Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

dictador aramburu
A quince años de los fusilamientos de junio
Apenas trascurridos 9 meses del derrocamiento de Juan Domingo Perón, un puñado de militares adictos intentaron rebelarse contra el gobierno de la Revolución Libertadora para restaurar el sistema peronista. Es posible que el intento haya sido apresurado; las condiciones de lucha distaban de ser ideales, a lo que, debía sumarse la desorganización que convulsionaba las entrañas de la rebelión. El resultado se pudo constatar a partir de la madrugada del 10 de junio de 1956 con el trágico fin que debieron sufrir oficiales, suboficiales y civiles embarcados en la aventura. Veintiséis hombres fueron pasados por las armas; a la mayoría sin que se les hubiera instruido juicio previo. Dos días después, el 12, Juan José Valle, un general retirado que lideraba el alzamiento, les siguió en el holocausto.
A quince años de esos sucesos, Panorama los sintetizó en la siguiente nota.

La noche del sábado 9 de junio de 1956 Buenos Aires abordaba las delicias del fin de semana. Los tempraneros noctámbulos atestaban ya los cines y teatros de Corrientes y de Lavalle. En el Cómico se había llegado a las 738 representaciones de Cristóbal Colón en la Facultad de Medicina con José Marrone; en el Buenos Aires asombraba José Guitart en su segundo año de llenar el escenario con su solitaria presencia en Las manos de Eurídice. En el Versailles el público más intelectualizado polemizaba en torno al Proceso a Jesús de Diego Fabbri. En los cines —en cambio— la atención estaba acaparada por Al Este del Paraíso, con la joven revelación de James Dean, y El escándalo del siglo con la actuación del veterano Ray Milland, "en la historia de un crimen que estremeció al mundo”, como anunciaban las carteleras.
Los desprevenidos espectadores que llegaban al bajo para copar los últimos tranvías y colectivos se encontraron con la sorpresa que eran desviados de Alem hacia la avenida Madero. “¡Hay tanques custodiando la Casa de Gobierno!”, fue el inquietante comentario. Los rumores se extendieron cuando un comunicado oficial, trasmitido por todas las emisoras, informaba "en nombre del señor presidente provisional, que a las 23 horas del día sábado se produjeron levantamientos militares en algunas unidades de la provincia de Buenos Aires”, y alertaba que se había decretado la ley marcial recomendando calma y confianza a la población. Estaba firmada por Isaac F. Rojas, vicepresidente provisional.

LA CONSPIRACION. No se habían cumplido todavía nueve meses del derrocamiento de Juan Domingo Perón cuando surgió el único levantamiento armado contra el gobierno de Pedro Eugenio Aramburu.
Los integrantes de la Junta Militar que apoyara al ex presidente, además de jefes y oficiales que le eran adictos, cuando triunfó la Revolución Libertadora, fueron detenidos y alojados sucesivamente en los barcos Bahía Aguirre, Washington y París.
Durante las conversaciones sobre la situación política del país surgidas en esa forzosa convivencia, el general Juan José Valle asumió el compromiso de encabezar un movimiento revolucionario. En enero de 1956 los cautivos fueron pasados a retiro, y de los buques trasladados a su confinamiento voluntario; Valle, por ejemplo, eligió como lugar de residencia una quinta de General Rodríguez, en la provincia de Buenos Aires, propiedad de su suegra.
El 7 de marzo desapareció para organizar las células complotadas que, aunque dispersas, se identificaban como Movimiento de Recuperación Nacional. Logró en seguida la colaboración de su amigo el general Raúl Tanco y paulatinamente fue incorporando coroneles, tenientes coroneles, mayores, tenientes y una gran mayoría de suboficiales. Descontaba un considerable aporte civil por el apoyo popular con que contara el gobierno de Perón, y para instrumentar eficazmente a esa fuerza designó al coronel Calderón.
El plan insurreccional tenía como idea central apoderarse de los cuarteles por intermedio de los suboficiales en actividad; una vez controladas las guarniciones ingresarían los civiles y militares retirados.
"La excepcional amplitud de la conspiración —dice Salvador Ferla en Mártires y Verdugos— que prácticamente cubre todo el país y todas las guarniciones del Ejército, ilusiona a los jefes del movimiento hasta hacerles perder la noción de su escasa solidez; y la verdad es que todo lo que el movimiento tiene de ancho le falta de profundo.”
En principio se estableció como fecha para el estallido el 27 de mayo, pero después fue postergado. Valle observó y le hicieron notar que una nueva postergación tendría un efecto negativo; decidió entonces que sería el 9 de junio con el compromiso de no marchar atrás.

