Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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Roberto M. Ortiz:
La enfermedad y el fraude


"Como candidato afirmé, como presidente de la Nación ratifico mi confianza en la democracia”, dijo el doctor Roberto M. Ortiz, después de prestar juramento el 20 de febrero de 1938, y anunciar que iba a cumplir en el gobierno, "sin alardes ni desplantes”, todo lo prometido desde el llano. Sin embargo, para la mayoría de los argentinos las palabras del nuevo mandatario sonaban a huecas y formales, porque todo el proceso político previo a los comicios predisponía a favor del escepticismo. Aumentándolo, una noticia que el mismo día invadió las redacciones y causó estupor: Leopoldo Lugones, el creador de La Guerra Gaucha, se había suicidado en una isla del Delta.
El nombre de Ortiz para presidente se barajó por vez primera en una comida de la Cámara de Comercio Británica. Sus antecedentes lo respaldaban y lo ponían a cubierto de toda sospecha: abogado del Ferrocarril Western Railway, de la empresa norteamericana Unión Telefónica, de la Banca Tornquist y presidente del directorio de la cervecería Bella Vista (de los Bemberg). En la función pública había sido concejal y diputado nacional por el radicalismo, ministro de Obras Públicas de Alvear y de Hacienda del general Agustín P. Justo.
Su compañero de fórmula, Ramón S. Castillo, era un conservador catamarqueño, jurista de cierto relieve, juez de la Cámara de Apelaciones en lo Comercial y profesor de la materia en la Universidad de Buenos Aires y reemplazante de Leopoldo Melo como ministro del Interior del gobierno de Justo. No obstante ello, el candidato del presidente saliente para la vicepresidencia había sido Miguel Ángel Cárcano.
En los comicios fraudulentos del 5 de septiembre de 1937, Ortiz-Castillo en representación del Frente Único (denominación circunstancial de la Concordancia) obtuvieron 1.100.000 votos contra los 815.000 del binomio radical formado por Marcelo T. de Alvear-Enrique Mosca. "El acto electoral de ayer —comentaba La Nación— no será recordado, seguramente, entre los que han prestigiado a las instituciones en las épocas en que las autoridades respetaban el imperio de la legalidad.”

CAE LA BASTILLA DEL FRAUDE. La democracia no encuadraba dentro del panorama político cuando Ortiz inició sus tareas en la Casa castilloRosada. La opinión constataba diariamente que los cargos públicos eran la plataforma para enriquecerse en cualquier negociado. Los representantes populares, por ejemplo, surgían de "trenzas" de comités y maquinaciones al margen de la ley el día de las elecciones. Alabando el sistema el gobernador bonaerense Manuel A. Fresco no dudaba en afirmar que el voto secreto era contrario a la tradición viril de los argentinos.
Ortiz se dispuso a cumplir su palabra enfrentando el descreimiento de todos los sectores y pidió a todos los partidos para que colaboraran en una campaña de regeneración política. Como acompañó a sus palabras con hechos, provocó el alejamiento de sus amigos y ganó la confianza de sus enemigos políticos. "Yo no diría al doctor Ortiz haga tal o cual cosa —exclamaba esperanzado Alvear—. No. Yo espero, creo, que cumplirá con su deber como presidente y como argentino. En caso de que ello ocurra, seré el primero en encabezar una manifestación para aplaudir a un presidente argentino y no recordaré si ha sido mi contrincante en la política.”
El 3 de diciembre de 1939 se efectuaron en Catamarca comicios fraudulentos y Ortiz reprochó públicamente al gobernador. Como éste aprobara las elecciones obviando la advertencia, el presidente de la Nación intervino la provincia de la que era oriundo el vicepresidente Castillo, quien respaldó al oficialismo local "en defensa de las autonomías provinciales”.
