Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

onassis
LOS 500 MILLONES DE DOLARES DE ONASSIS
El hombre más rico del mundo llegó a Buenos Aires con solo 10 dólares

ARISTOTELES EN BUENOS AIRES
Los bigotes blancos del anciano turco habían, por fin, dejado de balancearse. El viejo sacudió su fez, haciendo un gesto casi religioso, y volvió a asomarse por la borda. El vapor estaba quieto. La multitud de griegos, turcos y rusos caucásicos agitó las manos. En un instante, el pandemonium oriental imperó sobre la nave. El recuerdo turbulento de Esmirna, su ciudad natal, asolada por las tropas del general turco Kemal Attaturk, empezaba a quedar atrás. Los agotados refugiados griegos habían llegado a un país de América, legendario y próspero, donde solo bastaba un toque de sagacidad para cosechar millones: la Argentina.
Entre esos oscuros inmigrantes estaba Aristóteles Onassis, el actual magnate griego, casado con la soprano María Callas. Aquí, en la Argentina, habría de residir hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial y habría de ensayar sus primeras operaciones comerciales. Durante dos meses, un equipo de periodistas de Panorama rastreó sus pasos, entrevistó a sus connacionales y rescató a través del testimonio vivo de sus amigos y cofrades de entonces, el itinerario novelesco de las andanzas de Onassis en nuestro país, hito fundamental en la historia de una de las más grandes fortunas actuales,

