Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Bogotazo
El bogotazo, crónica de una insurrección
Hace 24 años, una rebelión popular —acaso la más furibunda que registra la historia americana contemporánea— estallaba
en las calles de Bogotá. Su saldo: 300 mil víctimas y el comienzo de una escalada de terror que durante diez años asoló el territorio colombiano
Desde Bogotá, escribe Rodrigo Jaramillo, corresponsal de
SIETE DIAS en Colombia.

A la una y cinco minutos de la tarde del 9 de abril de 1948, un desarrapado disparó cuatro veces a boca de jarro sobre Jorge Eliecer Gaitán. La muerte del político izquierdista del Partido Liberal, ídolo de multitudes, fue casi instantánea y precipitó a Colombia hacia la etapa más tumultuosa de su historia.
Juan Roa Sierra, el asesino, no intentó huir: caminando lentamente hacia un agente que hacía guardia frente al lugar del crimen, entregó su arma sin decir palabra. Como se probó después, era un paranoico que en sus delirios de grandeza fantaseaba con ser la reencarnación del general Santander. Tal vez hubiese preparado alguna frase “para la historia”, pero le faltó tiempo: una multitud de lustrabotas, vendedores ambulantes y partidarios de Gaitán hizo justicia por mano propia, linchándolo de inmediato.
Su cadáver, desnudo y sanguinolento, fue arrastrado por la Carrera 7ª al grito de “Mueran los asesinos de Gaitán”, “Abajo el Partido Conservador”, “Abajo Laureano Gómez”, “Ospina Pérez al farol”, “A palacio ... a palacio”. Eran los primeros lemas de una guerra civil sui generis, que habría de costar 300 mil víctimas.
Media hora después de cometido el asesinato de Gaitán, una muchedumbre enardecida recorría toda la ciudad para converger en el centro, que ya estaba envuelto en llamas. Las emisoras clamaban venganza. Los almacenes, ferreterías y armerías eran sistemáticamente asaltados, mientras algunos líderes del gaitanismo y de la izquierda intentaban crear juntas revolucionarias para asumir el poder, ante la inminente caída del palacio presidencial Nariño, en manos del pueblo, que lo había sitiado.
La ciudad, por entonces, era sede de la conferencia de cancilleres de la OEA, que habría de firmar la famosa Acta de Bogotá, por la cual el continente admitió formalmente alinearse dentro de la estrategia norteamericana de la “guerra fría”. La presencia de algunos líderes nacionalistas latinoamericanos, sumada al hecho precedente, dio píe a numerosas conjeturas sobre la existencia de “un plan deliberado del comunismo internacional”.
Sin embargo, opiniones tan insospechables como la del embajador norteamericano William Beulac y el influyente periodista Jules Dubois desmintieron de modo categórico la versión de la conjura. El presidente Mariano Ospina Pérez, a lo largo del minucioso relato de los hechos, dejó en claro que las masas se movieron por impulso del odio y la venganza, y su acción fue tan desarticulada desde el punto de vista estratégico, que los teléfonos, por ejemplo, se mantuvieron en funcionamiento durante toda la jornada, permitiendo organizar la represión.

EL RELATO DE OSPINA PEREZ
El conservador Ospina Pérez había llegado al poder a raíz de una división en el seno del Partido Liberal, cuyo líder Jorge Eliecer Gaitán encabezaba el ala más revolucionaria. Abogado, gran orador Gaitán encarnaba —quizás más allí de su propia contextura— a los confusos deseos de justicia socia de las masas. Desde el Congreso sus discursos llamaban al pueble para la lucha contra la oligarquía conservadora; ésta advertía, con temor, que resultaría cada vez más difícil frenar la carrera de Gaitán hasta el poder. Salvo con la muerte
Ospina Pérez narró, en 1954, su visión del Bogotazo: “Yo llegué a palacio acompañado por mi esposa después de los disparos hechos contra el doctor Gaitán. En medio del tumulto que empezaba a formarse, compuesto principalmente por gente que llegaba en taxis rojos y que lanzaba airadas frases y gritos, yo sólo alcanzaba a percibir vivas a Gaitán y al Partido Liberal. No tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo y mi impresión momentánea fue de que era un simple mitin político del gaitanismo".
Ospina Pérez ignoraba, todavía, que otras ciudades como Medellin, Cali y Barranquilla también se habían incorporado a la hoguera. Al mismo tiempo, las emisoras estaban ocupadas por opositores furiosos, quienes desde el micrófono convocaban al pueblo a dirigirse al palacio de gobierno. Ospina Pérez recuerda: “El ataque de la chusma armada aumentaba por momentos y de las dos esquinas de la Carrera 7ª se había extendido a los demás costados de la manzana del palacio Nariño, hacia el que afluía gente desde todas las direcciones. Hubo que distribuir los limitados soldados del batallón Guardia Presidencial —quienes en un principio eran poco más de 20 y fueron aumentando hasta llegar a cerca de 200— entre las cuatro esquinas de la manzana y en los puntos estratégicos de la parte alta del edificio, a fin de contrarrestar el fuego de los francotiradores apostados en las fincas vecinas, algunas de ellas de mayor altura que la residencia del gobierno, vulnerable por los cuatro costados".

