Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Perciavalle y Gasalla
PERSONAJES
LO QUE DIJO MI MAMA

Hace una semana, la culterana grabadora Trova decidió incursionar en otras áreas que no son precisamente las jazzísticas; se dispuso a alumbrar el long play de un dúo que, tenaz y cómicamente, ha sabido gobernar la noche de Buenos Aires (también la de algunos balnearios) : Antonio Gasalla y Carlos Perciavalle. El hecho del disco puede ser una noticia; sin embargo, lo más notable es la presentación que los dos actores han distribuido. Se trata de dos biografías, presuntamente escritas por las madres de los personajes, dos piezas que merecen su sola transcripción :

EL UNO
Lo tuve un 9 de marzo, me acuerdo como si fuera hoy, es que de esas cosas las madres nunca nos olvidamos. Fue a las cinco de la tarde, justo a la hora del té. Siempre fue de esos chicos calladitos, tranquilos; dormía todo el día como un chancho. Su infancia fue como la de todos los chicos, jugaba con sus amiguitos, tenía su triciclo. Pero siempre demostró gran inteligencia y una especial imaginación. Desarmaba moscas para ver cómo tenían colocadas las alitas, trataba de arrancarle la lengua a Carlos, su hermano mayor. Suponíamos con el padre que ésas eran las cosas lógicas que hacen todos a esa tierna edad, jamás nos imaginamos que los dibujos en las paredes, los frascos de tinta reventados sobre los muebles, las casitas de barro construidas en el living, esas cosas que tanto lo entretenían, iban a ser con el tiempo el germen de su sensibilidad artística. Lo que siempre llamó la atención fue su pelo enrulado, todas las otras madres hubieran querido esos bucles para sus hijos, y cuando lo veo, hoy día, pasarse la plancha sobre la cabeza, pienso cómo han cambiado los tiempos. Cuando se recibió de perito mercantil soñábamos con que hiciera la carrera bancaria. Pero el arte lo llamó. Este llamado casi disuelve mi hogar, pero es sangre de mi sangre. Tragué saliva, puse cara de perra a las vecinas, que en el mercado me miraban con sorna, y traté de no oír cuando se codeaban y decían : “Tiene un hijo actor’’. Yo confiaba en el nene. Si una madre no confía en su hijo, quién va a confiar, ¿no? Hoy, su público lo aclama, y yo, perdida en la platea entre la multitud, casi no lo miro, me da no sé qué, ¡soy la madre! Y guardo los recortes de los diarios donde lo nombran. Con un viaje a Europa por delante veo que de golpe la cosa se está poniendo más seria, aunque yo me pregunto, ¿por qué irse tan lejos?, y estoy segura de que cuando vengan sus películas voy a llorar en el cine. Es que para una son muchas cosas de golpe, y, realmente, al oír este disco me parece mentira que pueda decir tantas barbaridades juntas y que no esté aquí y que ya sea de todo el mundo. Será que la fama es así y que en el fondo tengo que estar contenta, como siempre lo estuve de sus dientes, que son como perlas que caen al mar..., de sus ojos intensos, que siempre fueron los más expresivos del teatro argentino..., de su boca de grana, jugosa manzana que me habla de amor..., de que siempre haya sido el mejor actor del país... y cuando entre las ovaciones oigo que alguien dice: “Qué Ideo genial”, pienso que está bien, que le tocó a él, que son pocos los elegidos, los que nacen con su destino, los iluminados que brillan con luz propia como el sol. Y por eso digo con orgullo que soy su madre y que esa lamparita que sigue encendida quizá tenga algunos voltios míos.
Nene, donde quiera que estés, ¡abrígate!
Felisa Mirabel de Gasalla.

EL OTRO
Jamás olvidaré la noche que lo conocí. Llovía, era otoño, yo estaba bastante desarreglada, lista para irme a dormir, cuando intuí que él estaba por aparecer en mi vida. Pese a su aspecto desprolijo y a su pésimo humor, lo quise desde el primer momento. Este amor incondicional me costó el odio de mis hijos, el resentimiento eterno de mi marido, la pérdida del equilibrio de mi hogar. Pero Dios bien sabe que no me arrepiento. Él era tan joven, tan inexperto, tenía una capacidad de asombro sin límites. Yo estaba de vuelta de tantas cosas, que no pude resistirme. Lo recuerdo ensimismado junto a la chimenea de mi chateau en Normandía, maravillándose ante el descubrimiento de los clásicos, de los románticos, impresionándose vivamente frente a los viejos muros de la mansión que había puesto a sus pies. Lo evoco correteando como un chico por el bosque umbrío que rodeaba nuestro refugio. Me parece verlo sonrojándose en presencia de mis amigas que envidiaban la presencia de este ser maravilloso que alegraba mis días. Pero no hay felicidad eterna. Un día lo perdí. Supe también desde el principio que esta hora aciaga tenía que llegar. Pero, a pesar de todo, no me resigno. Ocurrió demasiado pronto. Una tarde tomaba el té con una amiga que había estado vinculada, no sé cómo, con el mundo de la farándula loca. Se llamaba Mistinguette. Lo enloqueció. Le habló de las candilejas, las marquesinas, los aplausos de una noche de estreno, el oropel, el mundo fascinante de los artistas, la loca bohemia. Esa noche mi niño, porque eso era, un niño, no pudo conciliar el sueño. Daba vueltas en su cama, y vueltas, y vueltas. El trágico bichito había picado certeramente en el objeto de todas mis esperanzas. Lo vi partir. Fui fuerte. Sorbí mis lágrimas. Me encerré en un mutismo de años. El tiempo todo lo puede. Hasta lo imposible. Ya no me duele nombrarlo. Hoy hasta puedo leer los recortes que cada tanto me envía su representante. Es un triunfador. El niño mimado del Jet Set International. Puedo decir que me alegro. Era demasiado excepcional, era un privilegio demasiado grande el tenerlo para mí sola. Se debe al mundo. Su arte y su alma pertenecen al universo todo. No tiene límites. A riesgo de ser hereje, afirmo que es casi un semidiós. Hace unos días me enteré que las compañías grabadoras del mundo se disputan la gloria de registrar sus palabras, de eternizar su respiración, de prolongar el milagro de sus semitonos y silencios por los siglos de los siglos. Él sabrá elegir. Es infalible. No puede equivocarse. Espero que su disco llegue a este oscuro rincón del mundo en el que me he recluido. Aunque me destroce el corazón voy a comprarlo. Escucharé una vez más su voz, aunque con ello arruine una vez más mi vida. Y volveré a quererlo, como aquella primera noche que lo conocí, cuando era otoño, yo estaba desarreglada, cuando los inconfundibles dolores del parto me hicieron intuir que él estaba por aparecer en mi vida.
Olga Bustamante de Perciavalle

Primera Plana
01.02.1972
 








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