Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Carnaval
Corrientes: Un Carnaval como nunca hubo
Carlos Russo, de Panorama, asistió a los preparativos del Carnaval correntino y narró los primeros días de la algazaras Daewy Berti, corresponsal en la misma provincia, completó su informe. A su vez, la colaboradora Susana Itzcovich, desde Humahuaca, puntualizó las secuencias de un ritual casi antropológico.

Se pueden tentar pronósticos, o jugar a la filosofía. Empero, los hechos mandan. De un modo que nadie hubiera imaginado, Carnaval —esa celebración que muchos sociólogos califican de frustrante y reaccionaria— sorprendió a los argentinos dispuestos a echar la casa por la ventana. Tanto en Buenos Aires como en Mar del Plata triunfó una vez más este axioma paradójico: a una economía en crisis corresponde un alto nivel de consumo gratificador. Y no fueron las provincias más ricas las que mejor se empeñaron en los festejos de Carnaval: Corrientes, en el nordeste, y el lejano rincón de Humahuaca, en el norte, ornaron la fiesta con despliegues y fastos pocas veces registrados.
La bomba de estruendo se quebró en millares de esquirlas luminosas liberando así las ansias que el pueblo correntino reprimió durante todo el año. Fortunato Roffé —el comisario del Corso, a cargo de lanzar la señal— sonrió, como diciéndose: “¡Despedácense!”. Lidia Elena Correa, de 16 años, se columpió en lo alto de la carroza madrina, tratando de esquivar los tentáculos de ese pulpo de papel maché y yeso que buscaba apoderarse de su cuerpo moreno. Melódica, esbelta, empezó a contonearse al ritmo de “Mama eu quero”; el público, unas 70 mil personas ubicadas en 80 palcos y algo más de 30 tribunas, también empezó a sacudirse.
Lidia Elena, la vigésima quinta reina del Bañado Norte, fue cuestionada hace unos días por la bella Graciela López, de 18 años: “Sorprendió a mi espíritu juvenil —denunció a los diarios locales— haber comprobado personalmente que los votos eran comprados y canjeados por sangría”. Graciela adujo además que esa usurpación del trono se obtuvo con “la mala interpretación del número con que fui individualizada”. Esos números estaban escritos en caracteres romanos. Por su parte, Rodolfo Romero, uno de los promotores del Corso Vecinal de Bañado Norte y actual miembro de la comisión de Carnaval, amenazó con llevar el caso a la justicia, por considerarlo “una verdadera calumnia”.
Es que en Corrientes, desde hace algo más de una década, el Carnaval se ha convertido en el acontecimiento más importante del año. Concretamente, la celebración embarga a los correntinos en el culto de una trinidad compuesta por un mito (Momo) y dos entes verdaderos: Ará-Berá y Copacabana, las comparsas más espléndidas de la Argentina.

¿SHOW O FIESTA POPULAR? La mortalidad infantil, la pobreza del campesino o el agudo problema del tabaco en Goya se arrinconan como trastos viejos, soslayados por una fiebre que en mucho se parece al arrebato carioca. Los más lúcidos promotores prefieren sin embargo señalar que el Carnaval “trae tanto dinero como la mejor industria”. Lo cual, naturalmente, es tan cierto como el clima de irrealidad en el que, durante ocho días —los que van del sábado 12 al domingo 20 de febrero—, toda Corrientes parece sumergirse.
Las murgas de Ará-Berá y Copacabana movilizan legiones de más de 400 personas y un instrumental sonoro millonario, además del vestuario de “luces” con el que se engalanan sus integrantes. Pero ellos mismos manifiestan que “esto es un show en vez de una fiesta popular”. Ese show desciende, no obstante, de una fiesta auténtica: la de las carnestolendas de Paso de los Libres, una fiel reproducción en escala, a su vez, del Carnaval de Río. Hace aproximadamente 15 años, Corrientes asistía al canto del cisne del Carnaval típico, con sus pequeñas murgas y disfraces convencionales. Hubo un grupo de inquietos que desecharon esa agonía y rumbearon a Paso de los Libres —300 kilómetros al este de la ciudad capital—, trasformándose en los adelantados de la nueva generación que cimentó la actual bullanga. Sobre los moldes de las comparsas de aquella ciudad, Fernández Capurro y Ricardo Ramussen estructuraron Ará-Berá (Luz del Cielo, en guaraní) y Copacabana. Otros indican, sin embargo, que los primeros brotes, escindidos de la influencia pasolibreña, se manifestaron en una comparsa femenina que agitó el Carnaval del año 59. Ese conjunto se llamaba Las Hungaritas y hoy, a casi tres lustros, sólo constituye una curiosidad histórica.

