amar a una sola mujer?
—Pienso que no. Todas las cosas que queremos en la mujer no la encontramos nunca en una sola. No existe la mujer ideal. Sucede que nos conformamos con algunas de las cosas que tiene una, diciendo: “pero es tan buena esta muchacha, tan hermosa, tan voluptuosa, tan sentimental, qué talento tiene para el amor”. Entonces, algunos la quieren porque es inteligente, otros porque es bonita, otros porque tienen con ella una buena relación sexual, pero vaya uno a encontrar a la única, a la que es hermosa, cariñosa, ingenua, tierna, dulce, talentosa. ¿Dónde está? En nuestra fantasía, solamente.
—¿Aceptas que una mujer pueda ser infiel?
—Pienso que lo importante es construir una pareja. Cuando ésta se concreta no existe la infidelidad porque no se piensa en ella. Se empieza a pensar en la infidelidad (no sólo a actuarla) cuando la pareja está fracturada. Con respecto a la mujer creo que recién ahora, en esta época, se anima a ser infiel de cara al sol y no, como antes, que buscaba las sombras. La mujer ha asumido mayores responsabilidades en el mundo moderno, las asume cada día más. Y también se arroga la responsabilidad de ser infiel. Antes lo era en los zaguanes. La infidelidad fue siempre patrimonio de los hombres. Ahora no: “Ah, ¿me sos infiel? —le dice la mujer al hombre—; pues bien, ¡yo también!”
—Y vos justificás esa actitud.
—Claro. Pero no exijo que todo el mundo sea así.
—¿Sos católico?
—En una época lo fui, me bautizaron, me hicieron hacer la primera comunión, me impusieron el catolicismo.
—¿Supones, como algunos, que las religiones entorpecen el desarrollo intelectual, afectivo, de un pueblo?
—No, las religiones son un bálsamo (se predica el amor). Quienes las practican son embalsamadores.
—¿Qué vicios tenés?
—Me gustan todos los juegos de azar que existen, bebo, soy inconstante en el amor... y quiero tener más vicios.
—¿Más todavía?
—Sí, para ver si puedo salir de los que te dije. Pienso que es muy lindo ser puritano sin haber puesto nunca las manos en el fuego. Pero es muy importante vivir ciertas cosas y, si se las vive mal, salir de ellas. Con eso no quiero decir que haya que provocarse experiencias. Me parece idiota probar drogas para dejarlas después y decir: “Yo soy superior a las drogas”.
—¿Vos te drogás?
—No. Los alucinógenos no te van a dar nada de lo que vos no tengas. Mejor es que te descubras vos a que una droga te ayude a descubrirte.
—¿Por qué te involucraron en un affaire con drogadictos?
—La policía es muy susceptible. Piensa que toda la gente que está en el ambiente artístico es viciosa.
—¿Qué sentiste cuando te demoraron en el Departamento de Policía?
—El rigor de la detención. Me sentía privado de la libertad, simplemente por el poder de la fuerza. Imagínate: en mis 38 años, es la primera vez que me pasa. Además me embaucaron: me dijeron que me llevaban porque no tenía documentos. “Señor —me advirtieron— se queda cinco minutos y sale.’’ Cuando llegué al Departamento de Policía me incomunicaron y uno de esos tremendos oficialitos que hay por ahí tuvo la osadía de ponerme contra la pared con los brazos atrás. Fueron 14 horas tremendas, una infamia. Descubrí la total insensibilidad policial frente a la honestidad de un individuo. Una vez que entrás en la policía, sos un delincuente más.
—Un conocido discjockey niega tu condición de profesional. Insinúa que no tenés antecedentes. ¿Qué decís a todo eso?
—Nada.
—¿Por qué?
—Dios ciega a quien no quiere ver. Debe ser porque a ese conocido discjockey lo han negado muchas veces. Yo jamás lo negué a él como profesional. Así como pienso que como ser humano es . . . bien, deja mucho que desear (es falso, no tiene amigos, se la pasa perjudicando a la gente), pienso que profesionalmente vale. Yo no aspiro a ser un genio; pero soy un hombre, no un palo con pantalones: nunca jorobé a nadie para alcanzar nada, estoy lleno de amigos; entonces, me interesa mucho más ese aspecto mío, humano, que el otro, el profesional.
—¿Cuál es tu criterio para seleccionar la música de Tiempo insólito?
—La línea musical del programa está dada por la búsqueda de nuevos oyentes. Trato de seleccionar la mejor música, nacional e internacional. No critico a nadie, no pongo música para decir que no me gusta. Si una música no me gusta, no la pongo, directamente.
—¿Plagiás el Show del minuto?
—Yo trabajo a cualquier hora. Radio del Plata me impuso un horario y, en ese horario, hago un programa periodístico-musical como tantos otros que se trasmiten por radio, desde hace muchos años. Yo me pregunto: ¿cuántas radios hay en Buenos Aires? ¿Veinte? ¿Quince? Entonces, ¿por qué Marthineitz se preocupa tanto por la competencia que significa Edgardo Suárez? A lo mejor las otras radios, en ese mismo horario, tienen mucha más audiencia que yo o que él.
—¿Qué quiere decir “pariente”?
—En mi provincia decimos “compadre”, que quiere decir amigo, hermano, un montón de cosas . . . Aquí yo uso pariente, que viene a ser lo mismo. Aunque también otra cosa: deriva de parir, crear. Pariente es más que un familiar, más que un amigo.
—¿Qué edad tienen tus parientes?
—Son jóvenes. Son muchachos y muchachas del tiempo nuevo. Por eso no utilizo términos tradicionales para denominarlos.
—¿Te gusta mucho que te rodee gente joven?
—Me gusta mucho estar solo, dormir, pensar. Ojalá tuviera tiempo para no hacer nada, ¡absolutamente nada! Es tan necesario... el ocio creador. . . pensar. . . pensar, eso hace falta. ¡Cuántas cosas descubriríamos!

