Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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Artesanías regionales
Pachamama muestra sus tesoros


Más allá de sus frescos perfiles, las creaciones artesanales reviven muy hondas tradiciones y un rico legado cultural. El afán de los estudiosos permitió apreciar en Buenos Aires y Rosario el fruto de una labor que intenta ser estimulada.

En pleno reinado de la producción en serie, cuando hasta los más apartados rincones del planeta son invadidos por los objetos que crea una industria cada vez más perfeccionada, Buenos Aires (del 10 al 26 de mayo) y Rosario (desde el 14 de junio) se asomaron a la espontánea frescura de la labor artesanal, síntesis de cultura popular. El ex Palais de Glace interrumpió sus reminiscencias tangueras para albergar a la Primera Exposición Representativa de Artesanías Argentinas, auspiciada por el Fondo Nacional de las Artes. Cerca de un centenar de creadores, seleccionados por una veintena de especialistas que recorrió en ocho meses gran parte del mapa argentino, dieron nueva vida a remotas tradiciones con sus diseños nunca repetidos. Durante su gira los seleccionadores llegaron hasta los ranchos y comunidades donde se elaboran los productos y adquirieron en forma directa alrededor de un millar de piezas. Fue el primer paso de un plan ambicioso que abrió excelentes perspectivas: muchos visitantes de la muestra se preocuparon por obtener la dirección de distintos artesanos.
Definir los límites que distinguen a la artesanía de otras actividades afines (la mera producción utilitaria, el arte propiamente dicho), no es tarea fácil. Para el doctor Augusto Raúl Cortazar, director del Fondo de las Artes y presidente de la Comisión de Expresiones Folklóricas, se trata de "técnicas empíricas, practicadas tradicionalmente por el pueblo, mediante las cuales, con intención y elementos artísticos, se crean o producen objetos destinados a cumplir . una función utilitaria cualquiera, realizando una labor manual que pueda ser ayudada o complementada por herramientas o máquinas”.
Origen remoto de toda industria, la artesanía vuelve a atraer el interés de los productores de objetos, preocupados por la frialdad antiestética y muchas veces antifuncional de los enseres que fabrica la industria. Este retorno a la belleza útil ocupa un lugar destacado en el arte contemporáneo y tiene su expresión más acabada en lo que se ha dado en llamar diseño industrial. Una cuchara, una silla, un encendedor, adquieren de pronto una importancia que trasciende sus limitadas funciones cotidianas. El hombre ha vuelto a comprender que se mueve entre objetos y que éstos deben expresarlo integralmente. Entre tanto, todavía lejos de estas cavilaciones y ajenos a toda polémica intelectualista, los
artesanos continúan recreando diseños inventados por sus anónimos predecesores.
La avidez turística (desde los viajeros que quieren conocer las pampas sudamericanas hasta los porteños que se exaltan en Bariloche con la magia de los ponchos araucanos) es todavía uno de los grandes canales por donde fluyen los productos de la artesanía. Pero es en el amplio campo de las tradiciones —más allá de toda razón utilitaria o decorativa— donde deben escudriñarse los auténticos secretos de esta labor. Remontando influencias y técnicas que llegan del pasado, acercándose al espíritu que late en telas y cacharros, puede desentrañarse el mensaje secular que actualiza cada artesano, el impulso que los empecina en su tierna perseverancia, sumidos en la pobreza de Quilino, Villa Atamisqui o Ruca Choroy.

