Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
|
La Ultima Titiritera de la Boca Tiene 90 Años Desafía a Tocar el Piano y Espera su Pensión a la Vejez Por León Benarós OLAVARRIA 820. Alguien, de vez en cuando, entra a comprar cigarrillos. Pasemos. Aquí vive doña Carolina Ligotti de Terranova, la última titiritera de la Boca. Allí está: la gran cabeza orlada de cabellos blanquísimos. Varada, como un barco más, como una fragata con la arboladura quebrada por los vientos. Tiene el aire de una reina madre de algún perdido imperio. Su corazón fatigado y la rebelde bronquitis la detienen en su sillón, donde pasa la vida abanicándose y recordando. En los ojos pequeños y claros brillan lágrimas cuando rememora la tragedia que la separó de sus muñecos queridos: la inundación. El trabajo de titiritera ¿Podrá haber trabajo más poético, más límpido, más detenido en la pureza de la infancia que este trabajo de mover, con los títeres, el asombro de hombres grandes con alma de niño y de buenas gentes del barrio? Durante treinta años, Carolina Ligotti cantó, hizo de dramática, de dama, de cómica, detrás del tabladillo. En su “Teatro San Carlino”, junto a Aquiles Grasso, su primer compañero, se representó la larga serie de episodios de “I paladini di Francia”, que duraba ocho meses. —¿Y cuando terminaba con los paladines, doña Catalina? —¡Eh!... Seguíano i figli, i nepoti... Hijos y sobrinos continuaban las aventuras ávidamente devoradas por marineros de la Liguria, por rudos hombres meridionales, que se sabían la historia como dice doña Catalina: “meglio da noi”... Y al terminar el ciclo de ocho meses, volvía otra vez la rueda maravillosa a asombrar a las buenas gentes, con esa flor intocada y pura de la cultura popular: las marionetas. Iniciación a la titeriología ¿Cómo comenzó nuestra abuela titiritera con su noble oficio? Tenía cinco años y era feliz. Tocaba el piano. Avanzaba a saltos en sus conocimientos, con el asombro del profesor. Suplía con el oído las enseñanzas. Improvisaba valses y mazurcas, cuando dejaba de jugar con las muñecas. —Se sua figlia arriva a studiare, sará una celebritá —advirtió el profesor al padre. La pequeña Catalina tenía cinco años. Hoy, en el filo de los noventa, recuerda el apellido de la maestra de entonces: la señorita D’Amico. Catalina crecía. Catalina soñaba. Tenía ya trece años. Un día, con infinita tristeza, sabe que el padre se casaría otra vez. La madrastra aleja a la niña de trece años y, como recurso, la casa con un hermano suyo, titiritero. Así nace al mundo de las marionetas la abuela de los títeres, la última titiritera de la Boca. Historia de una vida Nuestra abuela titiritera nació en Palermo, Sicilia, el 8 de mayo de 1865. En 1910 llegó al país y, con su esposo, la niña comenzó a dar vida a los títeres en el local de Olavarría 835, en la Boca. Veinte años duraron las funciones allí. La entrada costaba entre treinta y cuarenta centavos. Indudablemente, la historia de los Pares de Francia contaba con las preferencias del público, que aceptaba a regañadientes la “Gerusalemme Liberata” o “Caloandra e Leonilda”. La marinería, quería duelos bravos, hechicería y combates singulares. Valses y algún tango Doña Catalina tocaba también el piano, y se ganaba la vida con la música. En cierta época, el “Teatro San Carlino”, su encantador teatro de marionetas, dejaba de funcionar por períodos cortos. En 1915 tocó el piano en Villa Crespo, en dos cines: el “Petit Colón” y el “Villa Crespo” Era la época en que se representaba “La mano que aprieta” y “El jockey de la muerte”. Años en que Lyda Borelli filmaba “Il suo amore seppe trovarla”, “Come la foglie” y otras películas de deshojado recuerdo. Relucientes de lentejuelas, pasaban en los carnavales de la Boca las comparsas famosas: “I turchi di Barracas”, vestidos “a la moresca”, con la sultana, toda llena de perlas, sobre el techo del carruaje; la “Societá Verdi”, con su comparsa vestida a la española: “berreto rotondo e piuma bianca lunga”. En Villa Crespo, en este corto período, doña Catalina, a sesenta pesos por mes, interpretaba a Waldteufel. Y, de vez en cuando, tocaba en el piano “Rawson”, el hermoso tango de Arolas, o “Sentimiento criollo”, de Firpo... Pero pocas veces, porque el dueño, un alemán, no quería saber mucho de tangos, y, por otra parte, el alma de doña Catalina estaba más bien poblada de valses y mazurcas. La inundación Pasaron los años. Deña Catalina se conservó fiel a sus marionetas. La vida le fué quitando alegrías. Por fin, el golpe inolvidable: el 17 de abril de 1940, una extraordinaria inundación en la Boca anegó su casa, despintó sus marionetas, manchó de barro los vestidos de sus títeres, inutilizó su piano y pobló su corazón de amargura. —Cuando si anegarono tutti i puppi (los muñecos), il bottigliero si portó 36 kilos de vestuario tirato. Era como si el corazón de doña Catalina se deshojara también, en ese despojamiento de sus queridas marionetas... Presentación de “Testuzza” Ninguna función del “Teatro San Carlino” podía comenzar sin “Testuzza”. Él suplía los carteles anunciadores, hacía vibrar al público del día con el anuncio de la función siguiente, y mantenía, como verdadero precursor, lo que ahora se llama “suspenso”. Indudablemente, no era hermoso, pero no lo requerían sus funciones de bufo. Lo vemos aún, semioculto por el viejo cortinado verde que los años han desgastado. Su cabeza es desmesurada. Le falta un brazo, un diente y un ojo. Tiene algo de pirata y otro poco de truhán simpático. “Testuzza”, incansable, movedizo, ubicuo, actuaba en todas las obras, y anteponía su figura grotesca y su ademán ampuloso a cada uno de los episodios apasionantes y prolongadísimos —ocho meses justos— de la serie de “I paladini de Francia”, o “I reali de Francia” (que reyes y paladines, para el caso, componen la misma historia ... Malaggigi y Tuttofuoco, o entre magos anda el juego Los movidos episodios del “Teatro San Carlino” participaban de la magia, de la astrología y no sabemos si de la adivinación... Epicas eran las batallas, a paliza corrida, de los dos héroes máximos de la contraria magia: “Malaggigi” y “Tuttofuoco”. Malaggigi era el mago benefactor de las huestes cristianas. Tuttofuoco, en cambio, protegía la de los turcos. Y no se perdonaban conjuros ni artes mágicas para salir cada uno de ellos con la suya. Tuttofuoco estaba magnífico, con su hábito estrellado y nocturno y su gran bonete. Hizo algunas demostraciones de magia en la casa del autor de esta nota. Ahora, lo ayuda a Raúl Soldi a pintar cuadros por un nuevo método mágico, de invención exclusiva... Un contrapunto peliagudo: Calabrino y Nacalone Sumamente dramático debió de ser —nos imaginamos— el contrapunto satánico entre los diablos de las respectivas huestes cristianas y turcas, que se rompían la crisma con conmovedora asiduidad en el encantador teatro de doña Carolina. “Calabrino” asumía allí la importante investidura de diablo adicto a los turcos. Su aspecto es tosco y nada tranquilizador: rojo como una remolacha, de cara chiquita y contrahecha, y de dientes que están pidiendo un odontólogo. “Nacalone”, en cambio, es más buen mozo, dentro de lo que se puede exigir a un diablo. Tiene el aire típico de Mefistofeles, el cuerpo ceñido y rojo, y la cara menos aterradora que su compinche. No sabemos cómo se las arreglaba para “tirar” para el lado de los cristianos, pero todo puede ocurrir en la magia de un teatro de marionetas. Alcina, o de la incómoda metamorfosis Esta dama era una de las que más resistencias oponía a entrar en el afecto de los asombrados espectadores. Doña “Alcina”, con evidente olvido del recato que corresponde a una dama provecta —pues era una bruja viejísima— se transformaba en una joven suficientemente encantadora como para atraer caballeros incautos. Una vez que los veía rendidos a sus pies y desmayados en sus brazos de amor y locura, los