Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Lisandro
TEATRO
El pasado es presente
"Mejor que teatro histórico digamos a partir de la historia", sentencia, vehemente, el ensayista-novelista-dramaturgo David Viñas, enmarañado en los ensayos de su obra Lisandro, que subirá a escena en el teatro Chacabuco dentro de pocos días. Explicitando la afirmación, el autor de Los dueños de la tierra añade: "Al decir historia, digo política, un diálogo teatral a partir de la política”.
Viñas reflexiona sobre sus afanes de escritor y compara "el trabajo solitario del novelista” con el quehacer comunitario del teatro. Entiende que aquél solivianta alguna forma natural o espontánea de soberbia, en tanto éste sumerge en la humildad, pues hace inevitable la confrontación y una cierta declinación de actitudes formales. Tal cual fue concebida, Lisandro radiografía un momento argentino, "el de la crisis del liberalismo”, ejemplificado en la figura de Lisandro de la Torre pero también explicado en la de su contendiente José Félix Uriburu. Hay un tercero en cuestión: el inmolado Enzo Bordabehere, discípulo de don Lisandro. Es la nueva generación, a la que alerta el estrepitoso derrumbe de una época. Bordabehere advierte al maestro sobre el vacío en que caen sus filípicas republicanas. También De la Torre ("un lúcido traidor a su clase burguesa", según Viñas) lo descubre pero no tiene poder para más, está como muerto, deberá consumar esa muerte. Viñas entiende que del proscenio surgirán paralelos: la precipitación militar de 1930 con las de 1943, 1955, 1962 ó 1966, la crisis de la "década infame” con la actual, tal vez Justo (Agustín P.) con Lanusse.

LA ACTITUD INTERNA. Lisandro será representada en dos partes, con cortes sobre el original publicado en libro. "Es la misma obra, alienta el mismo espíritu, sólo que ha ganado en concentración y síntesis”, observa el director Luis Macchi. Confiesa que el drama le sedujo "porque huye de la fotografía y busca el documento .esencial". Macchi y Viñas discutieron mucho hasta llegar a un acuerdo. El entendimiento incluyó a los productores cinematográficos Héctor Olivera y Fernando Ayala, trasladados esta vez al teatro, y al actor Pepe Soriano. Tías 10 años en el Perú, Macchi ya buscó en autores nacionales (Urondo, Cossa, Talesnik) una identidad que también lo acerca a Viñas. A su vez Soriano se ufana de que este cometido suyo "es una elección”; le entusiasma en lo que personaje y obra "tienen de actitud interna”. La puesta no busca minucias de retrato y caracterización, sino que quiere acercar al público a una suerte de ecuación que le pertenece. Director e intérprete se adhieren a lo que Viñas define "como una lectura posible de la política".
Estructuralmente, Lisandro es un coro del cual se van desprendiendo los protagonistas. Procura corresponderse con las nociones dialécticas del autor, antes desarrolladas en la novela, la crítica y el guión cinematográfico. También Viñas habla de una continuidad, no rehúye ejemplos, quiere que éstos sean, claros y argentinos. Reivindica el recuerdo del historiador-dramaturgo David Peña (a cuya memoria dedicará una próxima obra: Los fusilamientos de Dorrego) y se entusiasma, "una vez más”, hablando de Armando Discépolo. En el recuento olvida —"definitivamente” dice— una primera y lejana incursión dramática: “Sara Golpman, mujer de teatro. En tren de elecciones, enfatiza una: "Hoy y aquí, más que nunca, es tiempo de polémica.”
PANORAMA, ABRIL 13, 1972
 








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