Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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ANIVERSARIOS
70 bombos y ninguna flor

A las dos y media de la tarde las primeras escuadras metalúrgicas comenzaron a rodear el Luna Park y a circunvalarlo con insistencia; las puertas todavía estaban cerradas. No era para menos: ni los más optimistas pudieron suponer que el Acto de Afirmación Nacional convocado por la CGT para el viernes 4 —debía iniciarse a las cuatro en punto— congregara a las masas desde hora temprana. Ni entonces, ni mucho después. Porque a pesar del espectacular despliegue del aparato sindical (manifestado a través de los anuncios publicados por los más grandes gremios y los innumerables cartelones pegados por todo Buenos Aires), en el estadio de Lecture hubo solamente unas 15 mil personas. Magro saldo si se recuerda que el 19 de abril, en ese mismo escenario, el Encuentro Nacional de los Argentinos —contando con un equipo publicitario sensiblemente inferior— superó ese límite.
Después que los muchachos de la UOM se mojaron un rato, las puertas del estadio se abrieron: más de 100 cartelones de todas las dimensiones posibles —fundamentalmente firmados por CGT, metalúrgicos, portuarios y Luz y Fuerza— se abrieron a la contemplación de los asistentes. Fue entonces que se comenzaron a escandir los primeros estribillos: "Buen día, don Pepito/ buen día don José/ aquí están los metalúrgicos/ junto a la CGT", cantaron los enfervorizados torneros de la Matanza. No prendió. Como tampoco él único que alcanzaba estatura de oposición al gobierno: “Lanusse, Lanusse, andate del sillón, "Lanusse/ Lanusse/ andate del sillón/ que es de un argentino que se llama Juan Perón". Algunos caciques dieron orden de parar y la sugestión fue obedecida sin mayores protestas. En reemplazo del verso imprudente, llegó otro que resultó el más favorecido por él entusiasmo colectivo: “Ya todos saben que Perón está de j... / y Rojas llora/ y Rojas llora". Mientras los vendedores de la inconografía peronista hacían su agosto con la venta de biografías de Evita y Perón, banderines adhoc y hasta algún texto doctrinario del Líder, una enorme bandera de Boca Juniors —20 metros de largo— fue implantada en la tribuna de la calle Corrientes. Entre tanto, y para que no hubiera problemas, los muchachos del Movimiento Federal —brazalete colorado con la marca de la estancia de Rosas en negro, adosado a otro azul y blanco— rodeaban escrupulosamente el escenario. A ellos se sumaban otros muchachos de la pesada metalúrgica; se esperaba que los duros justicialistas intentaran sabotear el acto. Por eso, ese doble control se sumó al respetable despliegue policial.
A las 15,30 los bombos eran 20, a las 16 ya sumaban 40. Luego fueron incalculables los ritmos que repiqueteaban, pasaban del candombe al samba. Pero a pesar del estruendo entusiasmado los organizadores de la parada gremial se miraban serios. Recién sonrieron cerca de las 17: un aluvión de metalúrgicos terminó de ocupar, con el auxilio —escaso— de Luz y Fuerza la tribuna de la calle Lavalle. Mientras tanto, una coalición de portuarios, albañiles y grupos juveniles diversos rellenaban más lentamente el sector de Corrientes. Y cuando también el ring-side y el pullman de Bouchard se cubrían, y un atronador “Argentina sin Perón es un barco sin timón” repicaba en las paredes, un oficial de policía y dos agentes ingresaron por la puerta central. Fueron el blanco de una rechifla ensordecedora. Finalmente, un locutor cegetista pudo lograr algún silencio y entonando el Himno se dio comienzo al "extraordinario acto”, como lo calificó exageradamente aquél. Ya se sabía lo que iba a pasar: “La Marcha, la Marcha”, rugieron las bases. Y se empezó a cantar no más. Por la mitad del multitudinario recitado, la voz de Hugo del Carril surgió de los parlantes oficializando el pedido de la concurrencia. Enseguida, la CGT de Neuquén entregó a Rucci un pergamino recordatorio. El secretario general, rígidamente serio, lo agitó un par de veces. Entonces se dio paso al primer orador. Alfonso Galván, de la regional Rosario de la CGT, habló "del
hombre que se fue del país para evitar un derramamiento de sangre, cuyo retorno se necesita precisamente para evitar lo mismo” Después recordó “las brumas de esa madrugada del 4 de junio”. Historió los negociados más memorables de “la década infame”, recordó a Federico Pinedo (estruendosa silbatina) y a Adalbert Krieger Vasena (silbatina más rotunda aún), se quejó de la desnacionalización de empresas y del capital extranjero. Luego compensó la diatriba antimonopólica con una advertencia apocalíptica: “Una marea roja nos está cubriendo”, advirtió. Para contener la inundación colorada propuso “aprender de 1943 y producir un nuevo acuerdo entre el pueblo y las Fuerzas Armadas”.
De inmediato, Rodolfo Ponce —de la regional Bahía Blanca— capturó el micrófono por escasos 5 minutos. En ellos se ocupó de recordar “el encuentro en este mismo escenario de Perón y Evita, en el año 1944, en ocasión de celebrarse un festival a beneficio por el terremoto de San Juan”. Hasta entonces el entusiasmo peronista era parejo, pictórico de bombos y matracas, de lluvias de volantes (arrojados en cantidad por los mazorqueros del Movimiento Federal) y vivas a Perón. Pero cuando David Diskin, líder de los empleados de comercio intentó hablar, luchó contra un vocerío infernal. Tuvo que hacer strep tease: primero el saco, luego la corbata pasaron a manos de sus segundos. Tras 10 minutos de frustración, el mercantil —luciendo camisa roja— habló de los soldados de San Martín, de los mazorqueros de Rosas y de los montoneros de Peñaloza. Equivocación notoria esta última. Las tribunas se prendieron y corearon la alusión con connotaciones contemporáneas. Cuando a José Rucci le llegó finalmente su tumo, acalló en primer término al sector díscolo que dominaba la tribuna de Corrientes: “Quisiera creer que detrás de tanto bombo hay también un corazón peronista”. Logró imponerse. Sin la campera marrón que lucía al comienzo, reiteró sus conocidas demandas: el retorno de Perón, la aparición del cadáver de Evita. Postuló la tercera posición rechazando al capitalismo imperialista y al totalitarismo ideológico. Y, además, eso sí, pidió hechos concretos al gobierno. Pero no dijo nada a Lanusse, como le pidieron varias veces desde la tribuna. Al concluir, el locutor cegetista (lo había presentado como "un muchacho joven, símbolo de las nuevas generaciones obreras”), anunció que un niño “representante de los privilegiados de la Argentina le iba a dar un beso”. El infante, lanzado sobre los brazos del sindicalista, fue el que recibió el ósculo. Rucci dejó al chico, habló de “la línea histórica San Martín/Rosas/Perón” y recomendó: "Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”. Jorge Paladino, que iba a llegar al final, se quedó en su casa.

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José Rucci: Las definiciones y los riesgos
La CGT, el aparato de combate más vigoroso de la política argentina, afronta una ardua encrucijada: debe decidir si apoya al gobierno militar en el último tramo de la emergencia que concluye en los comicios o, de lo contrario, lo enfrenta y lo acosa con huelgas y protestas para obligarlo a orientar una revolución de signo popular.
Apremiada por la regional cordobesa, centro de la rebeldía izquierdista, la máxima jerarquía sindical navega a dos aguas: no quiere verse comprometida en su diálogo con el gobierno, pero repudia “el trapo rojo” que enarbolan los líderes obreros de tendencia marxista. Esa tercera posición —que nació en el 45 bajo el lema “ni Washington ni Moscú”— tiene en José Rucci su hombre fuerte. Rucci no es Vandor (ni quiere serlo), pero tiene el ángel de los audaces y, por ahora, el respaldo de la Unión Obrera Metalúrgica, columna vertebral del peronismo en los gremios. El jueves de la semana pasada, Panorama entrevistó a Rucci en el templo cegetista; ésta es la síntesis de la conversación:
—¿Qué espera la CGT del gobierno?
—Que produzca hechos. El país sufre una tremenda asfixia económica que deriva en graves problemas sociales. La Clase trabajadora es la más castigada. Por el momento el gobierno no ha satisfecho los reclamos de la CGT, y como van las cosas...
—¿Quiere decir que no producirá hechos?
—Eso mismo.
—Pero muchos gremios lograron mejoras en las paritarias.
—Vea, desgraciadamente lo que se logra en una semana se pierde en la que sigue. Como no existe planificación económica, la política salarial se pulveriza. En otras palabras: la estructura económica hace imposible un salario estable. Hay gremios que consiguieron aumentos más o menos aceptables; pero cuando usted va a la feria no le preguntan a qué gremio pertenece.
—Dicen que la CGT es socia del poder de turno. ¿Es cierto?
