Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado


Ada Falcón




Ada Falcón en el País de las Promesas
El jueves 11 de febrero de 1926 se festejó, en el teatro de la Opera, el Cuarto Gran Baile de los Aviadores. Esa noche, Ada Falcón cubrió sus hombros con un mantón de Manila y estrenó el tango 'Bésame en la boca'. Tenía 16 años, ojos verdes y nada le gustaba más que los elogios. En 1930 se había convertido en una de las estrellas más importantes del sello Odeón y llegó a grabar quince discos por mes. La acompañaba la orquesta de Francisco Canaro, un nombre que —de manera dispar— nunca dejaría de estar asociado al suyo. Poco después quemaba perfumes franceses para aromar su casa de Palermo Chico y exigía, en Radio Splendid, que se le construyera una salida oculta para evitar los alborotos. Aunque fue una de las voces que mejor entonaron el tango, sólo los argentinos de más de 40 años la recuerdan.

“Ya convertida y decidida a alejarme, iba todas las mañanas, a las seis, a San Martín de Tours. Una mañana, volvía llorando —me dolía arrancarme de tanta fama y tanto lujo— y, de pronto, vi que una estrella enorme, hermosa, se movía a mi lado y me acompañaba.’’ Ahora vive en Salsipuedes, Córdoba, en una desmesurada pobreza, y cumple sus propios ritos. Por primera vez en treinta años, un periodista logró ver su cara (aunque no sus ojos) y charlar con ella durante días. Fue Ana Basualdo, de Panorama, la que logró esta entrevista única y exclusiva. He aquí su informe:

Para los moradores de Salsipuedes, la presencia de Ada Falcón constituye, sí, un fenómeno extraño pero ya previsible e instalado en el escenario cotidiano. Sólo atinan a disgustarse cuando ella invade sus jardines para cortar rosas —“son para la Virgen”, les replica sin una sombra de arrepentimiento—, o a considerar sus hábitos de vida casi como una ofensa. “Se puede hacer voto de pobreza pero no hay por qué exagerar; no hace falta usar la misma ropa desde hace 17 años”, comentó un joven curiosamente irritado. Las caminatas de Ada Falcón por las empinadas calles de la villa, sus gestos y respuestas, sus horarios (que todos conocen pero nadie entiende) y hasta su devoción religiosa son calificados a menudo como “manías”. Poco importa que ese comentario vaya acompañado por una sonrisa de afecto o despectiva; en última instancia, implica un rechazo a lo que se aparta de las normas. “¿Por qué, en vez de encerrarse por la tarde en ese cuarto sin luz, no saca una silla a la vereda y mira pasar la gente?”, se preguntó con seriedad una de sus vecinas.
Su presencia en Salsipuedes ha generado dos corrientes de leyendas. Desde que abandonó el micrófono y los discos, a fines de 1942, admiradores, colegas y divas rivales atribuyeron ese alejamiento a su conocida militancia religiosa (aunque algunos no dudaron en vincularlo a la turbulenta relación con Canaro). Todos aceptaron la versión de que su vida se había convertido en un retiro cómodo y libre de terrenales preocupaciones. Monja en un convento cordobés o recluida en su casona de Salsipuedes (que poseía desde antes de quemar las naves), Ada se había entregado a Dios y los había olvidado para siempre. Por otro lado, los salsipuedenses fabulan respecto de su pasado. Apenas conciben que, en la década del '30, destrozara corazones sin piedad y exhibiera descomunales joyas. En cambio, están dispuestos a especular hasta el cansancio sobre las causas de su huida y los misterios de su conducta.

