Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Huracán
PARQUE PATRICIOS
Para que la ofrenda suba al cielo
por POCA TINTA

EL Parque de los Patricios fué, originalmente, envase de riqueza pampeana. Hacia sus reductos convergieron largas hileras de vacunos. De ahí la nominación de corrales que hoy mantiene defensivamente la Dirección General de Teléfonos del Estado. Para nuestros contemporáneos puede que haya un valor correlativo entre la tradición, Parque de los Patricios y ese 61 de la característica. Pero existe.
Zona de extramuros, tirada a pique detrás de la parada de los carretones que hacían el tránsito del Sur, Patricios venía a ser el contrafuerte de la hoy plaza Constitución. Una senda dura, y con los costurones de las huellas que dejaban las tropas de carros, hizo a modo de germen para que hoy la avenida Caseros se dé pisto y sirva de pista para el paseo de, las hermosas del lugar.
Los corrales tuvieron por efigie humana al resero. Ese poeta del camino, silbador y displicente, que hallaba en el conchabo la excusa para mantener fresca su inclinación errabunda. Y a modo de sumo sacerdote en el ritual de sangre, el matarife. Que viene a ser la especie activa de cuya labor de exterminio depende la subsistencia de mucha gente. A fuerza de andar entre cuajarones de sangre, Parque de los Patricios hizo el amasado de una mística que le dió la medida precisa del guapo. Porque, en verdad, este pedazo de Buenos Aires tuvo, allá en los tiempos mozos de la ciudad, su buena colección de tauras.
Parque de los Patricios pasó decididamente de la sombra a la luz. Para ello contó con el material estupendo de una clase laboriosa que prevaleció pese a todas las contingencias. Y orillando las tentaciones. Detrás del primer farol se recortó la figura del taita. Las noches legendarias dijeron de cuchilleo y drama. Pero a medida que la pujante acción de sus trabajadores se concretaba en hechos y verdades, el ocioso tomó la banquina y quedó tumbado. Un día se le cantará el aleluya a esa sucesión optimista de chimeneas que es el trasunto fiel de una voluntad grandota ,y de un espíritu capaz de manifestarse alto en su adecentamiento. Porque eso es el Parque de los Patricios.
Existe un factor de apreciación clavado, y es éste: la supresión de la quema de basuras. Cuando los humos acres y molestos dejen ver bien el partido en la cancha de Huracán, se habrá dado el debido tono comunal al respeto que merece esta barriada. Y también cuando el hollín deje en paz la nívea intención de la ropa tendida. Hay que clarificar el ambiente, darle vía libre al sol para que llegue a iluminar con ganas los patios olorosos del parque. Clarificar la atmósfera, digo, y entonces se verá al globito símbolo, que sube y sube, llevando la ofrenda que todos tenemos en el corazón para el inmortal Jorge Newbery.
Revista PBT
7/4/1950
Parque de los Patricios

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