Mágicas
Ruinas
crónicas del siglo pasado
![]() |
La guerra secreta de los Andes La investigación de PANORAMA permitió detectar en el trasfondo del incidente fronterizo con Chile una guerra secreta que aún continúa y pretende desbaratar los planes de integración latinoamericana ¿La guerra secreta de los Andes? ¿A qué guerra se refiere?”. La pregunta la insinuaron, incrédulos, algunos políticos y militares entrevistados por Panorama al comienzo de esta investigación. “El conflicto ya ha pasado” era la respuesta burlona de los que creían que íbamos a remover las cenizas ya apagadas de uno —el más grande hasta el momento— de los incidentes fronterizos con Chile. Dos meses después —a comienzos de año—, un conato de rencilla amenazó, a través de los titulares de los diarios, con volver a poner sobre el tapete el asunto. Pero la investigación de Panorama iba más allá; procuraría detectar el estruendo sordo de la otra guerra, que identificamos con el título de la nota, y que aún continúa a través de la frontera. Para descubrirla e interpretarla fue necesario recapitular algunos hechos, e hilvanar la madeja hasta llegar a definir su campo de operaciones. Los disparos resonaron con violencia. A las ocho menos diez de la tarde del 6 de noviembre pasado, 118 años de paz entre la Argentina y Chile habían estallado en los ojos de un teniente chileno de carabineros, entre el desolado paisaje de Laguna del Desierto, en la provincia de Santa Cruz, a pocos kilómetros del límite con Chile. Muerto por un certero balazo de la Gendarmería argentina, el oficial, con su mirada perdida en el aire donde hasta poco antes había flameado el pabellón chileno, pagó con su vida la altivez que le impuso su honor militar: no rendirse. Cerca de su cuerpo exánime, otro carabinero era atendido por los gendarmes argentinos. Estaba gravemente herido. Por primera vez en más de un siglo de desencuentros fronterizos, la Guerra de los Andes había cobrado una vida: el teniente Merino. En Santiago de Chile y en Buenos Aires, a ambos lados de la cordillera, esa misma noche el episodio amenazaba desbordar los límites de la frontera austral. “La guerra podría estallar en cualquier momento”, dijo Frondizi, mientras los elementos patrioteros, que reservan su nacionalismo para estas ocasiones, desahogaban sus ímpetus por las calles céntricas, al grito de “Mueran los chilenos”. En la capital chilena, multitudes enardecidas vociferaban: “Mueran los gorilas argentinos” y sitiaban nuestra embajada; en Valparaíso, arrancaban las placas de la Avenida Argentina y la rebautizaban Avenida Teniente Merino. La extrema derecha y la extrema izquierda chilenas llegaron más lejos: “Hay que responder a la agresión”, exigían por igual el diario conservador El Mercurio y los panfletos de los socialistas pro-chinos nucleados en el principal partido opositor, capitaneado por Salvador Allende. Lejos de Buenos Aires y Santiago, mientras tanto, dos teléfonos a muchos kilómetros de distancia uno del otro, repiqueteaban con angustiosa insistencia. Uno en Lima, Perú, donde los comandantes en jefe de los Ejércitos argentino y chileno asistían a la Conferencia Interamericana. El otro es el sur de Chile, donde diputados de la democracia cristiana chilena procuraban arrebatar a los comunistas el liderazgo político de una situación decisiva: simultáneamente con los incidentes de Laguna del Desierto, los campesinos chilenos enfrentaban la metralla de los latifundistas, atrincherados en sus feudos y dispuestos a resistir con las armas el cumplimiento de la Ley de Reforma Agraria del presidente Freí. Los diputados democristianos debieron abandonar su tarea; el episodio militar del sur exigió interrumpirla. ¿Qué ocurrió verdaderamente en Laguna del Desierto? ¿Actuaban los chilenos por un afán expansionista? ¿ La Gendarmería argentina reprimió a los carabineros porque el Ejército argentino tampoco desea la paz con Chile? ¿Se trató, simplemente, de un problema