Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
CUBA: ENTRE EL LIRISMO Y LA BUROCRACIA De regreso de un viaje a Cuba, Edouard Balby, de L’Express, escribe exclusivamente para Panorama: Fidel Castro —desde hace 11 años— gobierna a la carrera. Como si persiguiera a su propia revolución. No siempre saben sus ministros dónde encontrarlo. Recorre su isla a saltos imprevistos, en jeep o en helicóptero, con un cepillo de dientes en el bolsillo por único equipaje. Tiene una necesidad física de tocar la realidad con la mano. De escuchar a la gente, más que de leer informes. Cuando un asunto de Estado reclama su presencia en la capital, se abre la caza de Fidel. Que termina al encontrarlo en el corral de una granja discutiendo con los campesinos, en una cantina obrera donde toma un desayuno frugal y escande imperativos heroicos. Pero, cada tanto, hay que hacer balance. Y este año, se acerca al límite del fracaso. Algunos, incluso, dicen: ha pasado la línea del fracaso. Es el fin de las ilusiones. No se ha cumplido el programa establecido por Castro. Pero las restricciones continúan. Y el régimen no siempre escapa a las leyes de los Estados con partido único, reforzados aquí por la proximidad de los “imperialistas norteamericanos”: nada de prensa libre, policía activa y delación. Ocho bifes por mes y por persona, 15 huevos, 700 gramos de frijoles, 3 kilos de azúcar, una botella de cerveza, 170 gramos de café. Y, para cada hogar, un jabón, un rollo de papel higiénico, un tubo de pasta dentífrica. Once años después de la victoria de la revolución, 8.500.000 cubanos siguen haciendo agujeros en sus muy viejos cinturones. LAPSUS. Pero esos sacrificios están agravados por un pesar reciente. Medio millón de cubanos —el doble, cada fin de semana— fueron movilizados, arrancados de sus labores habituales, lanzados a la campaña de la zafra, la cosecha de la caña de azúcar, para lograr la cifra récord pedida por Fidel: 10 millones de toneladas. La fiesta del 26 de julio, aniversario del castrismo, debía coronar este inmenso esfuerzo nacional. Pero la zafra apenas dio unos 9 millones de toneladas. Y el infortunado ministro de la Industria Azucarera, Francisco Padrón, acaba de perder su cartera al mismo tiempo que esta batalla. Castro ha pretendido demasiado, volado demasiado alto. Después de asumir el desafío, los cubanos enfrentan el revés. En La Habana —donde se preparaba, a pesar de esa decepción, una loca kermesse popular para un 26 de julio detonante— todo el mundo espera nuevas "movilizaciones”. La revolución, se dice, no puede permitirse ninguna siesta. Y de un extremo a otro de la isla, el revés ha provocado entre los más humildes una reacción afectuosa hacia el jefe. Fidel se convirtió en el "pobrecito”. Hace 2 meses, un extraño lapsus iluminó el cielo. Fue cuando Castro anunció el fracaso en un gran mitin. Por inadvertencia, los organizadores desencadenaron los fuegos de artificio previstos para la zafra de los 10 millones. El error, en su inconsciente, tal vez sólo fuera la necesidad de rendir así homenaje al campeón desdichado. De la muchedumbre se elevaron gritos, interrumpiendo el discurso de Fidel: "Aprieta la tuerca". Ese slogan improvisado, que subía de las filas trabajadoras, era también una ofrenda. Si Fidel quería, se iba a trabajar más duro, se iban a aceptar más privaciones. ¿Era el último grito del hombre antiguo, o el primer grito del "hombre nuevo”, ese que el Che Guevara quería forjar y que aparece en el horizonte del comunismo cubano como un ser liberado de la pesadez del dinero? El idealismo revolucionario de Cuba descansa sobre un culto bicéfalo: Castro es el sumo sacerdote; Guevara, el mártir. En los caminos, en los frentes de las casas, en las fábricas, el retrato del Che sigue siendo omnipresente. Es el rostro de la purificación y la tragedia. El Che simboliza la renuncia a uno mismo, el entierro del egoísmo individual; Castro representa el rostro humano del Estado, el mandamiento, la palabra hecha ley. Uno es depositario del "honor de la revolución”; el otro, de su espada. LAGRIMAS. Para mostrarse dignos de