Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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RADICALES Entre el acuerdo y la crisis El martes 24, por la tarde, en su despacho del cuarto piso del Comité Nacional, Ricardo Balbín recibió una invitación formal; Héctor Cámpora convocaba, para almorzar en el hotel Savoy, a los que integraron, a lo largo del proceso de institucionalización, la mesa de La Hora del Pueblo. El miércoles 25, bajo el cielo nublado y la llovizna, Balbín, Luis León y Enrique Vanoli entraron al Savoy. Por supuesto, la invitación de Cámpora no fue aceptada sin deliberaciones ni cautelas; y tampoco sin gestiones previas: Alejandro Díaz Bialet, senador electo por la Capital, habría sido el encargado de aclarar al secretario del Comité Nacional de la UCR, Enrique Vanoli, el sentido y el tono que imperaría en la reunión. Durante tres semanas la convocatoria de Cámpora se había perfilado en el horizonte político del país; .durante largos veinte días la posibilidad fue evaluada y revisada. Cuando la reunión terminó, ningún observador agudo se sintió defraudado. El almuerzo del Savoy fue, por sobre todo, un hecho institucional, un puro mecanismo formal, calculado con anticipación, medido en su importancia por todos los sectores, que no buscaba producir efectos dinámicos sino revelar, marcar con colores nítidos, un estadio de la situación política. Por lo menos la conducción nacional del radicalismo lo entendió de esta manera. No se trataba, en suma de gestar alianzas o desmenuzar oposiciones, sino de recontar, públicamente, los "elementos cívicos” que compondrán las etapas inmediatas del futuro. LA FILOSOFIA DEL ENCUENTRO. La conversación fue amable. Cámpora asumió, para Ricardo Balbín y sus acompañantes, una psicología desconocida en las reuniones anteriores de La Hora del Pueblo. Un aire de franqueza había reemplazado algunos ariscos ribetes de negociador que antes usara; el presidente electo habló con soltura y no escatimó indicios. Pero, por encima de los gestos amables y del despliegue de modales, los radicales consideraron que el intento justicialista de plasmar en una "fotografía histórica" las coincidencias de la agrupación horista, casi al borde de asumir el gobierno, contenía una "promesa política". Quizá abonando una cuota más del "alto precio” que Balbín estima que comenzó a pagar en marzo de 1971, el líder radical asistió al Savoy para verificar el despejo de una incógnita que aún subsiste en las prevenciones y sospechas con que más del 40 por ciento de los argentinos observa la llegada al poder del movimiento encabezado por Juan Domingo Perón. ¿Pero existe una promesa, por lo menos tácita, hecha por el Justicialismo? Los radicales entienden, a estas horas, que sí. ¿Por qué? Porque si bien el peronismo busca que la UCR sea la oposición positiva, reconocida y legal de su gobierno (de su régimen de gobierno), los radicales negocian, hasta ahora con buenos frutos, la definición del mismísimo marco de su propia oposición. Se entiende: quien decide jugar, y busca un oponente leal, manifiesta en gran medida su aptitud para una redacción conjunta de las reglas del juego. Y si se piensa que para la UCR estas reglas de juego se escribieron hace rato, y son conocidas a fondo, se entiende, a la vez, que el Justicialismo transige. En la reunión del Savoy se asistió, entonces, a la manifestación pública de una transacción. En el breve aparte que sostuvieron Cámpora y Balbín la propuesta aceptada por ambas partes habría sido una política de contención de los sectores extremos de los dos partidos mayoritarios. Nada más; pero nada menos tampoco. Esto es un acuerdo formal. Y si —como muchos piensan— los días del Frente Justicialista como identidad política están contados —“el Frejuli ya ha cumplido su misión”— y Perón se prepara a acentuar, a su regreso, la vocación de "unidad nacional” de su movimiento, quizá las siluetas individuales del peronismo y el radicalismo comiencen a insinuarse —haya o no gabinete compartido— como dos columnas básicas, en la arquitectura política de la Argentina de los años que vienen. A pesar, también, de los explosivos y disparos de la guerrilla; y sin olvidar que las Fuerzas Armadas pueden no estar dispuestas a soportar algo que se parezca al peso de una espada ajena en la marca final de la balanza. LAS CONVERSACIONES INTERMEDIAS. Mientras la conversación en la cúspide se celebraba, los mandos intermedios de las agrupaciones también cambiaron ideas. Alguien observó, por ejemplo, que Victorio Calabró, vicegobernador electo de la provincia de Buenos Aires, el diputado nacional Carlos Gallo y el jefe de prensa del Comité Nacional, Rafael de Stéfano, conversaban por espacio de una hora y media en una sala lateral. El viernes 27 tuvo lugar, en algún estudio del centro de la ciudad, una reunión entre uno de los legisladores electos más importantes del radicalismo y un par justicialista en el orden provincial. Y los ejemplos abundan. Por supuesto, nadie cree que los enfrentamientos parlamentarios argentinos adopten, en el futuro inmediato, algo que se parezca al fair-play británico. Pero quizás exista un marcado progreso en el "proyecto" de la