—Esa es una opinión interesada. A mí no me van a decir que el gobierno y la CGT son dueños de un mismo negocio. Yo pregunto: ¿de qué negocio? Aparte, la revolución no nació con el general Lanusse; él continúa un proceso que se inició con Onganía y siguió con Levingston. Ni uno ni otro cambiaron las cosas. Entonces pregunto: ¿por qué vamos a estar a favor del general Lanusse?
—¿Entonces van a ir a la huelga?
—Yo no puedo decidirlo.
—Los cordobeses quieren ir a la huelga.
—La CGT no puede conducir el movimiento obrero por los pedidos de una regional. Eso sí: somos solidarios con la gente que sale a protestar en las calles de Córdoba.
—¿Es democrática la CGT?
—Sí que lo es. La verticalidad surge de la comisión directiva, pero cuando se toman decisiones importantes —el plan de lucha, por ejemplo— se consulta al Comité Central Confederad.
—¿Se radicaliza el movimiento obrero?
—Yo creo que la radicalización deriva de un concepto erróneo. Esta CGT no es ni será dócil. No se negociará nada. Nuestros documentos reclaman lo mismo que exige la regional cordobesa. Entonces tengo que pensar que la discusión está dirigida al cambio de liderazgo. Cuando nosotros hablamos del cambio de las estructuras decimos qué estructuras queremos cambiar; nosotros interpretamos el sentir nacionalista de dos gremios que nos apoyan en todo el país. Pero el cambio de estructuras que quieren Ongaro y Tosco no sé si es el mismo. En el país hay un problema serio: es de esencia política. Los que critican nuestra actitud política lo hacen porque tienen otra filosofía de da conducción.
—¿Qué carta jugará Perón?
—Perón, no hace falta que lo diga, es el principal caudillo político del país; es el dueño de la mayoría de das acciones del paquete. Hay quienes lo saben mejor que yo pero, sin embargo, se hacen los distraídos.
—¿Se refiere a los que no son peronistas?
—A los antiperonistas y a los peronistas que creen tener juego propio.
—¿Usted es peronista o nacionalista?
—Soy peronista y nacionalista desde la época de Perón.
—¿Admira a Manuel de Anchorena?
—Yo no diría eso. Soy admirador de los grandes caudillos que, bien o mal, lucharon por un país independiente. Nadie puede negar que Rosas fue uno de ellos. En esencia soy nacionalista y lucho contra la política de entrega. No declamo como Alsogaray y Frondizi. Uno habla del nacionalismo liberal; el otro está en guerrillero. El Cielo está lleno de arrepentidos, pero yo no soy Jesús para perdonarlos.
—¿Cree en las Fuerzas Armadas?
—Creo en la institución. Tiene que llegar la hora en que los militares coincidan con él pueblo.
—¿Cree en las elecciones?
—Si se da el juego del 46, todo limpito, no se puede opinar en contra. Pero antes el gobierno tiene que producir la revolución para que los sucesores no se caigan al abismo. Ya no se puede recibir el poder condicionado por la realidad o por los enemigos. Si no se recibe el poder sin limitaciones, entonces prefiero que las Fuerzas Armadas se queden todo el tiempo necesario hasta que hagan la revolución.
—¿Discrepa con Paladino?
—El tiene una misión y yo estoy en otra cosa.
—¿Qué dice de la guerrilla peronista?
—Yo no sé bien de qué se trata. Tampoco lo pregunto.
—¿Cree en ¡el acuerdo nacional?
—Una cosa es el acuerdo en el nivel de dirigentes, que puede pegarse con saliva, y otra cosa es la unión de los argentinos. Los hombres no valen nada. Si antes se votaba a candidatos, ahora ya sabemos que los candidatos fallan. Al pueblo le interesa un programa revolucionario.
—Pero hay varios programas revolucionarios ...
—Sí, es cierto. Pero es en el momento que el pueblo advierte quién le propone un programa revolucionario cuando se evaporan las imitaciones. No interesan los detalles. Lo que importa es llegar con el pueblo al poder.
—¿Cree que los dirigentes sindicales son honestos?
—A veces pienso que hubo dirigentes sindicales que no tuvieron conducta. Pero fíjese que a mí me critican porque tengo un Torino. Sí, tengo un Torino preparado. Pero yo ando de un lado para el otro y me tengo que mover rápido. Pero Rucci está en la Argentina y Krieger Vasena está en París. Con esto quiero decirle que nosotros afrontamos todas las responsabilidades sin sentimiento de culpa. El movimiento obrero no puede quebrarse porque el secretario general tenga automóvil.
—¿La CGT busca otro Perón?
—Para qué buscar otro Perón. Creo que no hay ...

PANORAMA, JUNIO 8, 1971
josé rucci

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