fronterizo que alcanzó una magnitud de gravedad insospechada? ¿O se movieron oscuros y ocultos intereses tras los combatientes de Laguna del Desierto? ¿Quiénes son los culpables del avasallamiento de la soberanía argentina y de la muerte de un patriota chileno? ¿Hicieron algo los gobiernos de Chile y Argentina para evitar el incidente? Panorama no se limitó a retomar una y otra vez el hilo de las declaraciones oficiales, la opinión y los pronunciamientos de los personajes importantes que intervinieron en la crisis. Más allá de la dolorosa anécdota y los planteos formales de funcionarios de los gobiernos y jefes militares, Panorama inició una minuciosa indagación en la trastienda de los hechos, buscando las razones últimas, las causas ocultas de la Guerra Secreta de los Andes, que sobrevive al conflicto fronterizo. Mientras un periodista viajaba al sur del país, los corresponsales de Panorama en Nueva York movían todos los resortes de su redacción, en una exhaustiva penetración hasta los más altos niveles del gobierno, las tuerzas armadas y las grandes empresas extranjeras que poseen capitales en la Argentina v en Chile. Los corresponsales en Europa hicieron lo mismo en Londres. El redactor de esta nota viajó a Santiago de Chile, después de haberse entrevistado, en Buenos Aires, con el presidente Arturo Illía, ¡el ministro de Defensa, Leopoldo Suárez, y otros altos funcionarios del gobierno argentino. En Chile mantuvo prolongadas discusiones con el canciller Gabriel Valdés y todos los protagonistas del drama, y se internó además en las calles, en los sindicatos y las organizaciones políticas y populares. Al regresar con su portafolios lleno de documentos, se encontró con un extenso informe “para no publicar”, que detalla el pensamiento de algunos de los más altos jefes del Ejército argentino. Con todos esos elementos, después de una semana de intensa elaboración y cotejo de datos, pudo delinearse el enfoque de esta primicia. Pero en el momento de iniciar la tarea de redacción definitiva, el periodista se encontró con una realidad inesperada, que fue surgiendo del cúmulo de elementos de juicio y que obligó a mantener en reserva —por un compromiso formal— algunos nombres: la verdadera Guerra de los Andes no cobró su primera víctima en Laguna del Desierto. Tampoco empezó ni ha terminado allí; es una guerra secreta que estalló mucho antes del episodio de Laguna del Desierto y que actualiza, con estremecedor patetismo, la ya inmortal frase de John F. Kennedy: “En los países latinoamericanos está en marcha una profunda revolución. De todos nosotros, los gobernantes de América, depende que sea pacífica o violenta’’. El engranaje En Laguna del Desierto las cosas fueron distintas de lo que muchos creen. Cuando se produjo el incidente, los presidentes Illía y Frei se sorprendieron. Lo mismo les ocurrió a los cancilleres argentino y chileno. Mientras los dos mandatarios se comprometían en Mendoza a unir sus esfuerzos para llevar adelante la integración entre sus dos países, los cancilleres Zavala Ortiz y Valdés acordaban el retiro de cinco carabineros que se encontraban en la zona disputada. “Nosotros —dijo el canciller Valdés— necesitamos 48 horas; en ese lapso los efectivos chilenos se replegarán”. Valdés informó de este acuerdo a Guillermo Lagos, un alto funcionario de la cancillería chilena que lo reemplazaba en Santiago. Illía y Frei no ocultaban su optimismo: los problemas de límites serían resueltos sin dificultades. Pero ya en esos momentos, sin que los presidentes ni los cancilleres lo supieran, la situación se había agravado: un jefe de carabineros, en Chile, ordenó a sus efectivos avanzar sobre territorio argentino. La noticia llegó a Illía por télex: el general Onganía, antes de partir hacia Lima, Perú, a la Conferencia Interamericana de Comandantes en Jefe de Ejércitos Latinoamericanos, le informaba que la patrulla chilena había sido reforzada v sumaba 30 hombres. El