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unidad nacional
La unidad nacional
Desde la caída de Juan Perón, en septiembre de 1955, la política argentina se agotó en un sinfín de trámites conciliadores que, en esencia, apuntaron a restablecer la unidad nacional quebrada por la antinomia peronismo-antiperonismo. El antecedente precursor, se recuerda, lo inscribió Eduardo Lonardi en el baluarte cordobés: "Ni vencedores ni vencidos". A partir de entonces, la historia registró el intento de Arturo Frondizi (1958-61); luego el de los militares "azules" (1962 - 63) y, finalmente, el de las Fuerzas Armadas, emergencia que inauguró Juan Carlos Onganía en junio de 1966 y que culminará, el 25 de mayo, cuando Alejandro Lanusse entregue el poder a Héctor Cámpora.
Durante 17 años, bajo las condiciones impuestas por el poder militar, las fuerzas políticas tradicionales no lograron encauzar al movimiento peronista y, menos aún, superar la dinámica del justicialismo; así, el tiempo y las contradicciones de la llamada clase dirigente trabajaron a favor del caudillo exiliado, quien el 11 de marzo pasado demostró su vigencia como líder de la mitad más uno de los argentinos. Por si fuese poco, el 50 por ciento de los votos adversos al FREJULI consolidaron las premisas básicas que levantó el justicialismo desde el llano, lo que revela una coincidencia programática indiscutible en tomo a la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.
Los ideólogos del quedantismo militar y otros autoritarios de izquierda y derecha adujeron, luego de conocer los resultados de la primera vuelta electoral, que los votos del frentismo "eran irreflexivos” y que la opción Perón-Lanusse —o "liberación-régimen”— había sido decisiva para afianzar la restauración justicialista. En otras palabras, los ideólogos insinuaron que "el pueblo tiene capacidad para creer, pero que persiste en negarse a comprender el proceso”; es decir, que la gente simple decide en política al impulso de emociones religiosas o dogmáticas.
En un país como Argentina, donde las tendencias a la igualdad predominan en la clase media, es peligroso conjeturar que los ciudadanos "no comprenden los procesos sociales, políticos y económicos”. Entre muchos, sobra un ejemplo para demostrar lo contrario: a fines de 1968, cuando Onganía prometía un gobierno "estable de 20 años” y la renta nacional se trasladaba con celeridad del sector asalariado a las grandes empresas y al Estado, el pueblo comenzó a manifestar su repudio que culminó, meses después, en el cordobazo. En aquel episodio, y desde luego en otros de características semejantes que deflagraron en Río Negro, Tucumán, Chaco y Mendoza, amplios sectores de la clase media se sumaron a la protesta obrera; desde entonces quedó sellada la suerte del autoritarismo y se vislumbró el triunfo de las mayorías, base de la normalización política del país.
Ese repudio del pueblo a los regímenes antidemocráticos vuelve a situar a la Argentina ante una nueva oportunidad, quizá única, para alcanzar la definitiva unidad nacional; sólo el anarquismo derechista y la violencia de la ultraizquierda se oponen a la mayoría que, el 11 de marzo y el 15 de abril, se manifestó pacíficamente por el cambio. El cambio, empero, no es el sinónimo de facilismo, esa doctrina dulce que nace del lugar común: "la Argentina es una patria grande y rica que aguanta a los malos gobiernos’’. El cambio tampoco emergerá de la advertencia "de casa al trabajo y del trabajo a casa”, porque en un país donde el orden es justo a nadie se le puede ocurrir tirar bombas incendiarias o declarar huelgas combativas. El cambio irrumpe, sencillamente, porque la Argentina no progresa de acuerdo al requerimiento de los tiempos, por el flagelo de la burocracia ineficiente, la sofocante inflación y los privilegios de la intermediación financiera.
El 7 de septiembre del año pasado, en declaración conjunta, la CGE y la CGT ofrecieron a los partidos políticos y a las Fuerzas Armadas los lineamientos esenciales para el cambio y "la reconstrucción nacional”; esos lineamientos partían del proceso de normalización política que culminó el domingo 15. Ahora sólo cabe esperar que el gobierno de las mayorías —mejor dicho, de todos los argentinos— comience su tarea para sacar a la Argentina de la vía muerta. Panorama entiende que la unión nacional es posible y, tal vez, impostergable; sobre esa hipótesis ofrece las opiniones de conocidos dirigentes, quienes durante la campaña electoral se manifestaron —matices al margen— partidarios de la unidad. Son, pues, versiones de "la Argentina posible”.
