Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

REPORTAJE EN LA CARCEL A LA INSPIRADORA DE UN FILM ARGENTINO
LA RAULITO: "QUIERO AIRE, QUIERO VERDE, QUIERO SOL"

Primera entrevista periodística a María Esther Duffau, sobre cuya vida se rueda un film animado por Marilina Ross y dirigido por Lautaro Murúa: cuenta a Siete Días su azarosa biografía. Siempre disfrazada de hombre, fue canillita, lustrabotas, lavador de autos, repartidor de carne, cantante de tango y actriz en "Pelota de trapo"
En una añeja, descascarada casona de la calle Humberto I al 300, sede del Instituto Correccional de Mujeres, se aleja una muy singular y extraña reclusa llamada María Esther Duffau. Nadie, salvo su prontuario, osa llamarla así. Ella, de oír ese nombre, tampoco volvería la cabeza. En sus 40 años de vida —que han pintado algunas canas entre los cortos matorrales de su pelo— cosechó infinidad de apodos: La Raulito o La Peladita fueron los más persistentes y deben figurar hasta en sus documentos. Con esos alias, comenzó a crecer como un módico mito, treinta años atrás, entre las pandillas de chiquilines de Barracas o el Bajo Belgrano. Muchas razones abonaban su predicamento: su eximia pericia futbolística, su acendrado, varonil sentido de la amistad, su velocidad para escapar, cuando se trataba de robar para comer o dar de comer. No era, claro, una Robin Hood suburbana: su historial policial se complica con una interminable serie de reclusiones y fugas, rebeldía y desórdenes que la llevan a deambular también entre numerosos institutos psiquiátricos. ("Vea, lo que yo tengo son trastornos de conducta", dirá La Raulito, sorprendiendo a un policía.)
Su prestigio había crecido hacia 1948 cuando Armando Bo filma Pelota de trapo, donde la Duffau integra la pandilla del célebre Toscanito.
Desde su infancia, se vistió de varón. "Para defenderme mejor", dice. ("Sin saberlo, sin proponérselo, fue como una especie de feminista creada por las circunstancias", dice Marilina Ross, la actriz que animará a La Raulito en un film de Lautaro Murúa.)
Esas circunstancias fueron, desde que nació, adversas y complicadas: sus primeros recuerdos la ubican internada en el Preventorio Rocca. Jamás supo quién era su padre. De su madre, cree que murió en el Tornú, tuberculosa. La Raulito contribuye, además, a incrementar esa vaguedad que conviene a los mitos. Todos los que tuvieron que hurgar en su biografía —incluida la redactora de Siete Días— trataron inútilmente de obtener mayores precisiones: el silencio o el bloqueo narrativo es la inexorable respuesta. Por eso abundan las suposiciones sobre sus orígenes y hasta hay quien dice que, como Gardel, habría nacido en Francia.

DE CANILLITA A CAMPEON
Las autoridades del Instituto dieron el visto bueno para la entrevista y La Raulito, presa de una gran nerviosidad —que apenas cedió luego de tres horas de charla— se instaló en el despacho del director, frente al grabador de Siete Días. A los 41 años —nació el 26 de julio de 1933— tiene el mismo aspecto de chico envejecido y triste que tendría treinta años atrás, cuando desempeñaba variados oficios terrestres: canillita, lustrabotas, lavador de autos, repartidor de carne, cantante de tangos por monedas, abridor de puertas de taxi. O como cuando dormía en los viejos garajes de la Corporación de Trasportes, rodeada de sus chiquilines compañeros, al abrigo de tranvías y troleys. Ahora dice:
"Me empecé a portar mal de chiquita. Sé que mi madre murió en el hospital Tornú pero no sé dónde está enterrada ni nada de eso. Un día, en el Preventorio Rocca, aparecieron dos personas diciendo que eran mis padres: yo tenía cinco años. Los quise mucho y les decía mamá y papá. Pero cuando tenía diez años, una vecina me dijo: Te engañaron, no son tus padres. Entonces vi la partida de nacimiento que decía: Hija de padre desconocido.
"Creo que allí nació toda mi rebeldía: en saber que tuve un padre que ni siquiera se animó a darme el nombre. Mi padre adoptivo era francés, se llamaba Marcelo Juan Duffau y estuvo en la guerra. Me daba sopa de vino. Era muy tomador y me golpeaba por cualquier cosa. Un día me tiró un banquito por la cabeza y me desmayó. Si no estaba borracho era un hombre muy bueno. Como cualquier padre leía el diario y todo. Una vez, después que me hizo cambiarme la pollera delante de visitas, cosa que me avergonzó mucho, me quise suicidar. Vivíamos en Bella Vista y me mandaron a comprar La Nación. Entonces, cerca de la estación Riccheri, crucé la ruta con los ojos cerrados. La pobre gente iba de picnic. Tuve golpes en el cuello y la pierna y no podía abrir la boca más de dos centímetros. Cuando mi madrastra me preguntó por qué lo había hecho le dije que no aguantaba más mi casa. Poco después me fui con la poca ropa que tenía. Vení, ¿dónde vas?, me gritaron. Pero yo seguí corriendo y me fui para siempre.
"Entonces vinieron los colegios de menores: me pegaban y yo me escapaba. Y era tan simple ... Sólo necesitaba una familia, una familia normal".
Testimonio de José María Paolantonio (43, dos hijos, abogado penalista y escritor): "Escribí el libreto de La Raulito en dos meses, basándome en un libro preparado por Juan Carlos Gené para el ciclo televisivo Cosa juzgada (Nadie, 1970). En aquella ocasión también lo protagonizó Marilina. La Raulito o La Peladita, como le dicen todos, es un ser humano muy tierno, querido por todos los que la conocen, eterna buscadora de cariño y protección. Cuando hablé con ella sobre los derechos que le correspondían por la filmación, me contestó: No, no quiero nada o dame lo que quieras. Total, lo que yo necesito, una familia, no me lo podés dar".

