Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Battaglia y Briski
CHARLAN DOS GENERACIONES GUILLERMO BATAGLIA (con una sola "T" en la revista), 69, Y NORMAN BRISKI, 29, ENTABLARON ÁGIL, DINÁMICO DIALOGO. DOS ESTILOS, ALGUNA COINCIDENCIA Y UNA VOLUNTAD.

Jacinta Pezzana, la trágica italiana que tuvo una célebre escuela de actores en Montevideo, rezongaba a sus discípulos: “Para un intérprete escénico —decía— lo primerísimo ha de ser que se entienda bien clarito lo que dice. Una vez logrado eso, puede ponerle a su parlamento «música» de enojo, de súplica, de amor o de lo que sea. Antes, no”.
Don Guillermo Battaglia pitó uno de los treinta rubios que aún acicatean su larga jornada de trabajo: diez horas al día en la Escuela de Arte Escénico que él dirige, en un tercer piso de Callao y Sarmiento. Luego concluyó su enseñanza dirigiéndose al pichón de comediante que había intentado un papel de borracho: “Usted ha hecho exactamente al revés de lo que quería la Pezzana; empezó por la «música» de borrachera y no se le ha entendido una palabra”.
Con este elegante tirón de orejas terminó la clase. Minutos después don Guillermo dio otro tirón de orejas. Pero me lo dio a mí...
—De modo que quiere hacer su nota enfrentando a un joven actor y a un actor veterano. ..
—No se trata de enfrentar.
—Lo mismo Yo no le voy a ser útil para eso. A mí el pasado me interesa muy poco. O nada. Vivo al día. Hace mucho que entendí quién era Copeau. Tengo bien sabido mi Stanislavsky. Estoy con los que derrumbaron la “cuarta pared” en los escenarios. Me apasiono con Brecht, vibro con Osborne.
La voz, la sabiamente impostada voz del viejo actor —eco reconocido de una voz indeleblemente registrada en la banda sonora de centenar y medio de películas—, podía haber desanimado. Pero yo tenía entre la nuca y la frente la idea de hacer esta primera nota entre un pibe y un veterano; curiosidad de saber cómo se va resolviendo el partido entre el Ayer y el Hoy en la cancha de una misma profesión. Dos circunstancias me ayudaron. Una, que entre las fibras ásperas y rotundas que hacen a la personalidad de Battaglia asoman la cordialidad y la ternura que le desautorizan el ceño protestón. Y otra, que cuando me dijo eso ya íbamos los dos en un taxímetro rumbo al teatro San Telmo, donde el pibe Norman Briski nos esperaba en el camarín con su media hora de descanso, entre vermut y noche, ofrecida y reservada para el encuentro propuesto.
BRISKY(con "Y" en la revista): —Es un verdadero gusto, don Guillermo. Tuve el placer de verlo actuar en la película “Melodías porteñas”, con Discepolín. La dieron ayer por televisión.
BATTAGLIA: — A mí esa película no me da ningún placer. Precisamente, aquí venía contándole al amigo que ése fue mi primer trabajo para el cine, un horror: recién cuando el día del estreno, fue en 1937, me vi en la pantalla tan exagerado, tan engolado y pasado de gestos, comprendí que tenía que cambiar de rumbo.
BRISKI: —Sin embargo era una linda película. Con imaginación, con...
BATTAGLIA: —Nada. Un espanto. Por suerte, el contacto con Cunill Cabanellas me acercó a las formas modernas de la interpretación. Stanislavsky. . .
BRISKI: —Bueno: hoy día el método de Stanislavsky no es tan indiscutible. Para unos sirve. Para otros no. Coincido, en cambio, con usted en cuanto a Cunill: creo que no ha existido aquí un director como él.
BATTAGLIA: —Estaba al tanto de todas las novedades europeas. Junto a él entendí que quien define el estilo es el autor dramático y que el actor ha de meterse en ese estilo. Una cosa es Shaw, otra Pirandello, otra O’Neill. Antes, los hombres de teatro nos hacíamos a fuerza de escenario. Y nada más. Resultaba, entonces, que cada cual imponía su estilo de actuación al personaje. Algo de eso sigue pasando en el cine, que usa personalidades en vez de intérpretes. De ahí esa horrenda publicitación que cierto periodismo hace de la vida privada de los actores. Cosa que, por lo demás, es un regalo de Hollywood.
BRISKI: —En esa cuestión mucho depende de la imagen que cada uno esté dispuesto a dar de sí mismo. Por lo que se escribe de mí estimo que mi vida privada no es muy interesante. . .
BATTAGLIA: —Tengo el honor de manifestar públicamente que jamás he salido en la tapa de ninguna revista especializada. ¡El honor!
BRISKI: —A pesar de toda la promoción de la actualidad tengo la convicción de que en otros tiempos los éxitos eran más marcados. Más espectaculares. Lo sé porque soy sobrino de Berta Singerman: hace treinta años, pongamos por caso, no era raro que el público hiciera salir a los actores hasta veinte veces al bajar el telón sobre una representación de su agrado. Ahora ese fervor ha decrecido. “La fiaca” lleva 450 funciones. Bien se la puede llamar éxito, ¿no es así? Sin embargo, jamás salimos más de cuatro veces a saludar en una misma noche.