Onassis porteño
Muy pocos hombres recuerdan aquel día de 1923, cuando el refugiado griego Aristóteles Sócrates Onassis, apenas un adolescente, llegó a Buenos Aires acompañado de la paradójica amistad de un viejo turco. Entre esos pocos está el griego Juan Katopodis —actual mayorista de quesos—, que a los 75 años sigue siendo parco, discreto y hosco como hace cincuenta y cinco años, cuando se radicó en la Argentina. “Yo tenía entonces una frutería en Leandro Alem y Córdoba —memora Katopodis— y al saber que venía un barco atestado de compatriotas me fui al puerto con una canasta llena de frutas; quería descubrir a algún pariente o amigo.
No hubo parientes ni amigos. Pero al bajarse la escala se precipitó con paso seguro un joven moreno, de espaldas anchas, tanto que las costuras de su saco parecían reventar. Katopodis, sonriendo, lo saludó en griego. El decidido Aristóteles Onassis, con el descaro de sus 17 años, se acercó al comerciante; diez minutos después, Aristóteles engullía una jugosa manzana ayudándose con un café con leche en el bar Tánger, de San Telmo. El generoso Katopodis lo escuchaba.
—Mis padres estaban recién casados, en Atenas —explicó Onassis— y decidieron colonizar, lo que era un buen negocio en aquel tiempo. Así llegaron a Esmirna. Yo nací allí en 1906. Ahora, aquí me tiene, perseguido por la guerra greco-turca. Sin dinero, apátrida, porque ni los griegos ni los turcos me reconocen en un país extraño del que no conozco siquiera el idioma.
Hasta 1922, el padre de Aristóteles era un poderoso exportador de tabaco. Luego, como otros griegos de Esmirna, fue despojado y perseguido por los turcos. El adolescente Onassis presenció, mientras su padre estaba en la cárcel, la ejecución de tres tíos suyos. Un cuarto pariente, al verlos pendiendo de una soga, murió de un síncope; días después, una tía con un recién nacido pereció al derrumbarse la iglesia donde una multitud de griegos pretendía refugiarse de las tropas turcas.
Aristóteles Sócrates Onassis lleva, pues, en su alma, las señales de la tragedia. “Una guerra destruyó tu vida; otra la reconstruirá”, le dijo su padre al separarse de él. Una hermana —Artemis— y dos hermanastras —Merope y Calliroy— salvaron sus vidas y pudieron huir con la madre a Atenas. Ayudado por algunas amistades, Homero Onassis logró, más o menos, reflotar su menguada fortuna. No obstante, un concilio de 16 parientes decidió que Aris (como lo llaman sus amigos) intentara una aventura, para transformar a su clan, otra vez, en una familia poderosa.
Una especie de predestinación empapaba este proceso: con arrebato mesiánico, la parentela depositó en Aris el dinero del pasaje y sus esperanzas. Ese jovencito de mediana estatura, pero de porte arrogante, sería el salvador. Vestía pobremente, es cierto, pero se había formado en la Evangeliki Scholi griega de Esmirna, un santuario fundado en el siglo XVIII, y una adolescencia desventurada lo había hecho fuerte, astuto, eficiente.
Aquella soleada mañana en el puerto, excitado, feliz, Aris confesó a Katopodis el nudo de su filosofía: “Creo en el destino y pienso que, con fe si una puerta se cierra, otras tantas se abrirán”. Años después, llega a ser el hombre más rico del mundo: la ambición le haría adoptar el lema money talks (el dinero se hace oír). Ese cambio se incubó en el Buenos Aires de los años 20.
Solo tenía diez dólares; Aris los miró con tristeza. Katopodis, campechano, entendió que, para empezar, sobraba dinero en esa modesta suma. Así Onassis se alojó en una humilde pensión de la Boca, cerca de la Vuelta de Rocha.
Un italiano de apellido Carbone dormía en la misma habitación. Convencido por su amigo Katopodis, Carbone empleó como ayudante a Onassis: el trabajo consistía en llevar de una punta a la otra del puerto a los trabajadores, en un bote, por unos pocos centavos. El ejercicio del remo fortaleció aún más su físico; soñando con una fortuna que estaba seguro de lograr, aspiraba con fruición los mentados buenos aires y trabajaba con energía. Carbone, en cambio, tenía una tos horrible: de noche no solo roncaba, sino que sus violentos accesos pulmonares sacudían los maltrechos elásticos del camastro donde dormía. La convivencia resultaba, sin duda, deprimente. Aún fascinado por el puerto, Onassis prefirió emplearse en los alrededores como peón de albañil, a fines de 1923.
Resulta difícil desenterrar estos hechos: los griegos son recelosos, callados. La colectividad griega en la Argentina constituye un círculo de hierro. Ser excluido de la colectividad es una lacra letal. Nuestros informantes griegos, pues, tratan de hablar poco y pronuncian sus nombres confusamente. Bairaclotis, un abogado setentón que fundó en 1924 el diario Patris, del que sigue siendo director, sospecha que todo periodista es un policía en potencia. Raro, porque él pertenece al oficio. Se negó a comentar algunas versiones sobre rupturas entre Onassis y la colectividad griega en la Argentina.
—¿Cómo voy a hablar mal de quien admiro como audaz y leal compatriota? —exclamó teatralmente, consultado por un cronista de Panorama—. Mientras nosotros leíamos a Homero, él, a los 21 años, hacía números claritos en su cuenta de banco.
A los pocos años de haberse radicado aquí, ya se había transformado en un típico muchacho porteño: altanero, astuto, lleno de ironía y de desplantes. Comenzó a trabajar de lavacopas. Su ídolo era Carlos Gardel; un camarada griego de aquellos tiempos relató a un cronista de Panorama que Onassis recordaba como un gran momento de su vida, cuando lavó un pocilio de Gardel en un bar de Corrientes y Talcahuano.
Discretamente, el señor Konstantopulos, revendedor de golosinas, informó a un redactor que, por aquel entonces, en Grecia, el tronco mayor de la familia Onassis alcanzaba a consolidar su situación económica que había quedado reducida durante la guerra a la miseria más absoluta.
Al finalizar 1924, Aris logra emplearse en la Compañía Internacional de Teléfonos y Telégrafos: trabaja de once de la noche a siete de la mañana, y asegura que dormir de noche es robarle horas a la vida. Nunca descansa más de tres horas diarias, y en los momentos libres corretea cigarrillos de la fábrica que, con el tiempo, habría de contarlo entre sus principales accionistas.
Oscuramente logra, meses después, importar pequeñas cantidades de tabaco turco y griego. En 1925 le otorgan la ciudadanía argentina; la suerte se pone decididamente de su lado y alcanza también el reconocimiento griego, por una cláusula perdida del tratado de Lausanna.