(Durante la entrevista, Edgardo Suárez permanece en la cama. Tose. Acaba de despertarse. Es lento para hablar. En el último piso de una casa de departamentos de la calle Quintana al 1100, en la Capital Federal, toma traguitos de agua mineral con limón. Mira el vaso como queriendo dar explicaciones.)

—Yo recién empiezo a beber scotch cuando dejo de trabajar, a la noche.
—Te gusta vivir de noche.
—Me gusta vivir, simplemente vivir. De día hay que trabajar... así que me queda la noche. Pero últimamente me acuesto temprano, sobre todo desde que tengo esta nueva compañera y desde que esperamos un hijo, salgo menos. Cada vez me gusta menos salir.
—¿Activaste alguna vez políticamente?
—Yo era frondizista, miembro del MID (Movimiento de Integración y Desarrollo), secretario general de la juventud del partido en Mendoza y orador oficial. Por entonces sacaba un periódico, Juego Limpio. Allí le hicimos toda la campaña a Frondizi. Ahora me tengo que comer muchas de las cosas que ahí se publicaban. Yo pensaba que Frondizi se iba a ajustar más a su programa, pero cuando fue gobierno reacondicionó su posición. Me demostró que hay muchas cosas que todavía, en este país, no se pueden hacer.
—¿Qué pensás de ese nuevo cine argentino con proyecciones epopéyicas?
—Me parece bien que se filme El Santo de la Espada. La gente tiene que acceder a esos temas. Pero hay que encararlos con seriedad. La vida militar de San Martín es mucho más importante que las anécdotas escolares que nos muestra Torre Nilsson. El hace un cine oscurantista. En realidad parece haber sacado el libreto de la historia de Grosso.
—¿Qué libros lees?
—Fundamentalmente Radiografía de la Pampa, de Ezequiel Martínez Estrada, mi libro de cabecera. Además, cada tanto releo Historia de los ferrocarriles argentinos, de Scalabrini Ortiz.
—¿Te psicoanalizás?
—No, pero pienso que el psicoanálisis es muy útil.
—¿Por qué? ¿Para quién?
—Y . . . fíjate cómo será de útil que, desde que “el Peruano” se analiza, ya no es como antes . . . Ahora joroba mucho menos a la gente.
—¿Qué pensás hacer de tu vida?
—Si aquí me sigue molestando la policía, pienso irme a México. Hace un año que tengo una oferta para trabajar allá.
DANIEL PLA.
Revista Siete Días Ilustrados
11.05.1970
Edgardo Suárez

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