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Modelos
Flores de un día son
Esta es la historia de cuatro personas: dos que orillan la treintena y otras dos que apenas juntan 40 años. Las cuatro se ganan la vida como modelos. La rápida fama de estas muñecas de lujo parece que comienza a extinguirse, como el de los locutores de televisión hace casi una década. Siempre es el mismo mal. Pero estas chicas, ascendidas de pronto, envueltas en el vértigo de la promoción, ¿son conscientes de su ocaso? Ellas mismas dan la respuesta.
Chunchuna
SU padre es un militar cuya mayor fama la ganó en el hipismo; su marido, Horacio Molina, es un modesto cantor de boleros. Ella, como sus dos hijas de 7 y 6 años, nació en el Hospital Militar; pero no se puede adivinar la fecha. “No diré mi edad hasta que abandone la profesión; en esto, cuando una persona tiene 30 años ya es una vieja inútil”. Sin pintar, con la gracia agreste que le dio éxito, Chunchuna Villafañe se acomoda en una silla de su departamento, en Congreso. Una perra temerosa, Pancha, se acerca con cuidado; entretanto, una inexplicable mucama que vive escuchando música de cámara, entra y sale de la casa.
Todos saben que ella no quería ser modelo; también que su esposo no soñaba con ser cantor. Sin embargo, la estudiante de arquitectura (4º año) y el adepto adolescente a las cuestiones jurídicas (1º año) alteraron sus carreras por otras más fáciles y lucrativas. “En verdad —piensa Chunchuna—, si rechazaba tanto los ofrecimientos debía ser porque, la idea me gustaba.
¿Ese parece un feliz descubrimiento del analista?
—No, a pesar de que hace dos años que me analizo.
Es una de las tres figuras "monstruos”, junto a Karim Pistarini y Claudia Sánchez. Esta arbitraria etiqueta, la confirma ella misma: “No sé, hay gente que por más que trate de salir distinta, siempre la reconocen; en cambio, hay otras chicas que aparecen todos los días, a cada rato, y nadie repara en ellas. Para los dos casos tengo ejemplos: la primera podría ser Claudia Sánchez y la segunda Vilma Berlín, que le aseguro, tiene más trabajo que nosotras tres juntas”.
—¿Pero ganan lo mismo?
—Bueno, cada modelo tiene su propio cachet (el arancel mínimo es de 30.000 pesos).
—Se dice que usted es algo susceptible en el trabajo. Por ejemplo, que
se niega a mostrar determinadas zonas del cuerpo. Eso parece inexplicable, siendo una modelo tan sexy?
—Es cierto que tengo carácter fuerte, pero no es malo. En cuanto a lo otro, no me gusta hacer concesiones: es decir, no tendría problemas en desnudarme con Igmar Bergman, pero ¿usted cree que vale la pena hacerlo en un corto publicitario?
—Me remito a dar información, no opiniones, sólo que resulta un tanto extraña su postura en un mundillo donde se tejen tantas historias.
—Es como todo.
—¿Está segura?
—Bueno, no conozco muchas cosas. Lo que pasa es que cuando se tiene ganas de hacer algo, se dice que si a todo. Por ejemplo, entre las vedettes, para llegar a ser algo se elige la escalera más fácil.
—¿Por qué menciona el ejemplo de las vedettes, si usted el que más conoce es el de las modelos?
—No quiero ofender a nadie; quise simbolizar algo, pero no me gusta hablar de lo que no conozco.
Ya está hecha la presentación en sociedad. La entrevista, hasta el momento placentera, ha tomado temperatura: Chunchuna también. Se podría asegurar que ya no necesita estímulos para hablar. Apenas, una inocente pregunta: ¿Qué opina del trabajo que hace?
“Ahora me gusta, sólo que me duelen algunas cosas que parecen sin remedio. Sobre todo, el sistema de usarse entre si. Darse a cambio de algo. A la gente, en esto, sólo le interesa ganar plata y basta; no le importa si con ese método quema muchas personas. No. Esto es una selva de orticones. Nadie piensa en el futuro.”
—¿A usted también le interesa ganar dinero?
—Por supuesto. Lo que quiero decir es que en la Argentina no es como en los Estados Unidos (¡vaya la novedad!). Aquí no se educa a las modelos, no se les enseña. Hace falta quien dirija; la gente nueva no toma conciencia de la situación. ¡Mire si a mi me hubiesen enseñado!
—¿Qué pasaría?
—No tendría un futuro incierto como el de ahora.
—Pero usted todavía pasa avisos, tiene una boutique y se divierte con Bergara Leuman.
—Mi carrera como modelo se terminará, quizá, en un par de años; en la boutique soy una socia más. En cuanto a lo otro, bueno, no sé. Ahora soy espectadora de muchas cosas; casi le diría que no sé lo que voy a  hacer. El mercado está saturado; casi seguro pronto vendrá otro tipo de publicidad. ¿Y yo? Me gusta el cine, pero siempre dije que no. Es que me tengo miedo. Periodista no puedo ser; soy tímida y no soy curiosa. En fin, no sé; estoy algo desubicada.
—¿Si su profesión de modelo terminara ahora, además de dinero y prestigio, ¿qué incluiría en el balance?
—Nada más.

Liliana CaldiniAl revés de Chunchuna, se complace en sostener que “hace una semana cumplí 18 años”. Hoy, sin duda, es la modelo más codiciada: Liliana Caldini, "la chica del Chester” casi no tiene tiempo para nada. Ni siquiera para observar su titulo de maestra, una obsesión que la persiguió hasta hace un año y medio. Ahora, el sueño de ejercer se ha esfumado. “De pronto me parece absurdo: hace dos años sólo esperaba con poder enseñar a unos cuantos chicos”.
Una belleza dura y casi inexpresiva, pero con notable aire de adolescente; cabello suelto y cierta propensión felina que se puede comparar a Brigitte Bardot. Sin embargo, aún es una párvula a quien la televisión todavía no alcanzó a pulir y quizá no lo haga nunca. En fin, sentada o desparramada en un sofá, con la custodia de una madre atenta —quien acostumbra a decir que "siempre ve las cosas oscuras” (usa lentes ahumados)—, y una entrometida hermanita de 12 años —que se come las uñas y ambiciona emular a Liliana—, la ascendente modelo no para de hablar: como su trabajo, es una máquina de devorar tiempo.
Sabe el inglés de un cuarto año, pero tiene la experiencia de unos meses en los Estados Unidos; también barbotea el alemán y ha abortado sus intentos de ingresar en la Facultad de Filosofía. Como Chunchuna, es hija de un militar: su padre es un comandante retirado de Gendarmería, que ahora controla la mayoría de las concesiones de buffets de los medios castrenses. “No tiene nada de militar —asegura Liliana—; apenas es exigente en los horarios. Es joven”. Esa
regla no rige, sin embargo, para el resto de la humanidad que sobrepase los 35 años: toda esa gente, para ella, es vieja. Quizá tenga razón.
El teléfono suena a cada instante; “nunca contestan y se la pasan todo el día cargoseando”, se queja. Al rato entra Donald. Es el mismo que con ella, de pronto, y gracias a un corto publicitario, trepó a la fama; una canción, Tiritando, sirvió de muletilla y ahí están, en el peligroso trono de los “Ídolos populares”. Hacia mucho tiempo que Donald había grabado esa canción sin que sucediera nada: mucho antes, Liliana había puesto su cara para varios productos sin éxito. Una buena campaña, una emisión reiterada del aviso y algunos vibrantes resortes de la publicidad hicieron el resto. “Desde hace dos meses, hago fotos, cortos, desfiles, programas, etc.”.
—Dentro de dos meses, quizá todo también termine.
—Claro. ¿Qué? A la gente, mañana le puede empezar a gustar las morochas bizcas. Haré otras cosas.
Parece fría, calculadora, pero es una imagen falsa; a simple vista, por razones de piel nomás, se percibe una calidez que se enfrenta, obstinadamente, con la frivolidad del trabajo. “No me afecta dejar esto. Es una posibilidad, un fenómeno como cualquiera, como la guerra. Si se termina, chau”.
Cada cinco minutos discute con la madre. “Soy independiente”, dice; “la acompañamos a todas partes", replica la mamá. La porfía verbal, que debe suceder todos los días, es una forma de necesitarse. Pero el estallido se produce cuando EXTRA pregunta: ¿Por qué la mayoría de las modelos famosas se analiza?
“Es útil. Sirve para mucho”, asegura la madre, mientras confiesa la dirección de su cuidador de secretos.
—Es una barbaridad —se encrespa Liliana—. Yo misma me resuelvo los problemas; si se los cuento al analista, lo único que hago es recordarlos. No, no necesito muletas.
Por supuesto, es en vano entrar en discusiones científicas con ella.
Presume una gran capacidad de resolución: “Hace dos años que me bauticé por mi cuenta; voy a hacer tal cosa, decidir esto”. Pero es débil, frágil, a pesar de un cuerpo que amenaza con la gordura. “Quería ser bailarina del Colón; me gustaba la idea de enseñar en una escuelita de campo”. La realidad, es, evidente, le va a esconder los sueños: los que tuvo y los que ya no tendrá tiempo de imaginar.