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José Gelbard: El programa aceptado
Hasta hace pocos días, José Gelbard ocupó la presidencia de la Confederación General Económica (CGE); desde allí, además de estudiar y pronunciarse sin tregua sobre el proceso económico-político de la Argentina, intervino, representando a su sector empresario, en algunos críticos capítulos del acontecer nacional. En una conversación con Panorama, el viernes 13, el ex presidente de la CGE recordó, por ejemplo, que en los inciertos días de 1962, cuando los tanques y las tropas intentaban resolver los conflictos que siguieron a la crisis institucional, emergente del derrocamiento de Arturo Frondizi, la entidad empresaria redactaba un proyecto de plan socio-económico. Para Gelbard, la unidad nacional, conformada en torno de un ideario esencial y permanente, ha sido un objetivo largamente buscado; cuando la convocatoria electoral se consolidaba en todos los sectores Gelbard logró
que, en la reunión del Plaza Hotel, enemigos políticos irreconciliables como Arturo Frondizi y Ricardo Balbín se saludaran brevemente; en septiembre de 1972, después de una entrevista nocturna, Gelbard y José Rucci dejaron en manos de Alejandro Lanusse el llamado "Plan CGE-CGT”. Para el dirigente empresario, la unidad nacional no es un mito, se trata de "una necesidad imperiosa". Sigue el resumen de la entrevista:
—¿Qué es, básicamente, la unidad nacional?
—En realidad, importa poco la definición que se pueda dar a este proceso general; entiendo, en definitiva, que es el concierto de la voluntad política de los argentinos para actuar prestando su atención central a la conveniencia nacional, a los intereses primordiales del país. Para mí, lo importante es hacerla.
—¿Y le parece que es posible?
—Es claro que sí. Se ha dado parcialmente; fíjese usted en el aspecto socio-económico: las pautas fijadas por el programa CGE - CGT fueron votadas por la inmensa mayoría del país, en cuanto estaban contenidas en el programa de los partidos mayoritarios. Yo entiendo que el arranque de la actividad unitarista debe ser a partir de esas bases.
—¿Cuáles eran sus principales recomendaciones?
—Ante todo, es un programa que parte de la realidad. ¿Qué reclama? Sólo las medidas que la realidad exige: una economía de acento nacional, un apoyo fuerte, decidido, a las empresas nacionales, y, fundamentalmente, el manejo de los resortes fundamentales por el país.
—¿El Estado tendría, entonces, una participación fundamental en el proceso?
—La tendrá donde sea necesario; pero esto no quiere decir que se entrometa. Nadie reclama la suspensión de la libertad de iniciativa. Nuestro plan ayuda a la unidad nacional por su carácter fundamental: es un plan integrador. Exige un tratamiento sub-zonal de la economía, y un manejo adecuado del crédito y de los impuestos. Concentrar todas las partes, y entablar un esfuerzo.
—¿Cree usted que alguna circunstancia nacional es equiparable a la actual?
—No soy un analista histórico, ni mucho menos. Pero sí le puedo asegurar que no hubo este espíritu antes. Las antinomias han terminado. Las clases empresaria y trabajadora marchan juntas. Y esto es un raro fenómeno internacional: hace escasos días unos periodistas extranjeros pidieron conversar conmigo. Pensé que buscaban mi opinión política. No era así. Estaban profundizando un estudio sobre ¡la inexistencia de contradicciones esenciales entre los sectores laborales y patronales en la Argentina.
—¿Qué papel juega el justicialismo en esta coyuntura?
—Uno muy positivo, sin duda alguna. El contenido global de la prédica justicialista es afirmativo, y la mayoría de sus planes también lo son. Creo, al fin y al cabo, y como le he dicho, que las antinomias tienden a desaparecer. Todavía, de a ratos, se las esgrime por motivos de política inmediata; pero hasta esto puede terminar. De allí que le afirme que no creo que haya existido un espíritu potencial de unidad en el pasado que se equipare al de ahora. Por otra parte, los resultados electorales están a la vista: una mayoría abrumadora de los sufragios indica que los objetivos nacionales, aun en su perfil más amplio, son comprendidos y aceptados.