LA REVOLUCION. En los círculos peronistas la noticia de un levantamiento leal a Perón se difundió con celeridad por los muchos civiles implicados que hicieron imposible mantener el secreto. El gobierno, por su parte, inundado por los rumores, estaba al tanto de la preparación de un golpe revolucionario.
Al promediar el día 9 los conjurados comenzaron a sufrir los primeros desengaños: muchos de los comprometidos no se presentaron a cumplir sus misiones. En cambio, en los servicios de informaciones ya se sabía que ése era el día indicado. A las 7 de la tarde hubo arrestos en la guarnición de Palermo; una hora después se dio alerta policial en la Capital Federal y a todas las provincias, y a las 22 reforzaron la guardia en el Regimiento Motorizado Buenos Aires.
Un factor fundamental para toda rebelión, la sorpresa, no había sido aprovechada debidamente; Valle no lo ignoraba, pero existía la promesa de honor del no se posterga. Quedaba como lejana esperanza la circunstancia de que Aramburu y sus ministros del Interior, Guerra y Marina estaban en Rosario; el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Tránsito López, y el ministro de Aeronáutica, comodoro Arturo Krause, se encontraban en Córdoba, lo que parecía otorgarles la iniciativa.
En la Escuela Industrial de Avellaneda, elegida como sede del Comando Revolucionario, fue descargado, horas antes, un equipo trasmisor para conectarlo a una emisora a tomarse y difundir la proclama revolucionaria junto con una arenga del general Valle. Planeado el asalto a la 2a. Región Militar de Avellaneda, éste no se concretó.
La hora había llegado y el aviso radial para los revolucionarios no pudo trasmitirse porque fracasó el intento de apoderarse de una difusora. Cuando Valle y sus colaboradores se disponían a salir para la Escuela Industrial recibieron la comunicación de que los seis hombres a cargo del trasmisor habían sido detenidos por 20 agentes y suboficiales. Así, el movimiento siguió por su propio impulso, sin dirección y librado al azar.
“A pesar de su amplitud, la conspiración encabezada por el general Valle sólo tuvo una exigua concreción subversiva —prosigue Feria—. Produjo un intento frustrado en la Escuela Mecánica del Ejército; un brote pacífico en Santa Rosa (La Pampa); un brote pasivo en Campo de Mayo y un brote violento en La Plata.”
"Tenemos, pues, este cuadro. Una insurrección que produce un sólo y pequeño foco de violencia, en el que actúan unos 250 hombres; es reprimida en pocas horas por la intervención efectiva de menos de 300 hombres, por el desplazamiento de 15 kilómetros de un regimiento el estado de alerta de todas las guarniciones.”
Después de unas horas de espera en la casa donde Valle y su plana mayor estaban escondidos, se enteraron de los primeros fusilamientos, que constituyó un golpe brutal para todos. El jefe del alzamiento, angustiado, sin comunicaciones con los que se habían lanzado a la insurrección ni con los que esperaban la proclama por radio, dio por fracasado el intento, aconsejándoles a sus amigos que se dispersaran. Era lo único sensato que restaba por hacer.