EPIFANIA. Bajo el bochornoso sol de febrero pasado el quiosquero informó con precisión e indiferencia típicas de un guía de turismo: “Sí, de acá, desde la ruta, camine seis cuadras y, en una casita que tiene un solo cuarto, con dos ventanas y una puerta y tres escalones sobre la vereda, vive Ada Falcón. Y a pesar de que seguramente hay un papel que dice La familia está en el chalet, allí estará”. En el número 449 de la avenida Belgrano, calle céntrica de Salsipuedes, aparecieron los tres escalones y, entre el vidrio de la puerta y el grueso papel azul que lo cubría, el anunciado mensaje. Desde el interior surgía ininterrumpidamente una voz agónica que, aun ejerciendo la mejor voluntad, resultaba imposible asociar con Ada Falcón. Entretanto, los turistas trepaban la cuesta entre gritos y jadeos y sólo permitieron oír frases como "Entonces, hice los ejercicios espirituales", o “Me dio tanta paz”.
Mientras caía el sol, media docena de vecinos revelaron algunas incógnitas. El famoso cartel intenta alejar a turistas y curiosos de cualquier género y alude a la otra casa de Ada, grande, vacía desde bastante tiempo atrás y distante, sierras adentro, cinco cuadras. La ex cantante vive con su madre en esa pequeña habitación y jamás se asoma a la calle por las tardes. Huye de los turistas, sean meros curiosos o antiguos admiradores pero, sobre todo, de los personajes más directamente vinculados a su otra vida: colegas, amigos y, por supuesto, periodistas. "Es como el avestruz para esconderse. Cuando se da cuenta de que la andan rondando, no hay Dios que la haga salir. Ha venido tanta gente que ya no llevamos la cuenta: Mancera, emisarios de Tita Merello, Tania, periodistas de todos lados; además, por supuesto, viejos enamorados. Gente que trató de ingeniarse: simularon que querían comprarle el chalet. Pero ella es más viva; les contesta: Está hablando con la casera o Ada Falcón no está, yo soy una prima", relataron varios vecinos. Isabel Vuketich, que habita la casa de al lado, agregó: “Muchos golpean la puerta y le piden por favor que cante o, por lo menos, que les diga alguna palabra, para oír su voz, pero, ella, nada”. El que quiera verla, tiene que hacer guardia por la mañana, y bien temprano”.
Con sweater, larga pollera y pañuelo negros, tapado gris colocado como una capa sobre los hombros, anteojos oscuros y resplandeciente piel blanca, bajó los tres escalones. Sus tacos, por demás gastados, no le impidieron caminar presurosamente por la mitad de la calle empinada. Al llegar a la tercera cuadra, el tapado se le había deslizado por sexta vez hasta la cintura. Con aire jubiloso, dijo:
—¿Que cómo me siento? Como una reina, como una princesa de Dios. Aquí estoy, feliz, dedicada a convertir almas.
Antes era la reina del tango; ahora soy la reina de Dios. Me han ofrecido millones para volver a cantar, pero estoy cumpliendo una promesa de 30 años. Ya falta poco y, entonces, voy a volver. Pero será para los pobres; yo no quiero nada. Hace poco fueron a casa —yo no estaba— y le ofrecieron a mamá dos millones, uno para el Cottolengo y otro para mi. Tenía que ir a Buenos Aires un solo día. Lo lamenté por el Cottolengo, pero todavía no puedo. Y ahora canto mejor que antes. Ese disco que sacaron no hace mucho es horrible; en aquella época cantaba como una nena.
Nadie sabe acá cómo es mi cabello, ni nadie ha visto mis ojos. Es que prometí a Dios ocultar lo que más me elogiaban. El vidrio derecho de sus anteojos estaba partido —me costaron tres pesos— y llevaba guantes: No, esto no es una promesa. Me pongo guantes para no mostrar mis manos arruinadas de hacer la cocinera. Después de bajar las seis cuadras céntricas, cruzó la ruta que va a Córdoba y se internó en las calles sin pavimentar: Ah, yo camino mucho. Tantas veces he ido a la iglesia de Río Ceballos a pie. Y eso que hoy no me puse los zapatos de caminar porque se me mojaron. Tengo sólo dos pares. Soy muy pobre, ¿no? Para dejar todo en plena juventud y belleza, con tres coches —un Mercedes Benz, un Cadillac y un Ford—, joyas de acá hasta acá (y señaló desde la muñeca hasta el codo), los solitarios más grandes de Buenos Aires, hay que tener fuerza de voluntad. Ha tenido que ser grande mi fe.
En un almacén que dista diez cuadras de su casa, cambió una lata de sardinas por un paquete de fideos y 200 gramos de queso. Sí, abandoné todo. Es que tuve revelaciones prodigiosas. No te las puedo contar: son secretos de Dios. Te voy a contar sólo una de ellas. Yo usaba un enorme solitario, que me había regalado el marajá de Kapurtala. Estaba locamente enamorado de mí y me quería raptar. Yo tenía un policía especial para que me cuidara de él. Pero el solitario era muy lindo y yo lo usaba. Un día se me apareció Cristo en persona (muchas veces se me apareció Cristo en persona). Tenía el corazón abierto y sangrante. Me tomó la mano, me sacó el solitario y se lo hundió en el corazón. Entonces yo vendí todas mis joyas, rompí todos mis discos y me entregué a Dios.
Ya de regreso, cruzó la ruta sin atender mínimamente al tránsito: No, a mi los autos ni me rozan. Buscó la vereda menos soleada y agregó: Para mi, las personas son trasparentes; sé cuáles son sus intenciones. A mi me engaña quien yo quiero que me engañe. Y a veces me gusta que lo hagan. ¿A qué santo le pediste para hablar conmigo?