VOCEANDO LA PRENSA, GANANDO DOS GUITAS ...
Usa unos aros pequeños como único, solitario atisbo de femineidad. No es extraño, como que asistió al despertar de su sexo casi por accidente: en medio de un picado furioso, los chicos, aterrados, pensaron que se había lastimado en el fragor del encuentro. Un médico del Costa Buero le explicó entonces que ese día se había recibido de mujer. Una condición que María Esther ocultaba prolijamente: "Los chicos me enseñaron —cuenta— que tuviera mucho cuidado porque por ahí siempre hay gente que abusa de las mujeres. Así, vestida de hombre, era una forma de cuidarme la moral.
"Entonces comprobaron que yo era una chica y me sacaron en todos los diarios. El centreforward no era un varón sino una nena, titularon. Por ese entonces, yo jugaba en los Campeonatos Infantiles Evita y hasta tuve una medalla que ella me regaló. Se la di a un amigo zapatero de Lanús —siempre me daba zapatos el pobre— que era fanático peronista como yo".
La primera escapada del encierro —un colegio para menores— la deja en la zona de Retiro. Y ensaya sus iniciales hurtos reivindicatorios: "Yo he visto tanto a esos chicos que andan de noche que venían a ser unos gorriones como yo. A las dos o tres de la madrugada, con hambre y las ropas rotas. Entonces, páfate, rompía una vidriera y sacaba un pulóver o una tricota. O sacábamos sánguches debajo de las campanas de vidrio. También abrí puertas de taxi y con esas monedas me iba a Crítica y entonces buscaba los diarios a las ocho de la noche. A las ocho y media era la largada. Con 100, 200 diarios me iba a Corrientes y Callao, al café La Academia, y vendía a los que estaban jugando. Otras veces, me iba a otro café —con peluquería y billares— en cuyo sótano ensayaban orquestas típicas. Me sentaba en un banquito a escucharlo a Carlos Dante, que después cantó con Alfredo De Angelis.
"En otros tiempos anduve por el bajo Belgrano, repartiendo pedidos para el mercado Echeverría. Una vez regalé unos churrascos entre el piberío del barrio y el carnicero me retó. Por ese entonces yo andaba siempre con la camiseta de Boca jugando al fútbol en el bajo o en la plaza de Belgrano. Armando Bo vivía por allí, en la calle 11 de Septiembre. Era el año 1946 y empezaba a filmar Pelota de trapo: buscaban una chica que hiciera el papel de varoncito. Toscanito, que era el principal intérprete, me gustaba mucho y a veces nos encontrábamos a hacer travesuras en el centro. Fue su barra la que me puso el nombre de Raulito.
"Un día creí tocar el cielo con las manos. Había desfile, cosa que yo adoro. Hasta me escapé de encierros para presenciar desfiles. En el palco, estaban el general Perón y Evita. Pero un cordón policial no dejaba acercarse a nadie. Entonces, cuando pasaron los aviones y todos miraban para arriba, yo empecé a correr hacía Perón. Me agarraron enseguida y el general dijo: Suelten a ese chico. Lárguenlo. Y me subieron al palco. Los abracé a los dos y les pedí un equipo de fútbol que me llegó a los pocos días. En esa época yo tenía unos 15 ó 16 años, pero aparentaba 8".
El fotógrafo Eduardo Oscar Coco Nuñes (39, tres hijos) recuerda haberla visto una noche de diciembre de 1956, junto a su infaltable barra de amigos: "Estaban en Lanús, parados frente a la puerta de un local donde se bailaba, llamado La Fusta. Ella, como los demás, con mameluco, zapatillas azules sin medias. Por aquel entonces vivía —como acto de caridad— en el Policlínico de Lanús, de donde se escapaba para jugar al fútbol o patear tachos de basura con los demás pibes. En ese día de 1956 tenía 23 años. Pero nadie le hubiese dado más de 12".