esta doble ascendencia, militantes puros, agrupados en "villas comunistas”, se esfuerzan por ¡lustrar la definición del hombre ejemplar: devoción absoluta a la causa revolucionaria, disponibilidad del individuo siempre listo para las tareas más diversas, altruismo, negación del espíritu de lucro. He visitado Machurrucutu, a 30 kilómetros de La Habana y en plena zona ganadera, una de las 6 villas especialmente creadas por el gobierno para servir de marco a esta experiencia. Las primeras familias se Instalaron allí en 1969; un segundo grupo de 72 familias se sumó en marzo último. El dinero casi no corre en Machurrucutu. El peluquero afeita gratis y el electricista no cobra sus arreglos. Los habitantes no pagan impuestos al Estado. Cada uno recibe un salario simbólico para sus gastos menudos. "Queremos —explicó un responsable del partido— liberar al trabajador de todas las obligaciones materiales. En cambio, le pedimos un esfuerzo que puede prolongarse 15 horas diarias, si es preciso; debe volverse útil aun durante sus ocios, brindar cuidado o compañía a los ancianos”. Se asiste a una curiosa resurrección de la doctrina sansimonlana, con realizaciones aún inciertas. Los responsables de la villa, designados por el partido, confiesan estar encerrados en un ciclo de perpetuo recomienzo. "Los resultados morales son satisfactorios —declaran— pero los recién llegados vuelven a poner todo en cuestión”. Frente a una imagen del Che, un viejo revolucionarlo de 70 años, periodista y economista de renombre, confesó con lágrimas en los ojos: "Si Cuba fracasa, será la catástrofe para todos nosotros. ¿Cómo podríamos, después, sublevar a América latina?”. Porque ésa es, en el espíritu de los cubanos, la prolongación lógica del levantamiento castrista iniciado el 26 de julio de 1953. Ese día, cerca de una chacra y a la sombra de los árboles, Fidel reunió a 135 apóstoles. Los lleva a Santiago, donde asaltan el cuartel Moneada, el segundo en importancia de la isla. Más de 80 guerrilleros caen en la aventura, pero la llama ya no se extinguirá. Hasta la entrada victoriosa de Castro en La Habana, en enero de 1959. TENSIONES. Esa llama, ¿sigue ardiendo en todos los corazones? "El racionamiento crea aquí graves tensiones —manifiesta un alto funcionario—. Pero es inevitable y durará aún 3 ó 4 años. Necesitamos exportar para pagar nuestras deudas y equiparnos al máximo”. Para soportar esta larga penuria, es bien difícil inventar un "nuevo consumidor”. En el mejor de los casos, la gente se defiende con la risa. En el peor, cae en la exasperación. En los cafés no hay cerveza ni sandwiches, nada de comer ni de beber. Detrás de los mostradores vacíos, las camareras sólo pueden ofrecer un vaso de agua. Empiezan, entonces, las profundas discusiones sobre los distintos matices del líquido. "El agua está particularmente dulce hoy”, observa alguno. "Demasiado liviana para mi gusto”, le contesta un connalsseur. El agua es juzgada del mismo modo que, en Francia, el vino. Como es natural, para más de uno la esperanza fue reemplazada por el cansancio. Los nervios crepitan. Una negra de 35 años, que pasa los días haciendo cola, reacciona con una especie de violencia excedida. "Ya estoy harta —estalla—. Que me dejen como antes, pobre, aislada de los blancos, con mi gallinero y mis lechones para vivir”. Admite, sin embargo, que la revolución le dio algo muy grande: la igualdad, la justicia. "Antes —recuerda—, en los bailes de mi provincia, negros y blancos estaban separados por una soga. Y en la plaza principal, los negros caminaban por un lado y los blancos por otro”. El racismo ha desaparecido: primera barrera abolida en el camino que conduce al "hombre nuevo". Apartándose del modelo soviético y de los métodos en vigor en las democracias populares, Cuba rechaza las falsas promociones, los "héroes del trabajo”, las medallas, las recompensas, las primas excepcionales. En cambio, están aseguradas para todos las condiciones básicas de una vida decente. El teléfono, el agua, el gas, la electricidad son gratuitos, los trasportes, casi. No se cobra la atención médica. Los