POR TU FAMA, POR TU ESTAMPA.
Brazos invisibles bajo las pulseras de brillantes, opulenta figura vestida de negro, plaqueta de zafiro sobre el busto, ojos verdes y corta cabellera rubia conforman la imagen mítica de Ada Falcón, por demás popular durante la (para ella) dorada década del '30. Según uno de sus admiradores, “cuando comenzaba a cantar, sus ojos tenían un tono y, en la mitad del tango, cambiaban". Aunque varias divas han dudado de la calidad de su voz, ninguna dejó de consignar que les hubiera resultado imposible competir con su belleza: "Era la más hermosa de todas nosotras”, aseguró alguna vez Azucena Maizani, y Tania: “Ninguna foto le hace justicia: su cutis y sus ojos eran cosas de ver”. Ocultos desde hace treinta años por anteojos oscuros, Ada los definió así: "No son nada extraordinario: verdes azulados, suaves”.
Muchos recuerdan el paso triunfal de la cantante por los umbrales de Splendid o El Mundo. Cerca de las 8 de la noche, doblaba la esquina un coche rojo que, puntualmente, era detenido por un policía deseoso de autógrafos. En esquinas previas, colegas suyos habían obviado reconvenciones al reconocer el enjoyado brazo de Ada Falcón en la ventanilla. Después de acercarse a la vereda para que bajara su madre, se dirigía al estacionamiento. Minutos más tarde aparecía sobre sus altísimos tacos; en un estilo muy distinto del que emplean los amantes de Rafael, por ejemplo, y semejante al que se practica en una plaza de toros, una rueda de admiradores la cercaba y, al mismo tiempo, le abría paso.
Si amor ya no puedes darme, / No me mates de dolor, / Si ya no puedes amarme, / Devuélveme el corazón. Después de saludar —“Buenas noches, mis queridísimos oyentes”— y de ser anunciada por Iván Casado, Iván Caseros o Jaime Font Saravia, Ada Falcón entonaba esos versos. Recuerda Bernardo Veber, el violinista, que junto a Cayetano Puglisi o Francisco Pracánico (piano) y Ángel Ramos (bandoneón), la acompañó varios años en sus audiciones radiales: "Para mí fue como tocar para un monstruo sagrado. Era una gran compañera, simpática y hermosa. Actuábamos en el primer piso, en la salita «F» —que habían bautizado «salita Falcón»—, porque ella nunca quiso cantar en la gran sala «A» de Radio El Mundo. Todas buscaban el público y Ada le rehuía. Ese misterio la volvía aún más seductora”.
Mientras se intensificaba su tarea en el Odeón, comenzó en 1929, la otra cara de su carrera, en LR10 Radio Cultura. Hasta 1942 actuó en Splendid, Stentor y El Mundo, sucesivamente. “Era encantadoramente indisciplinada y, en realidad, no le gustaba mucho trabajar —continúa Veber—. En una ocasión, y como homenaje a su prestigio, ubicaron sus programas en los mejores horarios: jueves, a las 8 de la noche, y domingo, a las 2 de la tarde. Pero Ada estaba furiosa porque tenía que trabajar los domingos. A veces se desmayaba y sólo recobraba el conocimiento al cierre de la audición. Lo hacía tan bien que todos nos creíamos el teatro.”
Veber también recuerda que, a causa de su necesidad de vigilarla, Francisco Canaro justificaba su presencia en la radio simulando dirigir el trío. "Ada nos decía que, por culpa de Canaro, no podía actuar en teatro. Fuera cierto o no, dejó un importante terreno sin explotar. A Ada le gustaba, por encima de todas las cosas, charlar. Nosotros soñábamos con la hora de ir a la radio, trabajar juntos y, después, charlar con ella hasta medianoche. Siempre, eso sí, bajo la mirada vigilante de doña Alma, su madre.”
A pesar de que Ada Falcón se ocultaba del público, alcanzó enorme popularidad. Su imagen apareció en la portada de los primeros números de Radiolandia y Sintonía (en esta última, el 23 de mayo de 1931). Todas las semanas la revista Antena publicaba, en la sección "El radioyente opina”, fragmentos de cartas de lectores y, por lo menos durante 1937, la mayoría expresó su preferencia por “la cancionista Ada Falcón”. El 27 de febrero de 1933, consignó La Canción Moderna: “La Falcón es la más fonográfica de nuestras cancionistas. Hace tiempo que lo sostenemos pero ..., si algún lector duda de nuestras afirmaciones, lo remitimos a que escuche la última creación de Adita, titulada Secreto. Es un tango de Discépolo, con eso decimos que todo el mundo lo canta, pero el arte de la Falcón es muy grande y arrebatador y ha encontrado, en esta canción, toda la casualidad propicia para volcar su temperamento de mujer intérprete y de mujer artista. La Falcón, con este disco, se pone automáticamente a la cabeza de todas nuestras cancionistas”.