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Manrique: Argentina y su nueva etapa
Las elecciones del 11 de marzo pasado consignaron dos grandes sorpresas para los menos advertidos del proceso político argentino de los últimos años: el traspié radical y el ascenso del manriquismo a los primeros puestos de la contienda electoral. La segunda vuelta, si bien restableció en parte el equilibrio, no borró del todo la impresión de que la Alianza Popular Federalista, manteniendo al frente a un caudillo tan carismático como Francisco Manrique, y ajustando sus estructuras —muy débiles aún—, puede mejorar su papel en las próximas elecciones como polo de atracción de la clase media que se dispersó, en la oportunidad, en un amplio espectro de partidos y opciones moderadas.
Mientras tanto, 20 diputados y 5 senadores defenderán los principios de la APF en el Congreso y Manrique, por su parte, tratará de consolidar su frente interno afirmando las alianzas ya conseguidas y acrecentándolas, si es posible. El primer paso parece ya a punto de concretarse: dos semanas atrás, en Rosario, se lanzó la idea de formar el Movimiento de Acción Social (MAS), que reunirá a los núcleos independientes que conviven en la APF y que ya ha quedado constituido en Capital, provincia de Buenos Aires, San Juan, Mendoza. Corrientes, Córdoba, Salta, Formosa, Chaco, Río Negro y Entre Ríos. Este movimiento tendrá, además de reunir a los dispersos, otras misiones más significativas; entre ellas la de fortificar las estructuras, y ser la columna vertebral de la nueva fuerza política que aparece en el país. Sin embargo, el potencial enemigo del radicalismo no piensa jugar con tácticas de opción para captar adherentes o simpatizantes. Muy por el contrario, Manrique afirmó a Panorama que las "antinomias deben desaparecer” y que la conciliación nacional debe ser un hecho en el próximo período institucional. Criticó también los acuerdos interpartidarios y reconoció que colaborará con el gobierno de Héctor Cámpora. Lo siguiente es una síntesis de ese diálogo.
—Manrique, usted no participó en las reuniones multipartidarias que se hicieron en el Nino e incluso criticó esos cónclaves en varias ocasiones. ¿Eso significa que usted no cree que esas reuniones fueron un punto de partida para una futura conciliación nacional?
—No, de ninguna manera. Yo “no fui al Niño porque no creo en acuerdos interpartidarios, en acuerdos entre dirigentes más o menos representativos, porque estoy en contra de venderle paquetes al país. Los acuerdos son de otro tipo, de base, como sucedió el 11 de marzo.
—Perón habla de reconstrucción nacional, Cámpora de “un gobierno para todos". ¿Eso supone una nueva etapa para el país?
—Mire, el país debe partir imprescindiblemente hacia una nueva etapa. Tiene que salir de este estancamiento que tanto mal ha hecho a todos. Es más, yo creo que éste debe ser el mejor gobierno del mundo y nosotros no nos pondremos, por lo tanto, en una posición negativa en la que todos saldremos perdiendo.
—¿El acuerdo propuesto por Perón podría entenderse como un anti-Gran Acuerdo Nacional? Es decir, ¿tomándolo desde lo óptica del general Lanusse?
—El GAN de Lanusse tuvo su respuesta el 11 de marzo cuando el candidato del oficialismo, el brigadier Ezequiel Martínez, apenas consiguió 300 mil votos. Esto significa claramente que el continuismo tuvo un fracaso estrepitoso, un repudio claro a su política. Es bastante cierto que el pueblo votó contra Lanusse o en favor de Perón. De allí surgió un enorme poder y un presidente sin representatividad para manejar totalmente ese poder. Por eso es necesario un cierto apoyo, porque ese poder puede resultar cruelmente negativo para el país si la persona encargada de controlarlo no tiene la posibilidad de hacerlo.
—¿Los legisladores electos de la Alianza Popular Federalista apoyarán medidas como la amnistía a los presos políticos, por ejemplo?
