Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

estudiantes y obreros
Coalición obrero-estudiantil, en Córdoba
Rebeldes al acecho

A fines de la semana pasada, La Plata, Rosario y la Capital Federal se constituían en epicentro de estallidos estudiantiles.
Pero fue en la ciudad de Córdoba donde se orquestaba cuidadosamente una estrategia para hacer estallar la rebelión
Desde las primeras horas del pasado jueves 13, cuando todos los diarios del país daban cuenta, en primera página, de los incidentes producidos en La Plata al ser ocupada la Universidad por los estudiantes, una avalancha de agitadas consultas se desplomó sobre las más altas esferas oficiales.

La primer advertencia seria sobre el peligro de agitación estudiantil vino por boca del propio presidente Onganía, en un imprevisto mensaje irradiado en la noche del jueves 6, con motivo del asesinato de Robert Kennedy. La redacción del breve discurso estuvo a cargo del jefe de la Policía Federal, general Mario Fonseca, y del secretario de Difusión y Turismo, contador Federico Frishknecht. Allí se ideó una concepción, que pareció servir de molde para todas las expresiones oficiales respecto de la violencia desatada en algunas partes del mundo. Fue lo que repitió el miércoles de la semana pasada el ministro de Interior, Guillermo Borda: "Frente a la conmoción estudiantil generalizada en todo el mundo, llama la atención la paz que domina en las universidades argentinas”. No pensaban igual las autoridades del CONART (Consejo Nacional de Radio y Televisión). Porque ese mismo día un telegrama firmado por el titular de ese organismo, ordenaba a todas las emisoras de radio y televisión del país que se abstuvieran de propalar aquellas informaciones sobre los episodios de agitación estudiantil que no provinieran de fuente oficial.
Pero en sus declaraciones a los periodistas, Borda incursionó por un terreno particularmente resbaladizo: la valoración de la Universidad anterior ordenada por la Revolución Argentina. “Los estudiantes argentinos distinguen perfectamente dos reformas —razonó el ministro—. Una, apoyada en slogans que pertenecen al pasado y que desquició la vida universitaria, y otra, que mira hacia el futuro, la que quiere una universidad puesta al servicio del desarrollo del país, moderna y dinámica”. Hasta ahora, que se sepa, el gobierno no cuenta con la adhesión de ningún grupo estudiantil. Y en lo que hace al desquicio, el ámbito universitario prefiere aplicar ese rótulo a las consecuencias que aparejó la deserción en masa de los mejores científicos y técnicos, y al descenso notorio en el nivel de enseñanza.
Si a fines de la semana pasada, La Plata, Rosario y la Capital Federal se constituían en el epicentro de la protesta estudiantil, Córdoba se erigió en sede de algo más peligroso: la cuidadosa planificación de la rebelión.