ADEMAS DEL TAPADO DE ARMIÑO. El técnico interrumpió la grabación: "Pero, Ada, se oyen más sus pulseras que su voz”. Con una rodilla y la mano izquierda sobre un sillón, la cantante agitaba su mano derecha para acentuar ese verso del tango Burla ("Jurando olvido / me vio la ausencia”). Y los músicos, por supuesto, previeron la respuesta: “Que se oigan”. Para los varones de entonces, ese estilo de desplante era el colmo de la seducción. Que Ada se anotara en una carrera de autos, llegara última y se justificara "Es que todos se me venían encima”, no llegaba a divertirlos: los llenaba de inquietud. Además, su relación con Canaro —"el dueño de todo”— intensificaba la imagen de mujer prohibida. “A los 15 años —contó a Panorama Osvaldo Castillón (45, coleccionista)—, la iba a ver a Radio El Mundo. Una noche, en el hall de la radio, me dijo: «Pero, dígame, usted ya me pidió como veinte fotos; ¿qué quiere?». Fue la única cancionista sensual de su época. Hasta llegué a hablar con su zapatero, que estaba totalmente enamorado y guardaba como un tesoro la horma de su calzado número 34.”
Mientras ajustaba innúmeras veces el nudo de su pañuelo negro y desteñido (el único que sus reglas de pobreza le permiten usar), Ada intentó reconstruir, hace dos semanas, aquella época: “Nunca aprendí música y tantas veces hice parar a la orquesta porque alguno desafinaba. Pero era demasiado soberbia. Creía que todo era para mí. Es que me rodeaban el lujo y la fama. Mi casa de la calle Bustamante era un palacio, más hermoso por dentro que por fuera. Columnas de mármol y paredes forradas en tafeta color durazno, muebles de Jansen. Arañas de doce luces: Cinco sirvientes de guante blanco. Llegué a quemar Nuit de Noel, de Carón, y Arpége, de Lanvin, para perfumar las habitaciones. Tomaba baños calientes de dos horas y, después, subía al coche y corría rumbo a San Isidro, para que el aire fresco me secara el pelo. Usaba el cabello natural y no me empolvaba la cara. Eso sí, me gustaba tanto pintarme los ojos y la boca. Pero no usaba rimmel, los ennegrecía con humo. Y me inventaba un lunar negro en la mejilla derecha. Me gustaban los vestidos color habano y los zapatos de gamuza verde y mucho, mucho los sombreros. Era tan coqueta. Ahora mismo, no me gusta que me vean tan desarreglada, pero las promesas se cumplen, ¿verdad?”.

COMO ES LA CANTANTE. Para las generaciones que ignoran el mito —cantante enjoyada y ceceosa que jugó a las escondidas con Canaro y luego desapareció—, la voz de Ada Falcón resurge sin atributos falsos. Ubicable junto a Azucena Maizani y Mercedes Simone, y superior a la promocionada Libertad Lamarque, resulta sorprendente que su nombre haya permanecido tanto tiempo en la oscuridad. Si se tiene en cuenta, sobre todo, que no fue heredera de un estilo: perteneció a esa generación que le dio forma al tango cantado. Oscar del Priore aclaró a Panorama: "A comienzos del siglo, había mujeres que cantaban tango, pero era un tango zarzuelesco: Pepita Avellaneda, Linda Thelma, Flora Rodríguez de Gobbi, Lola Membrives. En una primera época, tanto Ada Falcón como Azucena Maizani cantaban estilo tiple, el único posible. Después se fueron definiendo. Por un lado, el tango arrabalero, lunfardesco: Rosita Quiroga, Sofía Bozán, Tita Merello. En el medio, Libertad Lamarque practicaba un estilo lavado, especie de Violeta Rivas actual. Finalmente, el tango dramático, grave, profundo. Lo entonaron Azucena Maizani, Ada Falcón y Mercedes Simone con pareja calidad. Azucena era más espontánea y vital y compartía, con Ada y Mercedes, una preocupación por el repertorio. Ada Falcón definió su estilo —facilidad para pasar de un tono a otro, dramatismo— en el 30. Mercedes Simone, en cambio, tan sólo lo hizo en el 40”.
Para Azucena Maizani, la voz y el texto resultaban inseparables; acompañada casi siempre por un pequeño conjunto, adecuaba el ritmo a cada frase. Se sometía al mensaje y, tal vez por esa causa, ejerció una estricta selección de su repertorio. Ada Falcón fue, sobre todo, una hermosa voz, al margen y, a veces, a pesar de los temas. Los textos parecen estar sólo memorizados y la comunicación se establece exclusivamente a través de los matices de su voz. Por eso los mejores momentos de Azucena Maizani están vinculados con temas impecables: Malevaje, Amigazo, Milonga del 900; en cambio, Ada Falcón cantó como los dioses versos que casi por ese único motivo pueden resucitar: "Y yo he perdido por torpe inconstancia, / la dulce dicha que tú me trajiste; / ya no respiro más la fragancia / de tus palabras / y estoy tan triste. / Nada en el mundo mi duelo consuela, / estoy a solas con mi ingratitud; / se fue contigo / de mi novela / la última risa de mi juventud”. (Tus besos fueron míos.)
Varios datos ayudan a comprender esas características. En principio, su repertorio es deficiente y unilateral. En un 90 por ciento, pertenece a la inspiración de Canaro, que no siempre fue brillante. Están ausentes, en cambio, los clásicos que él no tuvo ocasión de componer. Por otro lado, la cantante nunca se destacó por su disciplina. Según Charlo, "Ada tenía una voz excepcional, pero no hizo del canto una profesión. Trabajaba cuando no tenía más remedio. Pero lo hizo con mucha sensibilidad y su voz —además de su figura— era cautivante”.
A pesar de esas limitaciones, probó la mayoría de los géneros: tangos dramáticos (Confesión, Juramento), sentimentales (Cascabelito), festivos (Ya vendrán tiempos mejores) y compadritos (Ventarrón); valses increíblemente almibarados (Yo no sé qué me han hecho tus ojos) y pícaros foxtrots (El casamiento no me interesa); rancheras (Me enamoré una vez) y pasodobles (La chica del 11). Su voz, sobreaguda del 25 al 29 (acompañada sucesivamente por Osvaldo Fresedo, en Víctor, y, ya en Odeón, por Enrique Delfino), alcanzó, a partir de 1932, claridad y riqueza. En los últimos años Odeón reeditó 20 temas: Los éxitos de Ada Falcón, 14; en La muchachada del Centro, 2, y en Mujer y tango, 4. Quedan por redescubrir exactamente 182. Rescatados, en parte, por el coleccionista Osvaldo Castillón, esos tesoros permanecen sin siquiera ser volcados a cinta: un crimen muy común en la Argentina.

