Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Juan Manuel Fangio
JUAN MANUEL FANGIO, A CASI UN CUARTO DE SIGLO DE SU CAMPEONATO MUNDIAL
Reportaje a Juan Manuel Fangio (1975)Como conductor, su primera carrera fue a bordo de un taxímetro. Fue un gran insider derecho pero prefirió los “fierros”.
Su primer triunfo automovilístico data de hace treinta y cinco años
el autódromo 17 de Octubre de la ciudad de Buenos Aires volvió a constituirse —con motivo de los ensayos del Gran Premio de la República Argentina— en el epicentro de la atención tuerca internacional y en consecuencia cobijó a numerosos periodistas extranjeros. Desde los primeros ensayos, esos hombres de prensa no dejaron de resucitar su interés por entrevistar a quien fuera quíntuple campeón mundial de automovilismo: Juan Manuel Fangio, un impecable conductor de quien se recuerda una sola salida de la pista en plena carrera. Ese único infortunio sucedió en el circuito de Monza, Italia, y su bólido se estrelló contra un árbol. Por suerte, las secuelas para el campeón fueron mínimas ya que sólo tuvo una afección en las vértebras cervicales. Fue su único “despiste”.
Esta temporada, pocos días antes de que se iniciaran los ensayos para el Gran Premio argentino, Fangio aceptó dialogar con Siete Días en la concesionaria Mercedes Benz que comanda en la calle Paseo Colón al 1600, un reducto porteño que sin embargo guarda todas las reminiscencias de los clásicos negocios pueblerinos y en donde él popular Chueco se mueve como si lo hiciera en un pedazo de su querido Balcarce.
En su parco, austero despacho —del que cuelgan algunas fotografías de eventos deportivos y las condecoraciones que recibiera del gobierno italiano—, y donde él mismo se encargó de remarcar su imagen provinciana, aseguró: “Yo soy un hombre del interior y como tal me gusta la vida tranquila. En la ciudad, en cambio, uno tiene que andar siempre a las corridas. Claro que yo las aguanto hasta cierto punto, porque de pronto mando todo al demonio y me escapo a Balcarce para juntarme con mis amigos”.
De esta forma se inició el diálogo —en realidad un largo, atrapador monólogo— donde él Juan Manuel Fangio de siempre, que no ha perdido su perfil campesino, y habla con una voz suave, casi apagada, destacó algunos aspectos poco conocidos de su personalidad. "Mi primer nombre se lo debo a San Juan. Al principio me iba a llamar sólo Manuel, pero como nací el día de ese santo, mis viejos cambiaron de planes y me pusieron Juan Manuel.
"Éramos seis hermanos y nuestros padres fueron un ejemplo para todos nosotros. Don Loreto, mi padre, era albañil y creo que en toda la ciudad de Balcarce no debe de haber una sola cuadra que —por lo menos— no tenga un frente hecho por él. Había llegado de Italia a los siete años y fue un ferviente aficionado a la música. Tocaba muy bien el acordeón y uno que le traje de Europa —en realidad me lo había encargado— lo satisfizo plenamente. Se casó y compró un terrenito donde construyó una pieza y una cocina de chapa. Mi madre tenía entonces 19 años. Con el tiempo y a medida que nacían los hijos se construyeron las demás piezas. Esa es aún la casa que tenemos, un bien de familia donde nos reunimos muy seguido. Hace unos días, por ejemplo, festejamos él cumpleaños de mi padre. Pero Don Loreto murió hace dos años. . . ahora hubiese tenido 90.”
Reportaje a Juan Manuel Fangio (1975)Hablar de su familia, recordar su propia infancia y exhumar las anécdotas con sus amigos es, sin duda, uno de los temas preferidos de “don Juan”, como le llaman sus empleados. Abruptamente, al tiempo que una persona encargada de servir café entra casi imperceptible en la oficina, Fangio acciona un dictáfono y pide que le comuniquen telefónicamente con un diente. Se disculpa. Su sonrisa efímera, algo difícil, aparece de nuevo en su rostro cuando se le indaga por su juvenil actividad futbolística.
“Sí, es verdad —reconoce—. Fui un buen jugador de fútbol y muy solicitado por los cuadras de Balcarce. Era insider derecho, ¡pero de esos que hacen goles, eh! Pero claro, la pasión por los fierros corrió siempre pareja al fútbol, y fue, precisamente, un equipo de Balcarce él que me ayudó para que yo construyera mi primer tallercito. Yo había decidido marcharme a Mar del Plata para seguir aprendiendo la mecánica, pero mis amigos no me dejaron. Juntaron unos pesos y con esa ayuda construí él galpón en el fondo de casa. Las herramientas costaron ochenta pesos. Después se agregaron Francisco Cabalotti y José Duffard, ambos ya fallecidos.”
Los ojos de JMF se humedecen ahora ante el recuerdo. Medita unos segundos y después de acariciarse la amplia, fugitiva frente, prosigue su racconto: “En una oportunidad, cuando el gobierno de Italia me otorgó el collar de Granoficial de la Orden al Mérito, yo dije que en la vida se puede ser feliz, pero la felicidad es doble cuando los amigos también lo son. Y es la verdad, eso yo lo siento y creo que mis amigos también. Mi caso es un ejemplo de lo que vale la amistad. Yo era un hombre humilde, que no estaba en condiciones de tener un coche de carrera. Tenía un tallercito, trabajaba, pero nunca habría podido correr sin la ayuda de mis amigos. Mi primera incursión automovilística se produjo en 1929. Tenía 18 años y en el taller preparamos el Ford “A” de Manuel Ayerza, un piloto de la zona. La carrera se largaba en Coronel Vidal y finalizaba en General Guido, a mí me eligió de acompañante, llegamos segundos e hicimos un buen papel.”
Ese fue el comienzo de una carrera deportiva que, con el transcurrir de los años, desembocaría en cinco campeonatos mundiales de Fórmula 1 —cuatro de ellos consecutivos—, que lo convertirían en el único quíntuple campeón mundial, y también en el único que lograra esa proeza ganando con todas las marcas que le tocó comandar.
“Después vino la época de la milicia y me tuve que ir a Buenos Aires. Hice el servicio en el 6º regimiento de Artillería en Campo de Mayo. Había planeado quedarme pero no pude. Balcarce fue más fuerte que yo. A trabajar en el taller de nuevo, a jugar al fútbol. Jugábamos todos, los hermanos Duffard, Cabalotti. . . ¡Era una época linda! Correr en auto me gustaba más pero no se podía, el fútbol era más barato”. Sin embargo, algún tiempo después, con la ayuda de “los amigos", JMF realizaría su sueño: pilotar él mismo un coche de carrera en una competencia. “Vianguli, un gran amigo que ahora tiene una empresa de pompas fúnebres en Balcarce, le pidió e! taxi a su padre para que yo lo corriera. Le sacamos la carrocería, otro amigo me facilitó las gomas, otro taximetrero me prestó la goma de auxilio y con enorme sacrificio, con la ayuda de mi hermano Toto, lo preparamos. La carrera era en Juárez, con camino de tierra; veníamos muy bien colocados, estábamos en el tercer puesto, pero tuvimos que abandonar porque se nos fundió el motor en la última vuelta. Recuerdo que el premio eran 1.000 pesos y con esa plata pensábamos dejarle el taxi cero kilómetro al padre de mi amigo. Esa noche, por primera vez en mi vida, lloré mucho. Si el motor no se me fundía ganaba seguro. Después vino el problema, hubo que juntar dinero para arreglarle el taxi al padre de mi amigo”.
‘‘Mi primera carrera la gané recién en 1939. Mis comienzos, como le dije, fueron difíciles. Antes, por falta de medios, corrí varias carreras, casi siempre como acompañante, pero nunca pude llegar, lo rompíamos, abandonábamos, en fin, experiencias muy desalentadoras. Pero como decía, en el 39, mis amigos no quisieron que yo corriera más como acompañante e hicieron de nuevo una colecta, que era, en realidad, una especie de suscripción: algunas personas pusieron hasta 50 centavos. Hay un libro en Balcarce con las firmas de todos los que colaboraron para mi primera carrera. Gracias a eso corrí y gané la etapa Catamarca-San Juan, un triunfo importantísimo para mí”.
Al año siguiente, el entusiasta novel volante atravesaría por el mismo problema. La falta de dinero casi impide su consagratoria participación en la carrera Buenos Aires - Lima - Lima -Buenos Aires. Pero como era previsible, esta vez también la solidaridad de sus amigos posibilitó su intervención en ese evento. En esta oportunidad unos admiradores colegas marplatenses, por medio de una rifa, consiguieron el dinero necesario para adquirir el coche con él cual JMF ganó este premio internacional.
Reportaje a Juan Manuel Fangio (1975)A partir de ese triunfo JMF se convierte en el querido, popular “Chueco” que enaltece y proyecta —junto con los hermanos Gálvez, Eucebio Marcilta y Domingo Marimón— al automovilismo argentino de entonces. Unos años más tarde, sin embargo, un trágico accidente ocurrido en Perú, truncaría la vida de Daniel Urrutia, su acompañante. “Después de esa fatalidad creí que nunca más podría volver a correr —memora— Urrutia era un gran ser humano, un amigo entrañable y su muerte me afectó muchísimo. Pero había que rehacerse; no quedaba otro remedio. Al año siguiente viajé a Europa y empecé a correr de nuevo, aunque ahora sin acompañante y en pista. Noté entonces que había una gran diferencia entre un coche pesado con poca potencia y subir a un auto liviano y que daba más velocidad. Desde ese momento me dediqué a correr en pista”.
Desde que abrazó definitivamente el automovilismo deportivo, Fangio se consagró con auténtica vocación a su perfeccionamiento. Su pasión por los “fierros” no reconoció límites; sus conocimientos teóricos y prácticos sobre coches de carrera, sobre volantes y competencias es copiosa e indiscutible. “Para dedicarse a este deporte es necesario tener una sensibilidad especial —ilustra—. Yo -siempre dije que en automovilismo no valen los acomodos: cuando un tipo no sirve para el volante tiene que dejarle el lugar a otro. No es cuestión de tener dinero para preparar el mejor coche, el más veloz; aquí lo que vale, fundamentalmente, es la muñeca y el talento para saber resolver y eludir las dificultades que se presentan cuando se está en carrera. Si alguien no tiene condiciones, lo que debe hacer es ayudar a los que la tienen. No concibo que se corra sólo porque se tiene dinero. Es cuestión de sentido común, esos ti-
pos con su dinero podrían ayudar a los que no lo tienen y están mejor dotados que ellos para ese deporte.
“En 1948, a raíz de la buena actuación que tuvimos Gálvez, Popolo, Campos y yo, el Gobierno y el Automóvil Club, nos mandó a Europa. Fuimos a presenciar algunas carreras para ver qué posibilidades había para los corredores argentinos. Un día, estábamos en Reims con Benedicto Campos presenciando una carrera, y nos encontramos con Amadeo Gordini, el fabricante de coches, dueño de Simca-Gordini. Se alegró mucho de encontrarme, él me había visto correr en Buenos Aires, y me ofreció un coche. ¡Fue un orgullo para mí! Corrí y no hice mal papel; en las Clasificaciones anduve muy bien, pero después en la competencia tuve que abandonar porque se me rompió el tanque de nafta. Un año después, viajamos nuevamente con Benedicto Campos y entonces sí, gané las carreras de San Remo, Pau, Perpignan y Marsella. Nosotros teníamos muchos gastos y lo que nos daba el gobierno no nos alcanzaba. Andábamos en busca de alguna publicidad para cubrirlos; pero nadie nos llevaba e! apunte. Lo único que conseguimos, recuerdo, fue una marca de aceite llamado Lubra. El dueño —Francisco Lubra— era un italiano muy elocuente y algo díscolo. El aceite, en realidad, era de muy mala calidad y creo que lo obtenían de los pertrechos de guerra que estaban diseminados por toda Italia. Lo limpiaban, lo regeneraban y lo vendían como nuevo. En fin, no era lo mejor, pero era una ayuda. Lubra, además, me prometió una suma bastante importante de liras por cada carrera que yo ganara. Claro, ni se imaginaba el pobre que yo las iba a ganar a todas; la verdad es que yo tampoco. Pero las gané. Después, por supuesto, vino lo bravo: Lubra me tenía que pagar lo prometido y no daba señales de vida. Finalmente le cobré, de a poco, pero le cobré.”
Valerga, el secretario de JMF, entra a la oficina y extiende una enmohecida foto al campeón. "¿A ver si reconoce a los que están con usted aquí? —interroga—. La trajo recién su hijo Cacho, ¡está hecho un pibe en esa foto!” Fangio la mira y parece retrotraerse a esa época; su rostro se enternece, de pronto sonríe. “Es del año 1938, cuando era acompañante de F¡nochietto. Fue una carrera que corrimos en Balcarce —recuerda—. ¡Qué tiempos aquéllos! Francisco, Julio Pérez, Crespo, Fino, José. . . casi todos están muertos ahora”. En la antigua fotografía él Chueco aparece abrazado a sus amigos, todos con sus Clásicos overoles.
“En 1951 gané mi primer campeonato mundial. Fue en Barcelona y corrí con un Alfa Romeo, aquella famosa y fiel Alfetta. Esa vez me tocó competir con uno de los grandes: Ascari. Estábamos muy parejos, pero después le saqué ventaja y no me pudo agarrar más; segundo salió el "cabezón” Froilán González, a quien yo mismo había llevado a Europa. En 1954 volví a ganar, esta vez conduciendo una Maserati, y a partir de ese año y hasta 1957, inclusive, gané cuatro campeonatos mundiales consecutivos, dos años seguidos con Mercedes Benz y con una Ferrari el último. Tuve la suerte de ganar, durante una temporada por lo menos, con todas las marcas que me tocó competir”.
A esta altura, cuando la charla se encarrila definitivamente hacia territorios cargados de nostalgia, JMF debe hacer una pausa. Cacho Fangio, su hijo, irrumpe tímidamente en la oficina. Don Juan abandona el sillón y lo palmea afectuosamente. “Venís por aquello —interroga—. ¿Por qué no me esperás unos minutos hasta que termine con el reportaje que me está haciendo el amigo?”. Tras una pausa, el ex campeón propone: “Tengo que arreglar un problemita en el taller, ¿por qué no me acompaña y seguimos charlando allí?". La invitación, por supuesto, fue aceptada. En el taller, Fangio aspira profundamente; el olor a aceite y a nafta parecen reanimarlo. Guiña un ojo al periodista, con esa mezcla de candor y picardía que forma parte de su humor campechano, y desliza: “¿Qué le parece el tallercito? Cuando corría siempre pensaba que los triunfos al igual que la fama, las condecoraciones y los homenajes, son transitorios. Por eso traté siempre de que esto tirara parejo. Me refiero al negocio, a todo esto que es parte de mi vida y que tiene un enorme valor para mí. Claro que mis negocios siempre tuvieron que ver con los fierros, que ya forman parte de mi vida. Todo está relacionado con esto, hasta mis viajes; aunque en elfos aprovecho también para descansar y para despejarme un poco. Cuando estoy en Italia, por ejemplo, concurro mucho al cine, que es una de mis grandes distracciones. Me gusta el cine de humor, reír... Lo que sucede es que soy un tipo muy sensible y me posesiono de lo que veo; por eso me
gusta el cine de humor. . . Hablando de cine, hace unos años, en Europa, me tocó trabajar en Grand Prix, película en la que el primer papel lo realizaba Yves Montand. Para hacer una secuencia de un minuto estuvimos una mañana entera. La escena se rodaba en el castillo del conde Lurani, un hombre muy aficionado al automovilismo. En la película nosotros teníamos que mostrar que estábamos de fiesta y cada vez que nos movíamos delante de las cámaras, un mozo nos alcanzaba un vaso de champagne; se repitió tantas veces la escena que, al final, con tantos tragos ya nos encontrábamos como en nuestra propia casa. Yo de actor no tengo nada, pero estaba tan alegre con todo lo que había bebido que cuando concluimos, el director me felicitó y no se cansó de ponderar
mi ductilidad para el cine. Fue una experiencia agotadora. Había muchos extras vestidos de smoking y de frac y no sé para qué, si al final cuando vi la película no salió ninguno. La gente piensa que el cine es sencillo, pero no es cierto, a mí me es más sencillo manejar un auto”.
Junto a un coche con el capot levantado un grupo de hombres de mameluco están abocados a una tarea. Cuando advierten la presencia de Fangio, uno de ellos se incorpora y le susurra algo imperceptible señalando el motor. Luego, ambos se acercan al periodista y JMF, tras hacer las presentaciones pertinentes, abraza al hombre de mameluco engrasado y, aclara: “Este hace ya casi treinta años que trabaja conmigo; toda una vida, ¿no?” El hombre sonríe complacido y retorna a su metier. “Ese Mercedes Benz que están arreglando es de un amigo diplomático. Vale 90 millones de pesos —se alarma el Chueco—; es una locura usar un coche tan costoso en una ciudad como Buenos Aires .
De regreso a su oficina, Fangio acepta a medias comparar a los actuales votantes con los de ayer. "Ahora hay muy buenos corredores —contabiliza—, pero creo que los de antes eran mejores. A mí, por ejemplo, me impactó mucho el escocés Jim Clark, a quien vi conducir tantas veces con ese estilo tan personal que tenía, creo que ha sido un maestro. Otro de los grandes fue su compatriota Jackie Stewart, lo vi caminar muchas veces rápido y seguro. Nosotros también hemos tenido y tenemos grandes corredores, pero prefiero no nombrarlos porque quizás olvidaría él nombre de alguno y eso no es justo. En el 68, en Nürburgring, los nuestros demostraron que están a la altura de los mejores del mundo. Ultimamente estoy un poco desactualizado; voy muy poco a ver carreras”, se disculpó.
De las copiosas, increíbles anécdotas que protagonizara este argentino de fama internacional, luego de tres horas de entrevista —un tiempo realmente fugaz para hablar con un hombre del historial de Juan Manuel Fangio, pueden rescatarse dos hechos sobresalientes: "Hace tres años más o menos, en viaje que realicé a Europa, me encontré con el rey Hussein de Jordania. Nos habíamos conocido mucho antes, pero en ese momento apenas charlamos un rato; es un hombre sensacional. A los pocos meses de regresar a Buenos Aires, recibí una carta de él y en el sobre venía una estampilla con mi cara. ¡Se da cuenta, casi me muero! Pero no todo resulta divertido. El 23 de febrero de 1958, después de probar un coche, me encontraba descansando en un hotel de La Habana. De pronto se presentaron unos tipos con una pistola y me piden que los acompañe. Era un secuestro. Me llevaron a una casa y me tuvieron tres horas; después me cambiaron a otra casa. Los guerrilleros del Movimiento 26 de Julio me tuvieron cautivo durante 27 horas. Querían llamar la atención internacionalmente y me eligieron a mí para eso. Me trataron muy bien, me llenaron de atenciones y me explicaron amablemente por qué lo hacían. Pero lo más increíble de todo es que antes de soltarme, me pidieron que les firmara autógrafos, ¿se da cuenta?”.
 



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