Mágicas Ruinas
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A 50 años de la reforma universitaria
Los estudiantes, esos rebeldes


Argel, Berkeley, Berlín, Bruselas, Cambridge, El Cairo, Nueva York, Madrid, Melbourne, París, Río, Roma, Túnez. No es el índice de una guía turística o de un atlas geográfico. Es la lista de las ciudades conmovidas por los estallidos de rebeldía de los estudiantes universitarios durante la primera mitad de 1968. Una juventud que rompe con desenfado los marcos habituales y pone en tela de juicio la realidad institucional de sistemas que considera esclerosados, se denominen a sí mismos capitalistas o socialistas. Rebasando las fronteras nacionales, estimulados por un nuevo sentido de la solidaridad, los estudiantes plantean ante gobiernos de todos los matices una problemática aparentemente inédita. Para los argentinos y los latinoamericanos, ubicados a la vez en el Tercer Mundo y en el Mundo Occidental, la ola de manifestaciones estudiantiles reviste una significación especial. Porque todo comenzó medio siglo atrás en una ciudad mediterránea del sur americano, fundada por el conquistador español Jerónimo Luis de Cabrera en 1573.

Allá lejos y hace tiempo
En su edición del 12-13 de marzo pasado, el influyente diario francés Le Monde editorializó bajo el título Un desafío de nuevo tipo: “Hace ya 50 años, en junio de 1918, el Manifiesto de Córdoba marcaba en América latina el comienzo de un poderoso movimiento de rebelión universitaria a favor de las libertades elementales y de una adaptación de las estructuras a las realidades del mundo moderno. Durante largos años este movimiento liberal y progresista no tuvo su equivalente en otras partes del mundo. Hoy, Río, Bogotá, Caracas, son centro de una oposición estudiantil, cuya violencia puede llegar en ocasiones hasta la insurrección armada, y Europa (Occidental y Oriental) es escenario de importantes movilizaciones de universitarios. Hay diferencias, pero las analogías son poderosas”.
Los precursores cordobeses de la generación beat usaban botines, chaleco y sombrero, y se entretenían paseando por la plaza central, entablando tertulias en los cafés, concurriendo al teatro o al biógrafo. Fueron, sin embargo, los pioneros de un movimiento que pronto superó límites espaciales y temporales y adquirió dimensiones incontrolables. La Universidad de Córdoba, epicentro del fenómeno, todavía enseñaba derecho canónico y destacaba en el programa de filosofía —en pleno siglo veinte— el tópico Deberes para con los siervos. En sus bibliotecas no se encontraba un solo libro de Haeckel, Darwin, Marx. . . El juramento profesional se prestaba, obligatoriamente, sobre los Santos Evangelios; el doctor Guillermo Ahumada, que fue luego rector de la Facultad de Derecho de Buenos Aires, debió esperar dos años el otorgamiento del título habilitante porque tuvo la humorada de declararse budista y pretendió jurar sobre una estatua del Gautama. “Las universidades han sido hasta aquí —proclamaba el manifiesto liminar del año 18— el refugio secular de lo mediocre, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y —lo que es peor aún— el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara". Y alzándose contra lo que denominaba “casta de profesores”, sostenía: “Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden, y frente al derecho divino en que se amparan los actuales docentes declaramos que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio, radica principalmente en los estudiantes; el chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes”.

La revolución en las aulas
Terminaba la guerra del 14, los bolcheviques acababan de tomar el poder en Rusia y la Ley Sáenz Peña ponía en manos del pueblo argentino el sufragio universal y secreto. En el teatro Rivera Indarte de Córdoba, un joven, Alfredo Palacios, lapidaba: “La intolerancia y la falta de sinceridad ambiente, han hecho nido en la Universidad; sus profesores han tomado por asalto la cátedra y puesto en descubierto su insuficiencia y ridiculez; las aulas son teatro del dogma y la simulación, porque para ellos lo importante es mantener la farsa, reeditar la ignorancia y permanecer en la renta fácil de la cátedra hereditaria”. Otro líder del movimiento, el doctor Arturo Orgaz, pontificaba: “La Universidad es una de las tantas mistificaciones que en Córdoba tienen patente de honor; su casa es un nido de rutinas y prejuicios y un baluarte de intereses creados”. Y añadía: “Este buen fraile de Trejo y Sanabria, altruista a su manera, fundó una escuela de latín y teología para que los que cursaran sus aulas salieran con olor a santidad y aptitudes para ser obispos”.