ORDEN TELEFONICA. La proclama revolucionaria del Movimiento de Recuperación Nacional fue irradiada por la filial Santa Rosa de Radio del Estado, donde el capitán Eduardo Philippeaux y sus hombres se apoderaron de la capital pampeana desde las 23 del sábado hasta la mitad de la mañana siguiente.
"El país vive una cruda y despiadada tiranía, pues se persigue, encarcela y confina”, decía en síntesis; acusaba de excluir de la vida cívica “a la fuerza mayoritaria” a la vez que se incurría en "la monstruosidad totalitaria” del decreto 4161 que prohibía mencionar a Perón. En la parte programática proponían una serie de medidas para lograr el retorno de Perón, la devolución de los sindicatos a los trabajadores, "plenas garantías para los capitales foráneos invertidos o a invertirse” y reincorporación de jefes, oficiales y suboficiales “que hayan sido dados de baja o retirados por razones políticas o ideológicas”.
Philippeaux fue detenido en Villa Mercedes (San Luis) por personal de Aeronáutica y remitido con retardo intencional a Santa Rosa, hecho que le salvó la vida.
No tuvieron igual suerte el coronel José A. Yrigoyen, el capitán Jorge M. Costales y los civiles Dante H. Lugo, Clemente B. Ross, Norberto Ross y Osvaldo A. Albedro, detenidos en la Escuela Industrial y remitidos a la Regional Lanús, donde hicieron antesala con otras 14 personas apresadas por causas similares.
A las 2 de la mañana del domingo —según cuenta Ferla— sonó el teléfono y atendió el subjefe de policía de la provincia, capitán de navío Salvador Ambroggio.
—¿Cuántos tiene? —le preguntaron.
—Veinte: 2 militares y 18 civiles.
—Fusílelos a todos.
—No, a todos no... aún no los he interrogado... muchos son simples sospechosos.
—Seguros, ¿cuántos tiene?
—... y... seguros ... son seis.
—Bueno, entonces fusile a los seis.
—¿Es una orden?
—Sí, es una orden.
—Entonces la cumpliré.
Los seis integrantes de la sección comunicaciones del Comando Revolucionario pasaron al patio trasero de la comisaría, uno tras otro, y fueron fusilados con ametralladoras portátiles. El grupo se había entregado sin resistencia antes de que se conociera la ley marcial.

ARAMBURU, DALE DURO. En un departamento de la localidad de Florida, ese sábado por la noche un grupo de amigos se reunieron dictador Rojaspara jugar a las cartas y escuchar por radio la pelea en la que Eduardo Lausse noqueó en el tercer round al chileno Loayza.
De repente la puerta fue derribada e irrumpió la policía al grito de: "¿Dónde está Tanco?” En la confusión de la redada algunos escaparon y vecinos que se asomaron a ver qué pasaba fueron detenidos junto con los que permanecieron en el departamento; todos estaban desarmados. Trasladados a la Regional San Martín, a las 2 de la mañana llegó desde La Plata la orden de fusilamiento, no obstante haber sido detenidos, también ellos, antes de difundirse la ley marcial. Fueron cargados en un camión y llevados hasta un descampado en José León Suárez, donde se inició la Operación Masacre según el libro testimonial de Rodolfo J. Walsh, quien investigó detalladamente este increíble episodio. Como saldo quedaron cinco muertos (Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Carlos A. Iizaso, Mario Brión y Vicente Rodríguez), un herido grave y seis milagrosos sobrevivientes. Además del fundamental trasfondo político de los fusilamientos, Walsh declaró a Panorama que "hay que buscar una explicación de este hecho en particular en la irracionalidad con que se procedió desde el principio hasta el fin en esta operación clandestina calificada de fusilamiento”.
A las 13.45 de ese día Rojas esperaba que atracara en Puerto Nuevo el rastreador "Drummond”, a bordo del cual venía Aramburu de regreso de su viaje a Santa Fe y Rosario. Al difundirse la noticia de que ambos se trasladarían a la Casa Rosada se congregó en la plaza de Mayo una multitud que coreaba: "¡Dale, Rojas!, ¡Dale leña!, ¡Aramburu, dale duro!”.
Alentados, ambos improvisaron algunas palabras. Aramburu explicó que una minoría inconsciente, constituida por hombres que extrañan las prebendas del régimen depuesto, ha sido la que ha provocado esta situación". Rojas, imperturbable, aseguró: "Después de los últimos acontecimientos vividos la Revolución Libertadora conserva todo su vigor y toda su salud”.