RIVALIDADES. La noche del sábado 12, la aparición restallante de Ará-Berá en el Corso de la avenida 3 de Abril estremeció al público con su fastuosidad desafiante. Envuelta en coloridas alas de mariposas, Patricia, de Ará-Berá, rubricó la marcha de la comparsa siguiendo con su cuerpo las ondulaciones de la música sobre una carroza por la que se pagaron casi 3 millones de pesos viejos. La princesa, según las indicaciones del coreógrafo Godofredo San Martín, podía bailar con toda libertad, siguiendo el tema elegido, especialmente “música que permite al cuerpo una improvisación total”. Pero el entusiasmo del público no permaneció mucho tiempo en las bellezas de Ará-Berá; pocos momentos después admitió que los veinte diseños distintos que le habían deslumbrado en un principio con su brillo, poco tenían que hacer frente al calculado y explosivo show de Copacabana, capaz de arrancar aplausos incontenibles de parte de sus propios rivales. La libertad tan celosamente encomendada por Godofredo San Martín pareció un tumultuoso desorden dictado por la improvisación. Fue, sin duda, la noche del regisseur José Ramírez, condiscípulo de Nity Cigerza, una ex alumna de la Paulova.
Tanto Copacabana como Ará-Berá fueron moldeadas a imagen y semejanza de sus coreógrafos, hasta el punto de que cada una de esas comparsas son la corporización de los sueños de José Ramírez, en un caso, y de Godofredo San Martín en el otro. La noche del sábado 12 triunfaron el rigor matemático, la frialdad casi científica de un estilo de ballet, ajustado al tema dominante del Carnaval de Bahía, frente a la vehemente liberación de los cuerpos propuesta por Godofredo. La nota humana que acaso faltaba en da presentación de Copacabana la dio la reina de la comparsa, Graciela Cohen, una hermosa trigueña que lee a Sábato y que padeció un desmayo no bien arribó al palco oficial.
Ará-Berá se rehízo la noche del domingo y tuvo así su segunda oportunidad colocándose a la altura de su rival.

ENTRETELONES. Síntesis del Carnaval correntino, Ará-Berá y Copacabana suelen enfrentarse en rencillas que asumen ribetes de trifulcas familiares. No faltan noviazgos que se quiebran, amistades que se rompen, alianzas nuevas hechas a la luz de una ambición competitiva o, en fin, cómicas traiciones. El lunes 7, casi sobre la medianoche, las reinas Graciela Cohen y Patricia Triantafilo se saludaron a través de una audición radial. Fue un mutuo ofrecimiento de flores sin atisbos de malicia. Los oyentes fanatizados las compararon con dos “verdaderas soberanas de un mismo linaje luchando por la corona”.
Según el mismo Godofredo San Martín, sus esfuerzos por lograr lo mejor del Carnaval casi terminan con su salud: “Vengo enronqueciendo desde el 7 de enero, noche tras noche, en los ensayos que hacemos en la cancha de básquet del Club Obras Sanitarias”. La noche del sábado inaugural dicen que lagrimeó a escondidas. Es que desde 1960, Ará-Berá logró el cetro de comparsas en ocho oportunidades, mientras que sólo tres correspondieron a Copacabana. Este año, José Ramírez —al frente de Copacabana desde 1964— se mostró exigente en un sentido que en nada coincidió con las exigencias que San Martín aplicó a su conjunto. “Hemos prescindido de los que no encuadran en el conjunto —explicó—, tratando de lograr armonía y precisiones matemáticas.” Su colega San Martín lo define como un clásico representante de la escuela rusa de baile. Es también un estudioso que no desprecia minucias: en el receso de 1971 hurgó en bibliotecas de Buenos Aires y Río de Janeiro los más detallados secretos de la música brasileña. “En el folklore del Brasil —comentó Ramírez— quise rastrear su poesía y no trasplantar sus manifestaciones meramente ornamentales.” Colérico, Ramírez brama contra los jurados: “No puedo aceptar el juicio de quien no siente la danza, la interpreta o la valora. Nadie, a menos que sea un idóneo, puede juzgar a Copacabana’'.

