Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

MI MARIDO, PICHUCO
Se conocieron hace 34 años y en ese lapso se casaron cuatro veces. Detalles e intimidades de la vida nada común de Aníbal Troilo, desgranados por quien mejor conoce al celebrado bandoneonista: Zita, su compañera de toda una vida

Ida Calachi es un nombre y apelado como tantos otros, que acaso no llame la atención a ningún aficionado o amante del tango. Sin embargo, cuando se aclara que esta descendiente de griegos e italianos está casada con Aníbal Pichuco Troilo, entonces sí se personifica su nombre en la rubia, delgada, elegante y encantadora Zita, la jermu del dogor.
La semana pasada esa mujer, de serena belleza, de pausado hablar, recibió a Siete Días en el piso que habita el matrimonio Troilo en Paraguay al 1300. El diálogo giró —obviamente— alrededor de Pichuco, pero surgió una imagen acaso desconocida sobre la personalidad del talentoso bandoneonista. De la charla se rescatan a continuación las partes más sobresalientes y que configuran el siguiente monólogo:

LA QUE NUNCA TUVO NOVIO
A Pichuco lo conocí el 15 de julio de 1938. Está acá, en el anillo, la fecha escrita... Cómo no recordar... Claro que entonces no era Aníbal Troilo; era un gordito. Y yo era una chiquilina que le ayudaba a coser a su novia, sí, a la novia del gordito. Y me dolía porque veía que la hacía sufrir. Decía yo: "Pero este gordo zambomba cómo la hace sufrir". El entonces tocaba en el Casanova, que era un local nocturno. Yo cosía y ayudaba a las bailarinas, una de las cuales era precisamente la novia de Pichuco.
No sé por qué, pero Pichuco empezó a tratar de conquistarme. Pero a mí no me gustaba; era muy gordito, aunque parecía buena persona. Yo era muy inexperta, muy joven... y bueno, él se me declaró varias veces. Pero siempre rebotaba. Pero al final lo acepté y fuimos novios de ojito, como un año. Hasta que nos fuimos a vivir juntos y después pasó el tiempo y terminamos casándonos un montón de veces... Sí, nos habíamos separado en el 51, pero nos casamos por México en el 57. Después, volvimos a casarnos en La Plata en el 58 y por fin en Buenos Aires en el 66, por iglesia; y hace muy poquito por civil. No sé..., será que no estábamos seguros. Claro que el casamiento es lo de menos. Vale lo que uno siente.
Y después fuimos felices, y no lo fuimos, y nos pasaron miles de cosas. Pichuco fue cambiando mucho con los años. Claro que para la gente sigue siendo El Gordo, cosa que a mí no me gustó nunca. Porque yo hice de todo para que aprendieran a llamarlo señor Troilo. Incluso muchas vetes cortaba cuando lo llamaban por teléfono y decían: "¿Está el Gordo?", porque Pichuco es un señor como cualquier otro. Es humano, es gente, es buenísimo y un verdadero caballero. Además, yo siempre digo que es el purrete que les falta a los barrios de ahora. Es calle pura. Un encariñado, sin embargo, con su madre, su crianza, su vida toda. Pichuco es Buenos Aires, mire; es el gordito de la pandilla, una pandilla que él perdió y que todavía añora... La integraban Discépolo, Manzi, Cátulo Castillo y otros que murieron o se ven muy de vez en cuando. Ya no es lo mismo.
Claro que a él siempre lo llaman para abrir locales, porque parece que es como las copetineras: atrae al público. Y él va a todos lados. Le gusta sentirse entre amigos. En el fondo no es más que un niño gordo y grande, al que le encanta cantar y bailar, Y lo hace muy bien. Yo lo conocí bailando. En lo demás es muy personal, tanto que no toca lo que no le gusta.
VOLVER CON LA FRENTE MARCHITA
Ahora es muy compañero, sí, ahora si... Y está casero como nunca. Se levanta sin horario, a la hora que quiere, porque nunca nos acostamos antes de las 5 de la mañana. Yo me levanto temprano, pero él sigue durmiendo. Y después anda como un chico detrás mío. "Haceme esto, dame lo otro, vení conmigo, esto, aquello ...todo el día así. Y como pica muchísimo —aunque come, en realidad, muy poco— a cada rato quiere probar un bocadito, un cafecito, un whiskycito. Es que su vida, dentro de todo, es ordenada: toma un litro de vino y se duerme una siesta larguísima, hasta la noche. Entonces sí: se levanta y vive hasta la madrugada, alimentándose a manzanas, pomelos o cafés. A las doce de la noche empieza a trabajar en Caño 14, con Goyeneche, y siempre necesita tomarse dos o tres whiskies antes de actuar.
Antes tomaba mucho —se sabe—, pero ahora no tanto. Claro que nunca me vino borracho a casa. Por más que tomara, Pichuco siempre era un gentleman. Y tomaba porque... no sé, pienso que a lo mejor no era feliz. Siempre pensé que tomaba por alguna razón que yo no entendía, porque no iba a tomar de sed nomás, ¿no? Ahora tiene que cuidarse. Ya tiene 57 años y no es el mismo. Se porta bien.
Recién dije que ahora es muy compañero, porque antes no lo era. Supongo que está casero por necesidad. Pichuco siempre tuvo muchos amigos que no le convenían. Vivía en la calle y me hacía cada una ... Ahora hace como 15 años que se sosegó. No sale. Trabaja mucho y parece que se olvidó de sus desvíos. Y yo, por desgracia, no tuve desvíos. Debo ser la única mujer en el mundo a la que su marido se le fue tres veces de la casa y después lo recibió como si nada. Pero yo sabía que iba a volver, y entonces lo esperaba. Me aclimaté a la situación y poco a poco lo fui queriendo de otra forma. Ahora yo lo protejo, pero creo que más que amor es costumbre lo que nos une. Siempre creo que le va a pasar algo. A Pichuco hay que cuidarlo como a un chico. A veces pienso que si yo le faltara no sabría qué hacer... Y él dice que sin mí no puede vivir. Y creo que dice la verdad.