télex hizo saber a Illía algo más: refuerzos de la Gendarmería ya estaban en marcha hacia la región. A partir de ese momento, todo se tornó confuso. Lo único que Panorama pudo verificar es que, al parecer, el gobierno civil no pudo controlar la acción de la Gendarmería, comandada por el general Julio Alsogaray. El general Onganía estaba en Perú. La Argentina envió una protesta a Chile, denunciando el incremento del número de carabineros que integraba la patrulla chilena en Laguna del Desierto. Al recibirla, el funcionario Chileno Guillermo Lagos estimó que la protesta “anulaba” los compromisos de Mendoza. La orden de repliegue a los carabineros fue suspendida. El mecanismo del desastre ya no podría detenerse. Cuando el 6 de noviembre el presidente Frei envió un avión Cessna chileno, cuyas características conocía la Fuerza Aérea Argentina, para que el repliegue se hiciera efectivo, el belicismo ya había conseguido sus fines: que la víctima haya sido el teniente Merino, de Carabineros, fue una casualidad. Pudo haber sido un gendarme argentino. Días después, el semanario chileno “Ercilla” informaba que el canciller Gabriel Valdés había relevado de sus funciones a Guillermo Lagos, quien recibió otro destino en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile. “El incidente fronterizo fue un episodio policial”, diría más tarde, al regresar del Perú, el general Onganía. Dos concepciones El conflicto fronterizo sacó a luz una pugna secreta: la dualidad de criterios enfrentados que por poco embarcan a Chile y la Argentina en una guerra absurda; hoy, a tres meses del incidente resuelto amistosamente entre los presidentes de ambos países, el temor bélico parece melodramático, pero nadie ha olvidado que de uno y otro lado de la frontera, en el momento crucial del conflicto, no se podía anticipar qué iba a suceder. Curiosamente, en la médula del hecho aparece incrustado un fantasma escurridizo: el comunismo, al que aún más curiosamente civiles y militares pretenden neutralizar. Por las vías pacíficas de convertirlo en un explosivo sin detonante, o por la fuerza. Tanto Frei como Illía, y los militares, cualquiera sea su posición y su mentalidad, se oponen al comunismo. Pero la discrepancia de métodos entre civiles y militares es tal que estuvo a punto de desatar una guerra fraticida. La paradoja va aún más lejos. Civiles y militares proponen la misma medida para eliminar los peligros del castrismo: la integración. Pero una integración distinta. Casi antagónica. La subversión comunista “Al enemigo —decía el teniente general Juan Carlos Onganía, refiriéndose obviamente al comunismo— no lo combatiremos con el mero reconocimiento de culpas y errores o con proyectos fundados en un supuesto clima de convivencia pacífica. Al enemigo hay que combatirlo con sus propias armas y en su propio terreno.” En la Conferencia de Comandantes en Jefe de Ejércitos Latinoamericanos, de Lima, Perú, sus colegas chileno y peruano, reunidos con él mientras se producían los incidentes en Laguna del Desierto, no pensaban exactamente lo mismo: tal vez con una experiencia inmediata más concreta (guerrillas en Perú y la campaña electoral del marxista Salvador Allende en Chile), ellos sostenían la importancia primordial de las reformas económicas y sociales, que ya Kennedy había definido como las armas más eficaces para impedir la subversión. Pero la opinión del general Onganía no era un criterio aislado en el Ejército argentino: —Para nosotros —confesó a Panorama un militar con mando de tropa, que exigió mantener su nombre en reserva— el comunismo es una amenaza con la que no se juega, ante la cual las Fuerzas Armadas no pueden permanecer indiferentes. —¿Cree que la experiencia de Castelo Branco en Brasil es una respuesta adecuada a ese problema? —Es algo que el tiempo tiene que decir todavía — respondió. Al recordarle que la responsabilidad de velar por la seguridad del país pertenece, al menos constitucionalmente, al