AMOR, AMOR, AMOR. Sueño, sueño con él, / Siempre será mi pasión (vals con letra y música de Ada Falcón). "Ese vals lo compuse pensando en Lencinas. (Carlos Washington Lencinas, caudillo radical mendocino asesinado en 1929.) Fue mi primer y único amor. Era hermoso, tenía una hermosa cara de indio. Pertenecía a una dinastía de gobernadores. Lo conocí en una fiesta, en casa de una amiga llamada Elena. Cuando se despedía, ya subido al tren, me dijo: «Ada, estás tan linda que te robaría y te llevaría a Mendoza ahora mismo, pero volveré». Al poco tiempo lo mataron.”
Curiosamente, sólo respecto de Lencinas y de su madre, Ada emplea los términos "yo amo a”, en ese orden, Al margen de la aversión inmediata y sobreactuada que le inspira el nombre de Canaro, siempre expresa una de las caras de cualquier relación: los admiradores la perseguían, los músicos la amaban, innúmeros candidatos le proponían matrimonio y, más tarde, las monjas la mimaban, los sacerdotes la adoraban y distintas órdenes religiosas competían por la conquista de su alma. Cuando se le indicó ese rasgo, Ada contestó de inmediato (nunca se toma tiempo para las respuestas): “Siempre fui mala con quienes me amaron y, de chica, me pasaban de mano en mano como a una muñeca”.
Apenas resulta posible mencionarle sus amores con Canaro, ya convertidos en mito —junto a las joyas y los coches de “media cuadra”—; en cambio, se atreve a relatar otros, "todos puros”.
"Amadori era, por aquella época, hermoso como un Adonis. Paseábamos en coche e íbamos a comer al Munich de Avenida de Mayo. De postre, siempre pedía torta de manzana y, aunque tenía que hacer régimen, me robaba mi cuota de crema chantilly. El hombre debe ser bien varonil, no importa que sea feo. José Gola era, por cierto, muy interesante. También me gustaba Tyrone Power, aunque parece que era tonto y yo aprecio a la gente inteligente.” Para siempre te cierro mi puerta, / Nuestra historia será cosa muerta. / Pero tu ingratitud es pecado mortal, / Y tendrás que pagarlo al final. (Tango Pecado mortal, letra y música de Ada Falcón.)

DEL OTRO LADO DEL ESPEJO. Rumbo a Río Ceballos, el colectivo zigzagueaba dificultosamente por la sierra barrosa. En uno de los últimos asientos Ada corrió la cortina e instaló una imprevista bolsa de agua caliente sobre su falda. Al ver que su boleto era capicúa —29092— se alegró mucho, pero, en seguida, lo deshizo: "El 29 es un número malo, peligroso”. Y aclaró: “A pesar de ser profundamente religiosa, también soy supersticiosa”. Recurre a las técnicas más heterodoxas para ubicar las claves del tiempo y desmenuzar el corazón de los hombres. "Yo creo en la medicina, en la psicología, en la evidencia, en todo”, proclama. Desde el famoso desprecio por los pañuelos regalados hasta el interés por la interpretación de los sueños, no desdeña ningún método simbólico de conocimiento. Todas las cosas aluden a otras: son su prefiguración o su huella. Para Ada y su madre, cada hecho es motivo de asombro; detrás de la puerta azul se puede oír, todas las tardes, el zumbido de sus voces en busca de algún enigma. Por otro lado, resulta tonto buscar ciertas explicaciones. Cuando se le pregunta acerca del retiro y las revelaciones místicas, agita su cuerpo como si tuviera 20 años y dice: “No hay explicación”. Para quienes consideran que la religión es uno de los sectores en que se divide la magia, los testimonios de Ada Falcón resultarían valiosos:
"Cuando Canaro murió, pegó un grito: yo lo oí.”
"Una sola vez rompí la promesa de ocultar mis ojos. Vivía aquí una mujer embarazada a quien yo quería mucho y que aspiraba a que su hijo tuviera mis mismos ojos. Ella los vio y el nene tiene, como yo, ojos verdes.''
"Cuando era cantante, sufría la horrible costumbre de morderme las uñas. Y hay una explicación para esto: cuando mamá estaba embarazada, vio a una perra que se mordía tanto las patas que, para que no se las destrozara, tuvieron que vendárselas."
“Le dije a mamá el día del terremoto de San Juan, al oír la voz de Evita (si Evita viviera, no pasaría lo que está pasando): «Vas a oír esta voz durante mucho tiempo». Y cuando Troilo era un bandoneón cualquiera, predije su éxito.”
"Yo ya he dado cinco años de mi vida. Los ofrecí a Dios para que los tomara y se los trasmitiera a un enfermo.”
“Hay cantantes tan malos y que desafinan tanto; sin embargo, triunfan que ni que fueran Gardel. A veces me parece que tiene que ver el diablo en todo esto.”
Tanta preocupación metafísica no ha logrado apagar la sensualidad de aquella Ada Falcón que cantó Tus besos fueron míos Mientras —a las seis de la tarde— Salsipuedes desaparecía bajo la niebla, Ada relató su último romance y, luego, expresó lentamente: "Creo que hay pieles que se atraen .