Tres meses después de las elecciones en Catamarca, los ciudadanos de la provincia de Buenos Aires debieron elegir al gobernador que reemplazaría a Fresco. Fue otro escandaloso proceso de ilegalidad y violencia. Secuestraron libretas de enrolamiento y el voto fue cantado, las urnas se llenaron de sufragios de los conservadores que impedían desde las primeras horas que entraran los sobres de sus adversarios. Por estos medios se elegiría a Alberto Barceló, caudillo de Avellaneda. Pero el 7 de marzo de 1940, asumiendo una grave decisión política, Ortiz dispuso por decreto la intervención a la provincia. La noticia tuvo efecto detonante porque Fresco había sido uno de los principales sostenedores del presidente que lo destituía, y la mayoría del pueblo consideraba que era muy difícil que cayera "la Bastilla del fraude”.
Las dos intervenciones provocaron una crisis en las filas de la Concordancia que derivó en la renuncia de Manuel R. Alvarado, ministro de Obras Públicas, y José Padilla, de Agricultura. Al romper, virtualmente, con el sector más reaccionario del conservadorismo Ortiz conmovió su propia base de sustentación y se inició una sorda lucha interna contra sus resoluciones. La oposición se acentuó cuando el presidente, en él mensaje anual que dirigió al Congreso, ratificara su decisión de abatir el fraude y restituir al país sus libertades políticas. Fue el motivo necesario para que nacieran los rumores acerca de la inestabilidad del gobierno nacional.
Sin embargo, un hecho imprevisto modificó los acontecimientos. La muerte de María Luisa Iribarne, mujer de Ortiz, su gran compañera, precipitó la precaria salud del presidente obligándolo, el 3 de julio, a delegar el mando en Castillo.

EL ABISMO ENTRE ORTIZ Y CASTILLO. A partir de ese momento se inició un feroz contraataque contra su política en base a la denuncia del senador Benjamín Villafañe sobre el "negociado de la venta de tierras de El Palomar”, con datos facilitados por el nacionalista José Luis Torres.
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El despacho de la investigación, llevada a cabo por el Senado, encontró culpables a ex diputados y diputados en ejercicio, a empleados del Congreso y al ministro de Guerra, general Carlos D. Márquez. El diputado Víctor Juan Guillot se suicidó, y Ortiz, solidario con su ministro, renunció el 22 de agosto, porque "su investidura resulta así salpicada con el negociado promovido”. La Asamblea Legislativa, reunida dos días más tarde, rechazó por 171 votos contra 1 (del senador Matías Sánchez Sorondo) la dimisión de Ortiz. Previamente, numerosas manifestaciones populares llegaron hasta la casa del jefe del Estado, solicitando retirara su renuncia, y se realizaron “diversos actos y mítines en defensa de Ortiz —apunta Enrique Díaz Araujo en La Conspiración del 43— en los que hablaron el dirigente sindical Ángel G. Borlenghi, Emilio Ravignani, Emir Mercader, Américo Ghioldi, José Aguirre Cámara, Urbano de Iriondo, Diógenes Taboada, Agustín Rodríguez Araya, Raúl Damonte Taborda, José Luis Cantilo y otros".
Como ramalazo del escándalo, el gabinete tambaleó y Castillo aprovechó para renovarlo de acuerdo con sus conveniencias. El 15 de diciembre se realizaron elecciones en Santa Fe y al cerrarse el comicio el oficialismo expulsó a los fiscales opositores. En los primeros días de 1941 el país asistió a un proceso similar en Mendoza. El ministro del Interior, Miguel J. Culaciati —abogado consultor y apoderado de Bunge y Born— calificó de "ejemplares” a ambos actos electorales.
El abismo entre Ortiz y Castillo se fue agrandando. El interventor en la provincia de Buenos Aires, Octavio R. Amadeo, envió su renuncia al vicepresidente. "Yo condeno enérgicamente —le decía—, como una aberración de nuestra cultura política, los últimos actos electorales ocurridos en Santa Fe y Mendoza, y no encuentro en usted igual condenación. Esto me hace temer que encontraría obstáculos insalvables al presidir, como era mi propósito y el del gobierno que me designó, comicios ejemplares en esta provincia.” Castillo hizo devolver la nota "por no guardar estilo", pero el presidente Ortiz, que había designado a Amadeo, se solidarizó con su actitud.