INVERSION NADA COMUN. A mediados de la primera semana de febrero, las dos comparsas intentaron un ensayo conjunto con sus escolas de samba y pasistas funcionando a pleno. La idea obedeció a da necesidad de eliminar una extensa y oficiosa red de espionaje que husmea a ambos conjuntos corriendo de uno a otro y llevando, además, información a las comparsas menores. Godofredo y Ramírez eligieron un lugar alejado y no dieron su conocimiento al público: “Nos jugamos el esfuerzo de un año entero si dejamos entrar a terceros”. No bien se indaga en el trabajo de estos dos artesanos, se comprende en parte el celo que los caracteriza.
Tanto Ramírez como San Martín han diseñado la ropa de su gente y los suntuosos vestidos de las reinas, contribuyendo además en la elección del tipo de carrozas que serían usadas. En general, un traje de comparsa cuesta cerca de los 60 mil pesos viejos, mientras que el de la, reina de Copacabana, por ejemplo, exigió un desembolso de un millón y medio, cifra similar a la que debió oblar por el suyo la soberana de Ará-Berá, quien pagó para que su vestido fuera ejecutado en el Teatro Maipo de Buenos Aires.
Lucrecia Martínez Zurbano, líder del grupo de baile de Ará-Berá, usa en las marchas un tocado impresionante, incrustado por tres mil plumas multicolores, y el médico Ricardo Rasmussen, director de la escola de samba de la misma agrupación, desembolsó más de un millón de pesos a fin de adquirir novísimos instrumentos de percusión. Pero, más allá de las abultadas inversiones que demanda da preparación de semejantes conjuntos y detrás de la lucha coreográfica que los singulariza, se oculta una cadena de pequeños combates que, sin duda, inciden en el triunfo o la derrota de los mismos.
“La culpa del fracaso de anoche —explicó una simpatizante de Ará-Berá refiriéndose a la primera noche de carnaval— la tiene da comisión directiva que no brinda el apoyo necesario a las chicas de clases menos pudientes que desean ingresar al cuerpo de baile de las comparsas. Sólo se ofrece a los aspirantes un 10 por ciento del costo total de los trajes. Eso es una injusticia, puesto que Ará-Berá es un club con mil socios que aportamos cada mes 45 pesos para su mantenimiento.” A su vez, Copacabana, para sobrepasar a su rival la noche del sábado, contó con la alianza de la reina del Carnaval de 1971, Marta Baruzzo, y de una correntina totalmente brasileñizada, Nélida Elisa Blanco, una danzarina explosiva que encandiló a los turistas. Rob Schusman, un próspero comerciante tucumano, ensayó un juicio global ante las dos agrupaciones: “Las solistas de Copacabana son extraordinarias y también su ajuste a una especie de ballet; Ará-Berá, en cambio, es más comparsa, pero el colorido y la perfección de sus trajes son francamente magníficos”.
Para Salón Literal (42), miembro directivo de la Federación Económica de Corrientes y presidente de la Cámara de Libreros, la rivalidad es sólo aparente y, en todo caso, vitaliza el espectáculo: “Lo positivo que deja él Carnaval de Corrientes —dijo— es que posibilita que el resto del país nos conozca; vienen por el corso y se quedan en Corrientes y con Corrientes. Claro que el costo de estos festejos es tan grande —100 millones de pesos viejos—, que yo no estoy seguro de que exista una verdadera compensación”.
Parece cierto. Después de todo, como industria el Carnaval de Corrientes no es más que un tributo brindado al turismo y quienes lo auspician no pueden olvidar la fugacidad de esa bonanza. Después del corso, de los grandes bailes sobre el silencioso Paraná, la vieja ciudad ribereña queda, tan sola como siempre enfrentada al fin a sus viejos problemas.
PANORAMA, FEBRERO 22, 1972
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