Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

amadeo carrizo


Aplausos para el retorno de Amadeo Carrizo
El Club Atlético Deportivo Armenio es una modesta institución que milita en la categoría Aficionados. Ni siquiera tiene estadio. Su presidente, Eduardo Everth Bakdhellian, es muy sagaz. Lo demostró el sábado último. Al entrar su primer equipo al campo de juego de Juventud Unida, en San Miguel, una muchedumbre explotó con frenesí. Nadie se explicaba por qué había tanto público. Bakchellian sí: había contratado a Amadeo Raúl Carrizo, quien debutó como director técnico.
“También me fiché como jugador. Así, cuando tenga ganas, me meto en algún partidito”, declaró el arquero más popular que tuvo el fútbol argentino. Físicamente es el mismo de siempre. Varias damas presentes se alertaron ante su presencia y lo miraron entre suspiros. El sonrió y el rostro se le agrietó con surcos cada vez más pronunciados. Esas grietas y el pelo encanecido son las señales evidentes del paso del tiempo. También existen otras, pero cuesta descubrirlas.
Ante Panorama se preocupó: “Son mis primeros pasos con un grupo humano. Hice el primer año del curso de técnico y en éste terminaré. Claro que ya estoy habilitado para dirigir —se apresuró a señalar— cualquier equipo de primera división. Quise empezar con uno chico para ponerme al día con el fútbol actual. No se olvide —remarcó— que yo viví 3 generaciones distintas y, la que más importa para mi tarea, es ésta”.
Carrizo pareció, hasta allí, estar inmerso en el mundo reflexivo. Después mostró algunas de sus características habituales, ésas que lo convierten a menudo en una especie de adolescente eterno. Cuando un conocido lo chanceó: “Así que ahora dirigís a los turcos. ¿Quién conoce ese cuadro?”, se exaltó: “¡'Pobre de vos! Ya vas a ver, si ese cuadrito anda bien, el ruido que va a hacer. Y más —recalcó— con el técnico que tiene”.

EL DE SIEMPRE. Al notar su intempestiva salida trató de recomponerse: “Estos amigos ... Siempre con sus bromas. La verdad, ponga, es que quiero progresar como entrenador”. Poco a poco su tensión se aflojó y desnudó su interior: “Cuando yo dirija a River Plate, recién volverá a ser campeón”.
Su método parece original: “Voy a limpiar a los dirigentes que no saben nada de fútbol. Ya que ellos limpian a los jugadores... Fíjese en el cuadro actual que tiene River, debe ser el mas barato del profesionalismo”. Se empecinó con el tema River Plate, una obsesión: “Ahí hay cada dirigente ... Conozco a varios que el día lunes preguntan cómo salió la primera. ¿Cómo se puede salir adelante con esa gente?”.
No encontró respuesta y se mostró solidario: “El pibe Barisio (uno de los actuales arqueros millonarios) me venía a ver a todos los entrenamientos. Yo estaba en la primera y él empezaba en la novena. Ahora me gustaría ayudarlo, aunque sea con consejos. El otro día —memoró— le hicieron varios goles los de Boca Juniors y, en vez de ayudarlo anímicamente, lo sacaron del cuadro. Con eso lo dejarán hecho un trapo".
Recordó haber pasado por un trance igual: “En 1958, al volver del mundial de Suecia, todos me echaron la culpa a mí. ¡Fue horrible! En un momento le tiran abajo a uno lo que costó años de actividad. A Barisio le pasa eso ahora,, pero no dicen que la culpa la tienen los defensores”. Pensó un momento y agregó: “Barisio tiene que avivarse que a River Plate siempre le jugaron, los contrarios, de contragolpe. Entonces debe salir del arco, aunque lo critiquen, para reaccionar apenas se viene el galope de los delanteros. Y también a no darle bolilla a los detractores”.

LA INTIMIDAD. Los que conoció Carrizo, lo fustigaron hasta en sus momentos brillantes. Está considerado uno de los cuatro mejores arqueros del mundo, de todos los tiempos. A pesar de ello, siempre se le achacó falta de entereza moral. “Es mentira. Tuve fallas como todo ser humano, pero nunca me faltó valor. Como jamás hice alardes de mis actuaciones se creyeron eso. Los que gritan, los que hacen bombo, no se tienen confianza.”
A pesar de su convicción, Carrizo necesitó —a lo largo de su vida— que lo apoyaran. En el mayor triunfo del fútbol argentino (Copa de Las Naciones, 1964, en Brasil), sus compañeros le exigieron que jugara ante Brasil (ganó Argentina por tres tantos a cero), porque se negaba por estar lesionado: ‘‘Ahí interpretaron mal la cosa —se defendió—, yo dije que estaba lastimado, no que no iba a jugar”. Otros opinaron distinto.
En su ocaso, volvió al gran espectáculo de la mano del figurín Ante Garmaz, quien opinó que Carrizo poseía grandes condiciones para presentar la ropa masculina: “Porque tiene buen físico y no mueve la cola como esos colegas afeminados”.
A pesar del suceso que obtuvo como modelo, Carrizo considera: “Eso se terminó para mí. Fue una gran satisfacción porque me demostré que podía hacerlo sin entrar en el ridículo. También porque, a pesar de no estar frente al gran público, esos aplausos que recibí fueron el mejor premio”.
Las ovaciones siempre fueron su debilidad. Quienes lo rodean, lo saben. Tanto que se rumorea, le han ofrecido rodar un film como principal protagonista. La pantalla mostrará lo exterior. Sus virtudes y sus defectos ya pertenecen a la leyenda del fútbol argentino.
PANORAMA, MARZO 21, 1972
 





ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba