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Ciencia El disparo rompió la monotonía del Sol Fernando Mas, de la redacción de PRIMERA PLANA, asistió en Chamical, La Rioja, a las experiencias de investigación atmosférica con cohetes. He aquí su informe: ![]() Aquél fue el último disparo de este año de la cohetería argentina, impulsada por la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE), dependiente de la secretaría de Aeronáutica. Y fue un éxito más, que confirmó al país no sólo como el único que experimenta con proyectiles balísticos en América latina, sino también como el único, en el mundo entero, que jamás ha sufrido un contratiempo en esa materia, burlando las estadísticas según las cuales un veinte por ciento de fracasos es un promedio normal, bueno. Sin embargo, ése no es el patrón para medir las experiencias argentinas. Una falla puede ocurrir en cualquier momento, debida a un cable de grosor milimétrico, a un descuido insignificante del complejo equipo humano que se necesita para lanzar un cohete. El viernes pasado, la larga espera del Nike Cajun bajo el sol pudo cambiar las condiciones químicas de sus presionados 500 kilos de pólvora. “Si fallásemos —dijo el comodoro Ricciardi, de la CNIE, al boquiabierto gobernador de La Rioja—, no sería un fracaso, y nos quedaríamos tan tranquilos como si fuera un éxito.” “Lo fundamental es realizar a la perfección la tarea previa al lanzamiento —explicó a PRIMERA PLANA un científico—. Lo demás viene solo.” Eso parece lógico en momentos en los cuales los pioneros de la cohetería nacional se asombran de su propia capacidad y aprecian, sobre todo, la preparación que obtienen, el 'know haw' (nota MR: textual en la crónica) que están adquiriendo. Pero, al mismo tiempo, sus experiencias tienen un enorme valor científico, que centres de estudio e investigación argentinos y extranjeros codician. Los primeros lanzamientos realizados en Chamical, allá por 1962, se hicieron en coordinación con Francia. Tres países más —Australia, Canadá, Estados Unidos— participaron en un estudio comparativo de sus resultados. Los experimentos ionosféricos que culminaron la semana pasada tienen una importancia equivalente, y se realizaron sobre la base de un acuerdo entre la CNIE y la Administración Nacional para la Aeronáutica y el Espacio (NASA) de los Estados Unidos. Se hallaban presentes, además de observadores militares brasileños y técnicos norteamericanos, el ministro de Defensa. Leopoldo Suárez; el secretario de Aeronáutica, brigadier Mario Romanelli; agregados de embajadas y otras autoridades. El operativo Ion El “Operativo Ion 1/64” descansó en un equipo de hombres, militares y civiles, y en un par de cohetes de 8 metros de longitud que debían ascender a casi 200 kilómetros de altura a la búsqueda de un objetivo movedizo como un pájaro y extendido como el desierto: las capas inferiores de la ionosfera. La ionosfera es la zona de la atmósfera ionizada, es decir, cargada de partículas iónicas que le confieren propiedades eléctricas. Empieza a unos sesenta kilómetros del suelo, y tiene unos dos mil de espesor, pero lo que interesa a los investigadores de Chamical son sus efectos sobre las comunicaciones. Es que en estado normal, la ionosfera actúa como reflector de las ondas radioeléctricas: éstas circulan dentro del corredor formado por la costra de la Tierra y un techo ionosférico. El resultado es notable: lejos de perderse en el espacio, las ondas de radio y televisión rebotan y pueden ser recogidas a distancias lejanas. El agente de la ionización es el Sol. Sus rayos, empero, están sujetos a desconcertantes cambios. Para colmo, juegan otros factores (la hora del día, la estación del año, el ciclo solar, la posición geográfica) que determinan una continua variabilidad de la ionización atmosférica. Los hombres de ciencia se empeñan en investigar esas modificaciones a fin de poder predecirlas. Repartidas por todo el mundo, entre 150 y 200 estaciones auscultan los fenómenos ionosféricos. En la Argentina la Universidad de Tucumán (a ella pertenece el equipo científico del Operativo Ion 1/64) es la única que posee una estación ionosférica, encargada de enviar informaciones a 52 laboratorios del mundo. Pero los métodos habituales han sido superados por el satélite y el cohete, aquél en las grandes alturas, éste en las capas más bajas de la ionosfera. En el hemisferio norte, las naciones industrializadas escrutan el espacio disparando proyectiles desde veinte bases (50 dentro de tres años), y así han obtenido un conocimiento bastante bueno de los fenómenos ionosféricos en la zona. En el hemisferio sur, sólo dos bases hacen ese trabajo de investigación; la de Woomera, en Australia, y la de Chamical, en la Argentina. Los cristales añicados Chamical no responde, sin embargo, a la imagen que la opinión pública tiene de una base de lanzamiento de cohetes. Enclavada en los llanos desérticos, entre unas montañas lejanas y unas salinas que se intuyen, permanece casi abandonada la mayor parte del año. Por mucho tiempo fue centro de operaciones de la Fuerza Aérea, que la usaba para realizar maniobras o ejercicios de bombardeo. Luego, su vida se fue extinguiendo, pero ahora ha vuelto a ser el lugar de más actividad, aunque los jeeps y los cohetea no hayan conseguido terminar con el paseo inacabable de víboras (yararás, cascabel, cobra) y arañas. Muy cerca, como lo atestiguan los cristales añicados de sus ventanas pobres, está Chamical, un caserío con ocho mil personas, y al que dan el nombre pomposo de ciudad. Como siempre, los civiles protestan por la presencia de la base, aunque viven de ella, y pondrían el grito en el cielo si un día la desmantelasen. Durante la mayor parte del año, una dotación mínima de 280 hombres la mantiene en condiciones; luego, en el momento de las experiencias, llegan los técnicos, los científicos, los directores del CNIE, los observadores. Aquello se convierte en un hormigueo de comodoros y comandantes que aterrizan y parten en los aparatos verdinegros de la Fuerza Aérea; oficiales que nadan, hablan inglés, se tuestan al sol, trabajan a la par de los soldados, leen y comentan a Ian Fleming. Cuando va a realizarse un lanzamiento, la consigna es la seguridad: todo el mundo tiene sus instrucciones; todo el mundo sortea o no los puntos clave según su tarjeta de identificación, verde, roja, azul, blanca. Una hora antes del disparo, ningún aparato puede sobrevolar la zona. “Esto no es un show. Es seguridad", aclaró un oficial a unos visitantes, el viernes pasado. En la casamata, protegidos por toneladas de cemento armado, a escasos ochenta metros del proyectil, el comandante Raúl G. Monti, director de lanzamiento, y el físico Sandro Radicella, director científico de la experiencia, tienen el control de todo lo que ocurre en cien kilómetros a la redonda. En un mapa del terreno, fotografiado desde un avión, están mareados los puestos, los ranchos que pueden ser víctimas de un accidente: San Jesús, Buena Suerte. El pulgar agresivo El cohete está siempre controlado. Los hombres lo abandonan, casi todos, cinco minutos antes de la hora H. Sólo dos quedan con él. El capitán Cueto, enfundado en un overall blanco, con un casco azul, introduce una llave en una cerradura y retira el primer seguro de la línea de disparo. Faltan dos minutos. Desde la casamata subterránea, Monti y Radicella lo ven correr, en una pantalla de televisión que enfoca continuamente la rampa de lanzamiento. Cueto se zambulle en la casamata, que clausura la entrada con poderosas puertas de hierro macizo. Su llave anula el último seguro. Se vuelve hacia el jefe, y Monti le responde cerrando el puño y mostrando un pulgar agresivo. Cuatro, tres, dos, uno... El aire se rompe con la explosión. En unos segundos, la primera etapa, Nike se consume y cae a tierra, a escasos cinco kilómetros. La acompaña un trueno. A los seis minutos del disparo, la segunda etapa; Cajun, llevando la carga de instrumentos en su cono, se entierra en las salinas que queman los límites de La Rioja, Cata-marca, Córdoba y Santiago del Estero, a casi 100 kilómetros de distancia. El cohete (al CNIE le costó 7.000 dólares) está destruido. Pero alcanzó una altura de 133 kilómetros, y esto bastó para que, en uno de los puestos de observación, delicados aparatos recogieran la información que ese equipo de militares y civiles —entre los cuales hay una mujer— buscaban desde hacía meses. Revista Primera Plana 8/12/1964 |
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