Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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REMATES
Un puente al pasado

“Qué lo van a rematar... Hace siglos que dicen lo mismo y ahí lo tiene, levantado pero en buenas condiciones”. Juan Caromi, vendedor ambulante de peines y ballenitas, no cree en lo que anuncian los diarios. “La gente habla...; qué va a hacer si no”, agrega, mientras cambia de mano su abanico de peines como a punto de realizar un truco maravilloso. "Y cómo no va a hablar... —Nicolás Di Sábato tira su pala, alza los brazos y llena el cielo de gestos, quizá para conjurar definitivamente la rebeldía de un castellano cada vez más difícil—. ¿Rematan el país y no van a rematar un puente... Antes de que la ironía se transforme en siciliana protesta, el vendedor enfila hacia la avenida Mitre donde, en cualquier esquina, el golpeteo de sus ballenitas pondrá a prueba las virtudes del plástico y la elegancia de la gente. Di Sábato recoge la pala y “a otra cosa”, masculla. Las aguas del Riachuelo, irisadas de aceite, no se inmutan por esa decisión. Tampoco el puente, cuyo espinazo quebrado —y, a partir del viernes 13, rematado— se eleva abierto en dos brazos que ya no cubren ambas orillas.

LOCURA DE REMATE. Quizás porque el acero se asocia más a una imagen belicosa antes que plástica, todos, las autoridades inclusive, atribuyen el nombre del puente Pueyrredón a las glorias marciales de don Juan Martín. Sin embargo, la estructura que hasta 1970 unió a Avellaneda con Barracas, tomó su nombre del pintor Prilidiano Pueyrredón. Este, además de ser hijo del anterior, decidió, en 1868, prolongar sobre las aguas del Riachuelo, entonces no tan turbias, el Camino Real del Sud. Entre los tornasoles del atardecer y los mechones verdes de una pampa aún cercana, Prilidiano imaginó un proyecto de base giratoria para facilitar la navegación. Sólo olvidó que, a menudo, las aguas socavan los más hermosos sueños: apenas iniciados los trabajos, la estructura se desplomó sobre un Riachuelo indiferente. El pintor, empecinado, decidió reforzar un segundo intento apelando a la ayuda del ingeniero Otto Von Armin, cuya ascendencia prusiana parecía garantizar una solidez indiscutible. Salvo un detalle: en 1871, meses antes de que el puente se terminara, Prilidiano Pueyrredón declinó definitivamente sus pinceles. La muerte le jugó la última carta. Diez años más tarde, la inundación completó esa partida: el puente fue barrido sin piedad.
Con el siglo, uno nuevo, esta vez levadizo, fue tendido entre las márgenes del Riachuelo., Sin embargo, en 1928, Hipólito Yrigoyen autorizó a montar una estructura más moderna. Le tocó al general Uriburu cosechar las glorias de una inauguración que fue fastuosa: un patriciado exultante trajo un hálito europeo a esas orillas que, a medida que se iban poblando de malevos, obreros y anarquistas, más olían como si fueran la misma axila de la ciudad. Por eso, cada vez que un gesto aluvional y zoológico se insinuaba desde las orillas de Avellaneda, el puente Pueyrredón, con la cremallera en manos ajenas, debía encogerse de hombros y cerrar el paso.
“Y la verdad es que lo sacan por puro molestarnos —afirma el hombre entre una tanda de bocanadas que huelen a historia—. Si no, cómo se explica, porque hasta lindo es el puente” Está sentado en el umbral y su mirada traza un puente propio entre el viejo Pueyrredón y la punta de sus zapatillas. "Y póngalo, porque a mí no me gusta predicar en el desierto: lo rematan de prepo”. Deja el umbral como para estar a la altura de sus frases. El auto-designado “N. N. de la Colina” es palmoteado por algunos vecinos que ahí no más deciden proclamarlo presidente o, por lo menos, comandante en jefe.

EL VACIAMIENTO TOTAL Los vecinos de Avellaneda y Barracas están en pie de guerra. Una Junta Interinstitucional agrupa a asociaciones comerciales, clubes de barrio y centros de fomento. “Recorrimos todos los pasillos y esperamos en todas las antesalas —explica Luciano Badía, integrante de la Mesa Directiva de la Junta—; enviamos telegramas al intendente, al gobernador, al presidente, a los ministros, y todo fue inútil. Es cierto que el nuevo puente de cemento facilita el tránsito de vehículos, pero no tiene en cuenta al peatón. Antes, para ir de Avellaneda a Barracas, uno tenía que recorrer nada más que 200. metros; ahora, no sólo hay un kilómetro y medio y 135 escalones, sino que los lugares de ascenso y descenso peatonal están ubicados en zonas totalmente inhóspitas. Todo esto huele a negociado.”
Mientras tanto, en forma solapada, se despliega un sistemático sabotaje. "Los camiones se llevaron los motores Siemens y la cremallera rumbo a la isla Demarchi. Nos lo dijeron los choferes.” Los vecinos hierven en comentarios. “Esto viene de arriba —bajan la voz—; la otra noche incendiaron a propósito la casilla de comando.” Con el puente, muere el próspero comercio de Vieytes y Luján, el valor de la propiedad y, además, sucesos íntimos, luchas sociales, / largas sobremesas al filo de la aurora, / tantas ansias de ver y vivir / y el corazón que no ha podido saciarse. N. N. de la Colina toma el libro y lee: "Versos... Tuñón... Ah”. Para los vecinos, ese comentario es una prueba más de que la reciente proclamación no ha sido en vano. Un camión vocifera: "Hoy, a las 18 horas, todos juntos impidamos el remate".
No fue necesario. Al no aparecer ningún postor, el remate no se realizó ni se fijó nueva fecha.
Revista Panorama
19/04/1973
 
 

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