BANDONEON ARRABALERO
La música para él es todo. Y toca siempre igual, casi diría que cada vez mejor, porque lleva al tango en las venas. Por eso digo que es el pibe de barrio que un día se largó a tocar. A mí me conmueve, no sé, quizá no debiera decirlo porque soy su mujer, pero... Goyeneche se enamora de cómo le toca. Y cualquiera que lo ve actuar se da cuenta: Pichuco toca muy sentido, muy de adentro. Yo suelo sentarme atrás de todo —porque lo acompaño todas las noches; si no voy, él no quiere tocar—, y curiosamente siempre me entristece. Se me hace que no lo voy a ver tocar nunca más y me parte el alma. Cuando toca La Cumparsita o Malena me llega a lo más hondo del alma. Quizá el público lo ayuda con el silencio que hace. No sé, para mí es único.
Y cuando baja del escenario, siempre me pregunta lo mismo: "¿Cómo salió? ¿Te aburriste? ¿Estuve bien?". Es el rey de la modestia, una de sus mejores cualidades. No tiene ínfulas, no es fanfarrón. En su trabajo, siempre les da oportunidades a todos. Nunca sintió celos de nadie y no le molesta que sus músicos toquen lo mismo con otras orquestas. No es que se sepa, el mejor, porque eso sería soberbia. Simplemente, Pichuco dice: "Los muchachos están haciéndose, vieja, están naciendo. Déjalos que así van a surgir buenos y nuevos...".
Cuando a Baffa lo dejaba hacer solos, yo a veces le decía que tocara él, que se luciera él. Y me decía: "No, déjalo a Baffita que se luzca, que yo dirijo... y casi no tocaba. Así fue con muchos; porque él tuvo grandes discípulos. Y con Piazzolla, que contra lo que supone la gente nunca estuvieron enemistados y son de la misma generación, pues sólo es cuatro años mayor que Astor, pasó lo mismo; Pichuco dice: "Astor es mi hijo".
Pero volvió a formar el cuarteto a pedido mío. Porque yo quería que volviera a tocar, que no dirigiera solamente. Además, con la orquesta había un problema que yo no entiendo: los músicos, para tocar con él, quieren cobrar dinerales. Al principio vienen poco menos que gratis, pero en cuanto se sienten importantes se vuelven carísimos. Y no ven que al lado de Pichuco se vuelven verdaderamente tangueros, aprenden el oficio. Como pasó con el gallego García, un bandoneón al que adora, y que en estos momentos está en Europa. Como le pasó al Polaco, a Rivero, a Marino, a todos los muchachos que tanto quiere...
Además, musicalmente, Pichuco es muy fiel. De la formación original de (a orquesta quedan dos muchachos: Alberto Marino (bandoneonista) y David Díaz (primer violín). Están con Pichuco desde hace 35 años. Y hoy hay muchos buenos violines, sobre todo los que vienen de la Sinfónica, pero él siempre le deja el primer lugar a David. Por fidelidad nomás, porque sabe lo que vale y porque es amigo...