“Cositas de habilidad”
Acostumbrados a admirar en los comercios céntricos de Buenos Aires desde clásicos ponchos catamarqueños hasta rastras cuajadas Artesanosde monedas de plata, los porteños pudieron intimar con piezas de una nobleza inmune a los requisitos de la comercialización. La famosa alfarería negra de Pampa de Achala (Córdoba), alternó con los yuritos o vasijas jujeñas; el Cristo tallado por un santero de la Puna abría sus brazos frente a un lujoso poncho pampa; finísimos tejidos y cestas de fibra vegetal, dialogaban con una deslumbrante platería, arreos y gigantescos guardamontes salteños. "Cositas hechas con habilidad, no más...” —como las calificó con modestia un platero de Buenos Aires—.
Los ecos de la muestra prometen adquirir proyección continental. “Ya hay una invitación para exhibirla en México con motivo de los Juegos Olímpicos, así como en las Casas Argentinas de Bonn, París y Roma”, enfatiza el doctor Cortazar. Y añade: "El régimen para el estímulo de la artesanía es permanente; esta primera adquisición de piezas, todavía limitada, va a ampliarse en los próximos meses: el técnico hace un contacto individual, estrecho, con cada artesano, y contrata con él la producción de determinados objetos, que luego se le comprarán a un precio sustancialmente superior al de mercado”.
Para Cortazar la crisis por la que atraviesan actualmente las actividades artesanales se debe a "la escasez de materias primas, la acción negativa de muchos intermediarios inescrupulosos y la maraña burocrática de disposiciones legales y reglamentarias. Acongoja el ánimo comprobar que esto nos priva de artesanos eximios —se lamenta— para aumentar el número de mucamas y oscuros empleados, sin ninguna especialización”. Un Censo Nacional de Artesanos, que levantan reparticiones gubernamentales, dará la magnitud de este campo habitualmente condenado al aislamiento y a las penurias materiales. “Nuestra acción produjo entre esa gente un estímulo moral instantáneo —se entusiasma Cortazar—; inmediatamente se corrió la voz por todos los rincones del país”.

Cuando no queden caballos
El criollo Oscar Bríguez se sienta a la puerta de su casita, en la localidad bonaerense de Tapalquén. Es un orfebre del cuero, un trenzador. Acaricia la guitarra, entona una milonga. Luego se pone a trabajar en unas llamativas botas de potro y evoca la época en que aprendió a usar las manos: "Me crié con un hombre extraordinario; lo toleraba igual que a un padre. Sabía tirar el pial por sobre el lomo del caballo y yo estaba seguro de que la soga caería justito en el lugar debido, abrazando la paleta y el cogote del animal. Yo aprendí con él a tirar el lazo, ¡cómo no iba a aprender, si era como Don Segundo Sombra...!”
Su colega Martín Gómez, radicado desde hace tres lustros en el partido de General Paz, provincia de Buenos Aires, conoce al detalle los misterios de la artesanía del cuero. Su taller, o “cuarto de las segas”, es digno de verse. De allí salen las prendas en cuero crudo: lonjas y tientos que se trenzan en varias horas, o las maneas, que sirven para inmovilizar yeguarizos.
Cuando Gómez lució su destreza en la sala de la ¡Exposición, en Buenos Aires, su colega Luis Alberto Flores lo piropeó: “Sólo una mujer podría realizar algo tan fino y minucioso como esta vaina de cuchillo: parece un encaje; por suerte no compiten en esta rama”. "¿Usted cree, don Luis?, zumbó Gómez.
“Cuando las gurisas se pongan a hacer esto —sentenció entonces Flores— ya no van a quedar caballos...”
No era una broma. Porque lo cierto es que el ganado equino está mermando peligrosamente en la provincia de Buenos Aires. Riendas y estribos enjoyan cada vez más el humilde rancho del paisano, convertido en consumidor directo por la restricción del mercado.
El capítulo de las proezas artesanales, si bien marginal, merece párrafo aparte. La experta Azucena Blanca Miralles reveló a SIETE DÍAS una de las más sorprendentes: un cuero de ternero nonato vaciado totalmente por la boca, sin ningún corte, y usado como recipiente. “En Corrientes y Entre Ríos —explicó— el cuero se corta por el cuello; cargado a lomo de caballo, servirá para llevar yerba y otros avíos bajo el poético nombre de tapichí.”
Pero la “edad de oro del cuero” es cosa del pasado, de los fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, cuando millares de vacunos y yeguarizos eran sacrificados sólo para aprovechar la piel, que las manos hábiles de los criollos trasformaban en sillas, puertas, arcones, sombreros. Con todo, la especialidad supo ganarse y mantener un lugar importante en el ámbito grande de las artesanías argentinas.

