Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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DE LA TIERRA AL ASOMBRO En el Centro Espacial de Houston, Texas, los astronautas Frank Borman, James Lovell y William Anders comenzaron a someterse a un duro interrogatorio por parte de los técnicos y científicos de la NASA, y que se prolongará durante tres semanas. Mientras los norteamericanos estiman alojar un hombre en la Luna a fines de 1969, los rusos construyen grandes plataformas espaciales Cada uno en su casa, los tres astronautas se sentaron frente al tradicional pavo de fin de año para disfrutar de un relativo, exiguo momento de tranquilidad. Desde que regresaron de su histórico vuelo de 147 horas, el viernes 27 de diciembre, no habían podido eludir el acoso de los científicos de la NASA y el no menos extenuante de los flashes de la prensa. Se diría que asombrados por su brusca notoriedad, sólo atinaban a mostrarse bromistas, a convencer a sus parientes y a sus colegas astronautas de que “todo ha sido magnificado, no ha sido más que un viaje de placer". El 29, en la base aérea de Ellington, en las afueras de Houston, Texas, el coronel Frank Borman, jefe de la expedición a la Luna, parecía sinceramente sorprendido “dé que tanta gente se haya levantado tan temprano para recibirme”. Lovell, Anders y el propio Borman derrocharon idéntica modestia que la profesada por el director del operativo, William Schneider, uno de los líderes del Centro de Naves Espaciales Tripuladas, para quien el vuelo de la Apolo 8 “no debió despertar tantas expectativas angustiosas, ya que los mínimos detalles habían sido cuidados escrupulosamente”. Esa misión estuvo a cargo de 9 mil técnicos que trabajan en el Centro, núcleo que concentra las esperanzas de los Estados Unidos para que por lo menos dos astronautas alunicen este año. Mientras tanto, el trío de adelantados de la Luna deberán someterse a no menos de 150 análisis médicos, a interrogatorios que no le dejarán tiempo libre durante dos meses y al examen de las fotos y de una película de 30 metros (que filmaron durante uno de los diez giros en torno al satélite, a 110 kilómetros de su yerma superficie), que la NASA ofrecerá luego para su difusión comercial. Quizás con el propósito de resarcir en parte la eroga-en pesos argentinos, alrededor de 117 mil millones. ¿UNA NAVIDAD EN SUELO LUNAR? “Este es el comienzo de un movimiento que jamás se detendrá. El hombre ha comenzado a volar en el espacio. A cientos de miles de kilómetros de la Tierra no hay lugar para carreras espaciales ni para la competencia entre norteamericanos y soviéticos; esto es para la humanidad entera”. El doctor Thomas O. Paine, subjefe de la NASA, pontificaba de ese modo luego del fantástico vuelo de la Apolo a la Luna. En verdad, la carta de defunción sobre la carrera lunar, dictada por Paine, era un gesto benévolo, casi una disculpa, hacia los soviéticos que insistían, hasta producido el descenso de la cápsula en el Pacífico, en la extrema peligrosidad del viaje. Luego, no tuvieron más remedio que aplaudir la hazaña. La máxima autoridad científica de la Unión Soviética, Leonid Sedov (apodado “Padre de los Sputniks”) elogió el lunes 30 la proeza norteamericana y la calificó de gran conquista. Al tiempo que festejaba la hazaña de la Apolo, la Humanidad esperó el acostumbrado golpe sorpresivo que acostumbra a dar la astronáutica soviética. Quizá ante esa expectativa —y la evidencia de la superioridad de EE. UU.