EL LIBRO DEL CIELO. Sus amigas todavía recuerdan que, en la tarde de un Viernes Santo, se habían citado con Ada para tomar el té. Vivía entonces en un piso sobre la confitería Real. Madre e hija bajaron, finalmente, indignadas y tristes, porque acababan de asesinar a Cristo. Los destellos místicos de Ada eran recibidos, entonces, con una mezcla de indiferencia y disgusto: "Hacía cosas sin sentido —recuerda ahora Tania—, como entrar a Pompeya de rodillas. Ella era muy popular y eso llamaba la atención. Además, solía colocarse delante de una imagen de la Virgen y hablarle en voz alta”. Como su devoción fue intensificándose gradualmente, sus amigos no tuvieron ocasión —a la hora del adiós— de sorprenderse demasiado. Creímos, al principio, que se había ido a pasear a su casa de Salsipuedes —continúa Tania—, pero, como no volvía, no dudamos que se había metido de monja. Todos dijeron «¡Qué loca!». Y es cierto: abandonar todo en plena juventud. Además, si realmente hubiera entrado a un convento, la historia sería más lógica y se entretendría más. Pero, vivir así, no entiendo.”
Mientras mezclaba recuerdos de infancia con primeros versos de tangos mitológicos, Ada Falcón relató la historia de su vida religiosa. Lo hizo en distintos rincones de Salsipuedes, a horas insólitas y sin ningún respeto por la cronología: "Sí, yo había tomado los hábitos pero dejé por mamá: tenía que cuidarla”, comentó un mediodía luminoso. Minutos antes, había interceptado el paso de tres monjas casi indiferentes. Les preguntó a qué convento pertenecían, envió saludos "a la hermana Ana María” y les pidió un rosario, que las religiosas dijeron no poseer.
En una angosta calle de pasto que nace frente a su casa y se pierde en la sierra, Ada contempló dos rosales grandes como árboles. El pilar que los convertía en propiedad privada no significaba ningún obstáculo: " ¡Qué hermosas rosas! Son todas mías”. Enfrente, un par de vecinos acomodados en sillones de jardín, se disponían a gozar del espectáculo. Ada apoyó la cabeza sobre una mano y se reclinó en la baranda: "Tengo una inocencia recobrada. A veces, de rodillas frente a Cristo, me pregunto cómo mis labios, que recibían la comunión, han podido besar otros labios con sensualidad. La vida es pasajera y, después, hay que soportar las tristezas del infierno. Yo fui pecadora; una gran pecadora, no: una pecadora mediana. Hasta ahora, pido perdón por un pecado: alguien que se mató por mí. Se divorció para casarse conmigo y yo no quise. Era una gran personalidad y, como sus hijos también lo son, no puedo decir el nombre. Supe que, si me casaba con él, estaba a dos pasos del infierno; es que no lo quería a él sino a su apellido. Fui soberbia e ingrata con quienes me querían. He cambiado. Una tarde, estábamos en su coche cerca de la Recoleta. Yo apenas lo miraba. Él se cansó y me agarró fuertemente del cuello. Todos los días me mandaba rosas y cartas de veinte carillas. No dormía para escribirlas. Pero yo ya estaba decidida a entregarme a Dios. Sin embargo, él se mató y aún pago por ese pecado. Se llamaba Carlos. Muchos vinieron acá porque querían casarse conmigo. «¿Qué? Pero si yo estoy entregada a Dios —les decía—, Si quiere ser mi hermano...» Pero me contestaban: «No, hermano, no». Y claro, yo era muy linda”.
Pero fue en el bar Salsipuedes (la primera vez en treinta años que Ada se sentó a la mesa de un bar) que se animó a revelar fragmentos de su experiencia mística; después de advertir: “Puedo parecer una loca, una visionaria, al contar estas cosas”.
"A causa de una gran revelación —que no puedo contar—, dije «Hasta aquí llegué» y vendí muebles, joyas, todo. Le dije a mamá: «¿Quiere venirse conmigo?». Descolgamos un enorme cuadro del Corazón de Jesús, tomamos un coche de plaza y después el tren. Pusimos el cuadro en el camarote y nos vinimos a la sierra. Tiempo antes, en Pompeya, había asistido a un milagro. Yo todavía no había sido confirmada, ya que me confesé y comulgué de grande. Aparecieron una mujer muy hermosa y una nena ciega. De pronto, todos gritaron: «Milagro». La criatura había recobrado la vista y había mirado, antes que a nadie, a mí. La mujer me dijo que debía confirmarme inmediatamente. Me miró la cara y agregó: «¿Qué le pasa en el cutis?». Efectivamente, yo tenía, en ese momento, bastante mal la piel. Me lavó la cara —vamos, me lavó el alma— y nunca más la. vi. Sólo sé que se llamaba Leonor.”
"Una tarde estábamos con mamá en la Santísima Trinidad. Me di cuenta de que ese día era la novena de la Virgen del Valle y que nos quedaba lejos. «Mamá, son casi las seis, no llegamos», le dije. Apareció entonces San Rafael Arcángel, con sus sandalias. Nos llamó con la mano, subió a un tranvía lleno y se ubicó adelante. Llegamos con él a la Virgen del Valle y esa vez la novena comenzó a las 7.”
“Cuando vivía en Bustamante y Tedín, me asomé al ventanal y vi pasar un mendigo, desesperado de frío y acompañado de policías. Dio vuelta la cabeza y me miró: era la cara de Cristo. Sólo atiné a arrojarle la gruesa robe de chambre que tenía puesta.”
"Otra noche, mientras me cambiaba el viso por el camisón en el dormitorio de la casa grande, de acá, de Salsipuedes, me asomé a la ventana. Había una hermosa luna. San Francisco de Asís, entonces, con el capuchón puesto y los ojos bajos, me dijo: «Te olvidaste el escapulario en el viso». «Ah, sí —dije yo con naturalidad—, lo voy a buscar.» Recién a la mañana siguiente me di cuenta de lo que había sucedido.”
En el comedor de su casa vacía, Ada mostró la enorme imagen del Corazón de Jesús. Los ojos claros, el corazón abierto y una mano que tiene su historia: “Este cuadro lo hice pintar yo, en Buenos Aires, pero cuando mamá fue a retirarlo, descubrió que le habían dibujado un dedo casi deforme. Con la única compañía de este cuadro llegamos a esta sierra. A poco de vivir acá, me caí y me golpee la mano. Y no sé qué desastre hicieron los médicos, el hecho es que a mí me quedó el pulgar exactamente con el mismo defecto”.

