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Bolivia, 9 de abril de 1952: Una insurrección popular toma el poder


De la misma manera que el nacimiento del Mesías bíblico separa los acontecimientos históricos ocurridos antes y después de la era cristiana, la insurrección del 9 de abril de 1952 dividió la historia de Bolivia en dos faces profundamente diferenciadas: fue, después de la Revolución Mexicana, la más importante sublevación popular de América latina.
La guerra paraguayo-boliviana, desatada entre 1933 y 1936, sacó a relucir los defectos de una sociedad estancada. Las masas indígenas, a las que se negaba la condición de ciudadanos, por no saber leer ni escribir, fueron arrastradas a la contienda del Chaco boreal, a defender a una patria a la que sólo conocían a través de sus emblemas.
Los historiadores tradicionales sostuvieron que el Alto Perú había nacido a la vida republicana como el país más avanzado de la América latina. Bolivia —se sostenía entonces— fue la primera en promulgar los más modernos códigos del subcontinente. En cierta manera era verdad. Hacia 1831, el mariscal Andrés de Santa Cruz hizo aprobar, con pocas variantes, el código civil napoleónico, el código penal español y la constitución política norteamericana. No obstante, bajo esa fachada de modernidad, gemía las tres cuartas partes de la población, obligada a prestar servicios personales en favor de la oligarquía mestiza. El derecho de pernada; el pongo (siervo), obligado a dormir en la puerta de calle del patrón, para cuidar la casa, como un perro; la entrega a los propietarios de más de la mitad de las cosechas y de los animales, producidos con el esfuerzo del campesino, configuraban parte de la situación existente en la Bolivia anterior a 1952.
Sin embargo, la fama del Alto Perú nace de su riqueza minera. Los colonizadores españoles habían obtenido tanta plata del cerro de Potosí, que con la riqueza extraída podría haberse construido, de ser técnicamente posible, un puente de ese metal capaz de unir América con Europa.
A causa del agotamiento de la plata, siguió el ciclo del estaño. A partir de la segunda mitad del siglo XX, más del 80 por ciento de la producción estañífera había caído bajo el control de los llamados barones del estaño: Patiño, Hoschild y Aramayo. Las luchas políticas se reducían, en gran medida, a las pugnas entre los magnates de la minería por lograr mejores situaciones políticas. Patiño llegó a rechazar el cargo de presidente de la República, con el argumento de que “para eso tengo a mis abogados". Muy pronto, los industriales mineros internacionalizaron sus capitales, conformando sociedades anónimas con sede en Estados Unidos y Europa. Simón I. Patiño, uno de los diez millonarios más grandes del mundo, compró la fundición de William Harvey, en Inglaterra, a fin de asegurar que Bolivia, su país de origen, se mantuviera sólo como país exportador de materias primas.
Obviamente, los barones del estaño formaron una densa trama con los terratenientes, para asegurarse el control del poder político. Esa alianza fue bautizada con el nombre de La Rosca: fue contra ella que estalló la insurrección del 9 de abril.

