Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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JUGLARES Del Uruguay al trópico Daniel Viglietti, el trovador que desde el otro lado del charco rioplatense ha proyectado su canto a América latina, deja su natural introversión para entusiasmarse en palabras. Por momentos, el pelo casi le cubre el rostro pálido. Tiene "una noticia linda": está por aparecer en Buenos Aires su sexto longplay. Trópicos es el título. Se diferenciará de los anteriores en que no incluye canciones propias. El cantautor uruguayo lleva escritas unas cincuenta, pero esta vez ha considerado oportuno un viraje hacia repertorios ajenos. Hacerlos propios es también una manera de confraternidad continental. "Me interno en dos zonas del trópico", informa Viglietti. Una se llama Brasil, a través de Edu Lobo y Chico Buarque. La otra detecta la llamada nueva trova cubana, acerca de la cual el intérprete adelanta: "Es un fenómeno muy peculiar, con autores de entre 25 y 30 años, que eran niños o adolescentes cuando irrumpió la revolución. Las suyas son canciones militantes que tienen la virtud de no caer en la apología. Son poetas revolucionarios sensibilizados por la realidad, pero que eluden los latiguillos panfletarios que suelen ser funestos para la canción". ETIQUETAS Y CENSURAS. El de la canción de protesta se hace tema insoslayable. Considerado uno de sus líderes, Viglietti prefiere hablar de la canción a secas. Le molesta el ghetto de la de protesta, se empeña en subrayar los riesgos de cualquier etiquetamiento, lo que no significa bajar la guardia de la rebeldía. "La protesta existe —explica— en la medida de nuestra honestidad, al son de la discrepancia con una realidad que no nos conforma". De ahí que esas ciertas canciones, que el artista no se obstina en diferenciar de otras, molesten a ciertos sectores políticos y a ciertos gobiernos. Viglietti sabe que hoy no las podría cantar en Bolivia, en Paraguay ni en Brasil. Los encontronazos con la censura ya los ha vivido en su propio país, donde una sola vez pudo llegar a la televisión (invitado por Augusto Bonardo) y fue cortada desde arriba la emisión. Tampoco las radios uruguayas dan cabida a sus grabaciones. "Se autocensuran preventivamente", dice Viglietti. Precisamente, los días de prisión que vivió el año pasado en Montevideo fueron la consecuencia de la apertura que él y otros hicieron en una serie de recitales populares. La situación imperante no les permitió romper el bloqueo. Que los temores a la censura son peores, en ocasiones, que la censura misma, es algo que Viglietti comprobó en Buenos Aires no hace mucho. Odeón le editó un longplay pero, pareciéndole explosivo su contenido, no lo promocionó y lo distribuyó cautelosamente. Por eso, Orfeo del Uruguay (emparentada con Emi y Odeón), la empresa para quien graba en Montevideo, le dejó el campo libre en la Argentina. En consecuencia, sus registros de esta orilla son para el sello independiente América Nueva. Ahí no para el monólogo de Viglietti sobre el disco. Estima necesario que el público se entere de que el artista "sólo recibe el 5 por ciento, excepcionalmente el 7 u 8, del valor de venta, descontado el costo de la carátula." Juzga que, en general, el negocio fonográfico está trustificado y que ese trust condiciona, inclusive, a los sellos independientes. Además, resulta "la principal valla para una verdadera política discográfica de cultura popular." LAS BUSQUEDAS. A los 33 años, Viglietti se encuentra en el meridiano de una carrera que tiene alternativas insuficientemente conocidas. Dedicado al canto desde 1960, mucho antes transitó otros caminos, desde el hogar, donde la madre lo deslumbraba con su oficio de pianista y el padre (militar retirado) se aficionaba a la guitarra. Aunque ahora se halla en Estados Unidos, la madre trabaja habitualmente en Lausana, en la preparación de coros. El hijo estudió aquellos dos instrumentos, con más ahínco la guitarra. Dio recitales de música renacentista y, en general, antigua. Paralelamente, dejó estudios universitarios de abogacía. En la infancia Viglietti ubica sus primeros entusiasmos por la canción popular. A los diez años lo deslumbraba Antonio Tormo, tan conocido en Uruguay como en Argentina. El tiempo profundizó una preocupación en el ejemplo de Atahualpa Yupanqui y Eduardo Falú o de conjuntos como Los Chalchaleros o Los Fronterizos. Dicho sea de paso, en el campo indiviso del verbo y la melodía, esos acercamientos ampliaron las fronteras orientales hacia el folklore argentino, hasta llegar a Mercedes Sosa. La admira a rabiar y se niega a alentar a quienes quisieran enrarecer ese sentimiento de respeto, ensanchado hasta la amistad, con supuestas ironías —nunca comprobadas— de Mercedes hacia él. El artista es conocido del público argentino desde 1969, en los núcleos estudiantiles primero, en salas de espectáculos después. De entonces a acá se forja, casualmente, la primera madurez de Viglietti. En 1971 empieza a componer. Antes, en 1967, había actuar do en Cuba y desde allí saltado a París, Madrid, Praga, Londres, Moscú y otras ciudades europeas. De esa gira habla con tanto entusiasmo como el que le suscitaron sus incursiones por el interior argentino, sobre todo las de Tucumán y Córdoba, casi apoteóticas, tal vez porque coincidieran con el alerta de una juventud muy politizada. Su propósito de multiplicar su público a través de la televisión estaría ahora a punto de concretarse por canal 7, probablemente en el programa "Los mejores". PRESENTE ES FUTURO. En tanto, el juglar uruguayo prepara un viaje a Chile, donde sus presentaciones coincidirán con la irrupción del mismo disco que se espera en Buenos Aires. En cuanto a su repertorio, sueña con enriquecerlo todos los días. "Explorar las diversas posibilidades expresivas es mi lema”, proclama, previniendo a quienes lo desean trinando siempre los mismos versos. "Más importante —dice su buen humor— es que pueda cantar A desalambrar sin que nos rodeen alambres a público y cantor”. Jorge Couselo PANORAMA, MAYO 31, 1973 |