Los detonantes de los acontecimientos fueron la supresión del internado en el Hospital de Clínicas y la llamada Ordenanza de los Decanos, que establecía la obligatoriedad en la concurrencia a las clases teóricas, consideradas por los alumnos como medidas limitacionistas. Una manifestación de casi dos mil jóvenes recorrió las calles céntricas de la ciudad colonial en la víspera de la iniciación de las clases. Al día siguiente comenzó la huelga. El rector, doctor Julio Deheza, respondió a la rechifla con que lo recibieron los estudiantes frente a la puerta principal de la Universidad, sacándose su habitual sombrero de copa y desabrochando su jacket, en ostentoso saludo. Eran las épocas en que hasta Arturo Capdevila merecía los calificativos de demagogo y anarquista: se atrevió a decir en un examen que para la ley sólo el matrimonio civil era válido. Eran también las épocas en que un ex gobernador conservador, el doctor Ramón J. Cárcano, tronaba: “Que triunfe la juventud, que logre la auténtica reforma que desea; la Universidad está cristalizada; su enseñanza superior es una enseñanza inferior”. El Consejo Superior de la Universidad de Córdoba, reunido en un domicilio particular, decretó la clausura de las aulas y, ante la presión estudiantil, el Poder Ejecutivo Nacional intervino la casa, nombrando como rector al doctor Nicolás Matienzo. Más de mil estudiantes lo recibieron en la estación ferroviaria el 11 de abril, fecha de fundación de la Federación Universitaria Argentina. Pero la reforma Matienzo se derrumbó en pocos meses. El 15 de junio de 1918 se reúne la Asamblea Universitaria para renovar autoridades y es derrotada la candidatura estudiantil del doctor Enrique Martínez Paz, padre de quien, 48 años después, siendo ministro del Interior, dirigiera la represión policial durante la intervención a las universidades nacionales.
La votación favoreció por 23 a 19 al doctor Antonio Nores, apoyado por los sectores tradicionales. Defraudados, los alumnos se trabaron en lucha con el personal de seguridad, destruyeron los vidrios de las ventanas y las puertas del salón, desalojaron a los consejeros y, ya sin control, ingresaron al despacho rectoral para destrozar todos los cuadros de los rectores sacerdotales. Al día siguiente los disturbios callejeros conmovieron a Córdoba y el Consejo Superior dispuso una nueva clausura de la Universidad. La FUA respondió con la huelga general en todo el país: había nacido el Movimiento Reformista.

Los caminos que se bifurcan
Plataforma amplia y de un indefinido romanticismo, la Reforma se extendió rápidamente por toda Latinoamérica, dio nacimiento a partidos políticos, cimentó combativas manifestaciones estudiantiles y agotó una amplia gama oratoria de derecha e izquierda; pero el tiempo fue deslindando posiciones y puso en evidencia la heterogeneidad de todo movimiento de clase media. La etapa peronista la vio alinearse en bloque indiscriminado con la oposición radical y conservadora, y al decretarse la autonomía universitaria en 1956 florecieron las corrientes divergentes. No obstante, la Universidad intervenida en julio de 1966 la presentó cabalmente. Gobierno tripartito — estudiantes, graduados, profesores —, cátedra paralela y por concurso de antecedentes, eliminación de aranceles, aumento de las becas, jerarquización pedagógica, constituyeron algunos de los puntos fundamentales que adquirieron vigencia en esa época. Pero el movimiento reformista, mayoritario en casi todas las universidades, entró en una crisis de renovación ideológica. Se habían agotado Jos límites de lo específicamente universitario y dos grandes corrientes, la reforma liberal y la marxista, propusieron nuevos desarrollos. Los pioneros del 18 eran ya antecedentes lejanos. Los problemas y las circunstancias cambiaron, pero sobre todo las metas finales. Nuevos horizontes alimentaron nuevas polémicas.
A medio siglo del nacimiento del reformismo sólo cuatro de cada cien latinoamericanos tiene acceso a las Universidades y los gobiernos del continente calculan en 45 millones el número de analfabetos mayores de 15 años y en 18 millones la cantidad de niños en edad escolar que no concurren a las escuelas.
Para que la educación esté abierta al pueblo no parece suficiente una reforma de las instituciones de enseñanza. El problema es complejo y en él se entrelaza, contradictoria, la realidad contemporánea.
Como dice el Manifiesto Liminar, la Reforma “rompió la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica”. Fue también un intento de desarrollo de la Revolución de Mayo. Pero hoy, en todo el mundo, ya no se trata aparentemente de que la universidad abra sus puertas al pueblo, sino de que el pueblo pueda efectivamente entrar en sus aulas.