LA BOMBA POLITICA. El desacuerdo entre el presidente enfermo y el vicepresidente reemplazante se acercaba a la ruptura. El 3 de febrero de 1941 Ortiz reunió a los periodistas en su casa de la calle Suipacha para confesarles que realmente existía "una línea divisoria” con Castillo. Ocho días después lanzó una bomba política.
"Confieso que ya no puedo resistir por más tiempo el clamor unánime de la opinión pública —declaró con énfasis en su manifiesto al pueblo argentino— que pide y ansia la palabra clara y sincera del presidente de la Nación.”
garbellini"Una acción prudente y de prescindencia total de banderías ideológicas y favoritismos de partidos —explicaba—; un trato ecuánime para todos los núcleos, tendencias y ciudadanos, estaban destinados a producir, gradualmente, la pacificación de los espíritus, a extirpar las actividades violentas y, como consecuencia, a reavivar la anhelada unidad nacional en los más altos ideales argentinos. Tales eran las directivas que guiaban mi labor de gobernante y de demócrata. La historia juzgará de la verdad de mis palabras. En lo más arduo de esta lucha por el resurgimiento y la normalización del país, la adversidad ha detenido el desarrollo de mi tarea."
"Desde el forzado retiro he percibido con inquietud cómo el panorama político de la República se ensombrecía y convulsionaba de nuevo... Aquellas directivas —subrayó— son ignoradas por quienes viven, política y socialmente, de espaldas al pueblo y sin contacto alguno con sus necesidades, dolores y esperanzas. Pareciera que para algunos políticos todos los problemas nacionales se reducen a usufructuar siempre las posiciones que el pueblo no les otorga o les niega."
Finalmente destacaba que la intervención a la provincia de Buenos Aires fue "el origen de las perturbaciones políticas que sobrevinieron después. Y sin otra razón perceptible que las posibilidades que sugiere la delegación del mando presidencial, se cambian el ambiente y la orientación política. Se da un paso atrás y se rompe sin miramientos la continuidad de una obra de pacificación en que habían coincidido el presidente y los gobiernos de provincia. Y así, se traza, definitivamente, una línea divisoria que destaca los contrastes de lo que debiera ser la expresión de la política iniciada por la fórmula que me cupo el honor de encabezar en 1938”.
La mayoría del periodismo y de los dirigentes políticos se pronunció a favor del manifiesto, que sacudió al público como pocas veces había ocurrido. "'El presidente Ortiz ha realizado la autopsia moral del fraude —sostenía categóricamente Crítica—. Una oligarquía divorciada del pueblo arrastra a la Nación hasta el borde mismo de la guerra civil. Otra vez los ciudadanos quedan divididos en vencedores y vencidos, y otra vez, como una burla incalificable, mientras se pronuncian solemnes tiradas democráticas para la exportación, en el interior del país, mediante las malas artes, las minorías sin votos arrebatan los gobiernos a las mayorías auténticas e indiscutibles, sin que desde la Casa Rosada se haya hecho oír la necesaria voz de repudio.”
El ex gobernador demócrata progresista de Santa Fe, Luciano F. Molinas, vaticinó: "Si los destinatarios del documento no lo entienden, es de esperar que bien pronto lo comprenderán con arrepentimiento”.

EL ODIO DE LOS ANCIANOS. La revancha no se hizo esperar. Dos días más tarde los conservadores que apoyaban a Castillo y justorespondían a los gobiernos intervenidos de Catamarca, San Juan y Buenos Aires, sancionaron un proyecto en el que se designaba una comisión especial para estudiar la situación planteada por la enfermedad de Ortiz.
Se produjo entonces un conflicto de jurisdicción entre ambas cámaras, pues Diputados sintió afectadas sus prerrogativas de iniciadora de juicios políticos en los casos de inhabilidad del presidente y desconoció al Senado la facultad que se había tomado.
"El Senado de la Nación ha realizado el primer acto del proceso subversivo mediante el cual se intenta impedir que reasuma el mando el presidente Ortiz —acusó el diputado radical Juan I. Cooke—. Es la revolución desde arriba promovida por los graves y sesudos ancianos que quiso la Constitución representaran las autonomías provinciales."