Buenos tiempos
Se inicia por fin la correspondencia entre Onassis y su padre: el muchacho le cuenta que su posición es ascendente; que tiene amigos, que no le alcanza el tiempo para aprovechar sus ideas comerciales. Su padre, Homero Sócrates Onassis, le envía un poder general para que lo represente: el emporio Onassis se rehace. A través de varias sagaces piruetas financieras, Aris logra importar una gruesa partida de tabaco de Macedonia. Entonces deja su puesto en la Compañía Internacional de Teléfonos y Telégrafos y se embarca en un tropel de negocios.
En la euforia de su juventud tuvo un entredicho con un connacional al expropiarle la marca de cigarrillos “Bis”, famosos por entonces. El propietario de la fábrica “Bis”, señor Xoudis, lo encaró. Onasis lo “indemnizó” con varios miles de pesos y Xoudis continuó con la explotación de su marca.
Sus compatriotas argentinos tratan de ocultar el hecho y lo mencionan con reservas; es una de las tantas “manchas” de Onassis. Su actividad al frente de este primer negocio, ubicado en Viamonte 332, era próspera. Don Salvador Kotliar es uno de los vecinos más viejos de ese barrio. Todavía tiene el taller de reparaciones de artefactos eléctricos sobre la calle Viamonte, frente al domicilio que ocupaba Aris.
—En la puerta —recuerda don Salvador— Onassis había colocado un cartel que decía: Importador de tabaco de Oriente. Era un vecino amable, cortés; no se daba con nadie y menos aún tenía aventuras amorosas. Creo que su único amor era la plata. Ningún ser normal puede amasar una fortuna como la de Onassis siendo medianamente decente el testo de su vida.
Viejos amigos de su padre ayudan a Aris; Homero, en la madre patria, establece sólidos contactos comerciales con antiguas fuentes de suministro en Turquía, Grecia y Bulgaria.
En la Argentina, por aquel entonces, solo se conocían los tabacos norteamericanos y cubanos. En 1927, Onassis logra imponer el tipo oriental, y tres de cada diez fumadores llegan a consumir las nuevas marcas; de un 10 por ciento eleva la producción a un 35 por ciento. Por fin, el joven Aris se decide a independizarse por completo; usa el nombre comercial de “Osman” y produce una exitosa serie de pulcras cajas con el nombre de “Omega” estampado en el borde.
El gobierno griego suprime en 1928 toda una serie de tratados comerciales con Bulgaria, y la situación se torna peligrosa para los exportadores, que ven brutalmente gravadas sus actividades. Onassis no pierde la serenidad; dirige una carta a las autoridades griegas, donde recomienda intensificar el intercambio con la Argentina. Su padre la hace llegar a buenas manos, y a los pocos meses, Aris, prestigiado, se transforma en miembro de una delegación encargada de los negocios de su país en Sudamérica. El avispado Aristóteles no vacila y se dedica no solo a importar tabaco, sino también cereales, almendras, aceitunas, aceite de ballena, pieles y lanas. Así, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, los galpones del puerto de Buenos Aires están atestados de mercaderías ya reservada por los clientes. En sus dos primeros años de actividades importadoras, Onassis vende dos millones de dólares en tabaco a sus amigos comerciantes de la Argentina, con lo que gana cerca de 100 mil dólares. A veces utiliza dinero de sus clientes para efectuar rápidas operaciones comerciales: por ejemplo, reflotar un barco hundido frente a las costas de Montevideo, hacerlo reacondicionar y venderlo con grandes márgenes de ganancia. Lo ayuda, por aquel entonces, su amigo Nicolás Konialides.

