Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Mendocinos notables
Nos invaden los mendocinos
A lo mejor a Ud. no le ha pasado, pero a varios de nosotros sí. Ya la sensación de que estamos invadidos por los mendocinos es notable. En los últimos seis meses hemos sido abordados por cualquier cantidad de periodistas de esa provincia. Empezando por la autora de esta nota, que está casada con un mendocino. Claro que la invasión no se reduce a este oficio. Hay artistas, profesionales, funcionarios y otras celebridades a granel. Aquí logramos juntar a un grupo bastante heterogéneo de personajes cuyanos y además testimonios de otros exiliados que no pudieron juntarse para la foto

CARLOS ALONSO
Pintor, 41 años
Tunuyán, a cien kilómetros al sur de la ciudad de Mendoza, fue mi cuna. Luego me albergó la capital provincial. Viví allí mientras cursaba mis estudios en la Academia de Bellas Artes de la Universidad de Cuyo. Mi primer éxodo fue a Tucumán. Jorge Eneas Spilimbergo, mi maestro, enseñaba allí. Cuando resolví dejar de ser alumno tomé otra decisión: vivir de la pintura. Mendoza no me lo permitía. Buenos Aires posee un mercado, falso tal vez, pero que estimula la necesidad de producir. Sin embargo, rechazo a la gran ciudad como medio físico. Si volviera a Mendoza —cosa que haría ya mismo— me sentiría más feliz. Esa felicidad compensaría mi necesidad de pintar.
Tal vez al Buenos Aires pictórico le sería necesario un artista como Roberto Azzoni, que se niega a exponer en la Capital y permanece fiel a su paisaje cuyano y a su gente, para recuperar una frescura barrida por la avalancha de surrealismo escapista, por llamar de alguna manera al snobismo.

JOAQUÍN LAVADO (QUINO)
Humorista, 38 años
Desde la mamadera quise ser dibujante de historietas. A la escuela primaria fui llorando. Finalmente me convencieron que para hacer historietas debía empezar haciendo palotes. Tenía un tío acuarelista y entre pincelas, telas y agua, afirmé mi vocación. La pintura seria no me atrajo en mi juventud. A toda costa quería ser ayudante de Divito. Sin embargo fui a la Academia de Bellas Artes, aunque me fue como la mona. Los jarrones y los patos embalsamados, coma modelos me aburrían. Ahora me arrepiento. No hace mucho intenté pintar en serio y no lo logré.
A Buenos Aires la quiero mucho, pero no la siento mi ciudad. Lo mismo me ocurre con Mendoza; no obstante, la extraño.
¿Volver a Mendoza? Sí, pero por un tiempo. Después de 16 años en Buenos Aires veo que culturalmente Mendoza sigue en la chatura que mostraba cuando la dejé. A Mendoza y a su gente la quiero. Guille, el hermanito de Mafalda, por ejemplo, lo copié de un mendocino: mi sobrino. Un pequeño cuyano al que le gusta el “chupete on the rocks’’.

CARLOS DE LA MOTA
Escultor, 46 años
Vine a Buenos Aires porque no quise ser un “valorcito provinciano”. Mi maestro, Lorenzo Domínguez, era provinciano y fue, sin embargo, un valor con mayúsculas. Cuando murió lloramos todos, hasta Alonso. Pero yo, presiones más o menos, por objetivos o no, tuve que venirme a Buenos Aires.
El desarrollo económico a principios de la década del 60 produjo una eclosión. La gente, porque tenía dinero o por pautas culturales, se interesó por la obra de arte. En otras palabras, aquí, en Buenos Aires, se creó un mercado, o tal vez a los artistas nos compraban porque había con qué hacerlo.
A pesar de las ventajas que esto supone, Buenos Aires no me agrada. Volvería al interior porque salvo el aspecto económico, el resto no evidencia solución. En el aspecto cultural el nivel sigue igual que años atrás.

TEÓFILO TABANERA
Ex presidente de la Comisión de Educación por Satélites, 60 años
Nací en Mendoza, pero La Plata fue mi segundo hogar. Destino: la Facultad de Ingeniería, una disciplina que, en aquellos tiempos, no se enseñaba en mi tierra cuyana. No fue fácil. Mis estudios los solventé como jornalero en las destilerías de YPF. Esta empresa, en mis comienzos, y posteriormente Gas del Estado, fueron el señuelo para radicarme definitivamente en Buenos Aires. Tengo la satisfacción de haber contribuido a que las amas de casa de la Capital Federal utilizaran el gas natural para el hogar. El gasoducto Buenos Aires-Comodoro Rivadavia me contó entre sus hacedores.
No sólo lo subterráneo ha tenido influencia en mi vida. A partir de la década del 50 me interesé por la posibilidad de utilizar satélites para la educación de masas en toda Latinoamérica. Un sistema basado en la televisión que presenté a las Naciones Unidas en 1958 tuvo buena acogida. Desde entonces soy consultor de la UNESCO.
Mendoza es una tierra de gladiadores. Pujante e inquieta. Pero no pude, quedarme. Allí tendría que haber organizado cualquier pequeña industria o, en todo caso, cultivar una viña.