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TRES OPINIONES
Un balance de medio siglo de movimiento reformista es, en gran parte, una reseña de nuestra historia política contemporánea. Porque si la rebelión de 1918 reflejó el movimiento ascencional de la clase media, las universidades fueron desde entonces la caja de resonancia de todo el proceso institucional argentino. Para compulsar la opinión de los protagonistas —primitivos y actuales— de este proceso, SIETE DÍAS recurrió a dos actores directos del nacimiento de la Reforma y a un dirigente estudiantil, que militan hoy en el movimiento.
El psiquiatra Gregorio Bermann (75 años) fue delegado ante la Federación Argentina de Estudiantes en 1918 y tuvo participación activa en los acontecimientos. El doctor Jorge Orgaz, rector de la Universidad de Córdoba por dos períodos consecutivos y considerado uno de los mejores médicos clínicos argentinos, es por su parte, una de las personalidades más destacadas del movimiento. Raúl Nicolás Elías, ex secretario del Partido Reformista de Medicina —Franja Morada—, es un estudiante que mira con escepticismo a los partidos políticos tradicionales.
Estas son sus respuestas:
SIETE DÍAS: ¿Qué representó el Movimiento Reformista en 1918?
BERMANN: Fue un movimiento juvenil liberal, de índole pequeño burgués, que intentó trasformar las universidades de tipo colonial y oligárquico en centros de altos estudios acordes con las necesidades de la época. Se propuso convertir a las universidades en los núcleos orientadores de trasformación social. Congregó fuerzas que iban de una derecha nacionalista a una izquierda revolucionaria. Su ideología gaseosa de la primera hora se fue clarificando con las duras experiencias políticas, demostrativas de que Universidad y Estado brotan de la misma raíz, de los problemas sociales y humanos. Al principio antioligárquica y anticlerical, acentuó después la defensa de la soberanía en la lucha contra el imperialismo. Fue el movimiento más importante desde nuestra emancipación, el de más extensa repercusión argentina y americana. De su seno surgieron valores intelectuales y renovadores de los más altos del continente: Deodoro Roca, José Carlos Mariátegui, Julio Antonio Mella, Aníbal Ponce, Carlos Quijano, Carlos Astrada, Germán Arciniegas y muchos otros.
ORGAZ: Representó una reacción de la juventud frente a un estado académico intolerable. Si cobró en Córdoba marcado carácter anticlerical fue por una mera circunstancia local: muchos profesores y autoridades universitarias eran representantes convictos y confesos del clericalismo, activo e influyente. Pero la Reforma se negó siempre a declararse antireligiosa. Se definió como laica, es decir, respetuosa de todas las creencias, a condición de que ninguna significara privilegio o exigencia para la vida de dentro y fuera de la universidad. Lanzado al movimiento, la obstinación reaccionaria dejó ver que debajo de lo académico subyacía una grave cuestión político-social. Entonces la Reforma representó una concepción política que, en suma, es la democracia efectiva, limpia, progresista, liberal. Llegado este punto comenzaron las interpretaciones: unos la preferían democrática pero conservadora, otros revolucionaria pero con métodos democráticos y, en fin, para algunos, revolucionaria aún a costa de la libertad. Por mi parte la considero un movimiento democrático no dispuesto a sacrificar la libertad ni la forma representativa de constituir y ejercer la soberanía del pueblo.
ELÍAS: Fue un movimiento liberal, romántico y anticlerical, donde la juventud expresó su repudio al oscurantismo científico y a la insensibilidad social de quienes detentaban el poder universitario.
S. D.: ¿Qué representa en 1968?
BERMANN: La Reforma ha sido barrida una vez más en 1968, como antes lo fuera por los gobiernos que se sucedieron desde la primera presidencia de Yrigoyen. Desde el principio estuvo sitiada, dividida, corrompida. Quedan las brasas que pueden alumbrar mañana un incendio, porque los problemas universitarios y nacionales que aspiró a resolver persisten hoy, agravados. Los actuales rectores están ante un dilema temible, que no podrán resolver y terminará por asfixiarlos. Por una parte, los problemas científicos y técnicos, los del conocimiento y de la acción, exigen cada vez más el Ímpetu y la capacidad creadora que sólo los mejores jóvenes pueden dar. Por la otra, no quieren contar con ellos, pretenden una masa estudiantil que marque el paso conforme a los planes castrenses. Son bomberos de la juventud.
ORGAZ: Hoy el movimiento representa el momento de la autocrítica reformista. ¿Qué causas explican los efectos que estamos palpando en el orden universitario y en el general? ¿En qué medida los reformistas hemos hecho posible la contrarreforma presente? Nada acontece porque sí ni por la sola acción de los contrarios.
