Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Libertad Leblanc
VEDETTES
La Libertad al desnudo
En 1975, la blanquísima Libertad Leblanc no practicará su habitual, generosa exhibición anatómica en celuloide; la hará, en cambio, en un escenario porteño

A fines de marzo próximo, o comienzos de abril, Libertad Leblanc debutará, por fin, como vedette en un espectáculo de revistas. Estuvo a punto de hacerlo cuando el empresario Héctor Ricardo García se disponía a inaugurar el teatro Astros, a fines de 1973. Pero algo ocurrió —según allegados a García, el exceso de pretensiones de Libertad; según ella misma, el incumplimiento de estrictas cláusulas contractuales— y la rubia desnudista del cine no llegó a pisar las tablas. De todas maneras, como el contrato estaba firmado, pudo anunciarle al empresario, con la más sensual de sus sonrisas y la más angelical cadencia de su fresca voz de muchacha: “Voy a hacerte un juicio de padre y señor mío, querido”. Y se lo hizo, por daños y perjuicios morales e incumplimiento de contrato. Todavía el fallo no se ha dictado, pero Libertad puede darse el gusto de reflexionar: “Y si ahora a García quisieran quitarle el teatro no podrían: yo se lo tengo embargado".

PLUMAS Y LENTEJUELAS. Esta vez es Alejandro Romay quien se juega por los caudalosos encantos de L.L. sobre un escenario, y aparentemente no dará un paso en falso. El Nacional será, en definitiva, el ruedo donde esta incansable promotora de sí misma (y tiene, para serlo, bastantes más razones que aquellas dos tan evidentes) lanzará un nuevo desafío. Por eso es que el vasto piso 13 de Ocampo y Las Heras, donde vive con su madre, su hija (de 16 años, nacida de su único matrimonio, con el productor Leonardo Barujel) y un perrito caniche “toy”, llamado Love, presencia hoy el trajinar de mucha gente. Libertad, alerta centinela de todo lo que rodea a su blanca imagen, vigila hasta el mínimo detalle de su intervención en la revista titulada ¡Viva la Libertad!
“Acá me tenés, entre plumas y lentejuelas —anuncia desde la puerta; y tumbándose después, toda ella larga peluca rubia y vertiginoso escote, en el sofá de su living vagamente chinesco, prosigue—: Yo quería tenerlo a Claudio Segovia como diseñador de mi vestuario, y a Oscar Aráiz como coreógrafo. Lamentablemente, no podrá ser: Claudio se ha ido a Europa en estos días a trabajar con Jorge Lavelli, y Aráiz también tiene compromisos allá. Love la interrumpe con exageradas demandas de cariño, que la Leblanc satisface haciéndole mimos y ubicándolo junto a ella en el sofá. “He conseguido, sin embargo, formar un equipo sólido: Mario Vanarelli hace la escenografía, Santos Lipesker se ocupa de la parte musical, Abel Santa Cruz es el libretista, Marta Reguera ejerce la dirección general, y ahora estoy viendo si lo conseguimos a Eber Lobato como coreógrafo.”

LA DIVA Y ALGO MAS. Debajo de las falsas guedejas que cubren su cabeza, Libertad lleva el pelo corto, cómodo. Debajo de su apariencia de sirena tentadora habita una mujer de temple, habilísima para los negocios, segura de su talento. “Muchas me preguntan por qué no filmo este año. Mirá, querido: ya llevo hechas 40 películas. ¿No tengo entonces derecho a renovarme, a emprender algo que me gusta? En 1975 será la revista, y estoy segura de que triunfaré. En 1976 no lo sé. Podría ser teatro en París con Jorge Lavelli: ¿por qué no?” Este dato es rigurosamente cierto: todas las semanas el director argentino radicado en Francia la llama por teléfono para extraerle un sí artístico, que acaso no esté lejano. “Fíjate —explica Libertad, preocupándose porque un amigo que acaba de llegar le dice que no ha comido, y entonces ella va a la cocina y le prepara un poco de pollo frío con ensalada—, en el camarín, mientras espero mi llamada, voy a estudiar francés, porque una nunca sabe, ¿no?”
Es difícil que ella no sepa algo que le concierne. Por contrato ninguna otra rubia puede aparecer en la revista de El Nacional, ni nadie sino ella vestirá de blanco. L.L. debe aprobar, igualmente, el vestuario en general, la música, la escenografía, las coristas (algunas de ellas provendrán de las Blue Bell Girls parisienses). En persona elegirá a los cuatro negros forzudos que, “lo más desvestidos posibles”, la entrarán triunfalmente en escena, a hombros. Por nada del mundo quiere declarar cuánto le pagan, pero aclara que ninguna vedette argentina obtuvo nunca semejante porcentaje. Más aún: con Romay arregló un tope básico de recaudaciones; si lo superan, Libertad continuará hasta fines de 1975 en el teatro, si no (“un peso menos, querido”), abandonará el espectáculo por propia determinación y sin previo aviso. “Además —se entusiasma— es la primera vez que una vedette no se hace cargo aquí del costo de su vestuario, que será pagado por la empresa, ¡y ojo, que son muchos millones! Mi única inversión son seis pares de medias de baile, color carne, que le pedí a un amigo que me comprara en los Estados Unidos.”

EL 50 POR CIENTO. Libertad María de los Ángeles Vicich —tal es su nombre completo— está en pie diariamente desde las 8 de la mañana y no se va a dormir sin haber controlado todos los aspectos de la producción. Tiene tiempo para jugar con Love, recibir a la masajista (“el único ejercicio que hago, pero es bárbara, unas manos de hada”), enterarse de todo lo que pasa en el mundo (“¿qué va a venir a hacer acá la Fannie Foxe esa, la Battistella. la del escándalo con el senador norteamericano? No tiene ni esto de chance”), ocuparse de su madre y su hija, planear grandes cambios en su piso (“todo este techo lo voy a hacer de espejo, ¿qué te parece?; y acá le voy a hacer a Yaya, mi chica, una sala con estéreo y todo, para que pueda recibir tranquila a sus amigos; y arriba, una terracita con parrilla, si me deja el consorcio, ¿sabés?”) y manejar sabiamente su dinero: ella es su propia representante y administradora.
Por lo demás, “ahora voy a ser vedette porque se me da la gana, porque me gusta la idea, pero no pretendo ni intento hacer una carrera como tal”. Tiene plena conciencia de que bailar no es su fuerte y cantar tampoco, y de que sólo actuó en teatro en Nueva York, ante públicos latinoamericanos. Pero “soy una estrella con personalidad y el público irá a verme tal cuál soy en un escenario. Acá se han cortado la mayoría de las películas. En el Nacional, en cambio, voy a salir todo lo desnuda que pueda, especialmente con mi 50 por ciento”. ¿Hay alguna necesidad de aclarar a qué se refiere ese porcentaje?
J. P. y E.S. Fotos de Eduardo Nuñes
PANORAMA, FEBRERO 22, 1975

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