SATURNINO MONTERO RUIZ
Presidente del Banco Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, 54 años
Me dieron un título (Contador Público) en una Facultad recién creada: la de la Universidad Nacional de Cuyo. Con el diploma llegué a Retiro. Contribuí a despoblar el interior. No había más remedio. Buenos Aires, en esa época, tenía más perspectivas. En el presente, tengo casi la certeza que no habría ninguna necesidad de emigrar del pie de la cordillera.
Creo que las condiciones han cambiado: el interior, gracias a la obra del gobierno, crea polos de desarrollo. Hasta este momento en el país hubo un desajuste. Desde la Revolución Argentina se empezó a planificar. Una serie de obras serán testigos.
Mi primera impresión de Buenos Aires —como a todos los mendocinos les ocurre— no fue propicia. Un círculo de amistades, tiempo después, me cambió la opinión. En la actualidad, me siento bien. Encontré tal vez lo que buscaba al llegar aquí, una institución que, con mis esfuerzos, se trasformó en lo que ahora es el Banco Municipal. Quiero hacer cosas. El tiempo me fue propicio; un tiempo que a menudo no se le proporciona al funcionario público.
Donde nací, la influencia telúrica sobre el hombre se impone: los mendocinos saben que para vivir hay que luchar. Los viñedos, en un gran desierto, exigen agua, y el agua exige trabajo.

ELCIRA OLIVERA GARCÉS
Actriz, 41 años
En 1952 dejé a mi hijo en Mendoza y partí a Buenos Aires. Me encontré con un principio duro y difícil. Un año después pude reunirme con el niño. Mientras tanto el dedo se me gastó en el teléfono de tanto llamar pidiendo bolos.
El teatro fue mi comienzo. Me fui fogueando en el medio y la confianza creció en mí. No ganaba lo suficiente para vivir decorosamente. Mi hijo comía a la noche, yo no. Una mentira piadosa me hacía repetir que no tenía hambre.
Mendoza fue una mezcla de recuerdos lindos y tristes. Al principio me sentía muy mal en Buenos Aires. Ahora ya está todo superado. En el última viaje encontré a mi provincia más linda que nunca. No volveré a radicarme en Mendoza, mi vida está aquí, en Buenos Aires, con mi hijo, mi nieto y todos los míos. Buenos Aires es ahora mi ciudad. Esa mole insalvable que era antes, es, ahora, una cosa hermosa.

JUAN CARLOS THORRY
Actor, 60 años
Soy mendocino por adopción. Llegué a la provincia con pocos meses de edad y allí trascurrí mi infancia y adolescencia. A Buenos Aires llegué cuando tenía 18 años.
Mis estudios universitarios —primero derecho, después medicina— quedaron truncos, pero fue un centro estudiantil el que canalizó mis ansias de teatro. Más tarde Discépolo me abrió las puertas del teatro Monumental. De ahí en más el asunto fue relativamente sencillo: radio, televisión, cine fueron otros medios para expresarme.
Buenos Aires fue un eslabón importante y me brindó muchas satisfacciones. Mendoza es provincia. Sin embargo, cuando cuelgue los botines —y falta mucho para eso— me radicaré en Mendoza.
Regina, mi mujer, es chilena y así estaríamos cerca de su patria. Además quiero sentir el olor de Mendoza. Adoro la montaña y aunque haya nacido en Coronel Pringles soy y me siento auténticamente mendocino.
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LOS QUE NO ESTUVIERON EN LA FOTO
FRANCISCO MANRIQUE. Ministro de Bienestar Social, 51 años. Nací en Mendoza, donde cursé la escuela primaria y secundaria. Los Maristas fueran mis maestros. Buenos Aires fue la meta para ingresar a la Marina, una institución en la que permanecí 30 años, para irme de baja, de puro mendocino, por caprichoso no más. Pienso, en Buenos Aires, que Mendoza es lo mejor del mundo, una ciudad progresista. Su problema es el decolaje, en distintos grados de desarrollo con las demás provincias. Soy cuyano y me parece que en Mendoza explota un “boom”. Lo mejor que tiene la provincia es el mendocino. Es difícil saber si volvería a radicarme en ella, una cosa que deseo cuando mis ocupaciones oficiales me dejan tiempo para pensar. Sin embargo, mi vida ha sido una cadena de situaciones tales que, predecir el futuro, resulta bastante difícil.

ABELARDO ARIAS. Escritor, 52 años. Cuando joven me apasionaban los códigos a pesar de que en mi niñez escribí un diario y me convertí en dramaturgo: mis hermanos eran las víctimas escénicas. Las leyes me trajeron a Buenos Aires con poco éxito. Las artes plásticas me cautivaron tiempo después. No pinté ningún cuadro con esa afición; al contrario: mis necesidades vitales las volqué en “Álamos talados”, una novela en la que reflejé mi nostalgia con la perspectiva que me daba la distancia de mi San Rafael natal. Tal vez en el lugar no lo hubiera hecho igual.
Fue mi primera época en Buenos Aires bastante difícil. En general los escritores tienen dos etapas: la inaugural, donde persiguen a los editores; y la otra, la segunda, la de mayores satisfacciones personales, tal vez la más inocua: cuando los editores persiguen a los escritores.
Mendoza tiene la desgracia, pienso, de ser una de las provincias más ricas; el dinero, como todos saben, obnubila los posibles valores espirituales. Sin embargo, hay excepciones: Antonio Di Benedetto, para mí el mejor escritor argentino y al igual que Cortázar conocido más en Europa que en su patria, vive y escribe en Mendoza. Sin embargo son pocos. Para mí la tentación de volver a mi provincia es remota: no quiero radicarme en ella a pesar de que me encanta pasear por las alamedas, taladas o en pie.