MILITARES AL PAREDON. El domingo 10, a mediodía, fueron juzgados, en Campo de Mayo los coroneles Alcibíades E. Cortinez y Ricardo S. Ibazeta, los capitanes Néstor D. Cano y Eloy L. Caro, el teniente primero Jorge L. Noriega y el teniente de banda Néstor M. Videla. El Consejo de Guerra presidido por el general Juan Carlos Lorio resolvió que no correspondía la pena de muerte, pero el Poder Ejecutivo dictó el decreto 10.364 condenándolos a ser pasados por las armas, orden que se cumplió en la madrugada del 11 de junio. Ibazeta era un militar consagrado a su misión específica, tanto que el año anterior había dictado una serie de conferencias, en las que advertía de los graves peligros a que se exponen las Fuerzas Armadas cuando intervienen en política. Curiosamente, el coronel Ibazeta había sido pasado a situación de retiro por no sublevarse el 16 de septiembre, y en junio lo fusilaron por sublevarse.
El coronel Oscar L. Cogorno, jefe del levantamiento en La Plata y que se había apoderado de los cuarteles, también fue ejecutado en los primeros minutos de aquél día; el subteniente de reserva Alberto J. Abadie, enfrentó el pelotón en la noche siguiente. Simultáneamente fusilaron en la Escuela de Mecánica del Ejército a los suboficiales Hugo E. Quiroga, Miguel A. Paolini, Ernesto Garecca y José M. Rodríguez; y en la Penitenciaría Nacional a tres suboficiales del Regimiento 2 de Palermo (Luciano I. Rojas, Isauro Costa y Luis Pugnetti). Se intentó, posteriormente, desacreditar a todos ellos señalando una supuesta falta de coraje. Todo lo contrario. Fue nada más que una sombra ridícula tendida a espaldas de hombres como Cogorno, Ibazeta, Cortines o Cano que
demostraron una valentía deslumbrante.
Valle, agobiado por la muerte de sus más fieles seguidores, comunicó al gobierno por intermedio de emisarios la dirección del departamento de la avenida Corrientes en el que estaba oculto. El martes 12 se entregó porque estimó que si no lo hacía "no podría mirar con honor a la cara de las esposas y madres de mis soldados asesinados”. A las 3 de la mañana del día siguiente la Secretaría de Informaciones de la presidencia comunicó: "Fue ejecutado el ex general Juan José Valle, cabecilla del movimiento terrorista sofocado”. El fusilamiento del jefe de la rebelión dejó flotando la creencia que aún hoy persiste y es la que asegura que su entrega estuvo condicionada al perdón de su vida por un alto funcionario del gobierno.
Tanco, mientras tanto, se había asilado en la embajada de Haití. En total habían sido fusiladas 27 personas.

LA FRASE CUESTIONADA. Panorama pidió a Américo Ghioldi su opinión sobre estos hechos, recordando su frase "se acabó la leche de clemencia”, escrita en un artículo de La Vanguardia de aquella época y que sirvió para que se lo acusara de avalar los fusilamientos. "La respuesta definitiva a una imputación de esa naturaleza —contestó— la he dado en la sesión de la Cámara de Diputados del 29 de julio de 1965. Al terminar mi exposición se me acercaron algunos colegas peronistas a saludarme. Creo que está todo dicho".
“El día sábado 9 de junio, ignorante de lo que pasaba, estaba reunido en mi casa con un grupo de familiares y amigos —dijo en esa oportunidad—. Por un llamado telefónico de una persona que estaba cerca de Constitución me enteré de los acontecimientos, y luego, por la radio, me enteré de los primeros fusilamientos que me estremecieron.”
"El día domingo nos encontramos en la Casa de Gobierno muchos hombres de la Junta Consultiva, acaso todos, para pedir al gobierno el cese de la represión y de los fusilamientos. Así consta en los diarios de la época.”
"En La Vanguardia apareció un artículo del cual, con frecuencia, se ha utilizado una sola frase arrancada de su texto y por lo tanto trágicamente desfigurada. Para que sobre esta circunstancia haya claridad pido, a fin de que quede la documentación en el Diario de Sesiones, que se disponga la inserción del artículo que me pertenece. No era, como se leerá en el texto, una opinión, un juicio, que no podía ser contrario a la gestión que humildemente acababa de hacer por la tarde, en tanto ese artículo lo escribí por la noche.”