Córdoba: el incendio y las vísperas
Una guitarra silenciosa y un banco desclavijado ya no le sirven para nada al poeta callejero Severo Guzmán. Ni siquiera su última composición, "Canto Fúnebre en memoria de Robert Kennedy”', tirada como al descuido, pero bien visible, encima de su empinada montana de papeles, logra atrapar la mirada de algún cordobés. Suavemente recostado sobre una pared descascarada de la avenida General Paz, en Córdoba, el viejo Guzmán sólo sabe una cosa: "Algo huele mal aquí, chango, la gente tiene miedo". Es improbable que temieran su versificación ingenua y desvaída. Pero en algo había acertado el viejo vate: los universitarios de Córdoba parecen vivir a la espera, al acecho. Cascos azules y negros; camperas marrones y uniformes caki, recorren permanentemente, y en grupos, todos los rincones de la ciudad.
“Se van los técnicos y viene la policía”, se quejan los cordobeses. Mientras tanto, el Batallón Comunicaciones del Regimiento III, casi pegado a la Ciudad Universitaria, aloja desde el domingo 3, a cien agentes de infantería de la Policía Federal —entrenados para disturbios callejeros—, dos camiones 'Neptuno y dos carros de asalto. “Dicen que también se han traído perros”, susurran hasta las amas de casa. Además, pistolas lanzagases y granadas lacrimógenas, “en cantidad suficiente como para nublar la ciudad", se jactó un oficial.
Córdoba parece una ciudad sitiada. Y como para que no quepa ninguna duda, el gobierno de Carlos Caballero decidió anunciar, al mediodía del martes, que “las fuerzas del orden procederán sin contemplaciones en el-caso de cualquier acto que altere la tranquilidad pública".
Hasta la noche del jueves, no hubo estallido alguno que justificara tanto despliegue de intimación pública. Pero un invisible aire de preparativos en alta tensión empezó a emanar, a principios de la semana pasada, desde los hervideros clandestinos del temible barrio Clínicas, escenario de los graves sucesos de 1956 y que concluyeron con el asesinato de Santiago Pampillón.
El miércoles 7 hubo un botón de muestra brindado por los estudiantes, a pesar de su aguda atomización. Ese día, cuando los obreros huelguistas de la fábrica Kaiser-Renault fueron corridos a sablazos por la caballería montada, a Jo largo de la avenida Vélez Sársfield, una lluvia de mesas, ladrillos y bancos comenzó a desplomarse sobre los cascos policiales. Los puntos de lanzamiento habían sido instalados en las azoteas de las facultades de Ingeniería y Arquitectura. “Fue una gran demostración de solidaridad”, no pudo dejar de reconocer el líder gremial de los mecánicos, Elpidio Torres.
Fue lo que decidió al gobierno nacional a presionar sobre los directivos de la Kaiser-Renault, para que accedieran a poner fin, "de cualquier manera”, al conflicto suscitado con los obreros, a raíz de los planes de racionalización de la empresa. “'Es sólo una concesión circunstancial —confió a SIETE DÍAS el vandorista Torres—. La suspensión de las medidas vino por razones de conveniencia política del gobierno.”
Es que la oposición estableció un calendario preciso para Córdoba: paros y actos estudiantiles los días 14, 15 y 19, para culminar el 28 con una movilización conjunta convocada por la CGT “de los argentinos", comandada por Raimundo Ongaro. El gobierno no se equivocó, entonces, al calcular que la prolongación del conflicto con los mecánicos sería algo así como un regalo de reyes para los planes de la oposición; su mejor plataforma de lanzamiento.
Por eso, en la misma noche del miércoles 7, el ministro de Gobierno, Martínez Golletti, convocó en su despacho a los dirigentes obreros, para ofrecerles su intermediación en el conflicto. En realidad, no hubo nada de eso. El ministro ya tenía en sus bolsillos la orden del gobierno y la conformidad de los ejecutivos de la empresa, para disponer el levantamiento de los despidos. El mecánico Torres pudo proclamar entonces, para el consumo público, que “la lucha de los obreros en las calles arrancó la solución del conflicto.”
Si bien al lograr la rápida aceptación de los dirigentes obreros el gobierno consiguió frenar la generalización de los disturbios, todo indica que fue sólo una postergación. Porque quizás sea la regional Córdoba de la CGT opositora la más homogénea y la más indiscutiblemente mayoritaria de todas las filiales del país. Y porque, además, a pesar de la profunda división que corroe al movimiento estudiantil cordobés, todas las tendencias se alinean unánimemente alrededor del cegetismo ongarista. Todas agitan una posición furiosamente antigubernamental.

La Instrumentación política del movimiento obrero
En la noche del martes 11, SIETE DÍAS era la única publicación del país que asistía a un cónclave secreto: la minoría desplazada de la CGT local (12 gremios en total), se dio cita en la sede del gremio petrolero, para montar la filial cordobesa adicta a la central. El vocero principal de este operativo era el vidriero Jorge Luis Lujan, un acólito de Vandor. Otros conspicuos vandoristas, Juan Rachini y Jerónimo Izzeta, llegaron desde Buenos Aires esa misma tarde, para comandar la asamblea. Su principal objetivo no era otro que tratar de incluir en el nucleamiento al importante gremio de Mecánicos Automotor (SMATA). Su líder máximo, Elpidio Torres, a pesar de militar entre las huestes del Lobo Vandor, se encargó de echar un balde de agua fría sobre la menguada asamblea: “Antes que las bases se nos vayan para el otro lado, es preferible que nos mantengamos donde estamos. Ni con unos ni con otros, con la bandera de la Unidad.” “Elpidio se sabe cuidar las espaldas", susurró un delegado de Aguas Gaseosas. Y no exageraba. Porque, efectivamente, el clima interno del Sindicato dé Mecánicos es definidamente opositor al gobierno. A pesar de eso, Torres logró mantenerlo en una postura "tercerista”. Además, al prestarles un apoyo decidido durante las recientes movilizaciones, los estudiantes lograron un doble objetivo: limar las asperezas de antaño que los distanciaron del movimiento obrero y establecer un sentido de reciprocidad en las bases. Les resultará muy difícil a los jefes sindicales negar apoyo a los estudiantes cuando éstos reclamen acciones solidarias.
En este sentido, los que llevan la delantera son los de la CGT opositora. Agustín Tosco, de Luz y Fuerza, un gremialista que cita a Erich From y a Pavlov cuando conversa, es quien confiesa claramente los objetivos del nucleamiento obrero. Estos son eminentemente políticos: “Se trata de crear una suma de fuerzas políticas populares para una salida institucional que derrote a la dictadura y abra nuevas perspectivas al país”. Para ello, el local cegetista tiene los visos de una sede conspiradora sobre la cual convergen, en primer lugar, los estudiantes; por añadidura, los políticos.
De ahí que en el cónclave azopardista, Luján propusiera la formación inmediata de una conducción, que aunque minoritaria, “se ponga en condiciones de negociar la unidad con los opositores”. Estos últimos constituyen, sin duda, el alma mater de todos los aprestas rebeldes. Para ello, hay una particularidad que los beneficia: a diferencia de lo que ocurre en Buenos Aires, sólo dos tendencias fundamentales se alojan en la CGT cordobesa. El peronismo ortodoxo y un sector independiente, con matices muy afines a esa corriente peronista, que nada tienen que ver con el liberalismo de Eduardo Arrausi (Viajantes de Comercio), por ejemplo.

Los conspiradores
Pero, desde que las medidas de seguridad, dispuestas por el gobierno, se pusieron en funcionamiento, él local cegetista se convirtió casi en un desierto, mientras los dirigentes estudiantiles se evaporaron de sus domicilios y sus centros habituales de reunión.
Una red de interminables contactos y enlaces, orquestado con la experiencia que se emplearía en un frente de guerra, lleva finalmente a los sigilosos bunkers de los conspiradores. En tanto un extremo de la ciudad alberga a los caudillos del mayoritario movimiento integralista, en la punta opuesta tienen su cuartel general los líderes de la FUA.
Curiosamente, las dos tendencias, enfrentadas por motivos tácticos e ideológicos, coinciden en sus objetivos y, ocasionalmente, también en su lenguaje.
El integralismo, cuyos lejanos orígenes tuvieron inspiración en el socialcristianismo, fue modernizando sus concepciones. De ahí que Luis Rubio, ex presidente del movimiento, señale ahora que “el socialcristianismo es una variante más del sistema capitalista. Nosotros bregamos por un socialismo nacional de inspiración cristiana”. Y aunque en junio de 1966 comenzaron apoyando al gobierno de Onganía, no transcurrió mucho tiempo para que pasaran a una oposición cada vez más virulenta. Al definir los objetivos, su actual presidente, Carlos. Azocar, sostiene: "Lo que se va a constituir es el gran movimiento nacional. Los obreros son la base; los estudiantes, uno de sus principales motores, y los políticos no tendrán más remedio que ir a la zaga de obreros y estudiantes”.
Pero a pesar de tomar algunas de las principales banderas reformistas (‘‘no puede haber cambio educacional sin cambio social”), los integralistas reniegan de la Reforma, a la que consideran totalmente superada. Por eso, cuando la FUA propuso el paro del viernes 14, al cumplirse el 50 aniversario de la Reforma Universitaria, el integralismo se opuso, esgrimiendo la consigna “Lucha sí, homenajes no”. Lo curioso es que con este slogan lograron la adhesión de algunas agrupaciones reformistas. ‘‘Las diferencias con la FUA —explica Azocar—giran en torno de la intensidad de la adhesión a la CGT opositora”. Mientras las agrupaciones reformistas nucleadas en torno del integralismo, reconocen como líder del futuro “movimiento nacional” a Raimundo Ongaro (y no se plantean ningún tipo de acción fuera de las que programe la CGT). los líderes de la FUA condicionan dicho apoyo a una estrategia independiente.
Es lo que expone Aldo Mangiaterra, secretario de Organización de la Junta Ejecutiva de la FUA. “Nosotros no proponemos paros de homenaje o recordación. Peleamos por una salida que constituya una alternativa popular independiente. Acá no se trata de reforma o contrarreforma —enfatiza—, sino de romper con las variantes golpistas. Y no es frenando la lucha o promoviendo la pasividad como se va a frenar el golpe. El movimiento estudiantil debe tener sus organizaciones independientes y coordinar la lucha bajo la dirección de la clase obrera”.
Alrededor de estas postulaciones gira el debate del movimiento estudiantil. A ello se agrega, en el caso de Córdoba, la minoritaria agrupación Franja Morada, vinculada a los partidos tradicionales como la UCRP, que no pertenece a ninguno de los grandes nucleamientos. Las diferencias amenazan a veces con desatar grescas. Pero por encima de ellas, todos los grupos se muestran igualmente dispuestos a respaldar a la CGT para derrocar al gobierno. La fecha es el viernes 28 y todos los aprestos apuntan hacia ese día.
Pero hay una coincidencia más que acorta distancias y que fue sintetizada por Azocar: “Uno de los objetivos principales del gobierno en la Universidad, era la despolitización de los estudiantes. En esto también han fracasado totalmente. La intervención agudizó la politización de los estudiantes”.
OSVALDO TCHERKASKI
revista Siete Días Ilustrados
18/06/1968
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