CUANDO UN ELEGANTE LOS CALZÓ DE CROSS ...
La charla con María Esther tiene lugar ahora en el enorme patio del Instituto, flanqueado por una penumbrosa galería, alegrada por malvones y enredaderas. En el medio, hay una gran imagen de la Inmaculada Concepción. En el poco cielo que se ve, se recorta la torre de San Telmo. Pero curiosamente, el hilo narrativo de La Raulito se desenvuelve en un ámbito escasamente eclesiástico:
"Por aquí empezó a pelear el Mono Gatica, en Paseo Colón y San Juan. Yo fui muy amiga suya. Hacia el final, lo veía mucho en El Abrojito, donde cantaba Alberto Morán, y el Mono abría la puerta. Yo le pedía a Morán que le cantara De puro curda, ese que dice: Che mozo sirva un trago más de caña / yo tomo sin motivo, sin razón. El boxeo siempre me gustó mucho. Con guantes de ocho onzas peleaba con chicos y les ganaba. Un día me rompieron la nariz ¿ve? y se me caían las lágrimas, pero como me gustaba tanto pelear, aguanté. Ahora para admirar, nadie como Horacio Accavallo. Yo paraba con ellos en el café El Porteñito, de Lanús. Estaba cerca del policlínico. Cuando Horacio peleaba yo iba al Luna Park y me dejaban pasar porque ya me conocían. Tito Lectoure se tiene que acordar de mí. Después de la pelea subía al ring para abrazarlo y todos nos íbamos a festejar el triunfo en una mesa larga. Decían que yo le traía suerte a Horacio.
También lo conocí a Carlitos Rodríguez, ex campeón de los moscas y le decía: Mirá, Carlitos, cuídate de Horacio que te va a sacar el cinto. Y se lo sacó no más. Después Rodríguez trabajó de albañil y fue mozo en El Porteñito, donde me daba de comer gratis.
"Cuando vendía La rosa y La verde en el hipódromo lo veía a Labruna, el grandote, al que le gustaban mucho las carreras. También fui amiga del Cabezón Sívori. Me acuerdo que para unos carnavales nos colamos en River con unos cuantos pibes y allí estaba el gordo Troilo con Sívori y Labruna. Vos sabés que La Raulito canta muy bien, le dijo Labruna al gordo y después a mí: ¿Te animás a cantar? Entonces yo le canté Remembranzas: Como son largas las semanas / cuando no estoy cerca de ti / no sé que fuerza sobrehumana / me da valor para sufrir... Troilo me dijo: Vení, te voy a acompañar en el bandoneón. Y salió bastante bien. Toda la barra de Belgrano aplaudió a rabiar. El que también me quería y me compraba todos los diarios era Julio Sosa. Paraba en un bar de Venezuela y Tacuarí. Cuando tuvo el primer accidente lo fui a ver al Rawson. Se había roto una pierna y estaba con calmantes. Después me enteré de su muerte: en otro accidente. Pero yo ya estaba presa en Neuquén. De la gente que da la mano yo no me olvido. Algunos creen que macaneo, que nunca conocí a estos ídolos, pero le juro, que es verdad".
Testimonio de Horacio "Roquiño" Accavallo (38, 2 hijos, comerciante, ex campeón mundial de los moscas): "¡Cómo no me voy a acordar de La Peladita! Allí donde la gente se amontonaba o pasaba algo, seguro estaba ella. Conmigo tenía devoción. Me iba a ver a los entrenamientos o en los camarines, después de la pelea. Como yo soy de Racing muchas veces me lo elogiaba, pero ella es de Boca. Para jugar al fútbol era algo serio: un verdadero crack. Me siguió a muerte a lo largo de diez peleas. Nos veíamos en Lanús y charlábamos. Razonando con ella, parecía una persona muy mayor con aspecto de pibe. Le gustaba mucho correr, jugar, era como un gorrión".