LA SECUELA SANGRIENTA. “Hoy, 29 de mayo de 1970 a las 9.30 nuestro Comando procedió a la detención de Pedro Eugenio Aramburu, en cumplimiento de una orden emanada de nuestra conducción, a los fines de someterlo a Juicio Revolucionario”, informaba el comunicado Montonero a la vez que puntualizaba los cargos que le hacían al ex presidente.
Habían pasado catorce años y con ese comunicado volvían trágicamente a primer plano los fusilamientos de junio de 1956; después de una dramática pausa se supo de la muerte de Aramburu a manos de sus captores. Se cumplía la secuela sangrienta que inevitablemente tienen en el país los fusilamientos llevados a cabo en el trascurso de este siglo.
El coronel Ramón L. Falcón, que no ejecutó a nadie pero a quien los anarquistas llamaban "el verdugo", fue acusado en su carácter de jefe de policía de haber impartido la orden para “fusilar por la espalda” —según un manifiesto— a los obreros del mitin del 1º de mayo de 1909, cuando las descargas de "los cosacos" provocaron 14 muertos y 80 heridos. Su vida terminó meses después con la bomba que le arrojó Simón Radowitsky.
En 1921 el teniente coronel Héctor B. Varela sofocó las huelgas obreras en el sur patagónico por medio de la ley marcial y fusilamientos provocando —de acuerdo con La Vanguardia— 1.100 víctimas. Antes de que pasaran dos años del hecho, fue muerto por una bomba y cinco balazos disparados por Kurt Wilckens.
Después de la revolución del 6 de septiembre de 1930 el mayor José W. Rosasco, designado por Uriburu para "limpiar Avellaneda”, llevó a cabo su gestión realizando redadas de activistas gremiales y fusilamientos en una plaza pública. Poco después, mientras cenaba en un restaurante de la avenida Mitre, fue acribillado a balazos.
Los fusilamientos de 1956 tuvieron un sentido político; el secuestro de Aramburu, hace presuponer objetivos que se conocerán con el tiempo. Lo que se-puede inferir, por el momento, es que la fatídica experiencia demuestra que todo aquel que ha rubricado fusilamientos en la Argentina prácticamente ha firmado su propia sentencia de muerte.
Oscar A. Troncoso