— los rusos argumentaron que ciertos problemas pueden ser resueltos con utilización de aparatos de prueba automáticos. El mismo Sedov anticipó: “No mandaremos, en un futuro próximo, un hombre a la Luna. Pero puedo anunciar que Rusia instalará una plataforma espacial no tripulada para la investigación del espacio”. El interrogante —difícil de revelar ante el hermetismo soviético— es si los rusos han sido sorprendidos por la hazaña norteamericana o, por el contrario, ya han resuelto el descenso del hombre en la Luna, luego de los experimentos realizados por la serie de satélites experimentales Zond. LA LUNA POR DELANTE Una semana antes del vuelo de la Apolo 8, Oriana Fallaci escribió desde Cabo Kennedy el siguiente informe. Cubierto por un sudario de arena, de asfalto, de sal marina, circundado por 12 mil kilómetros de mar profundo, Cabo Kennedy (el mayor laboratorio científico del hemisferio occidental) es casi tan desértico e inhóspito como puede serlo para los primeros hombres que transiten por la superficie selenita. Extinguidos los alcornoques, las palmeras, las lilas, las 398 especies de árboles que lo oxigenaban, triunfan las plantas de plástico: los prados sintéticos se compran en el supermercado cómo la tela. Ya no hay cocodrilos, ni ratones, ni mosquitos; sólo sobreviven los tiburones empleados por la NASA para limpiar de curiosos las costas cercanas; y los que llaman pájaros, no son tales, sino cohetes de los más diversos modelos. Los moteles se llaman Satellite, Vanguard, Polaris, y en lugar de camareras tienen expertos robots: lustran los zapatos, hacen café, masajean a los cansados. Los juguetes son los mismos que los hijos de los pioneros del cosmos usarán en las colonias lunares que emergerán en el Valle de la Luz Eterna: overoles espaciales, tanques de oxígeno, pequeñas astronaves que emprenden vuelo impulsadas por baterías solares. Las postales para enviar a los amigos no reproducen paisajes, sino cohetes, depósitos de combustible líquido, astronautas encerrados en cápsulas Mercury. La Tierra que conocemos ha sido olvidado hace tiempo y en la desolada llanura de la península norteamericana de La Florida se yerguen solamente las torres de lanzamiento, catedrales de una era que ha sustituido a la liturgia con la técnica. LA CUENTA DESCENDENTE “Todos tienen miedo cuando llega el momento. Nadie resiste la angustia, de la voz que dicta la retrocuenta, y a medida que se acerca el instante en que estallará la enorme llamarada más se escuchan los latidos del corazón." David Morris, médico de la NASA, conoce casi como si los hubiera experimentado los estremecimientos previos a la partida espacial. “Shepard, quien había subido bromeando y conservaba ochenta pulsaciones durante el conteo final, subió a noventa cuando escuchó el número siete, a noventa y cinco faltando cuatro segundos y a cien en el cero. Cuando se encendieron los motores, el pulsómetro marcaba ciento nueve y después se elevó a ciento quince, ciento veinticinco y ciento treinta y ocho. Durante un prolongado minuto, el minuto en que no se sabe si el cohete ascenderá o explotará, las pulsaciones se mantuvieron en ciento treinta y ocho. Son hombres, como los demás, pero hay un día en que parecen superhombres: es en la víspera de la partida, cuando se van a dormir, tranquilos, como si al día siguiente fueran a cazar pájaros. Son como soldados. Para ellos, ir a la Luna es como ir a la guerra, aunque con menos probabilidades de morir. Una cosmonave es menos peligrosa que los aviones supersónicos a los que están habituados, y desde la Tierra los seguimos segundo a segundo, dispuestos a ayudarlos en cualquier momento.” Sin embargo, nadie puede predecir qué sensación experimentarán los primeros hombres que, tras abrir su cápsula, desciendan a un mundo donde nunca estuvo nadie, pisen y miren lo que antes jamás nadie pisó ni vio. Lenta, cautamente, darán los primeros pasos: la Humanidad entera, los que viven y los que están muertos, darán esos pasos con ellos. No hay descubrimientos geográfico que pueda parangonarse con esos primeros pasos, porque el objeto del que habrán descendido podría no partir nunca más, condenarlos a morir en ese mundo desierto y lejano, a unos 360 mil kilómetros del hogar. LA