Mágicas
Ruinas
crónicas del siglo pasado
![]() |
Alfonsín: la maratón de las playas Resulta difícil mensurar su personalidad, pero cuando se zambulle en el diálogo desborda todos los moldes. Es imprevisible y dijo pasar por Mar del Plata haciendo política. El motivo fundamental de su visita era, en realidad, compartir preocupaciones y analizar la situación argentina con la gente radical, una actividad que a la manera de una maratón hizo en varias localidades balnearias. No obstante —y aunque confesó que “sólo tengo tiempo de mirar las olas de refilón”—, se lo vio menos eléctrico y fumador (quizá por la escasez) ya que no enciende —como hasta hace poco— cada cigarrillo con la colilla anterior. Hace pausas. Risueño, por momentos locuaz y a la vez tímido, Raúl Alfonsín (46, seis hijos) asumió sin prejuicios la requisitoria periodística enfocada a mostrar un ribete desconocido del hombre público. Una tarea ímproba que Siete Días abordó eludiendo las normas del reportaje orondo y formal que se aplica generalmente en estos casos. Lo que sigue es el contrapunto que se desarrolló ante una troupe de correligionarios y seguidores del político. —¿Cómo está, doctor? —Yo, perfectamente, aunque bastante afónico. —No, no. Usted no, el país. —Ah, eso. Bastante afónico. —¿Qué es lo más positivo de su paso por Mar del Plata, doctor? —Los contactos con una buena parte de esta ciudad; el haber realizado un acto con la presencia de 10.000 personas; el poder satisfacer la curiosidad de los representantes del quinto poder en una conferencia de prensa. —¿Hizo playa? —Con mucha tristeza le tengo que confesar que no; aunque soy un apasionado del mar. —¿Qué le parece eso de la Ciudad Volcánica que está reemplazando a aquello de la Ciudad Feliz? —Me parece sensacional ya que esto tiene mucho de volcánico en todo sentido. —De poder cambiarle el nombre a Mar del Plata, ¿qué nombre escogería? —Alfredo Palacios, por el socialismo que siempre hubo en Marpla; aunque, claro está, habría que terminar con el Casino. —Hablando de Casino, ¿le quedó tiempo para concurrir y hacer alguna apuestita? —Apuestitas a mí, che. No: a mí no me gusta el juego. Antes si. Claro que cuando más chico era, lo que se dice, un timbero bárbaro. —¿Y no le gusta ningún tipo de juego, ahora, doctor? —Bueno, a veces juego al ajedrez. —¿Y a la política? —Jamás. A eso sí que no se debe jugar. —¿Usted acostumbra darse vuelta cuando por su lado pasa una linda turista? —Hummm. Sabe que tiene razón, aquí está lleno de lindas turistas. —Entre nos, doctor: ¿Usted acostumbra decirles piropos? —Oh, no. Soy un muchacho tímido, ¡qué se le va a hacer! —¿Nunca fue piropeador? —En mi vida. Es que nunca dejé de ser tímido. —¿Qué opina de Siete Días? —Creo que es una revista ágil (aunque, entre nosotros, no la leo nunca). Pero ojo, esto no lo vayan a publicar, porque, en realidad, qué ganan. —¿Qué es lo más frívolo de su vida, doctor? —Este, lo más. . . hummm, mire qué preguntita me hace, che. —¿No hay nada frívolo, nada? —¡Mire, la verdad que no se me ocurre... qué vivo: ¿por qué no me contesta usted qué es lo más frívolo suyo? —Y bueno, el haberle formulado esa pregunta; pero, ¿y lo más SERIO? —Pienso que el haber constituido una familia. —¿Cuál piensa que es su destino en el mundo, doctor? —Realizarme y ayudar a realizarse a los demás. —¿Qué significa Alfonsín en el futuro político argentino? —Eso dependerá de muchos que no se apellidan Alfonsín; creo que de unos 500 mil afiliados. —¿Con qué político le gustaría conversar largo y tendido? —Con Mao Tsé-tung. —¿Por qué? —Porque ha hecho una revolución que todos conocemos. —¿Qué preguntas le haría? —Le pediría que me informase sobre los orígenes de su militancia. —¿Qué es un político para usted, doctor? —Alguien que debe ser muy desinteresado. —¿Y un político de vacaciones? —Mire, eso me parece que es un absurdo. —¿Cuándo fue la última vez que usted remontó un barrilete, doctor? —Eso no lo ponga porque es un quemo. Sabe que nunca pude remontar un barrilete. —¿Fue a ver algún espectáculo determinado, en Mar del Plata? —No, no fui; pero creo que además no me hubiera gustado. —¿Cuál es la última película que vio? —La última película. . . Cabaret. —¿Cuándo fue la última vez que salió con una turista? —Le digo la verdad: ya ni me acuerdo. Calcule que ahora cumplo las bodas de plata matrimoniales. —¿Es cierto que en la escuela se llevaba Educación Democrática a examen? —¿Quién le dijo? No existía esa materia. —¿Cuántos autógrafos firmó hasta hoy? —No me acuerdo de la cantidad, pero en los actos firmo muchos. —Perdón, doctor, ¿usted mastica chicle? —No, como pastillas de menta. —¿Vino? —¿Quién vino? —No. ¿Le pregunto si usted toma vino? —Ah, sí, por supuesto, me gusta el vino. —¿Tiene una casa de fin de semana? —No. Tengo una casa de toda la semana. —Doctor, supongamos una cosa: usted Presidente de la República, las cámaras de televisión y los micrófonos radiales lo rodean. ¿Cuáles serían sus dos primeras palabras en ese su primer discurso presidencial? —Muchas gracias. —Y de ser guardavidas en la Bristol. ¿Qué le diría a los bañistas? —Tengan confianza. —¿Le hubiera gustado ser Jefe de Policía? —No, yo no tengo vocación para eso. —¿Y vendedor de helados? —No sé. Pero me gusta mucho más tomarlos. —¿Qué otra cosa le hubiese gustado ser? —Un buen abogado, por ejemplo, porque no lo soy. —¿Y fundamentalmente, qué es usted, doctor? —Un luchador. Revista Siete Días Ilustrados 11.02.1974 |
|