La aventura internacional
Un millón de pesos y veinticinco años de edad; sin duda, un capital inigualable en la Argentina de 1931, cuando Aris se embarca en el Constantine para iniciar su verdadera aventura en el mundo de los negocios. En Canadá tiene conocimiento de una profunda depresión que se avecina en el universo financiero: decide ingresar en el círculo de los navieros y compra a la Canadian National Shipping Company seis barcos de cabotaje de nueve mil toneladas en la suma de 120 mil dólares, lo que equivale al uno por ciento del valor real de las embarcaciones, vendidas por una firma totalmente quebrada.
Un ciudadano venezolano, Martín Luz, que lo acompañó casualmente durante el viaje del Constantine, relata que, una noche, Aristóteles Sócrates, durante la comida, le dijo con un gesto inspirado: “Este es el comienzo de mi primer negocio cabal. Tengo la más profunda certeza. En Atenas, un amigo de mi padre me lo vaticinó, estudiando la borra de mi café. En mi vida hay muchas oportunidades comerciales, redondas como el mundo que pisamos”.
La importación de tabacos, a todo esto, seguía produciendo jugosos dividendos. Hacia 1932 se produce una novedad de peso en los negocios del próspero Aris: lo nombran cónsul general de la Embajada de Grecia en la Argentina. El cargo —que habría de retener hasta 1935— le proporciona brillantes contactos comerciales. Las puertas del crédito se abren para el astuto griego. Y tiene una nueva, productiva idea: entra en el negocio que él denomina “transfusión de sangre negra”. Viaja a Suecia, donde patrocina la construcción del mamut de los petroleros: el Aristón, de 15.500 toneladas, que le sería entregado en 1938. Aris sabe que se aproxima una guerra y apresta sus transportes, distribuidos en algunos puertos,

El negocio bélico
Los fletes en zona de guerra eran elevadísimos. Algunas firmas botaban cargueros antiguos y cansados que eran hundidos de inmediato; lo recaudado en concepto de fletes y seguros sobraba para adquirir nuevos y modernos barcos. Esto se prestó a muchas especulaciones; algunos llevaban simplemente sus bodegas cargadas de arena, en lugar del contenido declarado, porque estaban irremisiblemente destinados al torpedeo enemigo. Algo de esto, quizá, hizo Onassis, que había tenido aquellos seis cargueros canadienses, y algunos más, esperando en el puerto de Buenos Aires y Montevideo.
1939 : Aris tiene ya dos enormes petroleros: el Aristófanes y el Buenos Aires.
Entre 1936 y 1945, Aris reside en Nueva York. Son los años de su gran triunfo, del acceso a la fama. Al terminar la guerra, ya cuarentón, se casa en Nueva York con Tina Livanos, bellísima morena de 17 años, hija del multimillonario grecoamericano Stavros Livanos, naviero. La gran dote de su esposa, Tina, viene a sumarse graciosamente a las cuentas de Onassis, en los bancos de Nueva York.
En 1948 realiza un nuevo y fabuloso negocio con la caza de ballenas. En la primera temporada gana 9 millones de dólares. Ya tiene la flota independiente más poderosa del mundo. Algunos gobiernos lo acusan de pirata de los mares. Sus barcos tienen banderas de países sin tradición mercante: Costa Rica, Honduras, Panamá, Liberia . . ., que utiliza para pagar bajos impuestos. Envuelto en una nube de escándalos, juicios, grandes negociados y espectaculares éxitos financieros, se transforma en uno ele los magnates más poderosos del mundo.
Se calcula que en 1970 sus ganancias anuales serán de varias centenas de millones de dólares. Es un personaje odiado y querido por los gobiernos; fantasioso al hablar de su vida íntima, en todo momento trata de crear su propio mito. Su dimensión escapa al nivel privado. Sin embargo, no se olvida de la Argentina; en su calidad de socio fundador del Centro Griego, su primo Aris Onassis, presidente de esa entidad, es el flamante depositario de un título de concesión de sepulturas para que se construya un panteón en la necrópolis de Chacarita, en una superficie de 296 metros cuadrados. Es una cesión gratuita a la colectividad helénica del intendente Rabanal. La mano de Aristóteles Onassis sigue actuando a la distancia, manejando desde Monaco sus cuantiosas inversiones. Asperamente, afirmó hace poco que su corazón es griego, pero, como capitalista, “no tengo patria, como no la tuve al llegar a la Argentina”. En la sede del Centro Griego, sobre la calle Julián Alvarez al 1000, se informa a los curiosos que se puede escribir a Onassis a Olympia Marítima S. A. 17 de Montecarlo, Monaco. La dirección corresponde a un yate de 1.800 toneladas. Tiene 25 habitaciones decoradas por Pinnau y una tripulación de 45 personas, Su precio actual bordea los cuatro millones de dólares, precisamente el monto de la fortuna que adquirió en la Argentina. El hombre que tiene 500 millones de dólares posee, pues, una residencia flotante como su alma.
Luis Santagada
Revista Panorama
02/1966
 
onassis
onassis


ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba