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Después de Mayo: ¿Libros y alpargatas? "No existe ningún vínculo entre la multitud y nosotros. Esto es malo para la multitud, pero antes que nada para nosotros." Flaubert. En su edición del 6 de abril pasado el diario La Prensa, de Buenos Aires, alertaba sobre los peligros que —según un conocido organismo internacional— se cernirían sobre la libertad de prensa en el continente americano. El espacio excesivo concedido a la noticia —titular a cuatro columnas en su primera página— permite conjeturar acerca de la verdadera intención (o de los verdaderos destinatarios) de la advertencia. En realidad, el mensaje del matutino expropiado por Perón durante su primer gobierno no hace sino responder a una inquietud generalizada entre los sectores liberales, de los que el diario La Prensa es, como se sabe, fiel representante. Pero el interrogante acerca de la política que en materia cultural se seguirá a partir del 25 de mayo excede los intereses sectoriales. Se trata de una preocupación que comparten todos los argentinos, y a la que se intenta responder en el siguiente informe. En el campo de lo que podría llamarse ámbito cultural del peronismo, coexisten, como es obvio, distintas corrientes e ideologías. Esto dificulta, en primera instancia, la posibilidad de anticipar las medidas que, en este aspecto, instrumentará el nuevo gobierno. Pero de la conversación mantenida con algunos de sus representantes —ligados al quehacer artístico— surgió una constante de lo que se impondrá acaso en los próximos años: la promoción de una cultura nacional y popular. En realidad el tema retrotrae inevitablemente a una contradicción tan vieja para los argentinos como su propia historia, y en la que se repiten, con distintos nombres, los mismos antagonistas. Así, la dicotomía sarmientina civilización o barbarie, se llamará, casi un siglo después, libros o alpargatas. Es comprensible entonces que ante la nueva coyuntura, que abre nuevas perspectivas a los sectores populares, algunos vaticinaran desastres apocalípticos. En una de sus obras más conocidas el escritor peronista Juan José Hernández Arregui alude a los que él denomina representantes de la "intelligentzia" argentina: "Por la educación recibida, aunque no por la cuna —pues generalmente viene de la clase media—, el intelectual colonial acostumbra identificar la cultura con la cultura europea. Y no ve, a causa de esta conmutación óptica, las semillas del espíritu nacional inhumado por la oligarquía victoriosa, pero que paradójicamente, alborea sobre la cultura con su luz remota e inabarcable”. Precisamente, ante la emergencia de un nuevo gobierno peronista el escritor Jorge Luis Borges, a quien Arregui define sin inhibiciones como a "una mezcla de poeta y erudito petrificado”, recomendó "conservar una fe, quizás ingenua, en que la patria se salve”. LAS DOS CULTURAS. Para el cineasta Fernando —Pino— Solanas —autor de "La hora de los hornos”, un film político y testimonial prohibido en la Argentina, que obtuvo varios premios internacionales— "continuará a partir de mayo, aunque en condiciones más favorables, la lucha por la liberación nacional, que se libra desde hace 150 años. Esta guerra, que es integral —explica—, también se libra en el campo de la cultura”. A su criterio, existen dos proyectos culturales: el de la dependencia neocolonialista y el de liberación. El primero se gesto a lo largo de la historia a través de la política de Sarmiento y Mitre. "La concepción mitrista es tan fuerte —señala Solanas— que continuó durante el gobierno peronista, por lo menos en el ámbito escolar." Pero la lucha de masas que, a su criterio, genera el peronismo, consigue descolonizar a grandes capas: "Esto constituye el fenómeno más notable que producen Perón y el Movimiento”. La cultura deberá ser —para Solanas— el conjunto de la actividad liberadora del pueblo: “Deberá forjarse, en adelante, por el propio pueblo; por la clase trabajadora en lucha; tendrá que ser —agrega— un hecho colectivo”. Solanas considera que las medidas para lograrlo tendrán que instrumentarse a través de una legislación adecuada que permita reconquistar, para el pueblo, espacio en los medios de difusión hasta ahora en manos del enemigo. "Pero —aclara— no se trata de practicar una política chauvinista, ni cerrar las puertas del conocimiento universal; se trata, en todo Caso, de poner las cosas en su lugar: por cultura universal nos vendieron siempre culturas de raigambre bien nacional: la de los estados opresores.” Se esperaría, entonces, una síntesis que no implique un rechazo de las culturas universales, pero sí una postura crítica frente a las mismas. Esto se logrará —según Solanas— sin necesidad de recurrir a una lucha ideológica que comprende la censura: "Hay que crear la conciencia crítica —puntualiza— que permita al pueblo eludir el consumo de los productos culturales espurios", Fernando Solanas integra, junto con Octavio Getino y Carlos Mazar, el grupo Cine liberación, destinado a realizar producciones al servicio del movimiento peronista. Uno de sus films, “Actualización doctrinaria para la toma del poder", tiene como protagonista al propio Perón. Ahora se encuentra terminando "Los hijos de Fierro”, film que piensa estrenar en salas de Buenos Aires. "Espero que tanto ésta, como mis otras películas, se puedan ver por fin públicamente; de otro modo se podría decir que la cultura sigue en manos del enemigo", concluyó enfáticamente. PERFECCIONAR LO HECHO. Director durante los años del gobierno peronista del Instituto Nacional de Estudios de Teatro, el poeta y dramaturgo Juan Oscar Ponferrada cree que la política, en materia de cultura, no deberá apartarse demasiado de las pautas puestas en práctica hasta el año 1955. "En lo que hace al teatro —explica—, no tiene por qué haber diferencias. Fueron años en los que hubo una experiencia nacional palpable y, sobre todo, se logró lo más importante: agitar la inquietud de las provincias por las representaciones artísticas.’’ Ponferrada asegura que también se había conseguido una activa participación de la juventud: "En el año 1947 —recuerda— intervinieron en el teatro Cervantes, y a lo largo de treinta y tres representaciones, elencos formados en los puntos más alejados del territorio nacional; y lo más notable era la respuesta del público: la sala estaba siempre colmada’’. Ponferrada estima que casi todo lo conquistado para estructurar la difusión masiva del arte y de la cultura se perdió a partir de la caída del régimen peronista. "Algunas instituciones subsisten —observa—, pero no había coordinación entre ellas, faltaba una articulación que las hiciera efectivas.” "Sólo se salva de este descalabro Julio César Gancedo, que durante su gestión al frente de la Subsecretaría de Cultura, durante el gobierno de Onganía, intentó con algún éxito mejorar las cosas.” Pero el autor de "El carnaval del diablo” no admite que se hable de imperialismo en materia cultural: "Entiendo que la cultura termina siempre por revertirse en contra del imperialismo. Esto se ha demostrado a lo largo de la historia; el ejemplo de Roma, en este aspecto, es incontestable: su propia cultura terminó con el imperio”. Ponferrada cree que es necesario atacar, en cambio, el complejo de inferioridad nacional: "Es sencillo —señala—: así como se superó la moda del casimir inglés y se acepta ahora la calidad de las telas argentinas, de la misma manera se puede comenzar a valorar a nuestros productos culturales”. A su juicio, el próximo gobierno de Cámpora estará inmejorablemente dotado para implementar una cultura de raíz nacional: "Cuenta con los hombres necesarios”, afirma. Ponferrada no teme a la posibilidad de excesos chauvinistas durante los próximos años. "Pero tampoco puede soñarse —advierte— con un arte que no esté al servicio del pueblo; debe hacerse lo que convenga al pueblo, por ser plato del pueblo.” Tampoco cree que deban cerrarse las puertas a las corrientes culturales del extranjero: "No hace falta —explica—, porque el grado de desarrollo de nuestra cultura es tal que permite asimilar esas corrientes; lo que sí es necesario —define— es acabar con la idea del arte por el arte mismo”. Lo que el dramaturgo no acepta es lo que denomina —utilizando un término corriente en las provincias del norte— la utilización del criterio chuchumeco por parte de ciertos personajes de la vida intelectual. Algo de esto entiende que se dio en la programación del teatro San Martín de Buenos Aires. "Parece mentira que en una sala como ésa —exclama— no se dé acceso a los autores nacionales.” Lo 'chuchumeco' sería, entonces, despreciar lo propio para ascender socialmente, o ganar prestigio. Ponferrada cree también que el gobierno deberá orientar y condicionar el funcionamiento de los medios de comunicación masiva, pero sin eliminar el carácter privado de algunos de ellos. "Es el precio a pagar por mantener un equilibrio democrático, que no es lo mismo que liberal”, concluye el veterano escritor. CULTURA Y REVOLUCION. "Puede decirse que es en los períodos revolucionarios cuando un pueblo se recluye en los contenidos nacionales de la cultura, como dentro de un caparazón, frente a la agresión económica y cultural extranjera.” El concepto, también de Hernández Arregui, marca la línea por la que transitan los sectores más radicalizados del peronismo. Tal vez por ello se empecinan, utilizando distintas metodologías, en que los artífices sean los propios trabajadores, una cultura que exprese su propia visión del mundo, sus propios conflictos, la problemática cotidiana de los barrios y de las villas de Buenos Aires y de los pueblos del interior. Norman Briski —un actor que se popularizara tiempo atrás por la aparición en cortos publicitarios— realiza desde hace años una singular experiencia teatral. El grupo Octubre —por ejemplo— desarrolla una tarea destinada, por medio de una técnica que no excluye el socio-drama, a lograr la participación directa de los pobladores. "Las presentaciones se realizan en la calle, y se representan los problemas más inmediatos que afectan a la comunidad.” Nos limitamos —dice Briski— a coordinar el trabajo de la propia clase trabajadora: ellos crean y actúan sus propias obras.” El éxito de la experiencia, que el grupo desarrolló también en el interior y en Chile, determinó la formación de grupos de teatro en las localidades de La Matanza, Moreno, Merlo y en otras donde no actuaron, pero se imitó la idea por propia iniciativa. "Lo interesante —agrega Briski— es que en cada lugar que actuamos permanece trabajando la organización política con la que coordinamos la labor.” En cuanto a la posibilidad de estructurar un proyecto cultural en el próximo gobierno, Briski es terminante: "Mientras la clase trabajadora no obtenga el poder, sólo se podrán aprovechar coyunturas favorables dentro de los organigramas oficiales. De lo que habrá que cuidarse —añade el mimo— será de evitar las desviaciones populistas: el folklore necesita ser reinterpretado para que su contenido no se revierta contrarrevolucionariamente”. Revista Panorama 12.04.1973 |
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