Recuadro en la crónica
Susana Valle: Sin olvido, sin perdón

Susana ValleEl 9 de junio de 1956, exactamente 15 años atrás, un conjunto de militares y dirigentes obreros peronistas decidió pasar a la ofensiva contra la Revolución Libertadora. Después de nueve meses de acelerada demolición de la estructura del régimen justicialista, la intentona encabezada por el general de división Juan José Valle se reveló como la acción más contundente del peronismo para recuperar por la violencia un poder que había perdido de la misma manera.
Más perdurable que su fracaso se manifestó la represión: los 26 fusilamientos —de civiles y militares— abrieron una brecha aún no cerrada. Impidieron que él episodio ingresara en la historia como aquellas ' insurrecciones militares radicales de la "década infame", tentadas por Gregorio Pomar, entre otros, contra el gobierno de Agustín Justo. Es quizás con la sangre derramada entonces que se fecundó la línea dura peronista. Y fue Susana Valle, la hija del general, quien con pasión enarboló las banderas del peronismo rebelde. Ahora Susana parece cansada. Y lo está, sólo que físicamente: "Desde dos años atrás no estoy en primera fila por problemas de salud”, aclara. No le gusta demasiado mencionarlo: "El vedetismo me parece despreciable”.
Ese semi-retiro no la salva de la cárcel: "Más o menos dos veces por año voy presa —se ríe sin darle demasiada importancia—. La última, por ahora, fue cuando ocurrió el asunto de Aramburu". También los amigos permanecen constantes: Jorge Di Pasquale, Ricardo de Luca, los sindicalistas intransigentes. Y también el rechazo ante su propio mito: "Las revistas creen que manejo todo. A una se le ocurre preguntarme si voy a abrir la bóveda de mi padre para que Rucci le haga un homenaje. ¿Por qué no lo voy a hacer si me lo piden?”.
En el departamento de Palermo donde vive su madre —Susana, en cambio, reside en el campo de su marido, en Venado Tuerto— el retrato de su padre es una presencia liminar. Sin embargo, ella lo recuerda sin dramatismo: "Era tremendamente humano. Sentía como propios todos los problemas que tenía el pueblo peronista. Ese estilo no había sido modelado por una formación ideológica determinada; era parte de su personalidad. Sus subordinados siempre recordaron que no les aplicaba trato de general. Por aligo era que en muchas fotos aparecía de civil y tenía pocos amigos militares. Era tremenda, exageradamente argentino; no podía entender cómo el país no encabezaba en forma absoluta el proceso político latinoamericano. Si hubo hechos producidos por Perón que entusiasmaron a mi padre, fueron su política de acuerdos bilaterales con Chile y Paraguay y la institución del bloque de diputados obreros. Por ahí él creía que pasaban las cosas importantes del justicialismo. Fue más peronista que hombre de la milicia y por eso yo nunca pisé el Círculo ni el Colegio Militar”.
—¿No cree que el 9 de junio fue mitificado?
—De ninguna manera. Y eso se lo digo más allá de los factores emocionales. Dígame, ¿cuándo se hizo luego en la Argentina una revolución de esas características? En el estado mayor figuraban Andrés Framini, Taco Tolosa, Armando Cabo, los dirigentes de la CGT negra, el sindicalismo combativo de entonces. Como mi padre era un peronista auténtico no pensó nunca que pudiera hacerse una revolución sin el movimiento obrero.
—¿Y por qué fracasó entonces?
—El régimen contaba con mucha fuerza en el Ejército y no se lo pudo contrapesar con la potencia popular. Se venía de vivir bien 12 años seguidos y era difícil entonces encuadrar a las masas. El retorno de Perón se esperaba enmarcado en el fetichismo del avión negro, en lugar de concebírselo como consecuencia de la lucha.
—¿Y los nacionalistas militares dónde estaban?
—Entonces él Ejército se dividía entre aquellos que optaban por la retórica de tipo fascista, como Videla Balaguer, Imaz y Señorans, y los que gobiernan ahora. No había lugar para el peronismo, la política que corresponde a nuestra ubicación en la coyuntura mundial. Muchos se asustaron, fundamentalmente los lonardistas. Si papá hubiera hecho la revolución sin los sindicalistas, Bengoa, Uranga y muchos nacionalistas con z hubieran entrado. Ocurrió que él tenía una posición bien definida. Se negó a negociar con el seno de la Junta Militar que en septiembre de 1955 debía mediar entre Perón y Lonardi. Pidió después la baja y no se la dieron. Entonces lo pasaron a retiro. Quisieron recuperarlo, no pudieron, y entonces lo degradaron antes de fusilarlo.
—¿Y por qué lo mataron?
—Lo que conmovió al Ejército fue la participación popular en el hecho. Y eso no lo pudieron perdonar. Por eso fueron terribles con mi padre, y el general Iñíguez, quien le había dicho a mi padre en los prolegómenos del estallido, "Perón no es la solución del país”, solamente estuvo detenido tres meses en el Hospital Militar. El proceso de eliminación física de los militares combatientes liquidó una línea política. Los gorilas mataron solamente a los que se ligaron totalmente con el pueblo. En eso fueron tremendamente lúcidos.
—¿Del Ejército no espera nada?
—No sé. Parece que los tenientes rebeldes recogerían esa línea, pero no los conozco directamente.
—¿La muerte de Aramburu le pareció la respuesta justa al fusilamiento de su padre?
—Los peronistas no podemos olvidar lo que se hizo el 16 de junio, la represión contra los obreros de la carne en 1959 y la cadena de atrocidades antipopulares que se han venido concretando hasta ahora.
—El Aramburu de 1910, ¿no era diferente del de 1956?
—Siempre estuvo en lo mismo.
—Paladino piensa otra cosa.
—Mire, de él yo no quiero hablar. Es el delegado de Perón. Cuando se produjo el secuestro se podía tener miedo de hablar, pero no de quedarse callados. Ningún gorila se quejó en 1956 por los fusilamientos.
J L B (nota: la iniciales posiblemente correspondan a Jorge Luis Bernetti)

PANORAMA, JUNIO 8, 1971
Valle y Ghioldi

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