—Yo siempre he dicho que los presos políticos a disposición del Poder Ejecutivo en virtud del estado de sitio deben ser dejados en libertad de inmediato y a continuación derogar el fuero especial para juzgar ese tipo de delitos. En la Argentina hay un código y un cuerpo de leyes que, tal vez, deban ser adaptados a esta nueva realidad, pero que aún son competentes para juzgar. Por otra parte, nosotros tampoco nos oponemos a la revisión de los procesos a los demás detenidos por causas políticas. Además estamos en un juego democrático. Si se presenta la ley de amnistía en el congreso y la mayoría acuerda su sanción, nosotros aceptaremos esa resolución.
—¿Y una nacionalización de la banca o del crédito?
—Mire, eso es pura dialéctica. La nacionalización de la banca es tener un banco central que controle las operaciones privadas y eso ya lo tenemos desde hace mucho tiempo. En todo caso hay que tratar que ese banco central funcione mejor y cumpla con la función para la que fue creado. Yo muchas veces dije que soy el más nacionalista de los nacionalistas. Yo quiero nacionalizar el Estado.
—¿Es decir, que el bloque de diputados de la APF no piensa colocarse como opción frente al peronismo y sus aliados?
—No. Antinomias no. Eso ya provocó muchos males en el país como para volver a repetir la experiencia. Nosotros creemos en el enfrentamiento de las ideas, pero siempre desde un punto positivo: la perspectiva de un país. No pueden reeditarse viejas y gastadas fórmulas Eso lo afirmamos durante nuestra campaña y lo reafirmamos ahora
—Algunas especulaciones tienden a suponer que su estrategia estaría basada en colocarse como polo de opción antiperonista para ir suplantando en ese papel al radicalismo...
—Rechazo esa especulación, que incluso también se hacen algunos de mis partidarios Yo no pretendo pasar por encima de nadie para formar mi partido. Vuelvo a repetir que nuestra labor debe ser positiva, basada en una idea política, en una estructura política que represente al país. Trabajamos en eso y para eso.
—¿Usted aceptaría un cargo en el gabinete del próximo gobierno?
—No, por supuesto que no. Yo tengo responsabilidades que cumplir e ideas políticas distintas. Pero no me opondría nunca a que alguno de mis partidarios lo aceptara si lo cree conveniente.
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Ricardo Balbín: El esfuerzo común
En el soleado mediodía del lunes 16, cuando la ansiedad por las cifras definitivas del ballotage estaba satisfecha, y los dirigentes políticos comenzaban a pensar en los nuevos rumbos del proceso institucional, situado en su última etapa, Panorama entrevistó a Ricardo Balbín. La conversación abandonó, esta vez, los límites de lo inmediato. Se trataba de ir más allá del sufragio, en un intento de averiguar, alejándose de las necesidades tácticas y estratégicas de las contiendas, cuál es la idea general de los argentinos sobre la unidad nacional. Un tema que tuvo diversos sentidos a lo largo de la historia y que hoy, quizá, deba ser resucitado: a ’nadie se le oculta, al fin y al cabo, que la idea seduce, con variaciones circunstanciales, a la enorme mayoría del país. Para Ricardo Balbín, la unidad nacional significa lo siguiente:
—¿Qué es la unidad nacional?
—Es el esfuerzo común de un país al servicio de su liberación. Los radicales hemos hablado de convivencia y de coincidencias; nuestra convención nacional las definió claramente, y afirmó que sobre su base se realizaría la unión de los argentinos y la democracia social. La perfección del esfuerzo, su logro final, es la emancipación definitiva del país.
—¿En qué medida la unión ha sido alcanzada?
—Si nos tuviéramos que manejar por las coincidencias arribadas, podríamos decir que ahora.
—Entiendo que las coincidencias que usted cita provienen de la Hora del Pueblo; si ellas se mantienen ¿estaríamos frente a un momento histórico de unidad nacional?
—La gente le llama momento histórico a lo que vive. Yo le llamo momento histórico a las consecuencias.
—¿Y qué parte le toca al peronismo en esto?
—El justicialismo suscribió las coincidencias, aceptó la eliminación de antinomias y coincidió en dejar atrás un pasado cargado de rencores y resentimientos. Nosotros predicamos todo esto para cumplirlo. Ahora, el interrogante está abierto para los que triunfaron el 11 de marzo.