LAS HORAS QUE AGONIZAN SE NIEGAN A PASAR...
Su vida trascurrió así, de un instituto a otro, con fugas reiteradas, a veces inocentes (para jugar al fútbol o ver un desfile), con módicas rebeldías de vidrios rotos o agresiones verbales. La marginalidad que le tocó protagonizar en la vida la persigue también en las causas judiciales: se tiene la sensación de que nadie sabe muy bien qué hacer con ella. Por eso deambuló entre institutos correccionales y pabellones neuropsiquiátricos. Ella dice:
"Cuando estuve en La Pampa y en Neuquén jugaba a las bolitas, a las figuritas o a la pelota con los hijos de muchos directores. Jugábamos en el medio de la calle y a veces les ganaba. Y ellos pasaban vergüenza porque yo los gambeteaba y les decía: ¿No les da calor que una mujer les gane? Aquí también puedo jugar. Un empleado me regaló un equipo de River. No es que me venda, pero yo, con tal de que sea un equipo de fútbol, juego con cualquier camiseta. En La Pampa andaba a caballo en un petisito y comía en la casa del director: el señor Mirazón —que hace poco vino a visitarme— y jugaba con su hijo Diego. También iba a cazar palomas con los oficiales y después comía con ellos. En Neuquén me pasaba lo mismo con el director del Instituto, el señor Valor. Yo a toda esta gente la quiero mucho y los llamo tíos. Son la familia que me faltó ...
"Acá leo revistas y también libros. Ahora estoy leyendo La cabaña del tío Tom. También veo televisión: me gusta mucho Papá Corazón, con Andrea del Boca y esas de cow-boys. Me hacen acordar cuando iba al National de Lanús con toda la barra. Le decían el Polvorín por los tiros de las películas. A la salida nos íbamos a comer pizza..
"¿La película? ¿Mi película? Sí, me gustaría mucho poder verla. Toda la gente que la hace es muy buena y se porta muy bien conmigo: Marilina, Paolantonio, Gené. Marilina es muy amorosa, es una chica muy sensible, muy rica, se cortó el pelo para hacer mi papel. Jorge Martínez me trajo una radio. Yo se la pedí y la tengo acá, guardadita. Ayer estuve escuchando el partido. También vi la pelea de Galíndez por televisión. Lo vi bastante cansado al final pero peleó bien. Y el negro "me pareció un poco sucio. Trababa y ponía mucho la cabeza.
"Ahora estoy contenta porque vamos a ir de picnic con las celadoras: comemos asado, jugamos a la pelota, vemos el pasto. No hay nada que me guste más. También me gustan los pájaros, a veces los envidio. Los miro y digo: si pudiera ser como ellos, si pudiera volar..."
Testimonio del inspector general Arnaldo León Valor (49, dos hijos, director general de Régimen Correccional): "Hace más de 15 años que conozco a La Peladita y la quiero mucho. Es muy traviesa, como un chico, pero incapaz de una maldad. Cuando yo estaba a cargo del penal de Neuquén ella jugaba con mi hijo Daniel que tenía por entonces nueve años; todavía se acuerda y me pregunta por él. ¡Hay que ver lo que hace con la pelota! De ser varón hubiese resultado un gran jugador de fútbol profesional. Siempre que estuvo en apuros me mandó llamar para que la ayudara y no se cansaba de decirme: Tío, me enloquece el encierro, quiero verde, quiero aire, quiero sol.
Al terminar la charla —atenta y nerviosa ante los disparos del fotógrafo— se queda con la cara un poco más triste y un poco más vieja. Intenta sonreír y dice que las compañeras le dijeron que se fotografiara con la camiseta de Boca. Cuando se despide, sigue sonriendo, tristemente, mientras agita su pequeña mano, junto al desmesurado icono de la Inmaculada Concepción.
Leda Orellano
Fotos: Gerardo Horovitz y Mario Paganetti

