Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

piscina en el techo
Piscinas
El verano en el último piso


piscina en el techoSólo hay una posibilidad de atravesar indemne los cuatro meses de verano sin salir de casa: la piscina familiar. Claro que los arquitectos destrozan fácilmente esta ilusión cuando responden que un edificio no puede soportar el peso de millares de litros si no fue construido especialmente para ello: “La solución no está en hacer una piscina en casa, sino en edificar una casa con piscina.” Quienes se resisten a esta idea suelen apelar a las piletas de lona, de dimensiones y profundidades más reducidas, pero de parecido encanto para sus hijos.
Sin embargo, la piscina se ha convertido en un elemento clave en los planos que las empresas constructoras presentan a sus clientes; inclusive, la publicidad en la venta de propiedad horizontal está concentrada muchas veces en “la pileta de natación construida en la terraza, para uso del consorcio”. Los sofocantes días de verano, en lugar de volar a una playa o escapar por una carretera en busca de oxígeno, estos propietarios son transportados en un simple ascensor hasta un baño de sol, agua y alturas.
La idea no es novedosa en Buenos Aires y registra antecedentes en la zona residencial. La avenida del Libertador alinea un centenar de fincas con piscinas en sus jardines internos. Pero la modalidad de la piscina aérea fue inaugurada en 1943, cuando Alberto Dodero encargó a los arquitectos Sánchez Elía, Peralta Ramos y Agostini la construcción de una residencia de ocho pisos en Gelly y Obes 2287 con un jardín en la terraza. Bordeada de césped y flores, complementada con vestuarios y baños instalados con lujosos detalles, esa piscina (tres metros par siete) sirvió para identificar a sus dueños entre el aristocrático vecindario.
Años después, la historia política hundiría ese paraíso arquitectónico en un archivo de expedientes: Dodero regaló la casa a Eva Perón en agradecimiento por una operación comercial con el Estado, y a partir de 1956 aquélla pasó a poder de la Comisión Liquidadora de Bienes Interdictos, que instaló allí sus oficinas. Desde entonces, la pileta quedó inhabilitada. “Nos preocupa conservarla en buen estado, pero estamos inhibidos de usarla”, explican sus funcionarios.

Tocar los timbres
Cerca de allí, en un terreno triangular que forman las calles Guido y Newton, un edificio de veinte pisos todavía en construcción ofrece en venta departamentos duplex con una piscina en la terraza. Desde el vértice, los bañistas dominarán un sobrecogedor panorama: el río, los jardines de Plaza Francia y la ciudad en toda su extensión. A un costado, la Recoleta aparece como un pequeño montículo de bóvedas.
La industria de la piscina nació en el país en 1948, cuando Raniero Landini Mediano (ahora apasionado cazador de jabalíes) acudía a las casas de fin de semana y ofrecía construir piletas de natación. En poco tiempo, Landini acumuló una lista de clientes nada despreciable mediante un ardid: enviar cartas individuales a los apellidos inscriptos en la Guía Social. Su empresa fructificó, y de tres o cuatro piletas anuales llegó a 250, a través de una organización de venta que abárcalos puntos más importantes del país. Los que ahora componen su competencia, con una sola excepción (Aranzay, en Adrogué), fueron sus vendedores o sus socios.
Entre los argumentos que esgrime el vendedor de piscinas, hay uno que depara buenos resultados: si su c-asa vale un millón y gasta cien mil pesos en una pileta, el valor total será de un millón doscientos mil. Pero también se utilizan otros recursos que han sido cuidadosamente detallados en los folletos de presentación: “Le facturamos una piscina como tanque receptor de agua. Por lo tanto, según la ley de réditos será considerada como incremento a la capacidad productiva de su estancia y descontable de réditos.”
La evolución en el diseño ha distorsionado las formas rectangulares de la clásica piscina, convirtiéndola en sinuoso complemento del jardín. El agua ya no queda encerrada en un paralelepípedo, pues las paredes se unen al piso en una misma superficie cóncava. Los parquistas aprovechan este nuevo elemento decorativo como un lago artificial e introducen plantas especiales junto a sus rebordes de lajas. Salvo excepcionales triángulos o caprichosas formas trapezoidales, la mayoría de las modernas piscinas son arriñonadas o forman una “ese” alargada. La estética indica que deben construirse a nivel cero.
El precio de estas piletas de natación familiares, construidas con cemento armado, mampostería y forradas de pequeños azulejos, oscila en 160 mil pesos para el tamaño más chico de forma irregular (4 metros por 8); 200 mil (5 por 10), y 280 mil (6 por 12). Las rectangulares son algo más caras, y su financiación suele ser de un cincuenta por ciento en ocho cuotas mensuales.
Las piscinas se benefician ahora con un método de filtración que permite llenarlas una sola vez al año y mantener permanentemente cristalina el agua. La purificación es regulada mecánicamente. Pero a veces, este sistema corre peligro de paralizarse si el dueño de casa no controla las cosas que sus hijos suelen tirar dentro de la pileta. Es común que los juguetes, absorbidos per el filtro, lo taponen.

El ranking
Los vendedores de piscinas recuerdan con humor el caso de aquel cliente que durante años vio postergada su compra “porque mamá siempre decía que nos íbamos a contagiar todos de hongos”. Ni olvidarán jamás la fiesta que dio uno de ellos para inaugurar el chalet, en la que tuvo que zambullirse vestido en la piscina para salvar a su hijo menor que se hundía, aferrado a un triciclo.
Cuando su pileta quedó terminada y el parquista había completado la decoración del reborde, una señora agregó al revestimiento veneciano una larga hilera de patitos de plástico, ¡le pegó algunos caracoles y cubrió la superficie con flores y adornos flotantes. Sin embargo, no recibió miradas tan demoledoras como aquella que exigía a toda costa romper la piscina- en varias partes: “Háganle unas rajaduras; yo quiero un lago, no una pileta común ...”
Las piscinas más , estilizadas, según la opinión de los arquitectos, son las de Alfredo Fortabat (San Isidro); Beng Brander (Máximo Paz); José María Sáenz Valiente (Martínez); Raimundo Segura (Los Nogales) y Julio Brandes (Martínez). La más fastuosa es la que hizo construir el ex embajador Robert Mac Clintock en la sede diplomática de Estados Unidos.

El pequeño mundo
Las piletas de lona impermeable que cubren los patios de millares de departamentos e infinidad de terrazas se agregaron a la industria de la piscina sólo en los últimos años. Sus creadores comenzaron con tímidos ensayos: un piletín de un metro por uno y medio, con 35 centímetros de profundidad, fue la versión original argentina después que los turistas trajeron de Estados Unidos redondas piletas de plástico que podían inflarse y alcanzaban diámetros de dos metros.
El inesperado éxito obligó a pensar en tamaños más grandes. Muchos clientes que regalaban el piletín a sus hijos no podían resistir a la tentación de mojarse junto con ellos en raptos más infantiles que paternales.
“Esto comenzó como el tren eléctrico, que ahora se fabrica pensando en los padres antes que en los hijos”, aseveró el vendedor de una juguetería céntrica. Los fabricantes lanzaron a la venta todos los piletines de lona imaginables. Los hay de 3 metros y medio por 2, y 70 centímetros de profundidad (20.000 pesos). El modelo más pequeño (un metro por uno y medio) cuesta 3.500 pesos; el de dos por uno y medio, 5,500 pesos; y el de dos metros con ochenta por uno con ochenta, 11.000 pesos. Invariablemente, las formas son rectangulares, y la lona impermeable es sostenida por soportes de hierro.
Las piscinas lograron también un milagro: los hijos de los estancieros, absorbidos por la vida de la gran ciudad, aceptan ahora retornar al, campo si una pileta de natación se suma a las comodidades que impusieron las nuevas técnicas industriales.
Ya no se trata de un simple tanque australiano, sino de piscinas algo más que familiares (a veces con medidas de club), de diez metros por cinco. En la zona aledaña a Buenos Aires, las casas de fin de semana, alzan o derriban su precio según carezcan o no de una piscina. Los residentes norteamericanos que proliferan en la región costera (La Lucila, Martínez, Olivos, Beccar, San Isidro) no se aproximan sino a chalets con piletas de natación. Ellos son los iniciadores de la fiebre.
Hasta tres años atrás, las piscinas —como los primeros televisores— cercenaban toda vida privada, eran un anzuelo para los parientes y los amigos. Ahora, al multiplicarse, se han metamorfoseado en un segundo dormitorio, en el único codiciable durante los veranos.
PRIMERA PLANA
5 de enero de 1965
Gelly Obes 2287 Ciudad de Buenos Aires
vista aérea de la piscina en el Mº de Seguridad de la Nación

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