—¿La unidad se puede lograr?
—Se puede obtener mediante el cumplimiento de las metas comunes que surgen de las coincidencias, y si se consigue extinguir lo que antes nos dividía.
—¿Qué sucederá si el justicialismo no coadyuva en la tarea?
—Si se deja tomar por una prédica deformante, el propósito se malogra. Yo espero que no sea así. Tengo el convencimiento de que existen en el país tendencias dirigidas a destruir el estilo de vida de la democracia para suplantarlo por una concepción totalitaria.
—¿Cuáles tendencias?
—La guerrilla, cuyos líderes no se conocen y sus ideologías tampoco, pero cuyos procedimientos la definen. Esto no quiere decir que no existan otras mentalidades que, sin estar en ella, también son amantes del sistema; naturalmente, se ocultan o fingen, porque son incapaces de declararlo públicamente. Además, entiendo que la reacción que produce la subversión fortifica la acción de los que se oponen al proceso político argentino.
—La unidad nacional perfeccionada puede, en teoría, convertir la lucha política en un conflicto anecdótico. ¿Hasta qué punto es eso posible?
—La unidad nacional sin competencia por el poder abre la posibilidad del totalitarismo; es una cuestión históricamente demostrada. Los radicales sustentamos la democracia social representativa, que permite el contraste de pareceres sobre los medios y los cauces que permitan concluir la idea nacional.
—¿Existe una convicción unitaria?
—Pienso que no totalmente. Pero el deber es integrar, con actitudes claras, la tarea del convencimiento general. Lo que le puedo asegurar es que la labor de la UCR en los comicios no ha cesado de predicarla, ni de explicarla con claridad. Hay, pues, bases para suponer que puede completarse la tarea. Hay predisposición en el pueblo.
—¿Cuáles son, para el radicalismo, las condiciones mínimas de la unidad?
—Ante todo, el respeto del derecho de todos; el alejamiento de todo procedimiento de coacción. Luego, realizar una política económico-social de alivio e igualdad. Insisto: debemos llegar a este ámbito sin censuras, pero, por sobre todas las cosas, sin autocensura. La autocensura por temor abre el camino de la censura definitiva. Debe hacerse una política clara, que aleje el temor y la inseguridad. Esta responsabilidad le cabe, en gran medida, a la acción ejecutiva del próximo gobierno. El radicalismo, desde los puestos que el sufragio le asignó, ofrecerá el necesario control republicano, y acompañará las iniciativas que respondan a las coincidencias logradas en la Hora del Pueblo.
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Arturo Frondizi: Alianza de clases
El desarrollismo es una vertiente política que siempre adhirió a las ideas de la Unidad Nacional. Sin embargo, su concepción va más allá de los planteos comunes. El MID propugna un desarrollo económico como precondición para el alcance de la unidad entre todos los sectores sociales. También se distingue de otras agrupaciones políticas por defender la idea de la alianza entre las clases, un objetivo prioritario, también, del peronismo.
El lunes 16 Arturo Frondizi, jefe máximo del Movimiento de Integración y Desarrollo, concedió una entrevista a Panorama. Frondizi sobrevoló sobre los temas capitales que importan a la Argentina actual: la puja entre las diversas regiones del interior, la independencia económica y política, la expansión del mercado interno, y otros. Para el dirigente desarrollista esta vez no habrá errores. Lo que sigue es una síntesis de la entrevista que mantuvo con Panorama:
—¿Cuál es su concepción respecto a la unidad nacional? ¿Cuáles deben ser los objetivos y con qué métodos deben alcanzarse?
—La unidad nacional no es, para nosotros, un slogan publicitario, ni la simple agregación de buenas voluntades de ciudadanos que deciden un acuerdo para convivir y llevar adelante algún programa en común. Tal como la concebimos responde muy aproximadamente al esquema explicado por el general Perón en su documento “La única verdad es la realidad". Allí se propone la alianza de clases para realizar los objetivos nacionales de hoy y de mañana.