gobierno civil, el oficial aclaró: —Sí, pero la programación, el análisis de perspectivas, es tarea de todo el Ejército. No interprete estas palabras como un menosprecio del Ejército por la vida civil, como lo harían algunos. Al contrario, la misión del Ejército es asegurar la paz, el orden, la legalidad. Pero la paz es imposible si existe subversión comunista. El antídoto del Castrismo En este punto se bifurcan los caminos. En Santiago, el canciller Gabriel Valdés dijo: —El castrismo tiene sus antídotos, pues es un veneno que se conoce muy bien. Pensaba en la reforma agraria, en la reforma impositiva, en los 200.000 niños chilenos que en 1965 tuvieron un banco en el colegio por primera vez. En Buenos Aires, los contactos con jefes militares arrojaron un resultado diferente: los cambios estructurales, aún bajo un gobierno democrático, son mirados con recelo. Para la mentalidad militar clásica, el problema llega a ser enervante, y la tentación inevitable: ciertos generales miran a Brasil... y sueñan con una integración a su manera, que podría concretarse a través de la Fuerza Militar Interamericana. En realidad, los cuadros de las fuerzas armadas no coinciden totalmente en esta posición; conviviendo con la mentalidad primitiva, se gesta un proceso de maduración y puesta al día en sectores militares de casi todos los ejércitos latinoamericanos. En Venezuela, en Argentina, en Brasil mismo, existen oficiales progresistas a quienes también les han sido y les son útiles las experiencias de gobiernos de fuerza de las décadas anteriores y del presente. —Las fuerzas armadas están cambiando —confió a Panorama José Alonso, el conocido dirigente de la CGT—. Con el alejamiento de Onganía —agregó— ha desaparecido el último general de viejo cuño. Sin embargo algunos de estos generales habían demostrado, durante los episodios de Laguna del Desierto, ser más “belicosos” que Onganía. —Es verdad, y yo no hago apreciaciones en bloque. Pero hace dos años —arguye Alonso— los militares argentinos podrían haber dado la voltereta brasileña. Ahora, no. Éste es otro ejército. Mire, no hay seminario, curso o simposio en el que nuestros dirigentes gremiales no encuentren dos o tres coroneles enviados por la Escuela Superior de Guerra. Ahora el Ejército ha formado el G6 (un grupo de trabajo del Estado Mayor), que se encarga, con López Aufranc a la cabeza, de planear la Argentina de dentro de veinte años. Don Hipólito, 1965 Solo en dos ocasiones pareció visible, desde 1963 —al margen de la especulación política y periodística—, la presión militar sobre la Casa Rosada: durante el conflicto dominicano, y cuando se produjo el incidente fronterizo de Laguna del Desierto. En ambos casos jugaron factores de orden internacional y, especialmente en uno de ellos —el dominicano—, la Fuerza Militar Interamericana fue un ingrediente primordial. Pero ambos sirvieron, también, para mostrar el pensamiento profundo de un gobierno nacido de un partido heterogéneo^, pragmático, que basa su autoridad en el prestigio de un hombre idéntico, en su estilo personal, a su precursor, Hipólito Yrigoyen. La crisis de Santo Domingo se contagió a la Argentina, donde se movilizaron el Congreso, la CGT, los partidos políticos, la prensa, el Colegio de Abogados, las Universidades... y las Fuerzas Armadas. Durante casi dos meses, el presidente permaneció callado, y solo tras ese silencio pudo inferirse su propósito: como hubiera hecho don Hipólito, Arturo Illía no movió un dedo para que la juventud argentina se sumara a brasileños y nicaragüenses en la ocupación de ese país. Santo Domingo dividió las aguas de la política americana: Brasil arremetió por la senda de la línea dura. La Argentina por la otra. Una desgracia moral —Doctor Illía, con respecto al incidente . . . —Ex incidente ... —Esa es una respuesta anticipada, pero igual quisiéramos saber si los hechos de Laguna del Desierto implican un retroceso en la política de integración de ambos países. —No, no, no —respondió el presidente argentino—. Categóricamente debo decirle que no. El ministro de Defensa, Leopoldo Suárez, se atrevió a indicar al responsable del incidente: “La derecha’’, según declaraciones publicadas por el semanario chileno “Ercilla”. —Yo no dije que fuera la derecha, porque este término, como usted sabe nosotros no lo utilizamos —aclaró Suárez al redactor de Panorama—. Pero creo que sí, que hay sectores y grupos reaccionarios interesados en que no se logre un entendimiento entre ambos países. Fíjese que el incidente se produjo cuando los gobiernos y los pueblos de la Argentina y Chile conseguían un acercamiento notable. Creo que es un problema de intereses .. . intereses económicos, usted sabe ... —¿Qué opina del argumento de diarios chilenos que afirmaron que las Fuerzas Armadas argentinas tienen interés en crear problemas a Chile? Suárez negó con energía. —No somos nosotros —dijo— los que vamos a crear problemas a un gobierno democrático en Chile. Bastante angustia ha tenido América frente a la posibilidad de que se instaure el comunismo allí. El hilo de la historia Illía no perdió la serenidad en ningún momento. Hasta sus opositores más encarnizados reconocen que el asunto “Chile” le salió bien. —Creo que nunca hubo un continente tan preparado para integrarse como el latinoamericano —sostiene el presidente argentino. En su despacho de la Casa Rosada, casi en penumbra, el doctor Illía fue expresando su pensamiento mientras sus manos recorrían, sobre el vidrio de la mesa de audiencias, un mapa inexistente. Las circunstancias históricas —piensa Illía— fueron singulares: tanto el descubrimiento como la emancipación política se produjeron, curiosamente, en forma contemporánea. Hay una serie de hechos que indican que siempre hubo intereses comunes entre la Argentina y Chile. Señaló entonces la coincidencia de los próceres, la aspiración común a una gran nación, a un mismo destino. Luego, con gesto más firme, añadió: —Es el momento de recobrar el hilo ... Los conflictos europeos han sido mucho más graves y, sin embargo, las nuevas generaciones no creen que ellos justifiquen una división. Para una América Latina que debió hacer de la No Intervención y la Autodeterminación principios sagrados, la Integración se presenta ahora como el único camino para salir del pantano del subdesarrollo y la impotencia política. Porque la Integración no es el puro y simple intercambio de mercaderías sin recargos aduaneros. Ni solo el libre tránsito de un país a otro sin necesidad de visa diplomática. Es eso y mucho más: un compromiso político profundo. Copio lo expresa la Declaración de los Pueblos de América, suscripta en Mendoza por Arturo Illía y Eduardo Freí, en octubre pasado: “La integración debe ser impulsada por la acción directa de los gobiernos y, por lo mismo [estos gobiernos], consideran que es imprescindible adoptar al respecto decisiones de carácter político, al nivel de los Jefes de Estado”. La Integración El camino hacia la Integración requiere cumplir varias etapas ineludibles. Entre ellas los cambios básicos en las estructuras económicas que implican, a la vez, una remoción de los esquemas políticos y sociales, para impulsar el desarrollo de cada uno de los países, conjugando sus resultados armónicamente. Esta premisa encierra otro objetivo fundamental: cortar con la costosa dependencia económica, que significa el permanente deterioro de los precios de los productos exportados en el mercado internacional y, como consecuencia, una menor disponibilidad de divisas —provenientes de esas exportaciones— para adquirir los productos industriales necesarios para el crecimiento económico. Esta situación —según el economista Raúl Prebisch— es la que ha determinado, cualquiera haya sido el grado de crecimiento relativo logrado por cada país, que su desarrollo sea estrangulado periódicamente. Así, por el difícil camino de la Integración se retoman, hoy, las viejas luchas por la autonomía. —Con la integración pasa lo que con la Reforma Agraria: que nadie la discute ya —declaró a Panorama un dirigente de la izquierda 'democristiana chilena—. Así como en Chile la cuestión era saber si la Reforma Agraria la haríamos nosotros o los comunistas, en América Latina la cuestión es saber si la Integración va a ser política, económica y social, y la van a realizar los gobiernos civiles, o si va a ser sólo una integración militar, con objetivos militares, apoyada en las viejas estructuras políticas y sociales. —¿Cuáles cree usted que son los puntos de vista de las Fuerzas Armadas respecto de una integración hecha por los civiles? —No todos los militares se oponen al cambio de estructuras —contestó— pero no hay que perder de vista dos aspectos: la vieja rivalidad de los militares con los civiles en América Latina, y el hecho de que las Fuerzas Armadas tienen que desempeñar un papel preponderante en este proceso de Integración. Hasta aquí estamos todos de acuerdo. Sin embargo, cuando los Estados Mayores planean al detalle la creación de una Fuerza Militar Interamericana, con funciones de policía política, en sus cálculos es difícil, inclusive técnicamente, que haya lugar para la posibilidad de que las decisiones sobre la Integración se hagan con criterios y métodos civiles. No olvide que la Integración, desde el punto de vista. Civil, está imbuida de una filosofía política muy particular, que rompe los esquemas mentales, económicos y sociales tradicionales, apoyándose, por ejemplo, en el vigor desatado por las encíclicas de Juan XXIII y el espíritu moderno de la Iglesia, expresado en el Concilio. Esa filosofía la sintetizó Mensaje, la revista de los jesuítas chilenos, en esta forma: “La Integración se basa en la tesis de que no hay peligro comunista donde existe desarrollo económico y bienestar social. No significa esto que no haya comunismo, o Partido Comunista, o intento político de los comunistas de alcanzar el poder. Lo que los integracionistas sostienen es que, en la medida en que se creen las condiciones para que cada habitante de un país obtenga los medios para vivir dignamente, la justificación del comunismo se hará cada vez más débil y el mensaje de sus dirigentes tendrá progresivamente menos eco”. Para todos, la libertad La realidad suele ser más decisiva que las tácticas, y en última instancia, a pesar de las diferencias doctrinarias y mentales que puedan separarlos, los latinoamericanos han adquirido una rica experiencia del pasado. Tal vez, para dos países —la Argentina y Chile—, el trágico episodio de Laguna del Desierto haya sido una lección definitiva. Porque mostró, con estremecedora claridad, cuáles pueden ser los resultados del encono y la confusión, del miedo y el recelo: el dolor por la muerte del teniente Merino traspasó los Andes, enlutó por igual a chilenos y argentinos. Pocas veces el valor de la Paz fue tan claro para un grupo de hombres como esa tarde en Laguna del Desierto, cuando los gendarmes argentinos tuvieron que arriar un pabellón que nació a la historia junto con el suyo. A despecho de la incomprensión, de la ceguera de aquellos que, al decir de Kennedy, no están dispuestos “a dar una parte para evitar perderlo todo”, la Guerra Secreta de los Andes, la guerra que han emprendido la Argentina y Chile contra el atraso, la miseria, la dependencia y el odio, marcha con paso firme a la victoria. Una victoria que finalmente se erguirá indivisible, en el esfuerzo común de todos los países —grandes y pequeños— de América latina. Es que no se puede marchar contra la historia. La Guerra Secreta de los Andes, la lucha de la Argentina y de Chile por la Integración, el cambio de estructuras y la democracia política y social, desborda los marcos nacionales de ambos Estados. El ideal americanista está ya en acción: para todos, la libertad. Fernando Más Revista Panorama 02/1966 |
![]() ![]() ![]() ![]() |