Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

QUE VA A PASAR EN LA ARGENTINA DEL 74
Mientras Isabelita y López Rega se preparan para heredar el poder, Perón utiliza a la CGT para frenar a la juventud y a Balbín para neutralizar a la oposición. Ese esquema, sin embargo, depende del éxito que obtenga Gelbard con el Plan Trienal y de la peligrosa aparición del fantasma inflacionario. El nuevo año se inició con una serie de grandes expectativas.

EL clima de expectativas políticas con que se inició este año no es menos tenso que el de otras veces. Es cierto que en 1973 se corrieron la mayoría de los velos y cada sector político tuvo que mostrar su cara tal cual era, tanto en cantidad como en calidad. Pero tampoco es menos cierto que sigue habiendo incógnitas aún difíciles de predecir. Como la salud de Perón, por ejemplo. Su retorno al poder implicó un sinceramiento del país consigo mismo y sus propias contradicciones, pero ello no significó la estabilización definitiva. Esto explica también que el jefe del radicalismo siga siendo un hombre de consulta, necesario para negociar pacíficamente con la oposición. Balbín a su vez, entiende que el proceso hacia la verdadera institucionalización aun no ha concluido y por eso observa con prudencia las reglas del juego propuestas por el oficialismo.
La clave del tramo final de esa institucionalización será muy probablemente la futura convención constituyente, pues ésta deberá dar al país una nueva ley fundamental que sirva para guiar el proceso posterior a Perón. Nadie ignora que si este punto no está contemplado en las reformas, la flamante Constitución Nacional no servirá para nada. Tanto la esposa del líder como su ubicuo secretario privado tratan por todos los medios de forzar la sucesión política en vida de Perón hacia el sector más sólido del movimiento: la rama gremial. Y es que Isabelita y López Rega entienden que allí estará su gran respaldo en el momento decisivo. El otro punto de apoyo será, desde luego, el reflotamiento de La Hora del Pueblo, nacida hace tres años para precipitar la vuelta al régimen constitucional y el entierro de la fracasada "revolución argentina".
Dentro de estos objetivos, la convención constituyente debería ser el foro donde se protocolice un acuerdo tácito multipartidario, especialmente entre el justicialismo y el radicalismo, algo que hasta ahora sólo pudo hacerse a nivel de caudillos —como en el siglo pasado— sin una acción constituyente surgida de los estratos sociales y representada por hombres articulados ideológicamente. Es que durante demasiado tiempo los órganos naturales de creación política de la sociedad argentina —los partidos políticos— sufrieron la distorsión de una realidad ficticia que no acertaban a superar debido a su propia incapacidad de renovación. Y si los partidos no pueden crear una doctrina que responda a las necesidades históricas del momento y a las expectativas de los hombres, continuarán siendo maquinarias obsoletas al servicio de caudillos.
Para neutralizar cualquier opción que pudiera amenazar la hegemonía de la concordancia que se busca articular, en diciembre Perón produjo un sospechado reajuste: la defenestración del comandante general del Ejército, Jorge Raúl Carcagno, a quien se le atribuyó una jugada individual con los sectores políticos, partiendo de un esquema nacional-populista asimilable a lo que suele llamarse "peruanismo".
Es obvio que esta tendencia llevaba la creación de una alternativa dentro del peronismo que arrastraba la simpatía de sectores juveniles políticos y sindicalistas en contra de la CGT. Si bien antigolpista, la conducción militar inmediatamente anterior amenazaba por su sola presencia al nuevo gran acuerdo nacional, propuesto ahora por Perón.
Para neutralizar el peligro, Perón no titubeó en apelar a los militares partidarios de evitar cualquier posibilidad de aventura, fueran o no peronistas. Así, el general de brigada Alberto Samuel Cáceres, oficial de inteligencia que ocupó la Jefatura de la Policía Federal durante el Gobierno de Lanusse, fue rescatado del limbo de la disponibilidad para designarlo director de la Gendarmería Nacional, un puesto fundamental en la lucha contra los guerrilleros.
También el general de brigada Haroldo Pomar, considerado como un simpatizante del radicalismo, fue llevado a la Jefatura II del Estado Mayor Conjunto, con lo cual tendrá la responsabilidad de coordinar los trabajos de inteligencia realizados por las tres armas.
Esta reestructuración ocurrió después que el Senado negara los correspondientes acuerdos para elevar al generalato a los coroneles Juan Jaime Cessio, Juan Carlos Colombo, Juan Carlos Duret y Julio César Etchegoyen merced a la actitud de senadores frejulistas de derecha encabezados por Juan Carlos Cornejo Linares, aunque con el aliento del cada vez más poderoso ministro de Bienestar Social.
Aquí la clave fue la caída del famoso coronel Cessio —que era muy bien visto por los sectores peronistas de izquierda—, un antiguo asesor político del general Carcagno, que fuera coordinador militar del Operativo Dorrego. Como se sabe, esa fue una acción ideada por el Gobernador de la provincia de Buenos Aires, Oscar Bidegain, a quien en el juego de presiones y en la alineación de fuerzas dentro del peronismo se lo suele acusar —sin ningún motivo objetivo que lo justifique— de izquierdista. El hecho es que tal Operativo causó un fuerte desagrado en el sector derechista del peronismo, pues implicaba un aval para la Juventud Peronista.
Dentro de ese mismo esquema, de buscar coincidencias dentro de un mismo signo, Perón se cuidó muy bien de producir malestar en el arma, y evitó colocar a peronistas puros en los puestos claves, lo que hubiese obligado a profesionales calificados a pasar también a retiro. Por el contrario —como lo atestiguan los casos de los generales Cáceres y Pomar— dio plenos poderes al nuevo comandante, general Leandro Anaya, señalando sin embargo su deseo de que los cargos fundamentales dentro del área en la provincia de Buenos Aires —principal zona estratégica del país— sean ocupados por jefes de confianza del Gobierno "aunque no sean peronistas".
Una minicrisis similar se había producido con anterioridad en la Marina, donde también por un "quítame de ahí" unos ascensos presentó su renuncia el comandante general, almirante Carlos Alvarez siendo reemplazado por el contralmirante Emilio Eduardo Massera. Este hecho fue un buen indicio de la política oficialista en materia militar: el designado para suceder a Alvarez no fue un peronista —por lo demás difícil de encontrar en esa fuerza—, ni siquiera un semi nacional-populista (como se lo había sindicado al mismo Alvarez al ser designado por Cámpora), pero sí partidario del orden y del cumplimiento de las reglas de juego constitucionales.