Recorte en la crónica_____________
LA RAULITO SEGUN MARILINA ROSS
El hombre del guardapolvo blanco camina con expresión preocupada; la muchachita delgada vestida con campera y pantalón sucios y rotos le sale al paso para preguntarle, angustiada: "Es cierto eso, doctor?". Entonces una voz estentórea ordena: "¡Corten!". Es la de Lautaro Murúa, director del equipo de filmación de La Raulito, la nueva película de la productora Helicón, la misma que logró un triunfo en 1974 con Quebracho. Técnicos, actores, periodistas y curiosos se desplazan por las ocho manzanas del Hospital Alvear siguiendo las tomas: el médico canoso es Duilio Marzio —recuperado para el cine a su vuelta de los Estados Unidos—, la muchachita abrumada es Marilina Ross, notablemente entregada a su personaje.
La escena se repite incansablemente en una de las calles laterales del hospital, mientras el personal que no está de servicio se llega "para mirar a los artistas" e intercambia jugosos comentarios ("pobrecita, tan bonita y la tuvieron que vestir así...". "Qué buen mozo este Murúa...". "Hace dos días les prestamos el guardapolvo a Duilio Marzio y el doctor está esperando que se lo devuelva"). La mañana de primavera es destemplada y ventosa, el Sol desaparece por momentos creándole problemas a los técnicos. Pasado el mediodía se hace una pausa para comer un sandwich y tomar una gaseosa, no hay tiempo para más. Ya se ha completado en Miramar una semana de trabajo dedicada a las escenas finales de la película; en general, la gente de la productora —y especialmente José María Paolantonio— se muestran satisfechos con lo hecho hasta ese momento. Satisfechos y entusiasmados.
A un costado de la cancha de fútbol del hospital, Marilina busca un sitio para aislarse y poder conversar con Siete Días sobre todo lo que esta creación representa para ella y para sus compañeros. Camina agachada, como agobiada por el peso de un personaje del que no se puede desprender, arrastra unos mocasines tapados de tierra, con las costuras reventadas y los tacos torcidos. Tiene el pelo corto y revuelto, los dientes manchados, debajo de las uñas resaltan, nítidas, diez aureolas de mugre. Paseando una mirada distraída por entre los jugadores que corren y gritan por la cancha, comenta:
"Hace cuatro años que esperaba esta oportunidad, desde que hice Nadie en el ciclo Cosa Juzgada. No me cansaba de repetirle a Juan (Juan Carlos Gené, autor del libreto original para televisión) que había que llevarlo al cine; una historia así tiene que filmarse al aire libre, en la calle. Es el papel más importante de toda mi carrera y probablemente de toda mi vida artística". Los jugadores se acaloran, se sacan las camisetas, redoblan los gritos cuando la pelota se les escapa de los confines de la cancha. Junto a un árbol de enorme copa, entre extras y técnicos que caminan llevando termos de café, se distingue el pelo rubio y brillante de Anita Larronde, las siluetas de Elba Fonrouge y Adriana Aizemberg. Todas ellas han participado en una escena que recreaba una sesión de terapia en el Hospital Neuropsiquiátrico. Pintaban bajo las ramas del árbol, controladas por los médicos que comentaban su trabajo.
Marilina se mira las manos: "Cuidar de todos estos detalles es obra del equipo, se trabaja como si se filmara un documental. Por momentos, el diálogo del film se modifica o se improvisa sobre la marcha; si una palabra o una frase no van, entonces digo lo que siento en ese momento, aunque me salga del libreto. Lautaro es un gran director, un perfeccionista, muy paciente".
Marilina come sin entusiasmo, como si cumpliera con una obligación fastidiosa: "Es que esta ropa, esta roña —explica— crean un condicionamiento a ciertas actitudes, a gestos especiales. Cuando estoy vestida así no me importa tirarme en cualquier parte, y me he dado cuenta que hasta estando sola en casa adopto gestos que no son míos, para caminar, para hablar por teléfono. Soy otra. Cuando vi a La Raulito, lo primero que me preguntó es cómo terminaba la película. Se lo dije. Claro, era como preguntarme cómo iba a terminar su propia vida. Es un ser humano simpático, conversador, risueño. Quise saber por qué se había vestido de hombre y me contestó: Es que ser mujer es duro, se sufre mucho, me vestí de hombre para defenderme, para ganarme la vida. ¿Te das cuenta? Sin saberlo, sin proponérselo, fue como una especie de feminista creada por la circunstancia. Cuando hablamos llevaba puestos unos aritos, con toda naturalidad pero sin coquetería, como para ratificar su condición femenina. El tener que vestirse de hombre y hacerse pasar por tal siendo verdaderamente una mujer le hizo perder momentáneamente su identidad. Porque ya no era ni hombre, ni mujer, ni un chico. No era nada, nadie". El almuerzo ha terminado; los técnicos cargan el equipo para trasladarse a filmar a otro pabellón y seguir apresando en el celuloide la elusiva, módica vida de La Raulito.

Revista Siete Días Ilustrados
06.01.1975





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