INFANCIA Y MIEDOS PERMANENTES. Con gestos de arrebato y muchas interrupciones, Ada desplegó sus recuerdos. Aparecieron fugazmente _ sus hermanas Adelma (también cancionista) y Amanda (actriz de teatro) y, en todo momento, su madre: "Cuando yo nací murió mi padre. Desde entonces dormí siempre con mi madre. Y nunca mas me separé de ella. Recuerdo cosas que sucedieron, según mamá, cuando yo tenía un año: por ejemplo, se había muerto un chiquito y todos comían gran cantidad de fideos. A los 3 años mamá me encontró leyendo un cuento de hadas. Aprendí sola tanto a leer como a escribir. Nunca fui al colegio y tal vez por eso no sé colocar comas ni acentos. A los 4 años le anuncié a mamá que pronto cantaría, y poco después me llamaban la Joyita Argentina. Canté para la Sociedad San Vicente de Paul, viajé por todo el país”.
No recuerda que, en 1919, filmó la película El festín de los caranchos (con Molly Bell, José Casamayor y su hermana Adelma), que nunca llegó a estrenarse. También su madre reconstruye la historia: “Yo las vestía exóticamente, hacía resaltar la belleza que tenían las tres: Adelma, Amanda y Ada. Corseletes a la española, polleras de pico, cabelleras onduladas. Cuando íbamos al teatro las hacía sentar en primera fila y, antes de que comenzara el espectáculo, ellas recibían los primeros aplausos”. Ada reflexiona: "Fui tan mimada que me hice ególatra. Aquellos mimos me hicieron muy mal. A los 10 años —continúa—, dejé de cantar y jugaba, pero siempre fui más retraída que mis hermanas. Me gustaba hacer acrobacias y leer historias fantásticas. Pero era vehemente y loca. Cierta vez estuve pupila una semana en el Corazón de Jesús. Me había subido a una palmera y, no sé por qué, le tiré un zapato a una chica. Las monjas me encerraron en una sala oscura y me sentaron en una horrible silla alta de obispo. Era muy miedosa, pero solo de Ciertas cosas. Desde él balcón dé la casa en que nací (Cerrito al 500), vi que legiones de gnomos se perdían en el cielo, como espíritus. Un sudor frío me corrió por la espalda. Pero también recuerdo que, cuando nos perdimos en el río Paraná, estuve muy tranquila. Llevábamos en la barca mis disfraces de maja y de soldado. ¿Y, se acuerda, mamá —la señora Alma saboreaba su Coca-Cola y, por cierto, asintió—, cuando yo me di cuenta que se había metido en el hotel aquel militar y se había escondido debajo de la cama?”.
Cuando Ada tenía 3 años jugaba con sus hermanas en la vereda y, de pronto, “una vieja nos dio algo de comer y nos envenenó. Yo estuve muy grave pero me he salvado de cosas peores”. Quizá sea ésa la causa, supone ella, de que nunca acepte regalos comestibles. Sus vecinos saben que será en vano ofrecerle una taza de té o media docena de duraznos: Ada simulará alguna circunstancial promesa. 'Y hasta llega a comprar frutas y verduras en Río Ceballos, donde la conocen menos y no tendrían tanto interés en dañarla. Después de muchas dudas, en la tarde del 4 de abril pidió, en el bar Salsipuedes —atendido por su amiga Elia—, un par de alfajores. Pero su aprensión no se limita, por cierto, a las comidas. "La única casa que visita es la mía —contó Elia—. No sé por qué, a mí me tiene confianza. Aunque sus temores son excesivos, es cierto que no la tratan demasiado bien y que, cuando necesita vender algo, simulan desinterés para darle menos de lo que realmente vale.”
Tal vez ese básico gesto de huida ayude a componer el rompecabezas. Es capaz de charlar con sus vecinos, pero sólo en la vereda y nunca se sentará a sus mesas; ante desconocidos o personajes del pasado, su voluntad de esconderse es inquebrantable y, a pesar de que era la cantante más hermosa de su época, escasas veces actuó en público. Una mañana gris abrió las puertas de su "casa grande” y quiso demostrar que, desde hacía tiempo, no la visitaba: "Fíjate qué marchitas están las flores que le puse al Sagrado Corazón". En la planta baja un juego de comedor sólido y desteñido; en los altos, tres habitaciones amplias, desnudas y castigadas por la humedad, pero aún con sus tres arañas francesas. Ada señaló un vidrio roto y, recostada contra la pared, relató: "Por aquí entraron ladrones. Cuatro veces nos robaron. «Abran o tiro la puerta», oí una noche y, con voz de hombre, yo respondí: «¿Qué quiere?». Como no me creyó, llamé a los gritos a los vecinos. El Asaltante Solitario entonces huyó. Muchos no me creyeron y yo pedí a Dios que les demostrara la verdad: al día siguiente cometió cinco asaltos. Cuando ya no vivíamos acá, nos robaron de todo y fueron arrojando por el camino a Pajas Blancas lo que no les interesaba”.