VIDA EXTRATERRENA Ningún científico contemporáneo se propuso demostrar que en otros pLanetas, quizás de otras galaxias, exista vida, como en la Tierra. Los únicos que podrán hacerlo fehacientemente serán los futuros astronautas, capaces de descubrir criaturas hoy inimaginables (podrían denominarse seres no-sabemos-cómo) y poner en tela de juicio acendradas convicciones religiosas. John Glenn, el primer cosmonauta puesto por los Estados Unidos en órbita terrestre, no vacila en poner su fe por encima de cualquier posible descubrimiento futuro. “La Biblia —dice— no niega la existencia de vida en otros mundos y yo, personalmente, estarÍa muy sorprendido de no encontrar en otros planetas seres animados. Podrían ser criaturas muy distintas a las terrestres, que no se desarrollen, por ejemplo, con nuestro ciclo de agua y carbón, o que se nutran de rocas, y carezcan de sangre, tejidos y órganos”. —¿Y si fuera preciso matarlos? Glenn: Soy un hombre que no querría ver morir a nadie, ni siquiera en la guerra, pero aunque fuera desagradable podría hacerlo. Ciertas expediciones serían como Ir a la guerra, y la esencia de la guerra es la muerte. Pero no sé por qué se piensa que las criaturas de otros planetas serán inevitablemente hostiles. Podrían ser completamente amistosas, buenas. Si las encontráramos en nuestro sistema solar ... Pero debemos ir a buscarlas a otros sistemas y eso no sucederá en nuestra generación, quizás ni en la siguiente. —¿No lo aterra la idea de ir a la Luna, afrontar una soledad atroz, la duda de no volver? Glenn: Nadie puede predecir cómo reaccionará. Estuve en dos guerras y un vuelo orbital, sufrí experiencias durísimas y me las arreglé como pude. Hasta ahora tuvimos suerte, pero sé que no será siempre así. Tarde o temprano tendremos nuevas pérdidas, algunos de nuestros compañeros morirán —tal vez una tripulación completa, como cuando chocan aviones— y deberemos afrontarlo. Seguiremos adelante, porque vale la pena. Muchos pilotos murieron en vuelo pero la aviación siguió adelante. —Si al alunizar comprobara la imposibilidad del retorno, ¿se mataría? Glenn: Los equipos de la NASA no incluyen ningún arma, ninguna píldora letal y no habrá necesidad de ellas. Si un astronauta se quiere suicidar no tiene más que desconectar el oxígeno o levantarse el casco. Su pregunta es horrible pero debo responderla: yo trataría de permanecer con vida el mayor tiempo posible. —¿Qué los impulsa a ser cosmonautas? ¿La curiosidad, el espíritu de aventura, la fantasía? Glenn: Curiosidad, espíritu de aventura ... ¿por qué no? Pero hay algo más. ¿POR QUE SE VA A LA LUNA? Ray Bradbury, el escritor de ciencia-ficción más grande de nuestro tiempo, no vacila en comparar el afán humano por viajar a la Luna con el deseo de tener hijos, de derrotar a la muerte, a la oscuridad. “No queremos morir —insiste— pero la muerte existe, y porque existe parimos hijos que parirán otros hijos hasta el Infinito, como si eso nos regalara la eternidad. La Tierra puede morir, explotar; el Sol puede apagarse, se apagará sin duda alguna. Y si el Sol muere, si la Tierra muere, si el hombre muere con ellos, entonces muere todo lo que hemos hecho (Homero, Miguel Angel, Galileo, Leonardo, Shakespeare, Einstein) y todos lo que no están muertos porque nosotros vivimos y pensamos en ellos, porque los llevamos dentro. Y entonces cada cosa, cada recuerdo se precipita al vacío con nosotros. Por lo tanto, salvémoslos, preparémonos para escapar y continuar la vida en otros planetas, para reconstruir en otros planetas nuestras ciudades: ¡no seremos terrestres durante mucho tiempo! Y si verdaderamente tememos la oscuridad, si en realidad la combatimos, entonces, por el bien de todos, tomemos nuestros cohetes, habituémonos al gran frío, al gran calor, a la falta de agua y de oxigeno, trasformémonos en marcianos en Marte, en venusianos