Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Norman Briski
Teatro
Norman Briski

Crónica de un seductor
Es un cementerio de locomotoras. Del interior de una de ellas, un hombre y, una mujer —parecidos a los clochards que habitan bajo los puentes de París— escapan sigilosamente, y se pierden entre los matorrales: casi en seguida, la locomotora comenzará a emitir bufidos y sonidos, se volverá temblorosa y crepitante. Habrá motivos para esa sinfonía: al final de ella, Niño Envuelto estará en el mundo, atravesará esa ceremonia para proclamar el triunfo de la confusión y la inocencia.
Pero no sólo eso: cuando el actor Norman Briski (28 años, casado con la actriz Nacha Guevara) irrumpa en esas proyecciones, incorpore su propio volumen a las imágenes de Niño Envuelto, filmadas por Rolando Paiva, habrá nacido un arquetipo. “Mi intención —informa Briski— es que los espectadores identifiquen al personaje como un tipo definido: sos medio niño envuelto, es una frase que me encantaría escuchar.”
Porque, a esta altura de su trayectoria, Briski se propone intentar el desafío que culminó las búsquedas de Charles Chaplin, Buster Keaton o Jacques Tati: la creación de un arquetipo cuyas aventuras pueden prolongarse indefinidamente, como ocurre también con los personajes de historietas. En esta oportunidad, el marco que albergará desde marzo la presentación de Niño Envuelto será la sala del instituto Di Tella. Desde ese reducto, Briski competirá con las imágenes de Paiva, con los dibujos animados de Jorge Falus y con los monólogos de Carlos del Peral, para corroborar una evidencia que durante el año pasado adquirió las proporciones de acontecimiento: la llegada de un divo al disciplinado panorama del teatro argentino.
"En este espectáculo —sonríe Briski con regocijo—, yo pateo el córner y hago el gol de cabeza.” Los otros proyectos que acaricia el actor, para la temporada, parecen no estar tampoco demasiado lejos de esa capacidad centrifuga de provocar espectáculo: una suerte de réquiem al sentimentalismo populista del tango, y una gran revista coreográfica con la absorbente hegemonía del protagonista.
La idea para el “réquiem tanguero” —que aún carece de sala definitiva— surgió del combatido y combativo Astor Piazzolla, quien compondrá la música para el show en el que, además de la actuación de Briski, se anotan ya dos elementos singulares: la presencia del cantor Raúl Lavié, y el debut como director escénico del cineísta Rodolfo Kuhn. "En cuanto al otro proyecto —señala Briski—, lo único que puedo decir es que se trata de la vida de un boxeador, en 19 escenas, sobre un libro de Hermes y Pavlovsky. Y que me gustaría hacerlo en el Colón o en la Martín Coronado.”
Por si fuera poco, a estas inquietantes perspectivas agrega Briski una idea para televisión (un programa cómico con Carlos Carella y Carmen Vallejos) que podría estar en el aire desde abril, por el flamante Canal TV2 de La Plata.

Ser o no ser
Los que siguieron durante 1965 los tres espectáculos en los cuales se prodigó Norman Briski (Briskosis, Historias para ser contadas y Correveydale, esta última con intenciones de atravesar todo el verano en la refrigerada sala del Teatro del Bajo) advirtieron la aparición de un curioso fenómeno: un actor cómico de marcadas características intelectuales cuya seducción bastaba para crear una corriente de público sin la catapulta de la publicidad. No sería arriesgado afirmar que el caso carece de antecedentes: en la reducida órbita que puede alcanzar por su estilo, Briski promete implantar una imagen que hasta ahora estaba reservada a los Sandrini, Marrone o Stray del teatro ligero.
Alumno, en principio, de María Fux, Renatte Schottelius y Dore Hoyer, Briski saltó a los Estados Unidos, en 1962, para perfeccionarse en el Actor’s Studio, en la Ecole de Mime de Etienne Decroux y en el American Mime Group, con Paul, Curtis. A su regreso a Buenos Aires, podía exhibir como antecedentes esos empeñosos estudios y media docena de apariciones en la televisión y los clubes nocturnos de Nueva York. Nada de eso le sirvió para desprenderse de cierta imagen de bailarín o coreógrafo, que le acompañó durante todo 1964: para marzo del año pasado, con Briskosis (un alucinante show amado, dirigido e interpretado por él), consiguió demostrar que era también un actor.
Desde entonces, la suerte no le abandonó: el reciente premio de la publicación especializada Talía, lo consagró como la revelación de la temporada. “Pero no creo que se me premiara a mí —reconoce—: ese premio es, más bien, para una corriente que, de alguna manera, represento.”
Por supuesto, no está equivocado; una nueva respiración exaltada y dinámica comenzó a soplar en los escenarios porteños a mediados de la temporada. Que Briski se sepa uno de los divos de esa revolución, es no sólo una muestra de lucidez: permite conjeturar que sabe cómo hay que hacer para materializar una esperanza.
PRIMERA PLANA
4 de enero de 1966

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