LAS REGLAS. “Los terciarios seglares son las personas que viven en el siglo sometidas a la Regla de la Tercera Orden de Penitencia, pero sin hacer votos. Estos se dividen en Terceros congregacionistas, es decir, recibidos en alguna congregación, y que viven bajo la autoridad de los Superiores de la Primera o Tercera Orden, y en Tercera aislados, llamados así porque no forman parte de ninguna congregación.” Según el Manual Franciscano, los terciarios deben evitar la elegancia en el vestir, ser frugales en el comer y el beber, “abstenerse con sumo cuidado de bailes y espectáculos peligrosos y también de concurrir a banquetes licenciosos”. Ada Falcón reveló al fin el carácter de su vida religiosa: "Cuando me convertí, el padre Costoya, guardián del Convento de San Francisco, me hizo novicia. Le resplandecía el rostro como un ángel. Me regaló sus libros y yo le dije que era un honor inmerecido ser hija del Pobre de Asís. Me vine a estas sierras y, cuando visitó Córdoba, me confesó y me hizo Terciaria Franciscana”.
Si Ada Falcón fue indisciplinada cantante, parece imposible señalar ahora grietas en sus deberes religiosos. Suele levantarse al amanecer, concurrir, con nombre supuesto, a un convento de la ciudad de Córdoba y dedicar largas horas a rezos y lecturas. Desde el momento en que decidió encerrarse en su "Sierra del Señor” —y al margen de las motivaciones— y a lo largo dé estos treinta años, cumplió gradualmente un proceso de despojamiento. Fue desprendiéndose, al principio, de lujos y adornos y, poco a poco, de todas las comodidades. Ahora vive en un cuarto minúsculo, provisto de un calentador a querosén y dos cubiertos, y viste la misma ropa desde tiempo impreciso. “Si me pusiera ropa fina —dice—, me parecería estar ofendiendo a los pobres. Ya que afirmo que amo a los pobres, tengo que vivir como ellos.” Si bien se trata de una forma pasiva de solidaridad —ya que su práctica no modifica la situación de pobreza—, le permitió zafarse del círculo de consumo. A pesar de (o en virtud de) todas las circunstancias que tiñen el hecho: la precocidad, los miedos, las apariciones, la madre. Largamente comentó su primera frase (“Me siento como una reina”); temió que esto provocara ironía o que fuera malinterpretada —"Quise decir que toda alma que se entrega a Dios es espiritualmente rica”— y la última vez expresó: "Me siento como una princesa, pero desterrada”.
Copyright Panorama, 1973
Revista Panorama Nº 313 26/04/1973

Ada Falcón
Ada Falcón
Ada Falcón
Ada Falcón
Ada Falcón

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba