Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Primera Plana
La historia secreta de la revista Primera Plana
Durante trescientas cuarenta y cinco semanas una publicación argentina, Primera Plana, escribió la historia de este país y de los acontecimientos mundiales. Empresa que, como todas las que se realizan con pasión y valor, deflagraba intensos riesgos. Uno de ellos, quizá no el peor, era el de la clausura por orden del gobierno. Tal amenaza fue un hecho hace cinco meses. En este lapso, y a lo largo de los siete años que vivió la revista desaparecida, mucho se dijo, a su vez, sobre la “historia secreta’’ de Primera Plana. Lo que sigue es una primera aproximación tentativa a la intimidad de ese proceso.

Onganía: Esto quiero que se cumpla de inmediato. Terminen con esa revista ya, ahora mismo.
Imaz: Muy bien, presidente.
Onganía: Sin contemplaciones, Imaz. Esta vez se pasaron...
La petit-histoiré del periodismo argentino quizá no registrará jamás este diálogo supuestamente habido entre el presidente y su ministro del Interior en el anochecer del día 5 de agosto de 1969. En cambio, curiosamente, es probable que la colección de Primera Plana en sus siete años de existencia -desde noviembre de 1962- acumule el mayor handicap de desafío periodístico, en el orden mundial, a un gobierno fuerte.
Cada semana, por cierto. Primera Plana salía a comprobar cuáles eran los limites que la libertad de prensa rescataba en la Argentina, como audacia siempre en crecimiento. Cuando, por fin, el gobierno dictó el ukase represor no sólo pareció concluir un juego peligroso que convocaba a seguros lectores: también no pocos expertos estimaron que finalizaba -sin remedio -el formidable experimento noticioso creado por el talentoso periodista Jacobo Timmerman, más como con los fuegos de un cañón que con el plomo de las linotipos. Fuegos despiadados que en esos siete años y juntamente con “Confirmado”, otra creación de Timmerman, cobraron una pieza de caza mayor, no otra que la del presidente Illía. Otro presidente, expedito y terriblemente celoso de sus fueros, precipitó uno de los acontecimientos del año al acallar las bombardas de Primera Plana sobre la Casa de Gobierno. Primera Plana, sin embargo, se convirtió en Ojo primero; después en Periscopio y en Señoras y Señores; últimamente en Periscopio, otra vez. “Déjelos, déjelos —habría dicho días pasados Onganía a Imaz—, que este Periscopio no tiene submarino, y si lo tiene es ya inofensivo”.
Durante varias décadas la revista semanal de noticias, norteamericana. Time, fue un cielo deseado en castellano por exigentes periodistas y lectores latinoamericanos. En la Argentina. la ocurrencia de recrear a Time la tuvieron otros periodistas antes que Timmerman. Todos fracasaron, pero sin duda una tentativa que convocó ilusiones fue la de Luis E. González O’Donnell con la revista Usted - fines de 1956 a marzo de 1960- y en cuyo breve staff militaron Rogelio García Lupo y Santiago Pinetta. La audacia de aquellos años paralizó, antes que promover, el apoyo publicitario y Usted fue autoclausurada por la Editorial Vea y Lea.
Cuando Jacobo Timmerman, un hombre de prensa filoso como una sevillana, se puso a la tarea de hacer su propio experimento, tenia tras suyo el respaldo conjunto de jefes militares en actividad y millones de pesos en efectivo. Amigos íntimos de Timmerman, quien en 1962 tenia 45 años, relataron así para EXTRA los entretelones de la fundación de Primera Plana: “Tras el triunfo azul en setiembre de 1962, los entonces coroneles Horacio Guglialmelli y Mariano de Nevares, en diálogo con Timmerman, concluyeron en que el Ejército Azul carecería de prensa favorable. Timmerman resolvió asumir la misión de convencer al empresario Raimundo Richard para que colocara el capital necesario, unos ocho millones. Richard no hesitó en poner el dinero y designó como administrador y representante de sus intereses a Victorio Italo Sebastián Dalle Nogare, una persona sin trabajo hermano de un amigo suyo. Quedó conformada entonces la S. R. L. Danoti, nombre integrado por las primeras silabas de los apellidos de Dalle Nogare y Timmerman. La línea de la publicación debía ser siempre la del Ejército Azul. Y así fue”.
'‘Quiero un número cero de oro”, solía decir Timmerman en aquellos días. Y al instalarse en el piso 10 de Perú 367, el flamante zar tuvo su alfombra roja, el mejor mobiliario, aire acondicionado, fuertes y hábiles secretarias. Seleccionó con rigor un panel de excelentes periodistas profesionales y en este caso no pudo olvidarse de la revista Usted. Quizá por ello convocó a Luis E. González O’Donnell, a quien había conocido mientras construían juntos pioneras columnas políticas en La Razón. Llamó también a García Lupo, quien por fin se negó a colaborar, declarando al irse que necesitaría un psicoanalista para sobrevivir a las tormentas de Timmerman. El bravío Carlos Aguirre —con fecundas experiencias en Cuba y Argel— también estuvo allí. Dos ex redactores de cine y espectáculos de La Nación, Tomás Eloy Martínez y Ernesto Schóó, desembarcaron casi juntos en el piso 10 para pensar aquello que Timmerman se empeñaba en designar cover back, o sea la parte de atrás de la revista. Una zona plena de frou-frou, anticipos de libros y películas, criticas atroces, intimidades y ráfagas hirvientes o heladas de petit-histoire. El curioso admirador de Francisco Franco, el imaginativo Osiris Troiani, preparó la sección internacional y consecuentemente sus interminables periplos. Ramiro de Casasbellas —née Ramiro Manlio Casasbellas se unió prontamente a Martínez y Schóó. Santiago Pinetta le apretó el cuello a la realidad, para exigirle aquello no contado. Manuel F. Olveira ofició de archivero invencible y el gran fotógrafo Jorge Miller hizo el dramático relato con sus cámaras.
Sara Gallardo habitó esa redacción con un sigilo de sonrisas. Armando Alonso Piñeyro comenzó a convocar datos, imprescindibles, trepado a cada carilla como un duende de sonrisa barbada. Felisa Pinto llegaría luego con pimpantes anuncios sobre modas. el coruscante devenir de la highlife y un inapelable sentido de cuanto es frívolo, dichoso, sofisticado y olvidable. Alberto Laya, jefe de deportes de La Nación, halló desde su pasión periodística el hueco para sostener con firmeza una columna firmada. Otra llegó desde Estados Unidos, increíblemente desbordante de inteligencia y humor: fue Art Butchwald. El examen de la economía, los negocios y finanzas sería provisto por Guillermo Kirsch. También por Julián Delgado, un Job para llegar a la carilla. Dos veces Job, arribo más tarde Mario Sekiguchi, con el santo y seña de las cifras exactas. La actividad musical quedaba con el talento de Rodolfo Arizaga. Estos nombres, lo recordable del primer staff de la revista, sudaron en ese verano del 62-63, pese al aire acondicionado y gracias a las genialidades irritantes de Timmerman, quien insólitamente recibiera el bautismo para su publicación de un abogado, no de un periodista. Es que Primera Plana como título se le ocurrió a Emilio Weimschelbaum, letrado del director.
Las exigencias de Timmerman no quedarían circunscriptas al panel de periodistas. Se afincó, asimismo, en el área peligrosa de la publicidad y no se equivocó tampoco. El ungido fue Roberto Socol. imprescindible en la hora del milagro. Hombre de inmenso sentido de la comunicación, incapaz de deprimir a nadie, fue tabla de salvación en la hora difícil de los conflictos internos de Primera Plana. Mediador eficaz supo transformar las acideces en dulzura. A tal punto que puede decirse que Roberto Socol le puso azúcar a la agria vida de la publicación. Azúcar y pesos. Dalle Nogare, el administrador, debió prácticamente licitar el mejor papel, la mejor imprenta posible. Era difícil satisfacer a Timmerman. Por allí anduvo rondando un experto, sumo sacerdote de imprentas tal vez, Alberto Contreras. Algunos de sus consejos fueron escuchados por el impaciente zar. Sobrevino la terrible batalla del mono, la diagramación general, la tapa. El diagramador Francisco Rojo Anglada pudo convencer tras centenas de ensayos. John Fitzgerald Kennedy, en una fotografía de U. P. I., iluminaría por fin el Nº 1 de Primera Plana, el 13 de noviembre de 1962.
Sin embargo, todo cuanto se ha relatado hasta ahora nada diría, si se olvidara en la historia de la creación y desarrollo de Primera Plana la lucha por la obtención de un estilo, destilado en Estados Unidos, pero absolutamente nuevo aquí, según la comprensión de Timmerman. El primer paso para lograrlo consistía en definirlo desde la dirección y la jefatura de redacción al staff operativo. Primero, entonces: el buscar antecedentes, back-ground, con rigor y sin piedad: con lucidez y sin miedo para preguntar o arrancar, sabiendo cuanto se había publicado en los medios periodísticos con el fin de rastrear y capturar lo nuevo; con simpatía inicial y comunicatividad, con seriedad, aplomo y dignidad profesional. Sin prometer nunca nada a los entrevistados. Segundo: ya en posesión del back-ground, el decidir la nota a publicarse, fijando una política de selección de esos datos, así como su enhebración, fundamentalmente su copete y remate. Tercero, obviamente, Jacobo Timmerman podía tirar la nota a la basura; proclamar que todo lo hecho resultaba una nefanda bazofia; poner sus pies sobre el escritorio inmenso y taparse la cara con la quinta, la sexta; tal vez levantarse de un salto, decir malísimas palabras y otear desde el décimo piso las ventanas de la secretaria de Guerra, el río o vaya a saber qué. Sorpresivamente reírse y anular toda ofensa con alguna agudeza o un golpe de afecto inolvidable.
Lo esencial es que nada en las páginas de Primera Plana podía ser al azar. Cada palabra debía ser pensada, para conseguir un efecto previamente analizado como deseable. La línea política nacional estuvo férreamente vigilada por Timmerman y dejó cierta libertad de acción a Osiris Troiani en lo internacional. En cambio, la libertad fue virtualmente absoluta para Martínez, Schóó y Casasbellas. Schóó obtuvo rápidamente el control de cuanto fuera teatro y artes, si bien Arizaga mantuvo bastante independencia como critico musical. En cinematografía y literatura la hegemonía fue compartida por Martínez y Schóó, con leves intromisiones de Troiani y la plena vigencia de Schóó en algunas especialidades literarias. En economía, la consulta al director fue permanente hasta que Julián Delgado aposentó su prestigio y surgió un laisez-faire que no incluía escapar al diktak fundamental.
Al ponerse en marcha la aventura no había periodista argentino que hubiera sido sometido a tal infierno. “No están preparados insistía Timmerman—, pero van a aprender, y si no que se vayan’’. Exigía una permanente selección de la noticia y que se descubriera la proporción necesaria de cada material.
Si una nota no descubría nada, no podía publicarse. El nuevo pope de la prensa semanal sabría pronto que a la gente le interesaba más lo nacional que lo internacional. De política, Primera Plana dio un 15% y fue suficiente por lo detonante. El esfuerzo brutal consistió en convencer a los empresarios que no era peligroso publicar avisos en una revista con sentido político, sino saludable y vendedor. Una forma de vencer la vieja mentalidad, de ahuyentar los fantasmas del miedo, la encontró Timmerman al asociar a Primera Plana con Newsweek, la competencia de Time en los Estados Unidos. Esta asociación consistió en un canje de material. Al cumplirse el primer año de la fundación ya era un hecho irrefutable que se había creado un mercado. Danoti S.R.L. ganaba dinero, mucho dinero, y hasta se permitía desaires tales como rechazar avisos por razones de estética o política editorial.
Primera Plana comenzó, así, a ser poder real. Un vicio también. Lanzaba andanadas que pronto llegaron a ser temidas. Timmerman puso en 1963 su pasión al servicio del frente nacional, cuyo candidato aparente seria Vicente Solano Lima y el verdadero, el hoy presidente Onganía. El fracaso del frente, el surgimiento inexorable de la proscripción tal vez haya sido terrible sorpresa para un periodista excelentemente informado como él. Pero no ya una sorpresa, sino un golpe mortal para su permanencia en la cúspide de Primera Plana fue el ungimiento de Arturo Illía como jefe del Poder Ejecutivo.
En ese momento, comenzó la guerra contra Illía. Feroz. Fuentes insospechables explicaron a EXTRA el alejamiento de Timmerman, según este relato: “El vicepresidente Carlos Perette convenció a Richard que volcara la revista en favor del radicalismo del Pueblo. Como correspondencia, el oficialismo solucionaría amistosamente dificultades que sobrellevaba la empresa automotriz IAFA, de la que Richard era principal. Timmerman no quiso transar y se fue”.
Quienes asistieron de cerca a este proceso del final de Timmerman en Primera Plana recordaron que las negociaciones fueron dramáticas. El 10 de julio de 1964 Jacobo Timmerman reunió en su casa a O’Donnell, Casasbellas, Delgado y Martínez. Anunció que acababa de vender su parte —la cuarta— en Danoti S.R.L. por doce millones de pesos. “A ustedes —enfatizó— les pido que continúen”.
Sorpresivamente, entonces, Dalle Nogare asumió la dirección de Primera Plana. Sin experiencia periodística alguna, en el pasado había sido vendedor de géneros, debió ser asistido por los sucesores natos del poder de Timmerman. Nogare propuso transformar la publicación en un semanario para la familia, pacífico y tranquilo, tradicional y patriótico. La respuesta, en bloque, de los periodistas avezados disparó un no significativo. El ritmo Timmerman continuó un tanto amenguado al comienzo, después sobrevino la batalla total contra Illía, unas hostilidades que el viejo lobo ya había reiniciado desde su nueva revista Confirmado, pero ésa es otra historia. En la guerrilla interna por el poder, triunfó Ramiro Manlio Casasbellas. O’Donnell fue a Abril para fundar Adan, también otro relato. Una bomba de plástico destruía la residencia de Dalle Nogare a fines de julio de 1964. No hubo víctimas. Nogare reveló no tener enemigos conocidos.
Muchas altas y bajas de periodistas hubo en estos siete años en Primera Plana. Algunos se fueron y volvieron, tal el caso de Santiago Pinetta, autor de la Historia del Peronismo con la cooperación de Héctor Grossi, una serie apasionante que acercó a Primera Plana millares de lectores, tarea que después continuarían otros. O el de Carlos Villar Araujo, creador de sutiles paciencias para acercarse a la verdad. Julián Delgado se fue, poco antes de la clausura, para fundar Mercado. Tomás Eloy Martínez pasó al staff superior de Abril y publicó su novela Sagrado.
¿Qué fue Primera Plana esencialmente? Es preciso repetirlo, una de las formidables aventuras periodísticas en el mundo de habla hispana que, en cortísimo tiempo, obtuvo éxito y prestigio. Convirtióse en un medio de poderosa orientación de la opinión pública, fielmente leída por los dirigentes nacionales en todos los niveles. Se atrevió a crear una política en el campo de las letras y de las artes. Obligó a millares de argentinos a entender un idioma muchas veces sofisticado; recibir un lenguaje de expresión, cuya tendencia fatal solía ser cada vez más el desdén como sistema de defensa, quizá, de la torre de marfil que realmente quería ser; a aceptar como hecho indiscutible el diálogo más absurdo o la anécdota más desconcertante; a sentir cuán rápidamente pueden transformarse en despojos: poder, honor y belleza, ciertos o supuestos, bajo el rigor y la impiedad de la palabra. Obligó, es un detalle imprescindible, a los empresarios a compartir sus anuncios con el riesgo político. Y en definitiva compelió a millares de argentinos a pensar, a inquietarse, a vivir intensamente el devenir de la Argentina y el mundo.
Nadie todavía puede atreverse a hacer, para Primera Plana, un epitafio.
Por que en verdad merece ser Ave Fénix y renacer de las cenizas que es hoy la libertad de prensa en la Argentina.
Revista Extra
01/1970
Primera Plana

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