“La década del fraude y la violencia que ha vivido el país ha ocurrido, precisamente, porque en gran parte las fuerzas moderadoras que prefieren la ficción de la legalidad con tal de que reinen en el país la paz y la tranquilidad, han impedido el estallido de la constante rebeldía en que ha vivido el pueblo argentino —siguió diciendo en la sesión del 19 de febrero de 1941—. Gravitaba, además, el coeficiente invisible pero caudaloso de las grandes fuerzas económicas que han obtenido las juntas reguladoras o la defensa de sus industrias artificiales. La banca, el comercio, la alta industria, los terratenientes, no son amantes de la bullanga popular, aunque sea justificada, porque las agitaciones conmueven las cotizaciones de los títulos en los mercados. Y así, con la pasividad de unos, con la indiferencia de otros y por una especie de conformismo general, encontraron fundamento las usurpaciones y halló coincidencia el interés de los políticos del fraude con el interés de las clases privilegiadas."
Santiago C. Fassi, radical antipersonalista, que había presentado el otro proyecto de resolución, reseñó las decisiones políticas de Ortiz. "La nuestra no es una disidencia con la política seguida por la Concordancia; es la refirmación de una política que después de haber servido al país para vencer las dificultades posrevolucionarias quería asegurar al pueblo de la República el pleno ejercicio de sus derechos electorales.”
—¿Ustedes estaban en el fraude para que fuera presidente Ortiz, o no estaban en el fraude? —preguntó el conservador Uberto F. Vignart.
—Nosotros entendemos —replicó Fassi— que no hay dentro de la teoría de la Constitución cómo salir de la ilegalidad una vez que se ha enseñoreado el fraude, sino por la acción que se intenta y se realiza en el gobierno. Estas mismas circunstancias políticas a que asistimos lo demuestran: basta una mayoría en una de las cámaras, que es producto del fraude, para que no podamos pasar a la normalidad por la vía constitucional. Como lo entendemos así y el candidato a presidente de las fuerzas de la Concordancia hacía, con el asentimiento de toda la ciudadanía, la manifestación de que su gobierno sería un gobierno de resurgimiento de las libertades cívicas, no hemos tenido inconveniente en seguir a los que iban por el camino del fraude.
Después de un largo debate, sancionaron un despacho, que compendiaba los dos presentados, repudiando la iniciativa del Senado, porque en los casos de remoción del presidente el privilegio era de la Cámara de Diputados.

LA REVANCHA. El Senado siguió adelante con su iniciativa de aprobar un proyecto de comunicación que hacía expresa referencia a que "la enfermedad que aqueja la función visual del señor presidente es grave, al extremo de impedirle la lectura y, por consecuencia, el suscribir documentos con conocimiento directo de los mismos, y que tal situación no es susceptible de reversión".
Se propuso una comisión investigadora con amplias facultades, pero, ante las observaciones, fue retirado el proyecto inicial, nombrándose una comisión que estudiaría el problema institucional derivado del estado de Ortiz.
Dicha comisión especial quedó integrada por senadores conservadores, pues los representantes radicales y socialistas se negaron a formar parte de ella. El primer paso consistió en interrogar a los profesionales que tuvieron a su cargo la salud del primer magistrado.
El oftalmólogo López Lacarrere fue citado, no obstante encontrarse en Europa; regresó y contestó a todas las preguntas que se le formularon respecto de la enfermedad en general, pero se negó a hablar sobre el enfermo, para lo cual invocó el secreto médico, actitud que le valió una orden de detención sin término.
A su vez, Raúl Argañaraz, médico oculista del presidente desde hacía ocho meses, también fue citado. Ortiz le envió una carta relevándolo "de todo impedimento que, en virtud del juramento y secreto profesional, pudiera trabar la expresión de su juicio clínico sobre la dolencia de que me atiende. En este ya largo y doloroso episodio —le decía amargado— me alienta y estimula, al par que el cumplimiento de deberes inexcusables que sólo la adversidad podrá detener, la confianza en los resultados positivos de su afectuosa y perseverante dedicación”.

EL INTERROGATORIO MACABRO. El senador Juan B. Castro acosó a Argañaraz con preguntas para demostrar la incapacidad física y visual de Ortiz.
—En cuanto a intervenciones quirúrgicas —preguntó Castro—, ¿qué antecedentes hay sobre lesiones curadas de este origen?
—Hay estadísticas de muchos casos curados y que se han publicado y que también son conocidas por profanos. Tengo la esperanza de tratar con éxito el ojo izquierdo del señor presidente.
—En cuanto al ojo derecho, antes de que lo atendiera el señor profesor, ¿estaba con visión totalmente desaparecida?
—No, existen reacciones pupilares normales; hay una opacidad del cristalino que no deja ver el fondo del ojo.
—Pero, ¿priva la visión, doctor?
—No hay imágenes nítidas, pero la opacidad es operable.
—¿Quiere decir que la visión central en este caso ha desaparecido?
—No; se ha conservado parcialmente la visión porque la sensibilidad de la retina es una cosa que puede variar considerablemente.
A determinada altura del interrogatorio intervino el senador Herminio Arrieta, interrumpiendo al doctor Argañaraz.
—Señor profesor: en base a las informaciones que tuvo a bien suministrarnos, he preparado una síntesis de lo que podría denominar el caso clínico o médico del doctor Ortiz. He resumido el caso así: antigua diabetes. Nefritis crónica. Hipertensión arterial permanente. Retinopatía arterial hipertensiva a curso lento. En julio de 1940, brote agudo de glomérulo-nefritis, acompañada de hemorragias retinarías y del vitreo, retinitis proliferante; extensos desprendimientos de retina, retina en estado degenerativo acentuado; visión casi nula, prácticamente perdida hasta hoy; desde hace cinco meses estado general en buenas condiciones de compensación, por parte de las diabetes, nefritis e hipertensión.
—Es un poco difícil poder estar de acuerdo con ese diagnóstico, señores senadores. Yo no lo estoy en absoluto.
El mismo senador le preguntó después al profesor Pedro Escudero, quien atendía a Ortiz por la diabetes.
—Al final del año 1937, cuando usted inició la asistencia y tratamiento, ¿tuvo el señor presidente alguna manifestación especial en el dedo de un pie, que provocó una intervención quirúrgica de cierta importancia?
—No, hubo un error de diagnóstico. Mandé a hacer radiografías de los dos pies y demostré a los médicos que el lado sano y el enfermo tenían la misma cosa. Sometido a un régimen terapéutico apropiado, desapareció todo. Eso fue lo que dio lugar a los rumores que circularon en Buenos Aires, de que se le había operado, que se le había cortado un dedo.
—El profesor Escudero también se ha referido al estado renal del presidente. ¿Tiene la tasa de la úrea en la sangre?
—El análisis es normal.
—¿Y la reserva alcalina?
—No se ha averiguado hasta este momento, porque siempre vivió en la normalidad.
—La orina, ¿también es normal?
—No sé si alguna persona en el mundo, sacando a Rockefeller, que hizo un instituto privado para vigilarse, ha sido atendido con la meticulosidad científica con que se ha cuidado al señor presidente.
—¿Qué presión sanguínea tiene el señor presidente?
—Ha variado de 170 la máxima y 85 la mínima a períodos de hipertensión episódica.
—¿El estado de la circulación en las extremidades inferiores?
—Completamente normal; se ha demostrado que está en las condiciones de un hombre joven.
—¿Y el estado del corazón?
—Normal. El estudio electrocardio-gráfico denotó la normalidad más absoluta.
La exhibición desconsiderada de detalles de la enfermedad de Ortiz y la indagatoria despiadada acerca de su estado físico, motivó protestas en el periodismo y en todos los círculos donde se expresaba la opinión popular. “Debatir en un cuerpo político, y por razones políticas, la enfermedad de un hombre es doloroso —resumió el senador Alfredo Palacios—, pero cuando ese hombre es el primer magistrado de la Nación y se hace la controversia entre sus antiguos amigos —hoy sus adversarios, que le consideran incapaz— y sus adversarios de siempre, que hoy deponen sus agravios porque ven en él una esperanza de mejoramiento moral, en esta hora aciaga de ansia de poderío; entonces, señores senadores, una angustia anuda la garganta porque parece oscurecerse el destino de la patria.”