alquileres han sido suprimidos en todas partes, con la única excepción de La Habana. En los complejos de vivienda recientemente construidos, hasta los muebles de sus habitantes son pagados por la colectividad. Detalle turbador: al inaugurarse un gran conjunto en Vado del Yeso, cada beneficiario de uno de los 500 departamentos encontró sobre su lecho, a modo de gracioso don, un paquete de preservativos. Por último: hasta la edad de 16 años, todos los niños son vestidos, alimentados y educados por el Estado. LIOS. Todas estas ventajas sociales cuestan caro. Entonces, el Estado procura algún reembolso pidiendo a cada ciudadano que “done” una o dos jornadas de trabajo por mes, a veces más. Cada cubano que cumple ese servicio cívico se convierte, por algunas horas, en un miliciano de fortuna, haciendo guardia, descargando barcos, recogiendo caña de azúcar, vestido con la tradicional camisa azul-gris y el pantalón verde-oliva. Pero, cerca de Holguín, en el centro de la isla, el plan de riego más vasto de Cuba —destinado a irrigar 37.000 hectáreas— padece un retraso de 6 meses debido a que 1.000 de sus 1.200 obreros tuvieron que Irse a cortar caña. No hay suficiente mano de obra para tantos proyectos. No hay suficiente eficacia, sobre todo, y sí mucho embrollo. "Bastaría un poco de organización —razonó un diplomático occidental con destino en Cuba—. En la provincia de Pinar del Río, se desalambra para reagrupar a los campesinos en conjuntos rurales. Pero las alambradas se oxidan, tiradas al borde del camino. A 100 kilómetros de la capital, un pequeño agricultor —hay todavía— esperó todo el mes de junio que los camiones del gobierno vinieran a recoger sus 3.000 litros de leche”. En ciertos momentos, la economía del país parece girar en el vacío. En realidad, sin la ayuda de la URSS y de los países socialistas, Castro, "el cocodrilo verde”, ya se habría ahogado en el mar Caribe. Moscú lo sostiene. Los rusos compran 5 millones de toneladas de azúcar por año, a un precio que es el doble del que rige en el mercado mundial: 6 centavos de dólar —en vez de 3,7 centavos— por la libra inglesa de 453 gramos. Camiones, jeeps, bull-dozers, tractores, máquinas, fábricas, aviones, todo viene de la URSS y de sus aliados. He visto a los Zis, esos camiones que corren a 120 kilómetros por hora —“los telegramas"— descender las rutas cubanas. En un solo día, conté hasta 27 cargueros soviéticos anclados en el puerto de La Habana. Con la excepción de los barcos chipriotas, ni un solo navío occidental entra a los puertos cubanos por temor a las represalias de USA. Es a partir de la URSS —desde ella, hacia ella— que Cuba liga los dos tercios de su suerte con el mundo exterior. Los cubanos, en total, deben más de 2.000 millones de dólares a los soviéticos, y más de 200 millones a las democracias populares. HEMORRAGIA. Esta situación acerca a los cubanos inconvenientes cotidianos. Cada vez que el material recibido no se adapta a la necesidad local —lo que ocurre con frecuencia—, arreglan, improvisan. Felipe Pérez Freeman, 31, veterinario en Bayamo, me elogia la resistencia de los jeeps soviéticos. "Pero —reconoce—, me vi obligado a ponerle un carburador inglés más poderoso, un botón de arranque polaco, alargué el caño de escape y coloqué la rueda de auxilio atrás en vez de conservarla a la izquierda”. En la central azucarera del poblado de San Germán, hubo que Instalar un sistema de plataformas basculantes para inclinar a los camiones rusos —enteros— y descargar así la caña de azúcar. Esos vehículos carecen de caja volcadora. Lo más grave, sin embargo, no consiste en tener que jugar al meccano, rehaciendo máquinas: más serio es “arreglarse” en la formación de los hombres que las deben manejar, sacar técnicos de gente que no lo es. En la mayor instalación azucarera de Cuba, a 60 kilómetros de Holguín, el responsable del funcionamiento de las calderas a sistema electrónico, importadas de Alemania Oriental, me confía honestamente que se formó en menos de 12 días. A menudo, ex peones de albañil o macheteros son convocados para ocupar puestos que exigen una calificación que no tienen. Su entusiasmo revolucionario les sirve de diploma. Alejandro Caraballo, un gigantón de perfil norteamericano, administrador de un centro ganadero, estima que el régimen no puede elegir: sólo una organización "cuasi militar” de la producción le permite compensar, en cierta medida, la deficiencia de los cuadros. Porque existe el fenómeno empobrecedor del éxodo: 650.000 cubanos —la mayoría, de profesiones liberales— ya dejaron la isla. Esta migración masiva no se detiene. Cinco veces por semana, a las 10 de la mañana, un avión pictórico parte de Varadero. Lleva a quienes miran “para el norte". Tiene pasaje completo para los próximos 5 años. A razón de 65.000 emigrantes por año —se instalan en USA, en México, algunos en España—; para Cuba se trata de una manera de vaciarse de opositores, pero también de una hemorragia inquietante. BOICOT. Como un junco lanzado en la región de las tempestades, Cuba no se ha hundido. Más: con la llegada del castrismo, su economía sufrió un cambio tan enérgico que pocos países, sin duda, hubieran podido resistir. Antes de Castro, el 86 por ciento de las exportaciones de la isla se encaminaban hacia USA. De la noche a la mañana, el bloqueo norteamericano tomó por la garganta a los cubanos, obligándolos a reconvertir sus utilajes al mismo tiempo que sus intercambios. La reconversión es un hecho —declaraba un cuadro del partido—. Los norteamericanos sólo tienen aquí chasis viejos”: los de vehículos de todo tipo —los taxis han desaparecido, prácticamente— que se desintegran, comidos por el tiempo y carentes de repuestos. Sin petróleo, sin carbón, sin energía eléctrica, Cuba —con el margen inevitable de error— ha concretado a fuerza de puños su descolonización económica. El ganado bovino pasó de 3 a 7 millones de cabezas. Los nuevos centros de inseminación artificial son de los más modernos del mundo, y permitirán que la isla se ubique, después de la Argentina, en el segundo lugar de los exportadores de carne en América latina. El parque de tractores era de 5.000 unidades en 1958, y ahora cuenta con 60.000. Casi todo lo cual se hizo bajo los largavistas de la base norteamericana de Guantánamo, a 70 kilómetros de Santiago de Cuba. Contra esa amenaza potencial, pero permanente, se ha debido forjar un ejército. La presencia de los militares en todas partes es, hoy, uno de los aspectos turbadores de esta revolución que, a pesar de todo lo que le debe a la URSS, rechaza la condición de satélite soviético, así como toda obediencia a Pekín. "Somos latinos, occidentales”, insistió un joven cubano que ofrece visitar fábricas. ¿Occidentales, latinos? Esas palabras me las repitieron todo el tiempo de mi estadía. Negándose a ser un peón en el juego de las superpotencias, Cuba tiene la obsesión de su aislamiento. El grito de Castro —“estamos solos”— resuena dolorosamente en la conciencia de cada cubano. Y el deseo general es romper el boicot impuesto por Washington a América latina, reintegrar la íntima familia de los pueblos del continente. Hace un mes, las colas que se podían ver en La Habana no tenían relación, por una vez, con las contingencias alimenticias: espontáneamente —y Castro fue el primero—, la gente venía a donar su sangre para las miles de víctimas del Perú. DRAMA. Tras la máscara marcial del castrismo se oculta, en realidad, un partido de "amigos”. Del mismo modo, la terminología marxista desaparece sin esfuerzo en el lenguaje cotidiano, el diálogo popular. El mismo Castro busca, en ocasiones, una especie de coloquio íntimo con la masa. Cierta vez que una campesina lo interrumpió, en la mitad de un gran discurso, Fidel le reprochó haberle hecho “perder el hilo” y preguntó al auditorio: “¿De qué estaba por hablarles?”. "De la crianza de lechones negros", contestó, maravillado, el público. Para el régimen, el drama Interior tal vez resida en eso, justamente. Cuba, oscilante al borde de un abismo burocrático, aún puede alimentar la esperanza lírica de una nación de cámara. Copyright Panorama, 1970 Revista Panorama 28.07.1970 |
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