LOS GOMIAS
Amigos tuvo muchos, ya lo dije, pero siempre se destacó uno: Barquina [un conocido periodista], que es como decir Perón, porque está en todos lados, aunque no sea del ambiente. Es de las buenas y de las malas.
Pero tiene facilidad increíble para hacerse de amigos todos los días. Siempre que encuentra a alguien dispuesto a charlar, ahí va y se sienta, con un whisky en la mano. Los taxistas no le cobran, y después viene y me cuenta, contento como una criatura. Además, es olvidadizo, pero yo creo que se hace más de lo que es. Porque en un tiempo su memoria fue prodigiosa. Recuerdo que se presentó una vez al concurso de preguntas y respuestas que tenía D' Agostino, cuando empezó. Fue el primero que ganó: cien mil pesos, hace ya varios años. Así que eso me convenció de que se olvida de lo que quiere olvidarse.
Es que nosotros estamos llenos de recuerdos y uno no puede retenerlos a todos, eso es comprensible. Acá tenemos una vitrina llena de placas recordatorias. Y aunque Pichuco es apolítico, todos los presidentes fueron siempre pichuquistas. Todos le mandaron alguna vez una foto autografiada, cartas y dedicatorias. Lo que pasa, también, es que los últimos son todos de su edad y seguro que de muchachos bailaron en clubes al compás de sus tangos. Nosotros tenemos fotos de Onganía y de Lanusse, antes de ser presidentes, en restaurantes, aplaudiéndolo... Barquina siempre pedía discos para llevarles a los ministros y presidentes. Y Perón suele escribirle desde Madrid y le manda fotos.
Pichuco es de Cáncer; nació el 11 de julio de 1914. Empezó a tocar el bandoneón en una orquesta de señoritas, a los once años, y la dirigía él. Era en el cine Medrano, en Buenos Aires, y es un recuerdo muy querido. Es que la música para él es todo, póngalo con palabras bien grandes.
Eso que ahora compone menos que antes, pero porque no tiene con quién escribir. Necesita conocer gente que le guste y sienta la música igual que él. Y eso es difícil.
¿El recuerdo más feo? No, no me lo pregunte... Es horrible. Le puedo decir lo más lindo, si quiere. Es una dedicatoria en un libros de una vez que me operaron. Ahí se mostró con todo el cariño que es capaz de sentir. Un cariño que lo hace ponerme sobrenombres, igual que yo hacía antes. Lo llamaba Pocholito, Tortita Quemada y cosas así... Pero ahora ya no.
Nosotros tuvimos una etapa muy feliz en nuestras vidas. Pero ahora la felicidad está dada por la tranquilidad. Ya no es un enamoramiento, como antes. Ahora ya no espero tanto. Será que una ya está más segura, por los años, no sé... Es distinto, ¿me entiende? Creo que él me necesita y yo también a él. Y eso es todo.
Pero feos recuerdos..., ¡ay, la pucha si los tengo! Si yo fuera celosa, mire, estaría muerta. Pichuco tuvo siempre 50 mujeres a su lado. Así como lo ven, con esa carita... ¡Dios mío! A mí no me contaba, pero yo sabía. Siempre me mentía, hasta que una vez me lo reconoció. Entonces lloré mucho, muchísimo, no se imagina ...
Pichuco, le decía, sigue siendo un purrete sensible, así que hay que conocerlo mucho para entenderlo. Todo lo hace cuando quiere, cuando lo siente, cuando tiene ganas. Es melancólico y tristón. Un día empezó a decir que estaba viejo, pero yo le saqué la idea de la cabeza. Le puse a Chaplin como ejemplo. Pero lo comprendo: se le murieron muchos amigos a los que quería entrañablemente. Y además es romántico y sentimental hasta la última fibra. Cuando murió Julio Sosa —¡qué pérdida!—, viera cómo quedó. Sólo una vez había cantado Sosa con Pichuco, en el cumpleaños de Antonio Maida. Y yo sé que hubieran querido trabajar juntos, pero no pudo ser...
A Pichuco hay que entenderlo por el lado del sentimiento. Porque es sentimiento puro, al punto que cuando uno quiere algo de él tiene que trabajarlo con cariño, con bondad, con buenas palabras. Entonces se le saca cualquier cosa. Y le doy un ejemplo: acá en casa tiene cuatro bandoneones, pero cuando toca lo hace con el primero que tuvo, uno viejísimo. De puro sentimental. Parece mentira, pero toca con el más viejito, ese que le costó diez pesos!!
Revista Siete Días Ilustrados
3/7/1972

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