en Venus, y cuando también mueran ellos, vayamos a otros sistemas solares, a Alfa Centauro, y olvidémonos de la Tierra. Olvidemos nuestro sistema solar, nuestro cuerpo, la forma que tenía (estos brazos, estas piernas, estos ojos), trasformémonos en cualquier cosa: líquenes, insectos, esferas de fuego, no importa qué. Sólo importa que de algún modo la vida I continúe, y con la vida la conciencia] de lo que fuimos, hacemos y aprendemos. Para que el don de la vida continúe in eternum ... LOS HEROES DE LA APOLO 8 Los tres cosmonautas que circunvolarán la Luna tripulando la Apolo 8 —Jim Lovell, Frank Borman, William Anders—, jugaban a las cartas en uno de los salones de la oficialidad, en Cabo Kennedy. Ellos serán los primeros hombres en ver la Luna a apenas 100 kilómetros de distancia, y quizás por eso habían sido sometidos a los más duros ejercicios de fortaleza, no sólo física sino mental. Lovell —alto, rubio, ceremonioso— saboreaba entusiasmado un sandwich de lomo y hablaba del Proyecto de Descenso Lunar, conocido por todos en la NASA como el Programa Queso. "Cuanto más pienso en ello, más seguro estoy de que nuestros geólogos mienten y la Luna no está hecha de roca, sino que contiene reservas inextinguibles de queso agujereado”. Frank Borman, el comandante de la histórica Apolo y quizás uno de los miembros de la tripulación que descenderá por primera vez en el satélite, fue más sobrio: “Me las hice en Corea, llevando la mochila por las montañas”, explicó señalándose las cicatrices que salpican su cuerpo. La más vistosa la tenía en medio del tórax: roja, rectangular, casi un remiendo de carne para cubrir un agujero. Había en él una gracia y una elegancia que no estaban de acuerdo con las cicatrices; esas señales de gladiador no condecían con cierto aire aristocrático que emana de su persona. William Anders se puso a hacer sus acostumbrados chistes: esta vez era una escena de desesperación por ciertos discursos que debía pronunciar en' Filadelfia, al término de la más extraordinaria aventura espacial vivida hasta hoy por el ser humano. Entonces Frank se puso de pie con una sonrisa muy seria y, fingiéndose drapearse la toga de Marco Antonio en torno al cuerpo, declamó: “Amigos, romanos, conciudadanos ..Después se despojó de la toga y volvió a sentarse con su sonrisa seria, muy seria. EL PRIMER VIAJE A LA LUNA La fase inicial del viaje tripulado a la superficie lunar será similar a la cumplida por el Apolo 8 hasta entrar en órbita selenita. Pero la Apolo, una vez agotado el carburante de la tercera etapa, se abrirá como una flor para liberar al LEM, el módulo tripulado que aterrizará en la faz de la Luna. Entonces se habrá cumplido un paso crucial. Soportando temperaturas de 250 grados sobre cero de día y 150 bajo cero de noche, las escafandras de los cosmonautas demostrarán su absoluta invulnerabilidad térmica. La comunicación con la Tierra será constante. Preciosas palabras, mensajes de histórica importancia se perderán tal vez en el vacío debilitados por la enorme distancia, y la Tierra aparecerá como una inmensa Luna en el cielo permanentemente negro, sin atmósfera. Apenas unas horas después, la tripulación encenderá los motores del LEM y se reunirá con la cápsula Apolo para volver juntos al hogar cósmico, a la “buena Tierra”, como suele decir Lovell. El regreso será tan delicado como los anteriores. La nave tendrá que caer en un ángulo de incidencia exacto por el estrecho corredor calculado en la NASA: de lo contrario se disolverá bajo el efecto de altísimas temperaturas o rebotará en la atmósfera como cuando se lanza una piedra plana a ras del mar, sobre la cresta de las olas. Entonces todo habrá cambiado. Cualquier plaza, oualquier atardecer, en cualquier lugar del mundo, serán distintos. Revista Siete Días Ilustrados 06.01.1969 |
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