LOS PRECURSORES. Las trincheras del Chaco sirvieron no sólo para que las clases oprimidas tomaran conciencia del atraso nacional, sino que también fueron útiles para que campesinos, obreros y estudiantes comprendieran la necesidad de enfrentar unitariamente al sistema. A esta alianza se sumó la joven oficialidad, repudiando a los generales, que, en su gran mayoría, se mantuvieron en la retaguardia de la guerra, rodeado de prostitutas y de bebidas importadas.
La primera expresión nítida del nacionalismo militar contemporáneo fue la figura del coronel Germán Busch, quien, el 7 de junio de 1939, dictó el famoso decreto por el que se obligaba a los magnates de la minería a depositar en el Banco Central el ciento por ciento de las divisas obtenidas por la exportación de minerales. Esa disposición legal no llegó a cumplirse, en razón de que pocos meses después Busch optó por suicidarse.
Con el fragor de la Segunda Guerra Mundial, el precio del estaño, utilizado como mineral estratégico, subió a niveles capaces de garantizar la industrialización del país. Pero el presidente Enrique Peñaranda prefirió vender el estaño a USA e Inglaterra a precios de "ayuda a los aliados", con la promesa de recibir ingente recompensa al término del conflicto. Por esta ingenua transacción, Bolivia perdió 600 millones de dólares, mientras USA aprovechaba para formar el llamado 'stock pille', o sea su reserva estratégica de estaño, que hoy le permite lanzar al mercado internacional las toneladas que necesite, a fin de evitar que la cotización estañífera adquiera niveles importantes.
La tradición de Busch es encarnada por el mayor Gualberto Villarroel, quien al mando de la logia Razón de Patria (RADEPA) y con la alianza del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), fundado en 1941, lleva con éxito el golpe del 20 de diciembre del año 1943.
Durante el gobierno del coronel Villarroel se impulsa la organización del movimiento obrero, con la fundación de la poderosa Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia; son dictadas varias medidas en favor del proletariado (aguinaldo, vacación, etc.) y es convocado el primer congreso nacional campesino, después del cual se deroga el pongueaje. El régimen, después de las matanzas mineras sufridas durante el gobierno Peñaranda, recibe el apoyo irrestricto de los trabajadores del subsuelo.
Pero la política de Villarroel es curiosamente resistida por el stalinismo boliviano, que formaba el Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR), el cual, obnubilado por el pacto Stalin-Roosevelt-Churchill, cree de su deber conspirar junto a las embajadas de USA e Inglaterra y con La Rosca minero-feudal, pana terminar colgando a Villarroel, el "presidente mártir”, de un farol de la Plaza Murillo, el 21 de julio de 1946. La venganza de los barones del estaño contra el hombre que trató de retomar el nacionalismo de Busch fue implacable.
Después de la muerte de Villarroel, se sucedieron nuevos gobiernos "rosqueros", con su secuela de matanzas mineras y campesinas. El stalinismo y los trotskistas, agrupados en el Partido Obrero Revolucionario (POR), habían quedado fuera de cauce, por haberse complicado con el derrocamiento de Villarroel. Todos estos hechos contribuyeron para que el MNR se fuera conviniendo en el mayor partido político de la historia de Solivia. Su creciente poderío salió a relucir en los últimos meses de 1949, en cuya oportunidad desató una guerra civil, en la que, si bien fracasó, logró controlar cinco de los nueve departamentos de la república.
En las elecciones del domingo 6 de mayo de 1951, durante la presidencia de Mamerto Urriolagoitia, la fórmula del MNR —Víctor Paz Estenssoro-Hernán Siles Zuazo— triunfó sobre varios candidatos oficialistas. Ante esta coyuntura, Urriolagoitia prefirió anular las elecciones y entregar el poder a una junta militar, presidida por el general Hugo Ballivián. Este hecho histórico es recordado por el pueblo boliviano con el nombre de mamertazo. .

EL ESTALLIDO. La indignación generada por el desconocimiento de las elecciones (en las que, sin embargo, participó sólo el 10 por ciento de la población, debido a la discriminación que pesaba sobre los campesinos analfabetos); la opresión de las masas campesinas, que ya habían avizorado un horizonte propio con el gobierno de Villarroel; la acentuación de la política extorsiva de los barones del estaño, y la existencia de una importante fuerza aglutinadora de la protesta popular, el MNR, fueron creando las condiciones del estallido revolucionario.
A ello debe agregarse la descomposición del propio núcleo gobernante, en razón de que el ministro del Interior del régimen de Ballivián, general Antonio Seleme, se comprometió desde un primer momento a intervenir en un golpe en favor del MNR, partido al que adhirió tres días antes de la insurrección de abril.
La conjura golpista dio pasos importantes, ya que el ministro Seleme comprometió el concurso del Cuerpo Nacional de Carabineros, es decir de las unidades policiales del país. El ministro golpista —quien a cambio de su participación en la contienda, exigía la presidencia de la república, mientras convocara a nuevas elecciones— creyó, erróneamente, que contaba con el apoyo de importantes unidades militares. En la víspera del golpe, y también por. exigencia de Seleme, se trató de conseguir el apoyo de la Falange Socialista Boliviana (FSB), cuyo jefe, Oscar Unzaga de la Vega, solicitó dos horas de plazo pana hacer conocer su respuesta. Unzaga aprovechó ese lapso para delatar el golpe, permitiendo que el comandante en jefe del Ejército, genial Humberto Torres Ortiz, movilizara a las tropas para sofocar la subversión.
El miércoles 9 de abril, los revolucionarios —organizados en milicias populares parcialmente armadas por Seleme— capturaron la vieja casona de la Plaza Murillo, que oficia de Palacio de Gobierno. Entre tanto, el general Torres Ortiz estableció su comando en la base aérea de El Alto, donde se concentraron los regimientos Bolívar, Técnico de Comunicaciones, Sucre, Pérez y Avaroa. En el otro polo de la ciudad, movilizó al regimiento Lanza, a la guardia del ministerio de Defensa y a los cadetes del Colegio Militar, en cuya sede se había refugiado el presidente Hugo Ballivián. Así, Torres Ortiz había logrado reunir una fuerza de 4.500 soldados, distribuidos en ocho regimientos; además, contaba con aviación, artillería, ametralladoras pesadas y livianas y fusilería.
Las sombras de la noche detuvieron los movimientos tácticos. Al amanecer del 10 de abril, las baterías del Lanza comenzaron a barrer las posiciones de los insurrectos, cubriendo el descenso del regimiento Pérez, que procuraba reconquistar el Palacio de Gobierno.
La impresionante cantidad de cerros que rodean la ciudad de La Paz permitió que los carabineros y los combatientes del MNR embolsaran a las tropas del Regimiento Pérez, cuyos efectivos terminaron por rendirse al no poder responder el fuego cruzado de los revolucionarios. El regimiento Bolívar también fue atraído y diezmado en otra emboscada de similar estilo. Las dos primeras victorias de los insurrectos dieron coraje a un grupo de militantes del MNR y a los mineros de Milluni para atacar la sede del general Torres Ortiz. Estos comandos suicidas se acercaron hasta menos de cincuenta metros de los nidos de ametralladoras, para destrozarlas con granadas fabricadas con la dinamita de trabajo. Torres Ortiz huyó hasta la localidad de Laja, en las proximidades con la frontera peruana.
Sin embargo, la lucha se mantuvo aún indecisa, en razón de que el regimiento Lanza y el Colegio Militar avanzaron resueltamente por el otro extremo de la ciudad. En esta oportunidad, quedó demostrado que los carabineros, habituados a las contiendas callejeras, se movilizaban en las calles y callejuelas de La Paz con mayor conocimiento del terreno que los militares de academia. La oportuna captura del polvorín permitió a los insurrectos conseguir la munición que faltaba para consolidar definitivamente su victoria. Desde Orure llegó también la noticia de que el MNR había aniquilado al Regimiento Camacho.
Cuando se celebraba la victoria, apareció el jefe civil de la revolución, el doctor Siles Zuazo, quien, confundido por los acontecimientos, y creyendo que su partido había sido derrotado, había viajado hasta Laja para pactar con Torres Ortiz una tregua innecesaria.

21 AÑOS DESPUES. La nacionalización de las minas, el voto universal y la reforma agraria constituyeron el resultado inmediato del triunfo insurreccional. Luego vino la división del MNR. El partido más importante de la historia de Bolivia desnacionalizó el petróleo, entregó la administración de las minas a una comisión integrada por el BID, USA y Alemania Federal y reorganizó el Ejército. En la presidencia de Siles Zuazo, luego del primer gobierno de Paz Estenssoro, el Fondo Monetario Internacional organizó la estabilización monetaria. Posteriormente, el 4 de noviembre de 1964, Siles Zuazo y el ex dirigente obrero Juan Lechín derrocaron a Paz Estenssoro, contribuyendo al golpe del general René Barrientos Ortuño. Siles y Paz se unieron otra vez el 2 de febrero de 1970 en el Pacto de Lima, para derrocar al presidente Juan José Torres, con el concurso de la Falange y de un sector de las FF.AA. Meses después Siles y Paz volvieron a separarse por discrepancias del primero con el régimen del actual presidente, Hugo Banzer Suárez. Entre tanto, los ecos de la revolución de abril siguen resonando.
PANORAMA, ABRIL 19, 1973
 
 

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