Nosotros analizamos la situación del país: sus clases y sectores sociales en el momento actual. Se trata de una nación agredida por una política económica y social que conduce, fatalmente, a la desintegración porque engendra desencuentros y conflictos entre las regiones y, naturalmente, entre los diferentes grupos humanos. Este proceso desintegrante se advierte tanto en los enfrentamientos violentos que se han hecho cada vez más frecuentes y generales, como cuando las provincias disputan por la instalación de una industria o se lanzan hacia proyectos segregacionistas.
Pero no debemos equivocarnos. Si bien es verdad que la política económica seguida a partir de 1962 y, más acentuadamente, a partir de marzo de 1967 cuando se lanza el plan Krieger Vasena, ha llevado la situación argentina al punto crítico en que se encuentra, no por ello debemos olvidar
que existe un problema de estructura que debe resolverse para salir de la actual situación. No hay medidas circunstanciales que puedan modificar la vasta problemática nacional. No hay, tampoco, como creen algunos, la posibilidad de que un par de cosechas felices y una situación favorable del mercado internacional de carnes y cereales puedan ponemos en el camino del desarrollo. Lo que el país necesita es un cambio fundamental de sus estructuras socio-económicas. Tiene que dejar de ser un país construido para crecer hacia afuera, proveyendo alimentos y materias primas, para pasar a integrar su economía a partir de la industria de base, expandiendo su mercado interno y proyectando hacia el interior su enorme capacidad de producir.
La unidad nacional, consiste, entonces, en efectivizar una política de alianza de clases y sectores sociales, basada en la comunidad de objetivos que naturalmente postulan todos ellos. El medio para alcanzar esta unidad será la claridad en la determinación de tales objetivos, el correcto alineamiento de los propios sectores y, por supuesto, la acción de los partidos políticos. Todo esto exige que los grupos dirigentes actúen con la misma lucidez con que lo hacen las bases.
—El Frente Justicialista de Liberación, ¿está en condiciones de lograr esa unidad?
—Yo diría que ya ha comenzado a conquistarla. La mayoría lograda en las urnas y su extensión a todo el país, sin excepciones, muestran ya cómo se está construyendo esta unidad. Ahora importa la acción que se cumpla desde el gobierno y también, por supuesto, la actitud que asuman los gremios obreros y empresarios, los estudiantes, profesionales y técnicos, la Iglesia y las Fuerzas Armadas. También dependerá del grado de genuina representatividad que alcancen los partidos políticos y las alianzas que concertamos a su nombre. Para que esta unidad exista, repito, cada grupo debe tomar conciencia del punto en que su interés coincide con el de los demás sectores y, por ello, con los de la nación.
Ese punto de coincidencia está dado por el desarrollo, que no es sólo económico, porque comprende el adelanto de la ciencia y de la técnica, del nivel cultural y sanitario, de la posibilidad de defensa y de elevación espiritual. Pero tampoco aquí se agota el proyecto. Este desarrollo debe servir a todos los sectores sociales, extenderse a la total geografía y ser capaz de crear una estructura que permita al país autodeterminarse. Por mi parte, no dudo que todo esto está en marcha.
Por otro lado, advierto en las bases ciudadanas una exquisita sensibilidad que no permitirá ningún error fundamental en este proceso.
—¿Qué inconvenientes se presentan en este proyecto?
—Por lo pronto, la falta de claridad en las conducciones de cada uno de los sectores, donde se advierte una verdadera crisis que contrasta con la claridad y madurez de las bases. La empresa que nos proponemos es de liberación nacional. Tendrá que luchar, necesariamente, como ya lo viene haciendo desde hace tiempo, contra los intereses que se oponen al cambio.
Es decir, tendremos que pelear contra la política de los monopolios y sus aliados locales, quienes suelen mimetizarse como nacionales, apelando a la defensa del nacionalismo de medios. Esta confusión es la que determina que en más de una oportunidad se le propongan al país programas de unión nacional que no son otra cosa que entretenimientos tras los cuales sigue operando el enemigo. Cuando esta maniobra se eleva a la condición política, mi jefe, Yrigoyen, la denunciaba como “contubernio”.
—¿Existen diferencias en esta caracterización con la que hacen otros partidos?
—No podríamos establecer ahora diferencias. Prefiero señalar, como entiendo, haberlo hecho, los rasgos característicos de nuestra propuesta, que es la que corresponde al desenvolvimiento del Frente, vertiente política del Movimiento Nacional.