El Plan Trienal
Otro campo fundamental, el de la economía, mereció por parte del Presidente y, obviamente, del ministro del ramo, José Ber Gelbard, varios discursos que culminaron con la enunciación del Plan Trienal.
Sus metas son ambiciosas: eliminar la desocupación; construir nada menos que 815.000 viviendas; alcanzar un ritmo de crecimiento económico anual del 7,5 por ciento de promedio; producir un aumento del poder adquisitivo de los salarios del 31 por ciento para 1977; lograr una participación de los asalariados en el ingreso nacional del 47,7 por ciento; llegar a un nivel de exportaciones de 6.000 millones de dólares para 1977; y otras promesas por el estilo.
La base del Plan la constituyen las inversiones públicas —que, se afirma, llagarán a 50.700 millones de pesos ley en 1977— y el mejoramiento de los servicios sociales. A ello se agregará un reforzamiento de la lucha contra la inflación, para lo cual se promoverá el ahorro y se mantendrán las pautas fijadas en el Pacto Social. Se intenta lograr el desarrollo "dentro del actual modelo económico argentino" o, como lo señaló el mismo Perón, "se trata de agrandar la torta para repartirla mejor".
Falta saber si el cocinero —Gelbard— podrá cumplir con lo propuesto. Por lo pronto, la crisis petrolera mundial, agravada por el conflicto de Medio Oriente, puede incidir parra que en 1974 los países de Europa occidental —que compran aproximadamente el 73 por ciento de nuestras exportaciones cárneas— limiten drásticamente sus importaciones de lujo, como lo ,es para ellos la carne vacuna.
En el sector interno, falta saber también si el Gobierno podrá conseguir los recursos necesarios para su ambicioso plan de obras públicas. En principio, parecería que la masa de fondos resultante de la nacionalización de los depósitos bancarios (y que no son lanzados a la plaza por la red crediticia a fin de no incrementar la inflación) serán destinados a inversiones dentro del sector público.
El problema puede provenir, en cambio, de las presiones de los asalariados, descontentos por el congelamiento de sus sueldos frente al lento aumento del costo de la vida como resultante de los mercados paralelos que surgen cuando se fijan precios de venta máximos pero no retributivos.
Estos son algunos de los enigmas que trae consigo el Plan Trienal y que deberán ser resueltos sobre la marcha. Durante su lanzamiento, a fines de diciembre, los pesimistas —que nunca faltan— asociaban las promesas del Plan con el desencanto producido por el "árbol de Navidad más grande del mundo", anunciado pomposamente y que quedó a medio terminar con marcadas deficiencias técnicas y estéticas, sin gracia y medio desinflado. Se supone que como el Plan Trienal es algo mucho más serio para el país, no cabe este tipo de comparaciones.
Perón también decidió imple-mentar su estrategia a través de un viejo estilo suyo: la charla. Además de tomar las decisiones principales y supervisar la labor de Gobierno que realizan sus virtuales "tres primeros ministros" —el secretario general de la Presidencia, Vicente Solano Lima; el ministro de Economía, José Ber Gelbard; y el de Bienestar Social, José López Rega— otra vez explotó su carisma personal para difundir la prédica en favor de la política oficialista. Para eso usa la CGT.
De esta manera busca hacer entender a sus seguidores la necesidad de mantener el actual congelamiento de precios y, sobre todo de salarios, a fin de evitar una inflación que imposibilitaría el cumplimiento del Plan Trienal.
Este viejo estilo, sin embargo, ahora es severamente cuestionado por los sectores ultraizquierdistas que se manifiestan por la violencia: encuadrados los sectores juveniles del peronismo y liquidado con el pase a retiro de Carcagno la única apoyatura —si no subjetiva, sí objetiva— exterior al movimiento peronista con que contaban, los ultras más ortodoxos se han lanzado a una activa tarea subversiva: en diciembre se batió el récord de secuestros producidos por organizaciones guerrilleras y formaciones especiales.
Es posible que también se trate de una labor que estos grupos realizan para mantenerse en el foco de la atención, para no perder vigencia. El desorden social generalmente se origina en la necesidad que tiene toda comunidad organizada de hallar nuevas formas de participación, lo que implica —de hecho— nuevas formas de Gobierno y de ejercer la autoridad.
En 1974 se armarán las posibilidades de una efectiva estabilización, un hecho necesario, imprescindible, para garantizar la continuidad constitucional más allá de los tres años venideros. Tal vez este sea el objetivo más importante de los proyectos en danza, porque sirve a todos los sectores por igual.
Revista Redacción
enero1974

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