El senador radical por la Capital Federal José P. Tamborini repudió el interrogatorio con pormenores sobre el estado de salud de Ortiz, afirmando —con el aval de su condición de médico— que la investigación podía tener una influencia perjudicial para el enfermo. Ante la reiterada pregunta de si Ortiz veía, respondió Tamborini con convicción: "Sí, el presidente ve. El presidente ha visto los fraudes de Santa Fe y 'Mendoza y por eso se lo quiere condenar a la ceguera”.
Finalmente, la mayoría conservadora del Senado logró una sanción carente de fuerza, pues en el proyecto de comunicación se eliminó del artículo 2° el párrafo que declaraba "irreversible” la enfermedad de Ortiz, y la reglamentación del artículo 75 de la Constitución Nacional —que se refiere a los sustituyentes del presidente en casos accidentales— tomó el camino del archivo de la Cámara de Diputados.

EL ANIQUILAMIENTO. El precario triunfo parlamentario fue reforzado bien pronto por Castillo desde la presidencia. El 10 de octubre de 1941 disolvió por decreto el Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires y el 7 de diciembre favoreció, al conservadorismo bonaerense que ganó la gobernación para Rodolfo Moreno con los métodos descalificados por Ortiz. Nueve días más tarde se impuso el estado de sitio.
En las elecciones de renovación de las cámaras de marzo del año siguiente se cometió un escandaloso fraude en todo el país, salvo en la Capital Federal, Córdoba, Tucumán y Entre Ríos. Derruido física y moralmente, el 24 de junio el presidente presentó su renuncia después de haber conocido el dictamen negativo del mundialmente famoso oftalmólogo español Ramón Castroviejo, traído especialmente desde Estados Unidos. A los tres días la Asamblea Legislativa aceptó la dimisión, asumiendo en la fecha Castillo.
"La renuncia de Ortiz demostró que no había sido muy feliz su retiro de la Presidencia —declaró a Panorama el dirigente radical de aquella época Ricardo Garbellini—, porque jamás pudo recuperar el cargo. Menos acertado todavía fue que aceptase como compañero de fórmula a Castillo que desvirtuó su política y fue a parar al callejón sin salida que terminó en la revolución del 4 de junio de 1943.”
"Alvear estimaba mucho a Ortiz —prosigue—, tanto que lo había hecho ministro de su gabinete cuando era muy joven. Durante su enfermedad lo visitó, e intencionalmente gesticulaba con exageración durante la charla que sostuvieron, comprobando que Ortiz pestañeaba ante sus arrebatos oratorios, hecho que le hacía afirmar que veía bastante.”
"Cuando se hizo evidente que Castillo no seguiría la línea de Ortiz, se pensó hacer acompañar al presidente a la Casa Rosada por sus hijos, con el respaldo militar de "la logia de las tres M”: generales Menéndez, Márquez y Miranda, pero se reflexionó que su estado de salud se resentiría gravemente.”
"A través de los actos de gobierno de Ortiz —concluye Garbellini—, que culminaron con la intervención a la provincia de Buenos Aires, el presidente iba llevando paulatinamente al país hacia la normalidad, porque su mayor aspiración histórica fue ser un nuevo Roque Sáenz Peña.”
El paralelismo con el autor de la Ley Electoral es en realidad sorprendente: llegaron a la presidencia por medios ilegales; se propusieron reformar las viciadas costumbres políticas; despertaron las iras de sus correligionarios; se enfermaron en el ejercicio de sus funciones y los ex amigos hicieron sin compasión el proceso de sus enfermedades.
Roberto M. Ortiz murió el 15 de julio de 1942 por una afección gripal que se complicó en forma inesperada. Todas sus defensas orgánicas y espirituales habían sido previamente abatidas por los conservadores fraudulentos, que, como expresó el diario Noticias Gráficas, experimentaron "una delectación extraña y una fruición increíble” en aniquilarlo políticamente y como ser humano.
Oscar O. Troncoso
Revista Panorama
13.07.1971
 
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