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Alende: Con independencia
A continuación se reproducen los tramos esenciales del diálogo que mantuvo Panorama con el ex candidato a la presidencia por la Alianza Popular Revolucionaria, Oscar Alende:
—¿Cómo entiende su alianza el problema de la unidad nacional?
—La unidad nacional es indispensable en la lucha por la liberación que acaba de votar más del 80 por ciento del electorado argentino. Entendemos por tal, no sólo la reparación de la extranjerización de la economía ocasionada por el traspaso de nuestras riquezas a las corporaciones multinacionales, sino la atención de los problemas sociales que son su consecuencia y obligan a instaurar un orden social justo, que trasfiera el poder al pueblo.
En el programa de la Alianza Popular Revolucionaria se han desarrollado esquemáticamente los puntos fundamentales y en el momento oportuno, en cada caso concreto, seguramente los legisladores coincidirán en la sanción de los instrumentos legales correspondientes.
—¿Qué vínculos guarda la unidad nacional que usted propone con el Gran Acuerdo Nacional?
—El GAN propuesto por Lanusse y la camarilla militar fue el instrumento de subordinación al imperialismo y del condicionamiento a una democracia absolutamente falseada, vacía de contenido. El peronismo ha señalado, en la palabra de su jefe, Juan Perón, que la tarea a desarrollar desborda las posibilidades de un solo partido. Reclama la convergencia de múltiples fuerzas políticas. Cuando Perón habla de movimientos nacionales los incluye en el suyo, el Justicialista. Nosotros, en cambio, que ese rótulo debe ser común a toda la argentinidad.
—¿Qué inconvenientes pueden presentarse para que la unidad nacional llegue a materializarse?
—Ninguno. Nada podrá detener el inevitable cambio hacia la socialización del poder, la riqueza y la cultura. Es decir la lucha contra los monopolios extranjeros que ahogan nuestra economía. Nosotros saludamos con alegría una rotunda victoria popular conquistada contra la acción deformante del imperialismo y la dominación de oligarquías apátridas, corrompidas y corruptoras. Apoyaremos el proceso revolucionario, mediante una actitud independiente, sintiéndonos parte en la gran corriente de las mayorías populares.
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ALIANZA REVOLUCIONARIA Grietas en el Frente Popular
Un nuevo proceso político se abre en el interior de las fuerzas que acudieron al acto electoral bajo el rótulo de alianzas o coaliciones. Según la ley 19.102, la figura jurídica de las alianzas se extinguía después del comicio final realizado el 15 de abril. La desaparición de estas alianzas en la instancia legal es, en realidad, un formalismo; lo importante: el carácter de los acuerdos, entre los partidos que las forman, y la perspectiva que pretenden imprimir a su accionar político.
Del espectro de coaliciones, acaso la más interesante —para indagar su porvenir— es la Alianza Popular Revolucionaria. Escaso fue el tiempo que pasó entre el primer evento electoral y las primeras discusiones internas; el clima que se respira actualmente indica que un proceso de reorganización interna se está gestando. Pocos días atrás, Horacio Sueldo y Rodolfo Carranza, dirigentes del Partido Revolucionario Cristiano, emitieron su propia opinión acerca del porvenir de esa alianza que forman con el partido Intransigente, liderado por Oscar Alende, y una agrupación menor UDELPA. Todos los integrantes de la APR —incluidos los comunistas— están convencidos de que ese frente político debe continuar con su acción; lo que se discute es, en realidad, si alguno de los integrantes quedará en el camino. Sueldo y Carranza adelantaron públicamente su posición: la APR debe continuar, pero sin la participación de los militantes adheridos al Partido Comunista.

ALTERNATIVAS. Precisamente el lunes 16, el Consejo Central de la Alianza Popular Revolucionaria se reunía para debatir el problema de la existencia futura y las formas acuerdistas que cobrará la actividad del bloque parlamentario. Y algo más: la integración futura de esa agrupación política. Es sabido que el Partido Comunista arrimó estimables esfuerzos a la campaña electoral de la APR. No obstante, esa agrupación política no ingresó a la coalición como partido, ya que la existencia de ciertas leyes lo impedían expresamente; apoyó entonces sin más trámite a la APR. Los candidatos comunistas ingresaron a título individual a las listas aliancistas. El problema consistía en que las formaciones políticas de la APR sabían que llegaría el momento en que el Partido Comunista podría integrarse a la agrupación, en forma legal. Los plazos se acortan: existen quienes, dentro de la APR, rechazan la participación legal del. PC, y otros, los que estarían en condiciones de aceptarla.