DE LA CRISIS A LA NEGOCIACION
La situación de Bogotá era, efectivamente, incontrolable: la policía
se había sumado a la sublevación y acompañaba a las violentas manifestaciones. Sólo al anochecer las cosas comenzaron a mejorar para el gobierno, al llegar algunos refuerzos de tropas de la ciudad vecina de Tunja. Pero lo decisivo fue que la rebelión, en la medida de su espontaneidad, se agotaba, carente de dirección. Y que, paralelamente, Ospina Pérez comenzaba a negociar con políticos liberales y con las Fuerzas Armadas. La plana mayor del liberalismo, convocada a palacio, se hizo presente, con un ex presidente, Darío Echandía, y uno futuro, Carlos Lleras Restrepo.
Como las balas crepitaban todavía alrededor de la casa, los dirigentes liberales debieron tenderse varias veces antes de entrar, para evitar caer bajo el fuego cruzado de los francotiradores. Ambos le pidieron la renuncia a Ospina, quien se negó. Las deliberaciones duraron 17 horas, mientras la ciudad ardía. Finalmente, se arribó a un acuerdo: Echandía aceptaba ser ministro del Interior en un gabinete de coalición.
Con los militares, las negociaciones tomaron otro carril. Las conducía el canciller Laureano Gómez, partidario de que Ospina entregase el mando a una junta castrense. El presidente no aceptó alejarse del cargo, señalando que la única solución posible era el pacto con los liberales. El papel de las Fuerzas Armadas, según el presidente, no podía ser otro que acabar con el caos, reprimir violentamente el alzamiento. Finalmente, la salida para el gobierno no se estructuró: acuerdo con los liberales, mano libre para que los militares restablecieran el orden, agotamiento de la explosión popular. Según los testigos directos, Laureano Gómez se encerró dos días en el Ministerio de Defensa, negándose a negociar, mientras exigía la renuncia de Ospina.

COMO SE ASESINO A GAITAN
Hasta hoy se ignora si el asesinato de Gaitán tuvo, cómplices y si hubo un autor intelectual del crimen. Roa Sierra, el homicida, era un personaje ubicado en las capas más bajas de la sociedad. Un enfermo, además, que en una oportunidad había protestado porque Gaitán no lo recibió: “Ese negro hijo de p ..., no queriéndome recibir a mí que soy una reencarnación del general Santander”, les dijo a sus amigos. Sin recursos, sumido en la miseria, tuvo, pese a todo, recursos para comprar el arma homicida. Para quienes han investigado seriamente el tema, no parece caber dudas de que alguien pagó a Roa Sierra. ¿Quién? Para los grupos izquierdistas habría que mirar en dirección de Laureano Gómez, jefe del ala más derechista del Partido Conservador, quien aspiraba a la presidencia y veía en Gaitán a un rival que no podría derrotar.
Para las derechas, en cambio, el crimen que encendió el Bogotazo debe atribuirse a la presencia de los comunistas, que habrían acudido para obstaculizar la reunión de la OEA.
Según versiones que lanzó por primera vez Jules Dubois, uno de esos jóvenes estudiantes antiimperialistas era Fidel Castro. Por su parte, el dirigente comunista colombiano Alejandro Gómez declaró que efectivamente Castro estuvo presente en el Bogotazo, aunque no como organizador sino como testigo y en cierto modo como actor involuntario.
Tal vez el punto final sobre las hipótesis se pueda extraer de la lectura del libro del embajador norteamericano William Beulac, Un diplomático de carrera, donde al margen de no dar crédito a la versión de una conjura organizada, recuerda reiteradamente y con asombro que los servicios esenciales de comunicaciones y de suministro de energía no fueron afectados en ningún momento, que habla a las claras del carácter espontáneo del movimiento.
Para la mayoría de los observadores, la muerte de Gaitán fue el detonante de una grave situación de miseria y de desocupación, agudizada en ese instante por el comienzo de la migración de los sectores rurales hacia la urbe.

DESPUES DEL BOGOTAZO
El incendio de Bogotá se extendió implacablemente a varias ciudades del país, casi con simultaneidad. Luego sobrevino la hora de la represión: el río de sangre liberal y conservadora que dividió dramáticamente al país se hizo incontenible.
Cuando mediante la ley marcial pudo restablecerse la paz en los grandes centros poblados, la contienda se trasladó a la sierra, la selva y el campo. Los sectores liberales disconformes con la coparticipación en el poder —que entendían como una traición al gaitanismo y al pueblo— fueron marginados duramente de la política y encontraron en la guerrilla rural su única posibilidad de expresión.
Durante diez años, hasta el pacto de liberales y conservadores para alternarse en la presidencia, y aun después, la violencia se extendió sobre todo el territorio y se incorporó a la saga prestigiosa de revoluciones perdidas, que recorren y vertebran la historia de Colombia.
La muerte de Dumar Turco Aljure, con toda su familia, defendiendo su casa en medio del campo, con rifles y metralletas contra obuses y cañones, es citada con recogimiento en miles de hogares colombianos. Las proezas y picardías del coronel Franco, comandante de los llanos orientales, que ante una comisión pacificadora del gobierno hizo desfilar en ronda sus cien hombres para simular que eran miles, regocija las tertulias de los memoriosos.
Otro tanto se podría decir de la trayectoria increíble del fundador de la república de Marquetalia, Manuel Murulanda Vélez, alias Tirofijo, quien luchó durante 20 años. Tal vez, el coronel Aureliano Buendía, prolífico en guerras y derrotas, no haya surgido de la imaginación de Gabriel García Márquez y sea el fruto de la historia colombiana y sus “cien años de violencia”, que estallaron volcánicamente el día del Bogotazo.
Revista Siete Días Ilustrados
03.04.1972
Bogotazo
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