LEONARDO FAVIO. Actor, director de cine, cantante, 32 años. Un hogar, “El Alba”, fue mi primera casa en Buenos Aires. Tenía 7 años. Alternativamente volví a Mendoza. Cuando cumplí los 20 años me anclé en Buenos Aires. Fue duro. Torre Nilsson fue algo así como una tabla de salvación. El me metió en el mundo del cine. Pero yo quería y quiero hacer mi cine. Los festivales lo conocieron: “Crónica de un niño solo”, “El romance del Aniceto y la Francisca” ,y “El dependiente". Obtuve 22 premios, pero el engranaje del cine argentino les dio la espalda.
Cuando los cuadritos de la película no me dejaron comer recurrí "a la canción. ¿Para qué? Para financiar mi próxima película: “La gente, un payasito y todas esas cosas que nos hacen poner tan triste el corazón”, basada, como todas las demás, en un cuento de mi hermano Jorge Jury.
A Mendoza no tengo nada que agradecerle. La vida de los mendocinos me parece que no participa del país. Es extraño; no es Córdoba ni Rosario. En Mendoza ganan los conservadores. Es ridículo. ¿Qué quieren conservar? ¿La miseria? Tiene muy poco que ver su gente con el paisaje. En resumen: voy a Mendoza cuando no tengo más remedio.

ASTUR MORSELA. Poeta, escritor, publicitario, 40 años. Quise ver a Mendoza con perspectivas. Vine a Buenos Aires en 1955. Mis vivencias sentían necesidad de compararse con un medio al que consideraba más importante. Vine como periodista y terminé en una agencia de publicidad. Me expresé, una ventaja de la sociedad de consumo, mediante frases publicitarias. Luego de una vuelta al periodismo, con muy mala fortuna —Democracia, Noticias Gráficas, etc.—, publiqué, en 1957, mi primer libro: un ensayo sobre Eduardo Mallea. Su éxito, en aquel entonces, fue relativo; ahora cobró importancia e incluso se vende. De la poesía y el ensayo volví a la publicidad: General Motors fue mi mecenas. Guardo buenos recuerdos. Buenas frases: “¡Brava!”. Diez años después de Mallea edité “Poemas y palabras"; después vino “Cambio de vida”.
Me fui a la India becado por un ensayo sobre Gandhi que está por editarse en la Argentina.
En cuanto a los ¡mendocinos no somos una colonia. Sólo nos vemos en exposiciones (Alonso o Sosbichs) o en recitales (Tejada Gómez). Tal vez sea porque somos individualistas o a causa de la realización de la obra de cada uno.
Nuestra representación en Buenos Aires es indirecta. Nadie nos delegó el poder. Pero nos sentimos responsables. Mendoza ofrece hoy posibilidades que no daba hace 15 años. Hasta los bodegueros se han modernizado. Es bastante, pero no lo óptimo: el mendocino para manifestarse necesita la metrópoli.

POKY EVANS. Cantante, 28 años. En Mendoza estudié con los Hermanos Maristas. Luego me vine a Buenos Aires para ingresar en Derecho. Finalmente dejé los códigos por un viaje a Italia. Recorrí parte de Europa. Nápoles, con la bahía, fue escenario propicio para mi actividad de showman. Inauguré una cantina: A’Lampara, que no por modesta fue poco concurrida. Por allí pasaron Onassis, María Callas, Winston Churchill, Domenico Modugno.
Luego me dediqué a las boites: Royal Club, en Roma, fue la primera. Luego El Rancho, en Ischia, ocupó mis afanes. No pensé volver a la Argentina pero la muerte de mi padre no me dejó otra alternativa.
Mendoza fue solamente una pequeña etapa. En Buenos Aires pasé el período más espantoso de mi vida. Un señor me convenció que sería el ídolo de la canción argentina. Estaba equivocado. En Escala Musical llovieron tomates sobre mi traje de lamé.
Horacio Martelli, por aquella época propietario de Bossa Nova, me dio una oportunidad para reencontrarme con lo que sabía hacer. No estuvo equivocado: Viva María, Jacque, África y actualmente Mau Mau son eslabones que posibilitan la oportunidad de hacer lo que me gusta.
Mendoza no me interesa artísticamente. Cantar, que es mi fin, allí no podría. Hace poco tiempo la vi con ojos de turista. A pesar de haber vivido y crecido en ella, me fascinó. Incluso, en tren de opciones, ganaría respecto a muchas joyas turísticas europeas.

Revista Semana Grafica
18.12.1970
Mendocinos notables

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