ELÍAS: Con los años salió de lo estrictamente universitario y se proyectó hacia el campo social, convirtiéndose en una doctrina latinoamericanista que en la actualidad se está universalizando y que canaliza el sentimiento revolucionario de los pueblos que luchan por su liberación.
S. D.: ¿Qué importancia le asigna en sus 50 años de vida?
BERMANN: En estos cincuenta años sucedieron infinidad de cosas en el país y en el mundo, que clarificaron la conciencia de los estudiantes. Estos aprendieron que las universidades eran parte de la Nación, cuyos problemas les son comunes; que hay que estudiar y trabajar mucho y a fondo porque conocimientos y técnicas adquieren cada vez más importancia; que el país necesita fuerzas juveniles si no quiere quedar estancado; que la participación estudiantil en el gobierno de las universidades es garantía mínima para una mejor enseñanza; que no se puede ser reformista en las aulas y reaccionario en la plaza pública y, particularmente, que para lograr sus objetivos es indispensable una estrecha unión con los trabajadores.
ORGAZ: Los cincuenta años trascurridos han servido para mejorar la Universidad en todos sus aspectos. La Reforma introdujo seriedad, adecuada preocupación progresista. Las cátedras ya no se regalan, ni los profesores se improvisan, por muy defectuosos que hayan podido ser algunos concursos, designaciones o contratos. La enseñanza práctica cobró realidad, continuidad, valor de experiencia. La Revolución Argentina quebró la autonomía de las universidades no para intervenir en la calidad de los profesores, sino para quitarles el gobierno a sus autoridades. Los profesores que renunciaron no se fueron por incompetentes, sino por sanciones a sus ideas o actitudes. La Reforma enseñó a seleccionar profesores y a amparar vocaciones en base a méritos, y si no acertó siempre, sus errores no fueron nunca discriminaciones. Ahora las cosas no son así. El gobierno vigila de cerca a las universidades, los pasos que da, la objetividad y subjetividad de las personas.
ELÍAS: Se lograron las siguientes conquistas: reconocimiento de centros y agrupaciones estudiantiles; cogobierno universitario con voz, voto y sesiones públicas; derecho de agremiación; asistencia libre a clases teóricas; enseñanza experimental y técnica; laicismo y gratuidad de la enseñanza; concursos docentes por antecedentes, oposición y títulos; auténtica extensión universitaria; docencia libre; libertad de cátedra; supresión de trabas para el ingreso a la universidad; cursos de promoción sin exámenes; supresión del pago de aranceles; reconocimiento del derecho de huelga y autonomía universitaria. El reformismo integró todos los movimientos populares en la lucha por la auténtica justicia social.
S. D.: ¿Cómo era el estudiante en 1918?
BERMANN: Los reformistas del 18 se creían destinados a cumplir una misión: la de llevar a término la inconclusa Revolución de Mayo. Como nietos de Mariano Moreno e hijos de Sarmiento, aspiraban a plasmar en la realidad sus postulados. Los mejores de entre ellos se sentían arrebatados por el afán de hacer Historia, animados de una esperanza mesiánica. Eran desinteresados, ingenuos, puros.
ORGAZ: El estudiante y el profesor del 18 se hallaban entre sí más próximos; se conocían mejor uno al otro, circunstancia de obvia importancia en materia docente, tanto para la enseñanza como para el aprendizaje. Hoy se ignoran por necesidad.
S. D.: ¿Cómo es el estudiante en 1968?
BERMANN: Va entendiendo que las cosas son más difíciles y complejas. Sería pueril pretender que ofrezcan una fisonomía uniforme. Son muchos los que ante las dificultades desfallecen, se atienen a sus intereses personales y concretos y marcan el paso
de los que mandan. Están los simplemente coléricos, y los cínicos. Probablemente son más los que viven inquietos, y hasta angustiados, buscando un camino entre las llamas del incendio. Leo hoy el cartel que los estudiantes parisienses han colocado sobre la fábrica Renault, ocupada por los trabajadores. “Los obreros toman de las manos frágiles de los estudiantes la bandera de la lucha contra el régimen antipopular".
ORGAZ: El número de estudiantes ha crecido de acuerda con el aumento general de la población dentro de
condiciones docentes que no se han modificado proporcionalmente. Este es uno de los grandes problemas actuales. ¿Cómo aproximar estudiantes y profesores en tiempo y espacio convenientes? También; existe, hoy como antes, el problema del profesor que no ve en el alumno más que el destinatario de su autoridad.
ELÍAS: Los estudiantes han comprendido que al cercenárseles todas las conquistas de la Reforma y retrotraer el sistema a antes de 1918, se los obliga a asumir nuevamente una actitud combativa.
Siete Días Ilustrados
11.06.1968
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