Las “olleras” de Valle Grande
Hay que fatigar un largo camino de tierra desde Ledesma, Jujuy; con suerte se llega a destino. Si llueve, quizás haya que regresar a pie: dos días de caminata por una senda en zigzag, encerrados por la montaña y una vegetación exuberante. Entre Ledesma y Huakanqui la ruta de cornisa es flanqueada por las lianas, o barba del monte, hasta llegar por estrechos senderos a Valle Grande. Allí, hostigado por el aislamiento en su casa de adobe y paja, viviendo la paradoja de una zona riquísima que no puede vencer las precarias comunicaciones, don Marcos se queja por la escasa demanda de sus cucharas, fuentes y bateas de madera: “La culpa la tiene el ingenio; toditos se van para allá en el invierno. Yo nunca viví de esto: me ayudo haciendo de carpintero, sembrando, pircando . . .”
Por la misma causa son pocas las olleras que quedan en la región. Camila Apaza (60 años) es una de ellas. “A mi edad el barro resulta más pesado —constata—; hay que darte forma a la olla sobre una piedra, yapando masa de a poco; después se deja orear; cuando se va secando, se le agrega más masita tiernita”. Las orejitas completarán el cacharro antes de que se seque.
Más al norte, en Valle Colorado, los hambres son generalmente teleras, plateros o artesanos del cuero, y entre las mujeres, las que no son olleras hilan materia prima para la tela. El trueque con otros poblados absorbe buena parte de esa producción, brotada de las manos de gente que se autocalifica como curiosa: “Sí, curioseando aprendemos de todo ... Después de trabajar la tierrita a pico y a buey, fabricamos las vasijas para el tecito . . .”
Los tejidos de Cata marca se destacan desde lejos: colorido vivaz, flores estilizadas; y vienen prestigiados por los nombres de origen: Belén, Loro Huasi, etcétera.
Ruca Choroy (Neuquén) se distingue por sus telas en guardas geométricas sobre blanco y negro; el almacén las compra a la mitad de su precio y paga una parte en mercaderías. “Al llegar el invierno —denuncia la técnica Mabel Rivera de Bianchi, que actuó en la zona— la gente muere en cantidades impresionantes: niños y viejos caen minados por la tuberculosis. Son explotados por los mercachifles —subraya—; esos indígenas desconocen el valor del dinero: una manta que les lleva tres o cuatro meses de labor la cotizan en veinte mil pesos; pero basta que uno reclame una rebaja para que se resignen con un: “Y buen ... se la dejo en diez mil, nomás ...”

Cómo sobrevivir en Tucumán
“Lloren que se va muriendo la randera tucumana ...”. Pero la copla estaba equivocada: la randera, (hábil ejecutora de carpetas, o randas, hechas en hilo y moldeadas sobre un alambre de acero) no se extinguió. “Yo las hallé en El Cercado, departamento de Monteros, en Tucumán”, recuerda la profesora Mercedes Nosti de Carman, que colaboró en la organización de la muestra. Ella fue también quien aportó los cestos de palma de la paupérrima localidad de Quilino, “donde la gente no puede sembrar, no puede criar animales, y entonces se echa sobre los automóviles y trenes para vender los frutos de su artesanía”.
La imaginería, los instrumentos musicales que vibran a! impulso de la copla acompañando las procesiones, los tejidos provenientes de diversas regiones, y los objetos y adornos de plata son otras tantas pruebas de un rico legado artesanal.
En el Instituto Nacional de Antropología la profesora Susana Chertrudi glosó algunos aspectos de este mosaico manual: “Ciertas técnicas practicadas en la Argentina se ligan directamente a la tradición europea-hispana (como el telar horizontal, a pedal) y otras con la indígena (por ejemplo, la alfarera, que prescinde del horno tradicional).”
México, Polonia, España y otros países de rica tradición artística —agregó— ven florecer su universo artesanal al abrigo de legislaciones estimulantes. Pero cree que, además, hace falta que no ocurran cosas como la relatada por un conocido comerciante de Buenos Aires: “Usted va a Villa Atamisqui, llega al rancho donde una mujer está tejiendo su manta de lana cruda. Hasta aquí no hay problema. Pero si quiere comprarle algo, es fácil que ella se encoja asustada. No le venderá, porque si se entera el intermediario le hace la cruz. No sucede en todas partes, pero sucede. La artesanía saldrá ganando cuando se termine con esta piratería que la sofoca”.
Revista Siete Días Ilustrados
18/06/1968
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