relación política. El miércoles 25, también, comenzó una complicada historia de ofrecimientos; para el matutino La Nación, _en su edición del jueves 26, el peronismo habría propuesto a dirigentes radicales la conducción de sectores vinculados a la política energética. La cúpula justicialista —los allegados a Héctor Cámpora— tenían consideraciones formadas sobre el caso. Mientras el Comité Nacional se encargaba de desmentir y reiterar que "el partido seguía entendiendo que la posibilidad del gobierno compartido se ciñe al ámbito estrictamente legislativo”, el viaje a Madrid del senador suplente Francisco Sánchez Jáuregui alteraba en profundidad los ánimos internos, quizá funcionando como mecha de una situación que se tornó explosiva después del ballotage del domingo 15 de abril. El caso Sánchez Jáuregui —el senador suplente viajó en el mismo avión que Héctor Cámpora para negociar, presuntamente, el acceso de Raúl Zarriello a la intendencia de Buenos Aires, lo cual le permitiría ocupar una banca en la Cámara Alta— tuvo un doble efecto; sirvió, por un lado, para que Ricardo Balbín desmintiera cualquier posibilidad de conversaciones paralelas con el líder justicialista, al calificar el viaje de "irrelevante”, y desautorizar el carácter partidario de la gestión; a la vez dio pie para que Raúl Alfonsín y el Movimiento de Renovación y Cambio (MRC) encontraran el momento propicio para lanzarse a la arena de la lucha interna. LA EMBESTIDA DE RAÚL ALFONSÍN. En una conferencia de prensa, el viernes 27, el MRC puntualizó "cuatro errores básicos" de la conducción nacional. El sector interno liderado por Raúl Alfonsín acusó a la dirección política de Balbín de haber indefinido la imagen del partido a los ojos del electorado, negándose a ejercer una dura crítica antioficialista, y dando una "imagen de continuismo"; por lo que "no se distinguió a la UCR de aquellos sectores de las Fuerzas Armadas decididamente determinados a concluir con el régimen”. Además, Alfonsín indicó que la prédica electoral hecha sobre la plataforma fue débil, porque dio la sensación de que “la UCR pretendía disculparse de la osadía de haber agredido en su programa a los intereses que tradicionalmente han conspirado contra la realización de la Argentina". Luego afirmó que se había incomprendido a la juventud, por cuyas inquietudes "nada se hizo”, y que la prédica de pacificación sólo aparentó ser una disimulada defensa del statu-quo. El alfonsinismo solicitó la reorganización del partido; propuso que la conducción, luego de las renuncias de todos los dirigentes, recayera en una junta provisional, y que se procediera a la revisión y renovación de los padrones. Alfonsín se proclamó, en persona, partidario de la amnistía total, y calificó el documento de la Juventud Peronista como "positivo", aunque negó que fuera partidario de la creación de milicias armadas. La embestida de Alfonsín era esperada: sus términos fueron anticipados por el caudillo de Chascomús en una audición radial, el miércoles 25, mientras Ricardo Balbín y Héctor Cámpora conversaban en el Savoy. La dura desmentida a la gestión de Sánchez Jáuregui por los dirigentes de la Casa Radical cubrió, también, este aspecto; porque el alfonsinismo alega este caso como prueba de que la conducción nacional prosigue una línea que puede conducir a la colaboración del partido en el próximo gobierno, y la pérdida definitiva de su independencia, desvanecida por los cabildeos con un peronismo que, para el MRC, cumplirá una trayectoria programática muy distinta de la plataforma radical. Algunos analistas no titubean al señalar que el triunfo del Frejuli en Córdoba, además de ser un rudo golpe para el MRC, causó un proceso de autocrítica que comenzaría, al poco tiempo, la búsqueda de culpables en el campo balbinista. Quizás el alfonsinismo se equivoque: la fórmula Ricardo Obregón Cano-Atilio López no fue, precisamente, la opción de las derechas, y, a despecho del aire renovador, anticontinuista, y del intenso despliegue programático de Alfonsín y Conrado Storani, los cordobeses la prefirieron. La última reunión del Savoy, y el viaje de Sánchez Jáuregui, es posible que hayan otorgado a Raúl Alfonsín la primera oportunidad táctica para hacer estallar su descontento. Su aprovechamiento se justifica: el largo intervalo de catorce meses que separa a la UCR del próximo comicio interno puede abundar en imponderables, y sometería al MRC a un extenso desgaste preparatorio. Porque, al fin y al cabo, un firme y mesurado comienzo, dialoguista y respetuoso, del gobierno del Frejuli, significaría el acierto político de Balbín y la perpetuación de su equipo. El plazo de uno o dos meses marcado por Alfonsín para una decisión definitiva del Comité Nacional sobre los planes renovadores no es exiguo. Las consecuencias de una respuesta negativa pueden significar, incluso, la escisión partidaria. Para el balbinismo, Alfonsín no comprende "la magnitud ,del proyecto pacificador”; para el MRC, la política de la conducción destruirá al partido sin grandezas. La búsqueda conciliatoria a través del "barajar y dar de nuevo" reclamado por Raúl Alfonsín no es fácil para el radicalismo. Revista Panorama 03.05.1973 |