BATTAGLIA: —Si el público ha cambiado, ¿qué decimos de la crítica? Antes había un Echagüe, un Ramírez.
BRISKI: —La verdad es que ahora son muy pocos los buenos profesionales de la crítica. Los dos mil actores que trabajan en Buenos Aires piensan lo mismo: que la crítica es una porquería. Se ejerce la crítica de modo enteramente subjetivo. Pero, ¿para qué hablar de los críticos? Nadie mejor que uno mismo sabe lo que está haciendo. La crítica, si sirve, sirve al público.
BATTAGLIA: —De acuerdo. La crítica al actor no le sirve para nada. Lo que le sirve de veras es un buen director. Hoy por hoy son demasiados los supuestos directores teatrales salidos de la televisión. Gente improvisada en un métier que exige saber. Y así los ve: se van en pura escenografía. Impresionan por la escenografía.
BRISKI: —No; yo creo que hay algunos directores capacitados. Pero en un sólo género. Faltan, sí, buenos autores, dotados para continuar la tradición del teatro argentino. La del Discépolo de “Stéfano”. La del Sánchez de "Moneda falsa". La del Laferrére de “Locos de verano".
BATTAGLIA: —Para mí la mayor parte del teatro argentino del pasado está envejecida. Ya no se puede representar.
BRISKI: —Yo me siento parte inseparable de esta actualidad con hippies que rompen estructuras sin saber bien qué es lo que quieren. Pero siento, también, que por lo menos en nuestra profesión no hay un conflicto de generaciones. Yo hubiera compartido muy a gusto la bohemia teatral, un poco decadente pero muy productiva del tiempo de Gardel. Hay, por tanto, una tradición en pie. Y a mi ver —lo digo siempre— "La fiaca” no es sino un sainete moderno. Una consecuencia histórica del sainete antiguo.
BATTAGLIA: —Vigente siempre y cuando se profundice en los personajes. Ya no se concibe un teatro sin penetración en el subconsciente. Hace mucho que Freud destapó la cloaca.
BRISKI: —Me refiero, claro es, a un sainete con arquetipos ahondados. Y me parece que por ese camino podemos llegar a un estilo argentino de obra y de interpretación. Aunque, momentáneamente, esté limitado a escritores y a actores de clase media, que tratan y actúan temas de clase media para un público de clase media, con lenguaje de clase media.
BATTAGLIA: —Si eso incluye las malas palabras en un escenario, voy a dar mi opinión. El término soez ante el público puede justificarse únicamente cuando la extrema exaltación de un personaje lo explica. Pero rechazo la mala palabra cuando se emplea porque sí. O en exceso. El teatro es embellecimiento.
BRISKI: —No coincido. Yo me río de la discriminación entre buenas y malas palabras. Hay malas palabras enormemente bellas. (Una pausa para las fotos.) Otra cosa, don Guillermo: confrontando su época con la mía, entiendo que la situación económica y profesional del actor se ha superado. Que antes había desniveles más pronunciados entre los que ganaban mucho y los que ganaban poco.
BATTAGLIA: —No lo creo. Aquí ningún actor se hizo rico con el teatro.
BRISKI: —Hablo del actor-empresario, cuando aludo a los que ganaban mucho.
BATTAGLIA: —Igual: lo que se ganó en grande con una obra, se perdió luego, también en grande, con la obra siguiente. Acepto, de todos modos, que existe esa superación. Aunque esa superación haya aburguesado a los actores. (Suena el primer timbre que llama a escena en el San Telmo.)
BRISKI: —Sabrá disculpar, Battaglia, el desorden que hay en este camarín de dos metros cuadrados.
BATTAGLIA: —No es nada, muchacho. Yo también he sido bien reo para los camarines. Y lo felicito por el exitazo.
BRISKI: —Gracias. Ha sido un gusto el tenerlo aquí.
Vibra por ahí el segundo timbrazo que llama al pibe Norman Briski para la segunda función del sábado a la noche. Mientras, por un pasillito con seducción de minicatacumba, erguido y a paso firme sale el veterano Battaglia, gruñendo contra "la estrechez de las salas en que deben actuar los muchachos de ahora". Otro taxi nos llevó del San Telmo a Sarmiento y Montevideo, donde el viejo actor vive desde treinta y dos años atrás, con sus amigazos: los libros. En el paragolpes de atrás, como las traviesas latitas atadas a un auto de novios, nos llevamos, sonando, el aplauso con que, noche a noche, el público condecora la desesperación de ese muchacho Vignale de la pieza de Talesnik, que otra vez ha consagrado a Briski. Y en la penumbra de nuestro taxi, mientras don Guillermo Battaglia hablaba de su retiro de las tablas, volvió a destellar esa luminosa hebra de inconmovible ternura que asoma al áspero señorío de su rostro. También Armando Galluzo, el taxista, la vio. Porque al bajarse el actor, dejó el volante, se dio vuelta y me dijo:
—Está hecho un pibe este veterano. ¡Se pasó!
Como lo quería Jacinta Pezzana, el taxista dijo bien clarito su parlamento. Y después le puso "música" de admiración.