dejaba convertidos en árboles o en piedras del camino, hasta que el héroe y su ayudante negro los devolvían a la vida. El cangrejo homicida, o la espantosa batalla del gigante Morgante con una ballena Un telón, abigarrado de escenas medievales, informa de la espantosa batalla que el gigante Morgante tuvo con una ballena de malas pulgas. A esta gesta memorable concurrieron los paladines Orlando, Rinaldo y Oliveros, pero, aunque se arrojaron sobre el descomunal cetáceo, apenas si pudieron hacerle cosquillas en la piel con la espada. Mejor suerte tuvo el gigante Morgante, que se instaló sobre la propia cabeza de la ballena y la desmayó a mazazos, hasta que consiguió consumar el suspirado “ballenicidio”. Sin embargo —pensaría la ballena— el que las hace, las paga... El caso es que cuando el gigante Morgante mantenía su bravo mano a mano con la ballena, fué picado por un cangrejo venenoso. No dió importancia al caso, pero está visto que no hay enemigo pequeño, aunque sea un cangrejo. Muerta la ballena, los amigos se fueren a celebrar la defunción a una “osteria” (los italianos se ahorran la h y el acento cuando de hostería se trata). El gigante, sin embargo, comenzó a sentirse incómodo. Fué advertido por el dueño del establecimiento de que el tal cangrejo, aunque chico, daba pasaporte para el reino del más allá. La advertencia no le hizo gracia, por supuesto. El único remedio acreditado era una especie de tortilla de cangrejo de igual especie, aplicada sobre la picadura. Pero mientras se salía a buscar el, imprescindible bicho, producíase el deceso del buen gigante Morgante, que algunos circunstantes lloraban casi a lágrima viva. Desafío Doña Carolina Ligotti ama la música. Cuando recuerda la ola de mazurcas y valses en que se envolvía allá en su juventud, las manos se le crispan. La inundación de 1940 inutilizó también el piano de sus afanes. ¡Si pudiera volver a sus valses y mazurcas! El corazón, fatigado, reverdece en el recuerdo, y los dedos de la abuela se animan a repetir la hazaña de tocar horas y horas, sin cansancio y sin reposo. ¿Quién se atreve a desafiarla? A la más joven desafía la anciana al duelo singular: tocar el piano hasta que una de las dos rivales caiga rendida ... —Vediamo chi se stanca prima. .. La esperada pensión En junio del año pasado, doña Catalina Ligotti de Terranova, viuda de su segundo marido y de sus inundadas marionetas, pobre e inválida, en el filo de los 90 años, hizo presentar una solicitud de pensión a la vejez en Rivadavia 1355 (Fundación Eva Perón). Su solicitud lleva el número 43.331. Razonablemente, espera turno, entre las miles de solicitantes. Pero doña Catalina es tan vieja... ¡Ella confía y espera que el alivio de una pensión llegue a tiempo para hacerle sobrellevar mejor sus días de invierno, calentados apenas por el recuerdo de sus marionetas y por la pequeño o grande gloria del “Teatro San Carlino”! Con humildad, pero con eficacia y pureza, la vieja titiritera, al lado de su primer esposo, Aquiles Grasso, dió alegría y felicidad a la ruda marinería de la Boca y al pueblo humilde, e hizo auténtica y verdadera “cultura popular”, como aquel Maese Pedro inmortalizado por el inmortal Cervantes. Ahora, entre la nostalgia de los días vividos, rememora a veces sus brillantes horas, las bravas justas entre paladines cristianos y turcos, y aquella inundación aciaga que deslustró el brillo de las lentejuelas de sus marionetas queridas y se llevó, sobrenadando en el agua, su felicidad imponderable de abuela de los títeres. Pie de fotos -Un azar del destino hizo de doña Catalina Ligotti de Terranova, una titiritera cuando tenía 13 años. Hoy, a los 90, nada quiere tanto como su profesión. -Arriba, la última titiritera de la Boca, en la silla de la que hace ya tiempo no se mueve, junto a uno de sus más elegantes muñecos: un guerrero medieval. Abajo: otro de sus personajes que hacen la alegría de grandes y pequeños. Revista Esto Es 9/3/1954 |