Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Porteña Jazz Band
PORTEÑA JAZZ BAND
En sólo cuatro años, La Porteña se convirtió en uno de los más brillantes grupos jazzísticos locales. Su fórmula: recrear el jazz con pasión de modernos orfebres

Uno de ellos comenzó a marcar el compás, agitando rítmicamente el pie izquierdo; el clarinete aceptó el desafío, y la melodía restalló como un cable en tensión. El impetuoso contrapunto de Clarinet marmalade colmó con su síncopa el pacífico club de Junín. En el escenario trajinaban con fervor dos cornetas, dos clarinetes, dos saxos, un trombón, un piano, una tuba, un banjo y la batería.
Es decir, los muchachos de la Porteña Jazz Band. El rugido del Tiger Rag había asombrado poco antes a los desprevenidos bailarines, y Dulce muñequita terminó de consumar el milagro: las parejas fueron desertando de la danza; ojos y cabezas se agitaron con el ritmo invasor; gritando y machacando el suelo hasta el calambre, convirtieron el inocente baile de provincia en un concierto jazzístico al rojo vivo.
“Hicimos ese baile, algunos meses atrás, un poco como una concesión; para salir de Buenos Aires. Y nos sorprendimos muchísimo; al principio nadie nos escuchaba, pero al final la comunicación con la gente fue estrepitosa. Por eso es que grabamos con público: sin pensar en el micrófono, sin tensiones ni barreras, con más clima..

La fuga colectiva
Norberto Gandini (28 años, casado, dibujante y fotógrafo) apoya sobre una mesita la corneta con la que hace unos segundos borbotó un solo casi antológico. El gesto hace estremecer la pantalla de la lámpara, manufacturada con retazos de trapos coloreados. Allí, en el departamento que alberga ese ensayo de La Porteña —y antes de que se desvanezca el vivaz fraseo del Stomp de la cabra— una frase retumba con contundencia de trombón: —“Somos tipos muy distintos. Prácticamente, lo único que tenemos en común es la música. Pero, hay muy pocas cosas aparte de esto.”
Quizá sea la mejor explicación para el eco fervoroso que impulsó a la Porteña Jazz Band hasta el plano privilegiado que ocupa actualmente: para ellos, hay muy pocas cosas que no pasen por la música. Hoy, luego de su concierto en una sala céntrica —integrando el ciclo Buenos Aires Festival Jazz II, en el que alternaron con un variado panel de instrumentistas— pueden proclamar: “Lo que sabemos es que lo nuestro es importante. Mientras muchos conjuntos se atienen a la monotonía, nosotros somos polifónicos; creamos melodías
con contracantos paralelos, entrelazados a veces. Una especie de fuga. Pero todo allí es instantáneo. Un modo de expresión colectivo que depende del estado de ánimo, del día, de la humedad, del labio..

Un idioma distinto
La Porteña comenzó a actuar en 1964. Desde entonces ha vivido muchos cambios, de integrantes y de estilos. Los entendidos señalan que su tercer longplay, con sello de Trova, es una prueba de esa evolución que hoy los lleva a nuevas fronteras musicales, con elaborados arreglos pero sin ahogar su quemante espontaneidad.
Aunque se los define como “un conjunto que hace jazz tradicional”, ellos se defienden: “Es posible revivir la sustancia musical de una época con elementos actuales, vivos. Lo mismo que aprender un idioma. El problema de los conjuntos que antes intentaron hacerlo es que aprendieron el idioma de memoria: frases hechas que calcaron superficialmente, y una serie de cosas indefinidas. Pero nosotros asimilamos ese lenguaje, podemos volcarnos en él. El jazz moderno nos gusta mucho también. Pero es un idioma distinto.”
"No obstante, las raíces de esta música deben bucearse en lo más profundo del folklore negro. Esa es la única verdad en jazz”.
Esta gramática rítmica y contagiosa se puso de moda entre 1958 y 1960. Convivían entonces unas diez agrupaciones, y los que fueron quedando formaron La Porteña. “Queríamos tocar esto, a pesar de todo —aprueban los entusiastas jazzistas—. Olvidándonos de las dificultades, y de que no había trabajo.”

Sabores turbulentos
Porteña Jazz BandCon ese impulso, La Porteña —para muchos, la nota más alta en jazz argentino— transitó insistentemente el sótano de Gotán (en el 65), el Cine Arte, el teatro San Martín, la Botica del Ángel, confiterías, clubes y el cine Acassuso, en San Isidro. Sus dos primeros longplays comenzaron a girar en 1966, y luego la orquesta permaneció disuelta siete largos meses.
Ahora están en proyecto varias actuaciones en festivales internacionales de jazz —París, Alemania, Europa en general—; sin embargo, confiesan con inquietud: “La mayoría de nosotros sobrelleva otra actividad para vivir. Acá nos estamos frustrando, y por eso viajaremos a Europa: es una manera de que nos reconozcan también en nuestro medio. Aquéllos son festivales-concurso: el conjunto que más gusta, graba y recibe premios, contratos, publicidad. Allí hay posibilidades y público para todo tipo de música, porque no se trata de un boom o una moda fugaz; se sabe lo que se quiere. Y existe otro nivel cultural. Claro que si acá se abriera un campo mayor, no pensaríamos nunca en irnos; ocurre que para todos nosotros la causa de la música es tan fuerte como vital.”
Norberto Gandini y Martín Müller (cornetas); Ubaldo Lanuza y Nelson González (clarinetes); Alfredo Espinosa (saxos alto y soprano, y clarinete); Sergio Tamburri (trombón); Saúl Lotemberg (tuba); Ignacio Romero (piano); Raúl Cortínez (banjo) y Norberto Méndez (batería), que probaron llamarse la "Ombú —o la Yerba Mate— Jazz Band”, han rescatado el turbulento sabor de la improvisación: “Improvisamos en el momento, y también en las grabaciones, en los solos, en los ensambles.” Sobre la calidez del fondo rítmico deletrean su particular personalidad. “Cada uno de nosotros tiene su manera, su forma de frasear. Lanuza, que es quien estudió más música, suele hacer los arreglos que trasforman o amplían los temas elegidos. A veces llegamos a modificar la armonía de un tema.”
Estos porteños del jazz pueden comer gracias a sus oficios nada musicales: fotografía, cobranzas, corretajes, ventas. Se resisten obstinadamente a la comercialización de su arte. Son exaltados puristas, cálidos creadores que articulan cada nota con sangre, trabajo, inspiración. Que no tienen director, porque amasan su ensamble final con apasionamiento de orfebres: “Es algo que va saliendo entre todos; como una fuga de Bach...” Así descubren siembre algo nuevo; improvisando, logran descubrir lo que “debe estar escrito en algún libro”.
A punto de atacar otro tema, y mientras los instrumentos buscan el brazo o el labio que los haga vibrar, los jóvenes profetas de la Porteña Jazz Band insisten:
“No hacemos jazz tradicional ni antiguo. Tocamos jazz de ahora, tal como lo sentimos hoy. Del mismo modo que puede interpretarse a Bach, o se puede tocar un buen tango de antes. La música no tiene tiempo. Siempre es actual.”

Revista Siete Días Ilustrados
23.05.1968
Porteña Jazz Band

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