“Estudiaré teatro, canto; viajaré, volveré a la facultad si es preciso". Sus impulsos son sólo eso; en seguida retorna a su amabilidad burguesa, a ese tibio departamento de Belgrano donde una publicidad ávida la arrancó. ’’Sabés —compromete al periodista en un rapto de lúcida candidez y de incuestionable sinceridad—, estoy hecha una tacaña. ¡Qué duro es gastar lo que uno gana, pero qué lindo es comprarse lo que uno quiere, sin necesidad de pedírselo a los padres.

DOS EN EL SUBE Y BAJA
Karim PistariniAmalia María Lamota es un nombre de origen aragonés que no produce inquietud. Pero montado sobre un caballo, fingiendo jugar al pato y transformado en Karim Pistarini, es una imagen en movimiento de elevado costo. Rubia, 30 años, tres hijos (10, 8 y 6) y un marido que comercializa lanchas (vástago de un famoso general y primo de Pascual, un candidato seguro en cualquier imaginación golpista), soñó a los 20 años con ser azafata. Una fotografía de Alejandro Castro le cambió el rumbo: desde entonces, su rostro acompaña un producto de cosmética femenina.
Su primera frase: “Empecé cuatro veces mi carrera por culpa de los chicos”.
—¿Podría empezar de vuelta?
—Siempre se puede volver a empezar, pero esto cambió mucho. Si uno se va nada más que tres meses de vacaciones queda fuera de onda: cambia el peinado, la forma de maquillarse, los vestidos. Todo es muy repentino. Conozco a dos muchachos que eran modelos y han decidido emplearse en las agencias de otra cosa: se sienten más seguros, menos angustiados.
Ha dormido hasta las 11: acaba de llegar de Rosario, donde le entregaron un premio. Apurada por el tiempo estaba algo nerviosa: el 10 del mes pasado se celebró el día de la modelo y ella es la presidenta de AMA (Asociación Modelos Argentinas), que organizó una fiesta baile cuya entrada costaba 5.000 pesos. Se saca los zapatos para estirarse en uno de los tres sofás que sobreviven en el living de un departamento lujoso, pero sin personalidad. Su voz, como su vida, es del barrio norte; su conciencia empresaria, su vital intuición para el negocio de la publicidad lo demuestra en cada palabra.
“Ahora las empresas han comprendido que la publicidad no es un gasto, sino una inversión. Los ejecutivos han tomado conciencia que la necesitan: en casi un lustro, el talento imaginativo de las agencias dio vuelta como una media el sistema. La película cada vez es más larga: la modelo es la protagonista”. “Al mismo tiempo, la televisión abre los medios”, agrega entusiasta. Sin duda, cuando abandone su carrera podrá trabajar como “contacto” de cualquier empresa. Recursos no le faltan.
Sin embargo, esta perito mercantil y secretaria ejecutiva, quiere hacer valer otros títulos. “Soy locutora; estudié teatro mucho tiempo y trabajé en televisión con bastante suerte. También hice periodismo y animé varios programas. En fin, me gustaría continuar esto de alguna manera: me interesa la producción”.
La realidad de acabar su ciclo de vida útil como modelo, “quizá en un año o dos”, no la asusta ni le provoca inconvenientes metafísicos. No obstante, se preocupa, se reúne con otras modelos —sobre todo con Claudia Sánchez— para allanar o postergar el fin de la espiral. “Usted me dice que ya no salen modelos «monstruos» como Claudia, Chunchuna o como yo, y es cierto. Pero las condiciones se dan así. Hay dos tipos de publicidad bien definidos que exigen, cada uno, caras conocidas o desconocidas. Por ejemplo, el aviso de LM necesitaba a alguna de nosotras, ya que la gente debía comprender que se trataba de un cigarrillo argentino que viajaba por el mundo de la mano de argentinos. Si en vez de Claudia, hubiese salido otra chica, el público podría pensar que se trataba de un aviso filmado por norteamericanos o europeos”.
—Pero volvamos al tema. ¿Por qué no aparecen otros "monstruos”? ¿Por qué las chicas nuevas pasan tan rápido; son intérpretes de un solo aviso importante?
—No sé. Eso es bastante complejo. Quizá no haya muchas caras. Usted debe comparar la cara de nosotras tres y verá que, con mucha dificultad, encontrará otros rasgos con tanta personalidad. De cualquier modo, el avance de la publicidad es también culpable de que no salgan nuevas divas. Pero hay algunas que apuntan.