"El Partido Comunista no integró la APR por la ilegalidad que pesa sobre él. Su participación militante fue individual. Con la derogación de la ley 17.401 —explicó a Panorama Héctor Portero, apoderado nacional y también diputado electo de la APR— va a poder ingresar como partido legal. Nosotros somos pragmáticos. Tenemos el ejemplo de Uruguay, y también el de Chile. Si el PC acepta un programa, como el que hemos suscripto, estamos de acuerdo en que también tenga su lugar legal.’’ Portero es dirigente del Partido Intransigente, pero también figura entre quienes fundaron la Alianza Popular Revolucionaria. Para Portero la tarea esencial de la coalición consiste en definir con extrema claridad el momento político actual y los adversarios; según el líder intransigente, "es necesario consolidar a la APR, y lanzarla a sumar fuerzas que pueden estar de acuerdo con nuestro programa, pero aún no las tenemos de nuestro lado”. La idea de una reorganización de la APR tampoco es iniciativa exclusiva del Partido Revolucionario Cristiano, de Horacio Sueldo. Héctor Portero dijo a Panorama que “una reorganización es fundamental para comenzar a coordinar nuestra intervención en el Parlamento. Estamos persuadidos de que nuestro papel será importante. No podemos repetir una postura del pasado en el Congreso. Nuestra intervención debe ser óptima”. Los dirigentes del Partido Intransigente prefieren postergar las definiciones sobre la integración futura de la APR. Otro cuadro partidario del PI señaló que "las arremetidas de Sueldo contra los comunistas obedecen más a razones de orden interno que a un rechazo real". De todos modos, una cosa es cierta: la APR deberá definirse frente a la postura del sueldismo. Su existencia futura dependerá de cómo los dirigentes de los partidos que la integran sorteen el temporal actual.

SOLICITADAS. En los diarios del sábado 14 de abril, una solicitada firmada por el Partido Revolucionario Cristiano abrió el fuego político. Allí, Sueldo y Carranza explicitan cuáles deben ser ¡las nuevas condiciones para el funcionamiento de la APR. La médula: "Ante la notoria expectativa creada en torno a la posible incorporación del Partido Comunista a la APR, los revolucionarios cristianos tienen ya formado un criterio”.
¿Qué puede pasar? La posición de los revolucionarios cristianos dará lugar a un debate político. Resulta evidente que los dirigentes del Partido Intransigente tratarán de convencer a sus socios de abandonar el hostigamiento contra el Partido Comunista. No obstante, la pregunta es: ¿hasta dónde se batirá Alende con Sueldo? Según el diputado electo por la provincia de Buenos Aires, Portero, "La actitud de la Alianza debe ser, ahora, definir con claridad a los enemigos: los monopolios. Consolidar las fuerzas internas y proyectarse en otras agrupaciones”. Según el PRC, la principal tarea debería consistir en una depuración interna, aclarando la posición de la APR ante el eventual ingreso de un Partido Comunista legal. Ciertos observadores estiman que se verificó, en los últimos tiempos, una aproximación de los revolucionarios cristianos al Frente Justicialista de Liberación. En concreto: Sueldo habría prometido apoyar, en el ballotage, al Frejuli en .todas las provincias, a cambio de un apoyo frentista al candidato de la APR por Santiago del Estero, ex candidato a vicepresidente por la Democracia Cristiana, en 1963. El proyecto, lógicamente, no prosperó.
"Nosotros —dijo Portero— debemos tratar de ganar a otros sectores para el APR. Existen corrientes dentro del radicalismo que ven con simpatía nuestro programa. Lo mismo sucede con sectores del peronismo revolucionario.” De todos modos, esta perspectiva dependerá, íntegramente, de las posibilidades de consolidar la APR en la coyuntura actual. En unos pocos días más se sabrá si eso es posible.
 
 

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