Recuadros en la crónica
NORMAN BRISKI
Nació en Santa Fe, en 1939. Vivió luego nueve años en Córdoba, donde comenzó su carrera de actor, continuada desde 1963, ya de modo profesional, en Buenos Aires. Tiene una formación sólida y diversa adquirida junto a Genet, a María Fux, en un aprendizaje que incluyó danza y pantomima, conforme a su variado talento de intérprete. Participó de la gira de la Comedia Nacional por Europa y alcanzó un rápido primer plano con trabajos de actor y de director en “Briscóos”, “La mar estaba serena”, “Mens sana in corpore sano”. En 1966, su tarea de “Cómo seducir a una mujer” le acreditó el premio a la revelación masculina del año. También ha sido distinguida su intervención en cortos publicitarios. Piensa que su trabajo en televisión le permite una consagración más libre en el teatro. Desde el año pasado comparte con María Cristina Laurenz, Angela Ferrer Jaimes, José Novoa, Julio de Gracia y Angel Tibiani el éxito de “La fiaca”, dos actos del joven Ricardo Talesnik, que van en camino de las quinientas representaciones, y que sólo bajará de cartel —en pleno suceso— para dejar paso en el teatro San Telmo a "Biografía de un juego”, de Max Frisch. Ahora Briski reparte apremiadamente su día entre la televisión, el teatro y la filmación de “La fiaca”, dirigido por Fernando Ayala y acompañado por Norma Aleandro, Jorge Rivera López y Lydia Lamaison.

GUILLERMO BATTAGLIA
Nació en Buenos Aires, en 1899: “Quienes habían de ser mi padre y mi madre empezaron por afilarse de vereda a vereda: vivían el uno frente al otro, en la misma cuadra de Corrientes angosta, entre Paraná y Montevideo. Allí mismo nací yo. Me crié en clima teatrero. Por la familia de mi madre fueron todos cantantes. Por la de mi padre, soy sobrino del legendario Guillermo Battaglia, cuya pasión de actor iba a heredar y a continuar yo poco después de la muerte de él. Debuté en 1917, siendo un adolescente, con un papel en “La ofrenda”, de José León Pagano. Al concluir la primera representación, Francisco Ducasse, que integraba el reparto en primera línea de prestigio y de nombre, me felicitó en escena”. Actuó luego Battaglia con Pablo Podestá (“tan admirable como se cuenta”); con Camila Quiroga, junto a la cual realizó en 1921 una gira por Europa. Alternando, más tarde, su tarea en los escenarios con el cine, intervino durante treinta años en la filmación de más de 150 películas: sólo en 1968 ya ha hecho cinco. En 1940 fue distinguido como el mejor actor por su labor en “Don Basilio mal casado”, de Tulio Carella. “Creo —afirma— que, a excepción hecha de Ibáñez Menta, soy aquí el único creador de caracteres. Narciso los crea con gran brillo por fuera. Yo trato de crearlos por dentro”. En la actualidad dirige una Escuela de Arte Escénico (que incluye también formación para locutores de publicidad); allí da clases a muchachos y a niños: “Ya tenemos 300 alumnos; en un mes serán quinientos como nada. Ahora vivo para enseñar”.

Revista Gente y la actualidad
7/11/1968
Battaglia y Briski

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