—Por supuesto, pero no podrán repetir su ciclo de 10 años; ahora, una chica de 20 ó 24 puede ser considerada, en cualquier momento, como una veterana.
—Sí, es bastante cierto y muy triste.
Sin decir nada más, enfrentando el ocaso de la fama como modelo, Karim Pistarini —igual que el resto de sus compañeras—, vive la incertidumbre de un proceso al parecer irreversible. Las modelos, esas exquisitas muñequitas que se nos metieron en casa sin preguntar nada, comienzan a desaparecer como estrellas. Otro ciclo más en la vida de la televisión, ese antropófago ojo que termina con sus propios engendros. Esas chicas o muchachos que sólo decoraba o interpretaban la imagen, comienzan a copiar las actividades de otra gente, que hace una década tenia su casa en el set. ¿Quién podría olvidarse de Lerchundi, Salinas, Nelly Trenti, la Prince, Víctor Andris, Brizuela, Vivar? Algunos ya desaparecieron del todo; otros, en relación a lo que trabajaban, también lo han hecho. En el momento de su esplendor, ¿quién podría augurarles un futuro incierto?

Marcela RuizY Marcela Ruiz se vuelve evidencia. A los 23 años pregunta, sin insolencia, y con la infinita certeza de estar segura, ¿no te parece que ya lo vi todo? Hace cuatro años llegó de Rosario, abandonando Filosofía, para ingresar al controvertido mundo de la publicidad y la televisión. Su historia, el relato de su historia por ella misma, es la prueba final de la tesis.
“Al principio ponía la cara cuando cantaba Tito Rodríguez. En esa época me creía la chica más linda del mundo. Empecé a trabajar en Parabrisas, pero también tuve que emplearme en una agencia de viajes —sabe dos idiomas— y luego como secretaria de un
empresario. Luego vino Adán y los primeros éxitos”.
—¿Cómo fue eso?
—Me ofrecieron hacer desnudos. Yo precisaba dinero; vivía casi a los saltos en una pensión. Como sabia que mi cuerpo no era —no es— pornográfico, acepté. Hice muy buenos trabajos.
—Siempre hablás del pasado como si hubiese un corte profundo, una zanja abismal que te separara del presente.
—Sí; hay algo de eso. Son muchas las cosas que cambiaron en mí. Antes no me podía enamorar; vivía, en cuanto al amor, en contrapelo al ambiente. Desde que comencé a ir al analista, todo cambió. Me curé, me estoy curando; como la gente se cura el hígado con Chofitol, la mente te la cura el analista. Ahora estoy enamorada con la misma pureza de los 15 años y sin trampas (en octubre se casa con un químico).
—¿Por qué el medio es tan difícil?
—Bueno, siempre hay un ejecutivo que se quiere acostar con una cara famosa.
—¿Y vos crees que tu cara es muy famosa?
—No sé si es muy famosa, pero lo que si puedo asegurarte es que nunca tuve el “gran triunfo” o la “gran macana”. De ese modo evité quemarme; además, en televisión hay tantas caras quemadas, otra más que importa.
—Pero vos fuiste animadora durante cinco meses, en exclusividad, de un programa como Casino. Ahora estás apenas en un grupo de chicas, ¿por qué esa diferencia?
—Tengo conciencia que, a pesar de que esté en el montón, siempre hay algo que vale. Sé que hay gente que espera verme y eso es lo que me importa. Además, ya me recuperé de todo.
—¿Eso podría ser un signo de decadencia en la profesión?
—Mirá, puedo prescindir de esto sin problemas; pronto voy a ser útil de otro modo, con mi marido. Hasta he pensado trabajar con él. Somos tan independientes uno del otro, que siempre estamos juntos. No, la televisión nunca me devorará; tal vez porque nunca fol. muy famosa o, al menos porque nunca lo sentí así. Lo que sucede es que nunca sentí la vorágine y, como conozco la televisión por dentro, aprendí a hacer cosas que luego no me lastimaran. No sé si en el futuro me ’interesará ser modelo; quizá haya podido hacer cosas más importantes, pero los empresarios no lo entendieron así. Tenés que comprenderme: sé muy bien que apenas soy un elemento en todo esto”.
Se podría hablar 20 horas mas con esa chica, casi una veterana de la pantalla, a quien no en vano han apodado "la maestra ciruelita”. La misión está cumplida. El cronista abandona el estudio del Canal 13 junto a un grupo de jóvenes cantantes de música beat; fueron, ese día. la estrella del programa. Ya no volverán. “Es que la canción de esos pibes —susurró un asistente— apenas vive para un miércoles solo”.
Revista Extra
10/1969

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